Había elegido mi mejor traje esa mañana, ese que no me había puesto desde el primer día de universidad y que pretendía reservar para mi graduación. Sí, ese que había sido un regalo de mi padre por haber entrado a la carrera de mis sueños y que mi madre decía que me quedaba tan bien porque resaltaba el color de mis ojos. Sí, ese que estás pensando, el traje que él recorrió de arriba abajo nada más entrar al aula número catorce. Exacto, ese traje que escondí en lo más profundo del armario porque me sentía desnuda con él. Ese mismo traje que hoy había elegido porque era el mejor que tenía y debía causar buena impresión. Aunque yo odiara, esperaba que al resto les siguiera pareciendo tan bonito como el primer día. A Peter le había gustado. Fue a su padre a quien no le había gustado tanto que le mintiera al dejarlo en el colegio, diciéndole que me lo había puesto para una entrevista de trabajo.
—Señorita, ¿puede hablarnos de su hijo?
—Mi hijo se llama Peter, Peter Pan. Es un pequeño niño pelirrojo pecoso con un hoyuelo en la mejilla izquierda y una cicatriz en la nariz de aquella vez que se cayó en el parque por ir corriendo con los ojos cerrados, a pesar de que le había repetido sin cesar que no lo hiciera. A él no le gusta esa cicatriz, pero a mí me parece adorable. La cicatriz, aunque Peter también. No es porque sea mi hijo. Debería verlo, de verdad. Es una auténtica monada. Cuando llega del colegio con los ojos como supernovassupernovas Estrella en explosión que libera una gran cantidad de energía; se manifiesta por un aumento notable de la intensidad del brillo o por su aparición en un punto del espacio vacío aparentemente. en plena explosión, emocionado porque ha aprendido algo nuevo, me dan ganas de mirarlo durante todo el día. —La jueza me miraba con una ceja levantada, confusa, pero a la vez divertida. Al parecer, había hablado de más. Solía hacerlo cuando me ponía nerviosa, y ese día lo estaba.
—¿Lleva a su hijo al colegio todos los días?
—Sí, claro, quiero que mi hijo aprenda. Es muy listo, ¿sabe? Le encanta el colegio. Bueno, es cierto que antes no le gustaba, pero ahora le juro que le encanta.
—¿Y por qué no le gustaba antes?
—Bueno, usted sabe que los niños a estas edades pueden ser muy crueles sin pretenderlo, y Peter simplemente no acababa de encajar.
—¿Por qué no encajaba? —Esa mujer sabía exactamente adonde quería llegar.
—Pues porque nuestra familia no era del todo normal, y eso era algo que no todos los niños eran capaces de entender.
—Sea más específica, por favor—Sí que era insistente.
—Los otros niños no lo aceptaban porque no tenía padre.
—Eso tenía fácil solución ya que, en realidad, sí que tenía padre —saltó él, mientras la rabia lo empezaba a dominar.
—Tú nunca fuiste su padre —le respondí, cayendo en su provocación.
—¡Silencio, por favor! —nos regañó la jueza, dando varios golpes con su mazo para recuperar el orden. —Le doy el testigo al abogado de la parte acusatoria. Puede realizar sus preguntas
—¿Por qué, si Peter realmente tenía un padre, usted le mintió al respecto? —inquirió un esbelto hombre vestido con un traje impolutoimpoluto Que está completamente limpio o no tiene ninguna mancha. y irada inquisitivainquisitiva Que muestra la actitud de inquirir o investigar detalladamente., que parecía haberse dedicado a defender a criminales desde que iba en pañales.
—Yo nunca le mentí sobre ello. —Claro, solo le oculté una parte muy importante de la información.
—Por favor, hagan pasar a la primera testigo a la sala. —Tras unos instantes interminables en los que intenté adivinar inútilmente a quién podían haberme traído para hacerme la vida imposible, entró una señora maquillada en exceso, incluso más de lo normal.
—Señoría, le presento a la profesora de Peter. Dígame, ¿qué contestaba la acusada cuando se le preguntaba acerca del paradero del padre de la criatura.
