Capítulo 2

Naia

Llevamos una hora esperando a que nos atiendan en el centro de salud cuando por fin dicen su nombre para entrar en consulta.
—Bueno señor, ¿qué es lo que le ocurre? —dice el doctor listo para apuntar en su ordenador todos los síntomas que mi abuelo dicte.
—Me duele en el abdomen y también la espalda.
—Y está perdiendo peso, doctor —digo yo, porque sé que mi abuelo va a minimizar su dolor haciendo que todo está bien.
—Está bien, vamos a hacerle un análisis de sangre primero para ver que todo esté bien. Le citaré para mañana a las diez de la mañana, estén puntuales.
—Vale, doctor. Estaremos aquí para las pruebas —digo yo finalizando la conversación y saliendo de allí.
¿Será que tiene algo grave? Soy una exagerada, lo sé, pero ya es muy mayor y tengo muchísimo miedo de que me deje. Normalmente, pienso mucho en la muerte. Desde que falleció mi abuela, cada vez que estoy sobre todo con él mi cabeza empieza a decirme cosas como «Disfruta de estos momentos, los echarás de menos», «Dentro de un tiempo ya no estará contigo», «Se irá y te dejará sola»… Sobrepienso demasiado las cosas, absolutamente todas las que me pasan, pero este tema es mucho para mí. No pensar es malo, pero pensar mucho aún más.
—No estoy tan mal, Naia.
—Yeyo, tienes que dejar de fingir que todo está bien. Estás mayor y puede que tengas algo. Ahora tu cuerpo es menos resistente a enfermedades, infecciones… Así que no te la juegues, por favor.
—Vale, pero no te alarmes. Todo va a estar bien, paquete. —Esa frase se repite mil veces en mi cabeza. Necesito que todo esté bien y siga bien. Grabo esa frase en mi mente para siempre.
Ya no me acuerdo casi de la voz de mi abuela y no quiero que pase lo mismo con él. Ojalá fueran eternos. He escuchado la frase de «La vida es bonita porque al final se acaba» y tiene todo el sentido del mundo, pero ¿qué pasa con las personas que se quedan aquí? Todos moriremos algún día y lo peor es que nuestros seres queridos también. Los que nos quedamos aquí sufrimos por la pérdida y, en mi caso, si mi abuelo se fuera, me quedaría completamente sola. Solo de pensarlo se me sale una lágrima.
*
Me levanto a las nueve de la mañana para preparar el desayuno y salir para ir al médico. Mi abuelo sigue durmiendo, así que le dejo un rato más en lo que hago nuestros desayunos. Cojo la leche, el gofio, un par de peras y cereales de millo. Cuando ya lo tengo todo preparado, voy hacia su habitación a despertarlo.
—Venga, yeyo, levanta. Tienes que desayunar y luego tenemos que ir al médico. Tenemos que llegar a las diez.
—Vale, vale. Ya voy —dice con la voz ronca.
Después de haber desayunado, salimos de casa para llegar al médico. Aún en el coche, suena una canción en la radio que le hace mucha gracia y sube el volumen. Se llama Work, de Rihanna y como no entiende inglés, cada vez que suena el estribillo ladra como un perro.
—Guau, guau, guau, guau… —tararea sonriente.
—Yeyo, sabes que no dice eso, ¿verdad? —digo riéndome a carcajadas mirando por la ventana.
—Eso es lo que le entiendo, así que eso canto.
—Lo que tú digas, abuelo. —Termino mientras canto un verso de la canción.
Aparcamos lo más cerca que pudimos de la puerta, aunque no había muchas opciones. Salimos disparados hacia la entrada, ya que llegábamos un poco justos, y nos sentamos en los asientos de la sala de espera.
—Me alegra verle de nuevo, señor —dice el doctor dejando paso a mi abuelo para que entre en la consulta—. Me parece que tengo que hacerle un análisis de sangre y un par de pruebas más, ¿verdad?
—Pues debe ser que sí —dice mi abuelo de mala gana.
—¿Puedo entrar con ustedes? Quiero acompañarle mientras le hacen las pruebas.
—Claro, muchacha. Puedes quedarte mientras —contesta mientras abre la puerta de una habitación con una camilla y cientos de agujas en las estanterías.
Menos mal que no me dan miedo, porque ya estaría tirada por el piso. Entramos en la habitación y le dice a mi abuelo que se ponga en la camilla acostado.
—No creo que duela, señor. Aun así, si le duele, avíseme —dice el doctor mientras va introduciendo la aguja en su brazo.
—Vale. ¿Las pruebas tardarán mucho? —dice mi abuelo nervioso. Los médicos no le gustan nada, es más de métodos de cura naturales con plantas y todo eso. Pero esto es preocupante y, aunque no le guste, debemos estar aquí por su salud.
—Depende de los resultados, que se los daremos en unos días. De todas formas, lo haré lo más rápido que pueda para que se marche lo antes posible a su casa.
«Todo va a ir bien, todo va a ir bien…», me repetía una y otra vez. Seguro que los resultados van a ser positivos y abuelo va a volver a casa sano y salvo. En momentos como este, necesito ser muy positiva y tener fe, da igual en qué.
—No te asustes, Naia, seguro que estoy sano como una manzana —dice mi abuelo yendo hacia el coche.
—Yeyo, es normal que esté preocupada. No quiero que te pase nada, eres casi lo único que tengo.
—¡Anda! No digas tonterías, muchacha. Tienes a tus amiguitas, a los vecinos, a tus primos de Telde, a tus padres, aunque no lo creas tienes a mucha gente… No seas boba, todos ellos te quieren mucho también. Solo vives conmigo, pero no me tienes solo a mí. Naia, tienes que aprender a estar sola y a afrontar las cosas por tu cuenta. Por supuesto que es normal que estés asustada, pero si en algún momento me voy, sabes que siempre voy a cuidarte, esté donde esté. Te quiero mucho, paquetillo, no lo olvides.
—Es que… —digo antes de romper en llanto. No puedo ni pensar en el día en el que se vaya. Eso no debe pasar, pero lamentablemente pasa. Las personas llegan a tu vida, te enseñan algo y se van. Es algo inevitable, ya sea por la muerte o porque esas personas se alejen. Lo malo de los buenos momentos es que acaban. Es insoportable la idea de quedarme sola en este mundo, sin él.
*
—¿Ya están los resultados, doctor?
—Por supuesto, señor. Ya han pasado días y he podido revisarlas, creo que tengo que hablar con usted. No quiero alarmar a nadie, pero sí hay que comentar un par de cosas.
—Está bien, soy todo oídos.
—¿Por qué? —digo yo interrogando al médico muerta de miedo.
—Creo que esto lo tengo que hablar primero con tu abuelo. Venga por aquí, Isauro —finaliza la conversación entrando con mi abuelo en una sala y cerrando la puerta tras ellos.

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