X
LOS INSTANTES PERTENECEN A LA ETERNIDAD
—¿Máximo Sosa? Por favor.
—Lo han pasado a planta. ¿Es usted un familiar?
—¡Eh, sí! Soy familia. —Era mejor no decir mucho más. «En la indefinición radica el éxito», pensó.
—Pues mira, mi niña, se encuentra en la tercera planta de la zona principal. En la parte de abajo del hospital, donde las banderas…
—Ajá…
—…hospitalización B, habitación 311. —La sonrisa mecánica de la celadora tras su pelo revuelto dejó entrever que ya había terminado su relación administrativa con Carla.
—¡Vámonos! —dijo. Giró sobre sus pies y salió de urgencias acompañada de Lolo, que la seguía con paso acelerado. Pensó que había sido muy fácil conseguir la información que buscaba sin dar más explicaciones.
—¡Hija! Frena un poco.
—Estoy nerviosa, Lolo.
—Tranquila, Masito de ahí no se mueve —bromeó metiendo las manos en los bolsillos de sus vaqueros.
—Vamos, es por aquí, bajando la cuesta.
Al llegar donde las banderas, subieron en silencio en el ascensor. Tercera planta. Al alcanzar la habitación 311 se detuvieron. La puerta estaba cerrada y no se atrevían a entrar. Algo en su interior les impedía el paso, como una barrera imaginaria de temor que los bloqueaba.
Era sábado por la mañana y no se veía mucho movimiento por los pasillos del hospital. Enfermeras que reían en superfluas conversaciones y familiares que tomaban café de máquina o miraban despistados las enormes cristaleras por las que se veía la ciudad baja y la playa de Las Canteras al fondo.
Los instantes pertenecen a la eternidad.
Finalmente, dio dos golpes en la puerta y sin esperar respuesta abrió. La estancia quedaba mal iluminada por la penumbra que emitía la persiana metálica. Aun así, la primera sensación no era desagradable. La primera cama estaba desocupada, tras la cortinilla que divide la habitación en dos, se intuía una respiración humana.
Masito dormitaba con los ojos cerrados y envuelto en sábanas blancas hasta la cintura con el membrete del Hospital Negrín xerografiado. Llevaba puesta la bata que siempre te deja el culo al aire. Una vía ocupaba su brazo en la flexura del codo, de la que emergían unos tubos que colgaban de un perchero al lado de la cama articulada. Su rostro llevaba un vendaje que le rodeaba la cabeza y el ojo izquierdo. Había que fijarse bien para descubrir que realmente era Masito quien permanecía tumbado.
Permanecieron unos segundos en silencio a los pies de la cama sin atreverse a formular una palabra. Los dos chicos se miraron y en sus pensamientos se dibujó un sesgo de incertidumbre, como si fuera un error estar ahí en ese momento. La espera acumuló palabras desordenadas en la boca de Carla y de la que solo pudo salir un:
—Hola…¿Masito?… —Casi susurró, pero no hubo ninguna respuesta.
—Carla, creo que es mejor que nos vayamos. Debe estar sedado y no se despertará —comentó Lolo tomando la mano de Carla y mirándola directamente a los ojos siberianos.
Cuando se disponían a salir de la habitación oyeron la voz de Masito:
—¡Buenos días, chicos! Sabía que volvería a verlos. No me iban a dejar aquí tirado. —La voz de Masito sonaba cansada pero severa. Su rostro, o lo que quedaba de él, resultaba adusto. Mostró, como en la charla de la otra noche, una sonrisa seria que no daba pie a muchas interpretaciones. No se podía saber si sonreía o estaba enojado.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó Carla.
—Pues bien jodido, niña. Pero, pese a todo, tengo una sensación de felicidad en el cuerpo. Algo extraño, ¿cierto? Debe ser por los chutes que me están metiendo en el cuerpo estos matasanos.
—Solo quería saber cómo estabas. Lo del otro día fue una mierda y como sabrás, principalmente por tu culpa. Si no hubieses llegado agrediendo y dando golpes de esa forma, nada de esto habría ocurrido. Nosotros hubiéramos disfrutado de unos días de surf estupendos y tú estarías con tus movidas de loco de la logia tan tranquilo.
—Escucha…Ahora que lo pienso… Ni siquiera sé cómo te llamas —dijo Masito.
—Carla, me llamo Carla.
—¿Y tu novio?
—Me llamo Lolo, y no somos novios.
—Ah, ¿no? Pues lo parece. Hacen buena pareja. Escúchenme, según parece tendré que estar aquí unos cuantos días, o eso me han dicho estos. Me siento como una mierda, pero por lo menos no he tenido un ictus, que fue lo que pensaron los médicos en primer lugar.
—Menos mal. ¿Y qué es? Bueno, aparte de los golpes.
—Conmoción cerebral. Es grave, pero menos. Y sí, todo gracias a los golpes… Soy un viejo pero duro dinosaurio, aunque no tan duro como pensaba y no tan joven como creía.
