Alrededor de las doce entró un miliciano por el portón de la casa gritando:
–¡Orden del Gobernador de las Armas! ¡Orden del gobernador! ¡Orden de su señoría don Pedro Sánchez Umpiérrez!
A mis señores anfitriones y a mí, que nos encontrábamos en la sala comentando la catástrofe, nos asustaron sobremanera los gritos del miliciano, pues supusimos que también en Fuerteventura había entrado en erupción algún volcán. Salimos al patio y allí estaba el mensajero del gobernador: su cara estaba roja y todo su cuerpo temblaba, no por miedo, sino por la agitación de haber tenido que galopar sin tregua: venía roto de la monturaRoto de la montura Roto de la montura: Agotado de cabalgar.. Mi señor se acercó a él y cogió de su mano temblorosa la misivaMisiva Misiva: Papel o carta que se envía a alguien. blanca que portaba, al tiempo que daba órdenes a unos criados para que atendieran al miliciano y le dieran con qué refrescarse.
Mi anfitrión desplegó la misiva y acto seguido miró hacia mí; pensé al principio que se trataba de un gesto natural, que me iba a comentar las noticias contenidas en aquel trozo de papel, pero me dijo:
–Estas letras le competen a usted, querido amigo.
Me acerqué sin entender nada, y presuroso agarré el papel que me tendía. La carta iba dirigida a mi amigo y protector, pero la petición del gobernador se refería a mí. Requería mis cualidades de pintor. El gobernador pedía que me trasladara a Lanzarote con el fin de que le hiciera una pintura de la catástrofe volcánica para hacerse una idea exacta de qué estaba ocurriendo en la isla hermana. Cierto es que el reavivamiento de los volcanes el pasado octubre tenía en vilo a todo el archipiélago.
Al día siguiente del recibo de la carta y habiendo preparado los útiles necesarios con un criado que mi protector me asignó para que cuidara de mí y me ayudara en lo menesterMenester Menester: Necesario., nos acercamos a la costa de Majanicho donde nos esperaban seis hombres y una embarcación bien arranchadaArranchada Arranchada: Preparada para salir a navegar. que calculo que tendría unos ocho metros de eslora. Recuerdo que la mencionaban sin nombre propio, sino como «la lancha de Estévez el Negro».
Dejamos los dos mulos con los que habíamos hecho el viaje a tres hombres más que se quedaban en tierra y que acamparían allí hasta nuestro regreso. Nos hicimos a la vela y arrumbamosArrumbamos Arrumbamos: Fijamos rumbo. hacia Lanzarote. El aire estaba frío, había que abrigarse bien, al menos hasta que el sol calentara un poco más.
Durante la travesía vi como nunca había visto un gran número de peces voladores; algunos se perdían en los senos de las olas tras haber volado un gran trecho, tanto como un ave.
El mar estaba tranquilo, suave, con olas redondas de poco cresterío espumoso y el viento sin ser fuerte era regular, bueno para la vela; llevaba la embarcación una singladuraSingladura Singladura: Dirección. En este caso se refiere a rumbo. bien aprovechada. A los lados de la tapa de regala había un buen número de remos atados. Pregunté por ellos y me contestaron que el Gobernador de las Armas había dado la orden de que «de meterse una calmazón, hiciéramos la travesía a remo y de la manera más rápida, que la misión era importante y que muchas vidas dependían de la urgencia». Por eso habían elegido a los marineros más diestros y fuertes.