Isauro
Mi cáncer se ha estado desarrollando a pesar de dar una falsa apariencia de ir mejorando. Me siento muy débil y he adelgazado tanto que no me reconozco en el espejo. Ya cuesta recordar las cosas y los dolores se hacen más grandes. ¿Cómo le diré esto a Naia?
Acabo de salir del médico, me ha recetado otra medicina más fuerte para los dolores, no aguantaba más. Subo el volumen de la radio para distraerme un rato escuchando música y sin tener que pensar en todo lo que está pasando ahora.
Veo un coche aparcado en la puerta de casa. Naia. Ha venido sin avisar. No quiero que vea que estoy mal, no necesita eso ahora mismo. Se la ve muy contenta, seguro que viene con cosas que contar. Me alegro muchísimo de que esté viviendo y, sobre todo, feliz.
—¡Hola, yeyo! —dice mientras corre hacia mí para darme un fuerte abrazo. Los huesos duelen, mucho. Parecen piezas de cristal capaces de romperse en cualquier momento, solo espero que no lo note.
—Bienvenida a casa, paquetillo. ¿Qué tal te ha ido?
—Tengo que contarte muchas cosas. Me ha pasado de todo en el mes fuera de casa. —Camina sonriente hacia la puerta.
La escucho atentamente mientras me cuenta con detalle absolutamente todo lo que se le ocurre. Me habla de un chico llamado Acoidán. Le gusta mucho, lo noto antes de que me dice que son novios. Le brillan cada vez más los ojos hablando de él. No sé si llegaré a conocerlo algún día, pero si es como dice mi nieta, espero que la cuide bien.
*
Naia
Lo veo un poco más apagado de lo normal, supongo que estará cansado. Pensé que contarle lo de Aco no iba a ser muy buena idea, pero parece estar feliz de que haya encontrado a alguien bueno para mí.
—Bueno, yeyo, yo me voy yendo ya. Tengo que repasarme un par de cosas del tema y demás.
—No te preocupes, nena. Ya nos veremos. Te quiero muchísimo, paquetillo. Nunca olvides que abuelo siempre va a estar ahí para cuidarte, aunque no sea físicamente.
—Ay, abuelo, no me digas esas cosas, que lloro.
—Tenía que decírtelo. Bueno, vete ya, anda. Pásatelo bien siempre y vive. Disfruta, haz locuras y olvídate de todo, mi niña. No frenes tu vida por nada ni por nadie. Te quiero.
—Yo también, yeyo. Te lo prometo.
Duele mucho oírle hablar así. De camino a la universidad, Aco me llama y conversamos en lo que vuelvo. Los viajes se hacen más amenos cuando hablo con él. Me hace muy feliz.
Esta noche vamos a cenar los siete al restaurante en el que los conocí. Ya todo el grupo sabe que estamos juntos, fue algo incómodo al principio, pero ya se han acostumbrado. Sara y Claudia gritan como si fueran niñas pequeñas cada vez que nos damos un beso delante suya. Kiara está con Raúl, así que somos dos parejas dentro de un grupo de amigos. Miramos embobadas a nuestros novios mientras hacen cualquier cosa.
Cuando llego a la habitación, dejo mis cosas en la entrada y voy escogiendo la ropa que me voy a poner esta noche. Cojo un pantalón negro de cuero, un top blanco y una sobrecamisa. Kiara va guapísima con un vestido y una chaqueta de cuero que le presté para ir a juego, como siempre.
Es de noche y, como no queremos correr ningún peligro, vamos en coche, aunque el restaurante esté cerca. Los paseos con ella son impredecibles. Un día podemos ir hablando y llorando y al otro cantando una canción a gritos, como hoy. Me olvido de todo estando con Kiki, me hace sentir tan bien y segura que no me alejaría de ella nunca.
Cuando llegamos, saludamos a todos y nos sentamos todos en la mesa. Yo estoy entre Aco y Kiara. La cena fue muy agradable, nos reímos muchísimo. Llegó un momento en el que mi móvil no dejaba de sonar. Notificación tras notificación sin parar.
Me paro a leer un par de mensajes y solo veo a muchos conocidos poniendo «Lo siento mucho, ánimos». Esto no puede estar pasando. No es lo que creo. Por favor, que no sea lo que creo. Salgo corriendo del restaurante sin responder a ninguna pregunta de mis amigos y me alejo lo más que pueda.
Empiezo a llorar sin parar antes de saber nada. Sé lo que pasa. Yeyo no está. Por favor, que esto sea un sueño. Me tiembla todo el cuerpo y dejo de respirar. Todo el que pasa por la calle me ve tirada en el suelo llorando.
Es un sentimiento indescriptible, me siento rota. Solo dolor, es lo único que puedo sentir ahora mismo. Duele demasiado. No me pudo haber dejado aquí sola, no ahora. No pude despedirme. Todo fue culpa mía. Debí haberme quedado con él, sabía que algo no iba bien.
—Lo siento por no haberte abrazado más fuerte, no pensé que fuera la última vez —digo casi sin poder coger aire, llorando continuamente. Nada tiene sentido sin él.