—Lo nuestro fue en defensa propia —explicó Lolo.
—Sí, tienes razón. Por eso no he dicho nada. A la policía, me refiero. Ayer los médicos me preguntaron cosas.
—¿Qué cosas? —preguntó Lolo.
—Cosas sobre mi llegada aquí. Supongo que querían que corroborara la versión de caerme por una ladera en la playa de Vagabundo, ¿no? Fue eso lo que me pasó… Incluso me dijeron si quería hablar con la policía.
—¿Y eso?
—Al parecer, la otra noche ustedes se marcharon de aquí rápidamente y eso los mosqueó bastante…
—Hicimos lo suficiente trayéndote hasta el hospital y no dejándote tirado en la playa.
—Sí, tienes razón, Lolo. Y se lo quiero agradecer con sinceridad. Tal vez hubiese muerto, pero tranquilos, no he dicho nada. Después de todo lo ocurrido: el descubrimiento del cráneo, conocer los códigos que aún retengo en la memoria…Y eso pese a la conmoción. Creo que debemos, digamos, trabajar en equipo. Los necesito para descubrir la playa secreta.
—¿Cómo?
—Que ahora soy yo quien los necesita a ustedes… Llevo casi veinte años buscando el lugar y da la casualidad que ustedes están en medio de mi camino en el momento preciso, tal vez no sea casualidad. Las casualidades no existen.
—¿Y por qué íbamos nosotros a ayudarte ahora? —preguntó Carla.
—Ustedes son surferos. Veo en ustedes una posibilidad. Es, quizás, una intuición… pero… tal vez ustedes respiren surf. No sé si me explico.
—Sí, creo que sí…Sé lo que es respirar surf —dijo Carla.
—Ha llegado el momento, definitivamente, de encontrar el lugar. Ya estamos muy cerca, pero yo solo no podré. Sé que con sus ganas y con su juventud, podremos llegar allí y sentir lo que sintieron todos los que pertenecieron a la logia. La Gran Canary Surf Lodge no se merece desaparecer. Ha llegado el momento. Además, Carla, si tú eres mi hija.
—Guiñó el ojo derecho, que era el que le quedaba libre—. O eso al menos me dijeron los médicos: que mi hija me había traído hasta el hospital…pues si tú eres mi hija, ¿qué mejor herencia que descubrir el lugar secreto?
—¿Y cómo podremos saber eso? Conocemos los códigos desde hace más de una semana y aún no sabemos lo que significa.
—Pero yo sí sé cómo podemos averiguarlo. Si descubriesen algo así, ¿de verdad que no les gustaría encontrarlo? Un lugar en la isla mágico y secreto, de olas perfectas y completamente desierto. Es el mejor regalo que un surfero podría soñar.
En ese momento, entró en la habitación la enfermera para comprobar el líquido de los medicamentos que pendían del perchero. Hizo un cambio de los potingues, ajustó válvulas y comprobó el pinchazo en el brazo del paciente. Luego, saludó sonriente y se marchó sutil como un ángel vaporoso.
—Y… si decidimos ayudarte, ¿qué se supone que tenemos qué hacer? Ni siquiera tú sabes cuánto tiempo vas a estar aquí.
—Espero que no mucho, pero tienes razón. —El ojo vivo de Masito tomó una luz especial. Su pupila se contrajo como si un rayo de luz hubiese impactado directamente en ella—. La conmoción cerebral suele tener efectos temporales: dolor de cabeza, falta de concentración…Lo normal para mí, creo que he sido siempre así. —Rio para sus adentros.
—¿Qué crees tú, Lolo? —preguntó Carla.
—Lo que tú decidas será lo correcto —contestó galante.
—Encontremos ese puñetero sitio, entonces –—afirmó tajante.
—¡Genial, así me gusta! —dijo Masito chasqueando los dedos en señal de aprobación.
—Pero antes de empezar —dijo Carla—, me gustaría saber más cosas sobre la Gran Canary Surf Lodge. Comentaste que Peter Troy, el guirififlay ese, era el último presidente de la logia antes de ti. ¿Quiénes fueron los anteriores presidentes?
—Está bien —contestó Masito—. Existen documentos en el club de la calle Guanarteme que te pueden ayudar a saber. Lolo, coge de ese armario unas llaves. Deben estar por ahí. Son del Club de Surf de Canarias. Allí encontrarás toda la información que andan buscando. —Lolo rebuscó entre las cosas de Masito hasta hallar el llavero—. ¿Somos un equipo?
—El tiempo lo dirá —dijo Carla.
—Espero noticias —concluyó Masito.
Carla y Lolo salieron de la habitación conmovidos. Ni por asomo pensaron que la conversación tomaría ese rumbo. El temor de Carla por la vida de Masito se transformó en pinceladas de ilusión e excitación a partes iguales. Una vez en el pasillo, miró a los ojos de Lolo con astucia y dijo:
—¿No somos novios?