XVII AGATHA SURF SCHOOL

XVII

AGATHA SURF SCHOOL

El viento sur había traído la rugosidad precisa para que la zona de la Cícer volviera a estar glassyGlassy Glassy: Cuando la superficie del agua está completamente lisa, brillante, sin que la mueva el viento.. Excelentes olas para surfear, pero demasiada gente sobre la corriente; locales mezclados con guiris de diferentes partes de Europa para atrapar la misma masa marina, el mismo verso de agua.

En esta ocasión, Lolo fue más veloz que un barbudo nórdico y se adelantó a la ola en la que rápidamente invertía enérgicos movimientos de destreza y danza, pero le sirvió de poco porque un principiante con su corcho asaltó el espacio donde maniobraba. Remó de nuevo hacia adentro, ya en el pico se sentó a horcajadas en su Pukas, miró con una sonrisa burlona a Carla y le asestó un beso en los labios con gotas de agua salada que brillaban como el rocío en un pétalo. Ambos permanecieron unos minutos mirando el horizonte: esa delgada línea de azules y turquesas que degrada el espacio en dos universos paralelos.

Conseguir el local de la calle Numancia les costó unos meses de interrogatorios y asaltos a los conocidos del barrio. El alquiler de un almacén en una vieja casa terrera, de las pocas que se sostenían por la zona, era más caro de lo que esperaban, pero con la ayuda de una partida del distrito y del ayuntamiento para jóvenes emprendedores, la reforma hecha por ellos mismos: pintura, muebles de ocasión, y alguna visita a la obra social, pudieron ahorrar una buena cantidad de pasta que se gastaron en el material imprescindible: tablas, neoprenos y licencias.

Sentados en la terraza del Dorado daban buena cuenta a un plato de queso, papas arrugadas con mojo y unas cañas. Una forma humilde de celebrar la próxima inauguración de Agatha Surf School. Nombre decidido por Carla, al que nadie se opuso.

La mañana siguiente franquearían por vez primera su escuela. Ya tenían un grupo de iniciación y una ruta por la zona de olas capitalinas para aprender el arte de moverse entre las olas. La danza clásica de la Cícer.

Habían expuesto en sus reuniones previas, en lo que ellos llamaban la sala de juntas y que no era nada más que un tablón de madera apoyado sobre unas desgastadas burras, su intención de no ser solo una simple tienda de alquiler y cursos, sino de regirse por el espíritu de The Gran Canary Surfer Lodge y enseñar, con tiempo, a sus alumnos a respirar surf.

Esa misma tarde, cuando las nubes se filtraban al final del cielo con un color anaranjado y la masa de sol palpitaba en su huida diaria por detrás del volcán del Teide, Carla puso encima de la mesa un viejo y amarillento libro: Origen e Historia The Gran Canary Surf Lodge.

Los cuatro amigos, sentados alrededor de la mesa miraron extrañados.

—Debemos añadir una nueva página en este libro.

—¡Joder, hermana! ¿Tienes el libro?

—Sí, lo recogí el mismo día que fuimos a descubrir la playa secreta. Quería que estuviera cerca de nosotros. En aquel momento pensé que nos daría suerte…

—Por una parte nos la dio… —dijo Mingo.

—Pero por otra está claro que no, loca. —Colacho garabateaba algo en un papel.

—Eso ahora no importa, pero hay algo dentro de mí que me dice que debemos continuar con la logia. Solo nosotros conocemos este secreto. Creo que…

—…debemos continuar con él. Yo lo tengo súper claro —prosiguió Irene hasta darle conclusión a los pensamientos de Carla.

El asentimiento general dejaba claro que la decisión estaba tomada. Los cinco ya eran miembros de la logia. Posiblemente, lo habían sido desde que se embarcaron en esta aventura, pero era ahora el momento en el que verbalizaban sus pensamientos.

—Solo nos queda, entonces, decidir una cosa —dijo Carla.

—¿El qué?

—Quién de nosotros se hará cargo de la presidencia de la logia…