El día antes de la tragedia, Peter y yo estábamos tirados sobre el césped del parque, solos por primera vez desde que Garfio había vuelto a nuestras vidas, intentando adivinar las criaturas que se escondían en las nubes.
—¡Mira, mamá, una sirena! —gritó emocionado señalando una nube que más bien parecía una croqueta. —¿En Nunca Jamás también hay sirenas, mamá?
—Claro que las hay, y también hay indios.
—¡Hala, qué guay, mamá! —Sus ojos brillaban tanto como las estrellas a las que les pedía un deseo cada noche.
—Si vivieras en Nunca Jamás, ¿qué te gustaría ser?
Se quedó dubitativodubitativo Que tiene o muestra duda. durante unos segundos hasta que llegó a la conclusión de que no podía decidirse.
—No lo sé, supongo que me gustaría ser Peter Pan. — Por alguna extraña razón que nunca entenderé, esa era la respuesta que esperaba escuchar desde lo más profundo de mi corazón.
—¿Y por qué seguirías siendo Peter Pan? —pregunté extrañada. Los niños solían soñar con ser piratas, indios o incluso niños perdidos, cualquier cosa que les permitiera escapar de la dura y cruel realidad en la que vivíamos.
—Porque si fuera cualquier otro niño no podría seguir siendo tu hijo. —Me había dejado callada, al igual que hacía siempre su padre, pero por una razón opuesta. Por un momento sentí que era una nube, que volaba ligera, sin preocupaciones, sin nada que me aferrase a la Tierra. A veces me sorprendía cómo el ancla que me mantenía viva podía hacerme volar.
—Yo seguiría siendo tu madre fuese quién fueses, Peter.
—¿Me lo prometes?
—Promesa del dedo meñique —le aseguré levantando mi dedo meñique.
—Promesa del dedo meñique. —Él me imitó y entrelazamos nuestros dedos.
Cerré los ojos, disfrutando del canto de los pájaros de fondo, del ruido de los timbres de las bicicletas que pasaban a nuestro lado, de la brisa que me acariciaba la cara y del calor de la mano de Peter, que todavía se aferraba a la mía.
—Yo no quiero crecer, mamá. El otro día aprendí que crecer significa olvidar, y yo no quiero olvidarme de ti nunca.
Yo tampoco quería que creciera, pero el tiempo cada vez pasaba más y más rápido. Ojalá hubiera podido realizar un conjuro para congelarnos en ese instante y preservarnos ahí para siempre, juntos y felices. Pero la realidad era que a mí ya no me quedaba polvo de hadas y el barco de los piratas cada vez estaba más cerca de la orilla. Pronto Peter descubriría que en realidad su padre era el rey de los piratas y yo no podría hacer nada para evitar que se viera tentado a ir en busca de tesoros junto a él. Cuando estamos muy cerca de algo o alguien, nos cuesta percatarnos de que el verdadero tesoro siempre ha estado delante de nosotros. Por eso, a veces solo necesitamos cerrar los ojos, como estaba haciendo yo justo en ese momento, para entender qué es lo que realmente anhelamos. Yo había encontrado mi tesoro hacía ya casi siete años, pero las hadas somos demasiado pequeñas para luchar contra el filo de una espada.
—¿Cómo te atreves a demandarme? —le inquirí, llena de rabia, al hombre parado frente a mí.
—No te he demandado, solo te he pedido la custodia de nuestro hijo.
—Es mi hijo y por tanto lo cuido yo y vive conmigo. ¿No te bastaba con pasar tiempo con él?
—Ver a mi hijo un par de días a la semana y con constante supervisión no es pasar tiempo con él. Ni siquiera me dejas llevarlo al parque y eso que está a cinco minutos de aquí.
—¿Por qué será? —exclamé con ironía.