¿Qué hare aquí sin él? Era la persona más importante de mi vida. Era. Quiero huir de aquí. Correr hasta verlo a lo lejos y abrazarle para no soltarle nunca. Debí de haber sido yo. Él no merecía morir. Quiero irme para siempre. No puedo vivir sin él.
—Naia, ven aquí. —Aparece Kiara a mi lado y me abraza sin decir nada. Veo cómo se le escapan las lágrimas a ella también.
—No puede ser, se acaba de ir una parte de mí con él, Kiara. ¡He muerto a su lado y sigo aquí! Quisiera ser yo —grito sollozando e intentando respirar.
—Naia, ni se te ocurra volver a decir eso. ¿Crees que a tu abuelo le gustaría?
—No, pero es la verdad. Kiara, no puedo más. Llévame a casa, por favor.
Quiero creer que todo esto es mentira. Duele tanto que no puedo ver, oír ni pensar con claridad. El único sonido que sale de mí son los llantos. Miro a cualquier lugar y lo único que veo es su cara. En cualquier persona o cartel de publicidad. Está en todos lados. Casi puedo escuchar su voz diciendo que todo va a salir bien. Me mintió… Nada iba bien y no me lo quería contar. Mi mundo se ha ido, siento que el tiempo no corre, que todo está en silencio.
Nada más llegar, me tumbo en la cama y recibo mil llamadas de mis amigos. No contesto ninguna, solo me acuesto en la misma cama que Kiara y lloro, grito y suplico al cielo que me devuelvan al hombre de mi vida. Hago esto hasta que mi cuerpo gana a la mente y me quedo dormida.
*
—¿Nena, estás bien? —dice yeyo preocupado.
—¿Abuelo? ¿Eres tú? Te necesito.
—No me necesitas, paquetillo. Vive. Aunque sea sin mí. Te amo.
—No te vayas, por favor. Te lo suplico. —Y a partir de ahí, no obtuve respuesta. Abro los ojos y me encuentro en la cama con Kiara acariciándome la cabeza.
Era un sueño. No volveré a hablar con él. No volveré a verlo. La única imagen que tendré de él a partir de ahora serán mis sueños y los recuerdos. Necesito ir a ver que esto es cierto, que no estoy soñando. Necesito ver con mis propios ojos que abuelo no está.
Me levanto de la cama sin decir nada y con la ropa que llevaba ayer cojo las llaves del coche de Kiara y me voy. Desde que subo al coche, las lágrimas vuelven a salir, una tras otra, sin parar. El dolor es tanto que quema. Arde todo en mí, mi pecho más que nada. Intento estabilizarme para no sufrir un accidente con el coche, pero el alma sigue doliendo por mucho que llore. Nada compensará el dolor que se siente al perder a una persona que amas, y menos a la que más amas. ¿Algún día dejará de doler?
Ninguna palabra puede describir cómo estoy ahora mismo. Estoy perdida en mis sentimientos y pensamientos. Ojalá todo esto fuera un sueño, más bien una pesadilla. Mi mundo se ha detenido mientras los demás siguen con su vida, pero yo soy incapaz de continuarla, no sin el pilar de la mía.
Llego a mi casa y, cuando entro, no lo encuentro por ningún lado. Corro por todas las habitaciones de la casa gritando su nombre esperando que aparezca por algún lado. Sé que no va a pasar, no hay ninguna esperanza de que eso pase. Me tiro en el suelo de su habitación, llorando de nuevo. Veo un papel en su mesilla de noche, pero me da miedo abrirla. ¿Será para mí? Necesito saber qué pone, no voy a quedarme así. La abro y comienzo a leer.
Querido paquetillo,
Sé que puede que pienses que te he dejado sola, pero siempre te lo he dicho, te acompañaré estando contigo o no. Naia, eres lo que más quiero en este mundo, no quiero que frenes tu vida por esto. Te suplico que sigas viviendo, disfrutando y conociendo mundo. Que veas todo lo que yo no pude ver. Eres muy joven, Naia, esto va a ser difícil para ti, pero nunca vas a estar sola.
No te había dicho nada sobre mi enfermedad para no preocuparte, nena. Me arrepiento mucho de no habértelo contado, quería que vivieras y aprendieras a estar sin mí. No te preocupes por nada, estaré ayudándote siempre, princesa.
Estos años contigo han sido los mejores de mi vida, no lo dudes nunca. Desprendes felicidad y amor por donde vas. No pierdas eso, por favor, no me lo perdonaría nunca. Cuida muy bien las tierras familiares, ahí te estaré esperando eternamente.
Con muchísimo cariño, de yeyo. Te amo.
Mi cuerpo se congela al instante. No puedo estar leyendo esto. No pudo hacerme eso. Siento que estoy muriendo en vida. A cada paso que doy por la casa, lo veo. Escucho un «Nena» por todos lados, casi como un eco. Necesito irme de aquí, no estoy preparada para afrontar esto sola.
Cojo la carta y voy directa al coche. Solo puedo pensar en una cosa. Quiero que vuelva. Necesito que vuelva y no va a volver. Nunca. Duele tanto que quiero dejar de respirar e irme con él.
Llego a la habitación con la cara hinchada y aun llorando. Me voy a la cama y me da el primer ataque de ansiedad. Estoy sola porque Kiara no está, así que pierdo la respiración hasta el punto de quedarme inconsciente.
Capítulo 9
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