Cap. 10

Peter solo tenía doce años, pero se había visto obligado a convertirse en adulto. Su padre lo había obligado, justo como hizo conmigo. Después de que lo alejaran de mi lado, no tuve la fuerza suficiente para seguir luchando por él. Sabía que sería en vano porque Garfio siempre había sido más poderoso. Pero se suponía que yo era su madre y debería haber luchado por él, aunque se me fuera la vida en el intento. Mi propio miedo, una vez más, me había paralizado, y esta vez Garfio le había robado la infancia a mi hijo. Y aunque Peter había vuelto, ya no era Peter Pan y él lo sabía. ¿Cómo iba a impedirle yo que intentara recuperar al niño que siempre había llevado dentro? El rey de los piratas lo hizo saltar por la borda y separó al niño que nunca quería crecer de su esencia, dejando una simple sombra que vagaba como un adulto perdido en busca de su dueño.

—Cariño, espérame aquí. Deja que llame a alguien —le supliqué, mientras mis propias lágrimas me impedían limpiarle las suyas.

Me fui a la otra habitación, buscando mi móvil inquieta, para llamar a alguien. Cuando lo encontré tirado por el suelo, marqué el primer número que encontré. Se suponía que él era médico y, aunque Peter ya no era un niño, sabría qué hacer. Tenía que saberlo.

—Mi amor, por favor, ven a casa, Peter no está bien —le rogué entre lágrimas al que llevaba siendo mi esposo desde hace tres años.

Y entonces escuché un ruido y mi mente estaba petrificadapetrificada Dejar inmóvil de asombro o de miedo. para darse cuenta de lo que estaba sucediendo y mis piernas fueron demasiado lentas para llegar hasta él. Cuando llegué al balcón, hecha un mar de lágrimas, vi cómo Peter saltaba desde nuestro quinto piso para volar. Él tenía fe y confianza de que conseguiría volar para volver a Nunca Jamás, pero no tuve tiempo de decirle que ya no me quedaba el suficiente polvo de hadas para ayudarlo a conseguirlo. Peter seguía creyendo en las hadas, pero hacía mucho que yo había dejado de hacerlo. Eso hizo que cayera en picado hasta estamparse contra el suelo. Mis amigas siempre me dijeron que un quinto piso era demasiado alto para un niño, que podría caerse, pero Peter ya no era un niño. Nunca pensé que lo haría. Ahora sé cuán equivocada estaba, una vez más. A día de hoy sigo soñando con Nunca Jamás y con el niño que se reencontró con su sombra para nunca crecer. Sé que Peter está allí, cuidando de los niños perdidos por mí, aunque él finalmente se convirtiera en uno. No sé si recordará a su madre, pero estoy segura de que cada vez que vuela, se acuerda del hada que lo enseñó a volar.

Érase una vez un niño que nunca quería crecer, así que voló hacia la segunda estrella a la derecha y siguió todo recto hasta el amanecer, para llegar al país donde los sueños se cumplen y los niños siempre son niños. Lo que no sabía este niño es que un hada lo seguía de cerca porque siempre que él creyera en ella, ella estaría a su lado. El niño se llamaba Peter y el hada Campanilla, y este fue el día en que llegaron juntos al País de Nunca Jamás.

—Mamá, ya te he dicho que no le cuentes esos cuentos a los niños. Los vas a asustar —me regañó Peter, al ver la cara de desconcierto de los pequeños cuando cerré el libro que yo misma había escrito durante su infancia.

—A ellos les gusta, ¿verdad? —le pregunté a mis nietos y todos asintieron al unísono, demasiado emocionados por las aventuras del cuento y demasiado inocentes para entender su verdadero significado.

—Eso es porque aún son niños y no lo entienden —Él, que había vivido parte de esa historia, sí que conocía su verdadera moralejamoraleja Enseñanza que se deduce de algo, especialmente de un cuento o de una fábula..

—Solo les enseño a apreciar más a su madre, ya me lo agradecerás.

—No tienes remedio. —Negó con la cabeza, pero con una sonrisa en el rostro. —Feliz día de la madre, mamá. —Me abrazó y me dio un beso en la mejilla, y los tres niños pequeños corrieron a imitarlo.

—Abuela, ¿entonces Peter Pan no creció? —me preguntó Jane, la mayor, que era muy perspicazperspicaz Que es capaz de percatarse de cosas que pasan inadvertidas para los demás. y veía la similitud entre el protagonista de mi cuento y su propio padre.

—Oh, sí que creció, cariño, aunque siempre seguirá siendo mi niño —le confesé, pellizcándole un moflete a su padre y sacándole una mueca. —Solo que no fue por culpa de Garfio, ya que las hadas son más pequeñas, pero más fuertes que los piratas.

—Entonces, ¿por qué creció? —preguntó confusa, pero llena de curiosidad.

­—Porque conoció a Wendy, pero ese es otro cuento —dije con una sonrisa, viendo cómo su madre entraba en la habitación.



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