—¿Qué piensas que voy a hacer con él? ¿Secuestrarlo? —No le contesté porque eso era justo lo que pensaba. Él sabía perfectamente por qué no podía estar a solas con Peter. Ya se lo había llevado del colegio en un par de ocasiones sin avisarme siquiera, ¿y pretendía que creyera que no iba a hacer lo mismo si iban juntos a los columpios
—Es mi hijo, no voy a hacerle daño. —En otra época de mi vida, en aquella en la que era más joven e ingenua, le hubiera creído. Sin embargo, fue él mismo quien me enseñó que nunca cumplimos lo que prometemos.
—Tampoco sería la primera vez… —susurré, siendo consciente de que aun así me oiría.
—Peter también es mi hijo. Si tu no me dejas ser su padre, será el juez quien decida qué es lo mejor para él.
—No podemos hacerle esto, es solo un niño. —Tenía la respiración agitada y sentía cómo mi cuerpo temblaba, como si fuese una gelatina.
—No puedes protegerlo de todo siempre. Ya es hora de que se convierta en un hombre.
Tenía razón. No podía proteger a Peter de todo ni de todos, pero al menos podía protegerlo de él, y haría cualquier cosa para conseguirlo. Desesperada y cerrando los ojos para disipar la imagen que acababa de volver a instalarse en mi mente, siempre acechándome, desabroché los botones de mi camisa lentamente. La dejé resbalar por mis hombros, sintiendo cómo el frío de la tela me ponía la piel de gallina. Estaba sudando frío y sentía como mis pezones se endurecían bajo el sujetador, no por excitación, sino por miedo. Tragué la bilisbilis Sentimiento de cólera, irritabilidad o antipatía. que me subía por la garganta debido al asco que sentía hacia mí misma en aquel momento y bajé la cremallera de mi falda muy lentamente. Mis músculos se negaban a creer lo que estaba haciendo otra vez. Cuando solamente dos piezas cubrieron mi vergüenza, abracé mi piel desnuda intentando que el calor de mi propio cuerpo calmara mi alma congelada. Sin embargo, nada funcionaba. Mi mente, jugándome una mala pasada, me hizo verme a mí misma a los dieciocho años, con el cuerpo y el alma expuestos. Y esa niña que había dejado atrás me miró también y no se reconoció, pues hacía mucho que había empezado a cubrir con capas y más capas de puro acero lo que yacía debajo de su esternón. Solo Peter, que era tan minúsculo como para colarse entre mis costillas y hacerme cosquillas desde dentro, era capaz de coger mi corazón, abrazarlo y hacer que volviera a latir. Debía protegerlo a toda costa, porque mi vida dependía de él más de lo que la suya dependía de mí. Así que me tragué los sentimientos negativos —el miedo, la vergüenza, la rabia, la impotencia, el arrepentimiento, la decepción, la angustia y otros con los que había estado soñando desde que él irrumpió en mi vida— y los digerí, porque él ya no era una pesadilla, sino que estaba justo delante de mí, mirándome con una mezcla entre asco y pena en el rostro. Descubriéndome el pecho, me quité las dos últimas piezas de tela que me protegían de los cañones de su mirada, y dejé que me atravesaran como lo hizo desde la primera vez que me vislumbró en su clase. Si debía ser un cadáver en vida cada vez que él estuviera presente, lo sería; y si tenía que volver a morir con tal de salvar a mi hijo de su padre, lo volvería a hacer todas las veces que hicieran falta.
—Tápate, me das asco —me ordenó haciendo una mueca al ver mis pechos caídos tras la lactancialactancia Período de la vida de las crías de los mamíferos durante el cual se alimentan básicamente de leche, especialmente de la que maman de su madre. la mirada lentamente, analizando cómo los huesos de la cadera se me clavaban en la piel debido a los kilos que echaba en falta. Cerró la puerta sin dedicarme un segundo más de su atención. Mi cuerpo no le interesaba desde hacía mucho, pero una vez más quería robarme el alma, y Garfio sabía perfectamente que mi alma le pertenecía a Peter.
—Señorita, ¿puede subir al estradoestrado Tarima sobre la que se pone la presidencia en un acto solemne. para hacerle un par de preguntas?