—Sus respuestas siempre eran evasivas, y lo único que pude sacar a través de Peter fue que el pobre niño creía que su padre luchaba contra marineros.
—Piratas —la corregí al instante.
—¿Perdone? —inquirió el abogado, que desde que llegó estaba sacándome de mis casillas.
—Que luchaba contra piratas, no marineros.
—¿Por qué le contaba eso a su hijo, señorita? —me demandó la jueza con auténtica curiosidad.
—Porque los cuentos lo ayudaban a seguir soñando. Prefería que viviese pensando que su padre era un héroe, pero, tras esto, no sé qué pensará de él, ni de mí.
—¿A qué edad empezó Peter a ir al colegio? —le preguntó el abogado a la profesora. Pude ver cómo ambos compartieron una mirada gatuna de complicidad.
—A los seis años, como cualquier otro niño —me apresuré a decir.
—A los seis años y medio —recalcó la maestra. —Y a duras penas, porque entre los días que llegaba tarde, y aquellos en los que su madre se lo llevaba sin justificación alguna…
—Yo no quería que él faltara a clase. Sin embargo, tengo un horario escolar muy apretado, y a veces tengo que ir a la universidad antes de dejar a Peter.
—Ya que ha sacado usted el tema, llamemos al siguiente testigo.
Unos zapatos de Lacoste rechinaron sobre la moqueta de la sala, e inmediatamente supe de quién se trataba.
—Señor rector, bienvenido —saludó Garfio a su mayor compinche, el señor Smith.
—Buenos días, señor. Dígame, ¿alguna vez ha llevado la señorita a Peter a la universidad? —inquirió el abogado, hilando una vez más la estrategia perfecta.
—Así es.
—¿Cree usted que ese es el sitio más adecuado para el desarrollo de un menor?
—Claro que no. El sitio ideal para un niño es la escuela, y no precisamente la de su madre.
—El sitio ideal para un niño es donde está su madre —le rebatí.
—¿Hace cuánto la señorita es alumna de su universidad? —Me había ignorado por completo.
—Alrededor de seis años, la edad que parece tener su hijo. Se suponía que su carrera duraba cuatro años, pero ha repetido un par de cursos. Esperemos que el niño no haya heredado su inteligencia —soltó una carcajada y los otros dos hombres lo siguieron, con sornasorna Tono irónico y burlón con que se dice una cosa..
—No es fácil graduarse cuando tienes que cuidar de un niño —refuté, hastiada de sus comentarios despectivos que no aportaban nada al caso.
—¿Por qué tardó tanto Peter en comenzar la escuela? —preguntó la jueza, desviando el tema de la conversación a quien de verdad importaba: mi hijo.
—Porque no estaba listo.
—¿No estaba listo él usted? —Sabía que la jueza no quería perjudicarme. Probablemente ella también era madre; lo veía en sus ojos. Sin embargo, esa pregunta me cortó la respiración y el silencio reinó en la sala. No hizo falta que respondiera.
—Puede entrar ahora el testigo de la parte defensora —anunció mi abogado, que había estado sentado en una esquina hasta ese momento, sudando como un pollo. No le culpaba. Seguramente era la primera vez que ejercía, pero con el dinero que tenía ahorrado no podía permitirme nada mejor.
El pediatra de mi hijo entró a paso lento en la sala, vistiendo otro traje impoluto, pero que me imponía menos que el de los demás y, por supuesto, mucho menos que su bata de médico. A pesar de que me hubiera acusado en numerosas ocasiones de maltratar a mi hijo, con el paso de los años nos acabamos entendiendo. Él siempre intentó ayudarme a ser una buena madre, aunque yo nunca pudiera seguir los consejos que me daba.
—Buenos días, doctor. ¿Puede decirnos hace cuántos años trata a Peter?
—Hace ya seis años más o menos.
—¿Cuál fue el motivo de su primera consulta?
—Una contusión. El niño se había caído de la cuna. —No pudo evitar dirigir una mirada cómplice. Él nunca creyó la mentira de la cuna y yo nunca le dije la verdad, pero ambos sabíamos cuál era.
—¿Recuerda el caso más grave que tuvo con el niño?
