Villa de Teguise. (Pgs. 31 – 43)

Villa de Teguise
Cuando entramos en la Villa, disminuimos la urgencia que traíamos, pues había llovido un poco y el empedrado podía hacer resbalar a los animales. Llegamos a la casa donde vivía el Alcalde Mayor y un asistente se hizo cargo de las cuatro cabalgaduras. Mi criado y el hombre que nos había guiado se fueron con él por un portón que llevaba a un patio, y el jinete de Arrecife y yo nos quedamos en la puerta principal de la casa. Una señora gruesa con mirada risueña nos hizo pasar a una galería e inmediatamente apareció el Alcalde Mayor, quien recogió nuestras cartas como si fueran credencialesCredenciales Credenciales: Cartas de presentación.. Me dio la impresión de que conocía al jinete, pues nada más abrir la carta, leyó rápidamente y le dio las gracias al tiempo que lo despedía. «La leeré mejor cuando termine de atenderle a usted», me dijo con generosa complicidad.
–Ha sido excelente la idea del gobernador de Fuerteventura de encargarle la ejecución de la pintura de la catástrofe. Así, tal vez, la Real Audiencia y el Capitán General puedan valorar con más exactitud la dimensión de este castigo divino –me dijo con tono amistoso.
Cuando se enteró de que en todo el día no había probado comida, hizo que prepararan de nuevo la mesa. Después de comer, y conociendo que yo no era amigo de siestas, pidió vino y nos sentamos en una galería que daba a un patio bien hermoseado de plantas. El día estaba fresco y la tierra desprendía ese olor que te hace ensoñar, olor a verde, a lluvia. Teguise reposaba tranquila bajo un velo de nubes, pese a que allá en las fértiles tierras de Chimanfaya, el infierno escenificaba su gran ópera sin escatimar esfuerzos ni recursos.
–El Capitán General está más preocupado de que no le dejemos la isla a los moros que de nuestra propia seguridad –dijo el Alcalde Mayor en un momento de silencio.
–No logro entenderle, señor –le respondí.
–Mientras usted almorzaba he leído la carta del Capitán General y las órdenes de que se deje bien cubierta la defensa de la isla… Me place leerle ese trozo de la carta por la importancia que esta isla tiene para los intereses de la Corona:
Y si la desgracia de los volcanes continuare por nuestros pecados al ultimo exterminio de la isla, vuelvo a repetir a Vuestra Señoría mi encargo, que por ningún caso abandone las fortificaciones y ese puerto, proveyéndolas y guarneciéndolas con gente y todo género de víveres para una valida defensa, y libre ese puerto de los intentos de los moros, que, como tan inmediato a sus dominios con la noticia de los volcanes, no soliciten apoderarse de ella, o algunos levantiscos para incomodar el comercio, y las demás Islas.
–Sí; no cabe duda de que la isla juega un papel principal en la seguridad del resto– acerté a decir.
–Nos ha tocado a nosotros, pero es cierto que cualquiera de las islas en manos de extranjeros pone en peligro al resto; piense tan solo en la seguridad de los navíos de la armada en sus viajes de ida o regreso a América y España. Esta nuestra isla y la de Fuerteventura son, de todas las Canarias, las más vulnerables por tener tan cerca a los moros.

Estábamos en esta conversación cuando se oyeron pasos firmes y decididos.

–Aquí tenemos a don Pedro Brito, nuestro Gobernador de las Armas –dijo antes de que el mentado apareciera.

Nos levantamos y comenzamos toda esa ceremonia de los saludos. Mi anfitrión, don Melchor Arvelo había mandado la noticia de mi llegada al gobernador de la isla. Para él traía saludos muy afectivos del gobernador de Fuerteventura y la petición de que también él pusiera todo el celoCelo Celo: Cuidado. en que yo realizara sin problemas mi encargo.

Volvimos a sentarnos y seguimos con la conversación anterior. Por sus palabras pude entender que las autoridades habían ordenado que se tuviera comprensión con los levantamientos de humor entre los habitantes; que fueran indulgentesIndulgentes Indulgentes: Que perdonaran. y que no se les diera prisión a quienes extraviados por las pérdidas alteraran el orden, y mucho menos que se encarcelara por deudas. No estaban los ánimos ni los tiempos para exigencias.

Tras unas dos horas de conversasConversas Conversas: Conversaciones. y despachosDespachos Despachos: Reunión de una autoridad guber- nativa con sus colaboradores o subalternos para resolver conjuntamente asuntos con otros vecinos y mandatados que se acercaron a la casa, yo ya estaba informado de todo cuanto sucedía en la isla.

Para facilitar mi labor, mandaron a buscar a alguien que conocía muy bien la orografía insular y la zona de la catástrofe, una persona que tenía una gran habilidad y entusiasmo para traducirme la situación de los caseríos y sus nombres.

Al llegar la noche ya tenía un esquema bien claro del contorno de la isla, y había colocado todos los nombres de los pueblos y los topónimos de la costa. Marcando con letras y números, pude recomponer todo el territorio y señalar qué sitios estaban fuera del área afectada, todo pendiente de realizar el viaje de acercamiento a los volcanes. Como era consciente de que el Gobernador de Armas de Fuerteventura haría llegar la pintura a varios destinatarios, pensé en realizar varias copias, y esperé con cierta desazónDesazón Desazón: Inquietud. al día siguiente para viajar hacia la zona en erupción, tras cuya visión tendría datos para terminar mi trabajo.

Antes de que el alba anunciara el nuevo día, había en la casa un trajín que bien parecía una fiesta. Los criados andaban de un lado a otro, presurosos, haciendo recularRecular Recular: Retroceder. la oscuridad con sus palmatoriasPalmatorias Palmatorias: Especie de platillos para colocar las velas encendidas.. El aire de la casa olía a torcidoTorcido Torcido: Mecha de algodón o trapo «torcido» que se pone en los candiles para alumbrar. apagado, pues la luz del día fue colonizando y golpeando las blancas paredes.

En el patio, un grupo de hombres esperaba: era la comitiva que tendría por acompañamiento. Había tres camellos tuchidos y cargados, supongo que con los víveres para el viaje, y tres mulas, las mismas con las que habíamos llegado a Teguise; por tanto, entre el grupo de gente estaban mi criado prestado, Damián Leal, el hombre que me había ayudado el día anterior a dibujar el mapa de la isla y el jinete de la Tiñosa, al que también el Gobernador de Armas había reclutado.

Varias mujeres cruzaban rápido el patio, embrujadas en ropa como era costumbre en las islas, especialmente en las orientales. Había visto en Fuerteventura y ahora en Lanzarote que no había gran diferencia con el norte de África en el ocultamiento de las mujeres. En ocasiones solo se veía en nuestras campesinas un minúsculo triángulo que apenas les dejaba libres los ojos y la nariz.

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