—Sí, fue una vez que se cayó por las escaleras y tuve que darle un par de puntos en la frente.
—¡Qué curioso! Otra caída —se burló, perspicazperspicaz Que es capaz de percatarse de cosas que pasan inadvertidas para los demás., dirigiéndome una mirada acusatoria.
—Los niños son así. Siempre están corriendo y nunca saben por dónde.
—¿Ha tenido algún otro paciente que haya sufrido tantos accidentes?
—Bueno, ninguno ha estado en su situación… —intentó desviar el verdadero significado de la pregunta hacia un lugar más seguro.
—Conteste a la pregunta, doctor —insistió la jueza con semblantesemblante Expresión que tienen las facciones de una persona y que revelan su estado de ánimo. ensombrecido.
—No, señoría. No había tenido a ningún paciente así —contestó por fin después de tragar en seco y de mirarme, afligido.
—¿Desde cuándo intima usted con la madre del niño? —soltó sin previo aviso el abogado. Todos los presentes nos sorprendimos, yo la primera.
—¿Disculpe? —pregunté, tan asombrada como ofendida. ¿Quién se creía que era?
—En la pantalla se muestra una foto de usted y la madre de Peter en una cafetería de la ciudad. ¿Puede decirme que hacían allí? —¿De dónde diantresdiantres Se utiliza para enfatizar el sentido de una expresión interrogativa e indica extrañeza, incomprensión, contrariedad, etc., por parte del hablante. habían sacado esa foto?
—Estábamos tomando un café —contestó, como si fuera lo más normal del mundo. Su mandíbula se había tensado al instante, al igual que su espalda, la cual mantenía recta como un palo. Sus manos se agarraban con fuerza a los reposabrazos.
—¿Y por qué en la imagen acaricia el hombro de la señorita mientras le entrega un sobre que parece contener billetes?
—Yo solo… —¿Cómo iba a explicarle que me ayudaba a comprarle la comida a Peter cuando me despedían de cada uno de mis trabajos por llegar tarde, ya que tenía que ir a recoger a mi hijo a clase?
—¿Le estaba pagando por algún tipo de favor?
—¡¿Está insinuando que soy…?! —Podía aguantar que me llamaran mala madre, a pesar de que no fuese cierto, pero no iba a permitir que me faltasen al respeto.
—Señorita, cálmese, por favor —me aplacó la jueza, pidiéndome que me volviera a sentar.
—Solo la estaba invitando a comer —se apresuró en contestar el médico.
—No es lo que parece en la imagen —refutó el abogado, que parecía estar pasándoselo en grande.
—Usted no estuvo allí.
—¿Mantiene alguna relación fuera del ámbito profesional con ella? —insistió él, acusante.
—¡Claro que no! —gritamos los dos a la vez.
—¿Tiene sentimientos por ella más allá de la preocupación por su hijo?
—¡Eso es una tontería! —Su respiración estaba agitada y se había levantado de la silla, sonrojado.
—Recuerde que ha jurado decir la verdad y solamente la verdad —mencionó el abogado con una mirada acusadora.
—¿Tiene sentimientos por ella? —repitió la jueza, mirándolo tan fijamente como yo. «Por favor, que diga que no…» me repetía a mí misma mentalmente, como si fuese una especie de mantramantra Repetición constante y monótona de una idea o una serie de ideas., mientras cerraba los ojos y esperaba el golpe.
—Estoy enamorado de ella. —¡Bum! Yo sabía que no me sacaba tantos años, que no estaba casado, pero me conoció siendo una niña, por lo que pensaba que lo seguía siendo para él. Sin embargo, ya no era la niña que llegó a su consulta aterrorizada porque su hijo tenía un chichón enorme, ya que se le había caído de las manos. Y él no ya no era el médico que me había juzgado por tener un bebé en brazos cuando yo era a la que tenían que cuidar. Con el paso del tiempo habíamos establecido una amistad ocasional que, en muchas ocasiones, me había ayudado a volver a la superficie cuando sentía que mi alrededor me ahogaba. Pero era tan solo eso, una amistad. O al menos eso había creído hasta entonces.