Cap.12

—No te lo vas a creer, Paqui.
—¿Qué? —preguntó mientras dejaba la garrafa junto a las demás en un rincón del recibidorRecibidor Recibidor: Espacio o vestíbulo de entrada en una casa.. Yo no pude evitar quedar sorprendido ante la fuerza que tenía para su edad.
—El muchacho —dijo señalándome— fue alumno mío y ahora vive en casa de Paco.
—¿En casa de Paco?
—Paco, nuestro Paquito.
Pude sentir una parte de mi corazón rompiéndose al oír el tono que usaban para referirse a su hermano a pesar del tiempo que había transcurrido. Tras una breve presentación, la mujer se sentó con nosotros a la mesa, quedando ocupado así los cuatro lugares. Resultó ser Paqui, hermana de Francisco y José y la hija más pequeña de la familia. Aunque al principio se mostró un poco recelosaRecelosa Recelosa: Que muestra desconfianza o cautela. conmigo, en cuanto José le explicó el motivo de mi visita sus ademanes cambiaron de forma radical. Pronto descubrí que los dos hermanos eran como la noche y el día: José era más sosegado, reservado y cuidadoso en su habla, mientras que ella no se cortaba en absoluto y decía las cosas sin tapujos y sin adornos. Cuando me expresó su punto de vista sobre lo que José me estaba diciendo del matrimonio, me di cuenta de que sus visiones eran bastante parecidas. No obstante, como los dos eran pequeños cuando ocurrió la tragedia, lo único que ambos sabían con seguridad era lo que Francisco llegó a decirles en confianza: que María Candelaria y él solo eran amigos y compañeros de casa, nada más. No era algo sorprendente. De hecho, Paqui me confirmó que su hermano estaba viéndose con alguien más cuando murió.
—¿A María le importaba eso?
—Qué va —contestó Paqui—. Era un acuerdo mutuo. A ella le daba igual y creo que hasta conocía a la chica.
En este momento noté algo de incomodidad en la cara de José. Estaba claro que no le hacía gracia que su hermana revelara ese tipo de intimidades.
—A ella no le importaba —continuó—. Ahora, a Pedro…
—¿Su padre? —pregunté yo, recordando el nombre del padre de María.
—No, Juan Pedro, el hijo.
—¿El hijo? ¿María no era hija única?
—Paqui —intervino de repente José, para quien ya se estaba cruzando un límite que yo no comprendía—, a Pedro no le gustaría que hablásemos de él y menos sobre este tema.
Paqui pareció ignorarle por completo porque decidió responder a mi pregunta.
—María tenía un hermano fruto de un deslizDesliz Desliz: Error o falta cometida por descuido o debilidad. del padre. De cualquier forma, se llevaban bien, aunque a Paco nunca le gustó como cuñado.
—Si vas a contarlo, cuéntalo bien. Pedro era militar y a Paco no le gustaban los militares. ¿No recuerdas cuando papá nos hablaba de la guerra y él se tenía que morder la lengua?
—Vas a marear al muchacho —señaló Paqui mirándome.
Por mi parte, el torrente de información me había tomado desprevenido. De un momento a otro, había surgido el eslabón perdido del que nadie me había avisado. Y este, al contrario que todos los involucrados que me había encontrado anteriormente, parecía haber tenido algún desencuentro con la víctima. De lo poco que había logrado captar, había entendido que Pedro había sido un medio hermano de María, alguien de vocación militar y del cual, por algún motivo, nadie me había hablado hasta ese momento. Pero iba a necesitar saber mucho más que eso.
—¿Pueden empezar desde el principio? —tartamudeé intentando no sonar demasiado desesperado y maldiciéndome interiormente por no haber cogido mis notas y mi bolígrafo antes de salir de casa. Pero ¿quién iba a decirme que me iba a encontrar con esta oportunidad? José suspiró y puso los codos sobre la mesa, preparándose para explicarme lo que yo tanto ansiaba saber.
—Nuestro padre y el de María, Pedro, se conocieron estando en el ejército. Lucharon juntos en la Guerra Civil, así que tenían cierto vínculo. Por eso, cuando Paco pidió casarse con María, él ni se lo pensó. Pero a Pedro nunca le hizo gracia. El padre nunca le permitió acercarse mucho a ella, ni aun siendo su hermana, porque si no todo el mundo habría sabido lo de su aventura, así que fue de los últimos en enterarse. Pero una vez que lo hizo, nos dimos cuenta de que a Paco no podía ni verlo. Y no puedo culparle, porque todos los hijos, tanto de un lado como de otro, sabíamos que era un matrimonio por conveniencia.
—Pero a María no le importaba y nunca se quejó —gruñó Paqui—. Pedro debería haber entendido que su hermana era su propia persona y que él no tenía que decidir por ella. Además, acusó a Paco de ser y hacer cosas que no eran verdad.
José encogió los hombros sin saber qué responder por un momento.
—La cuestión —continuó— es que, cuando Paco murió, Pedro lo tomó como una señal de que estaba involucrado con gente peligrosa y que al casarse con María la había expuesto a ese mundo.
—Paco no se relacionaba con delincuentes —interrumpió Paqui con un tono más bajo—, solo confiaba demasiado en todo el mundo. No tenía malas ideas.
Tras este comentario, ambos hermanos bajaron la cabeza y cayeron en un profundo silencio. Algo me decía que ya habían tenido esa conversación muchas veces antes y que siempre habían llegado a la misma conclusión. Pero yo, más que querer callarme, estaba ardiendo por dentro. El corazón me latía con una fuerza espectacular, tanto que hasta pensé que iba a darme un ataque. Jamás, en todos esos días de investigación, de trasnochar y de agotamiento, me había sentido tan pero tan cerca de encontrar una respuesta.
A mi mente vino de repente el recuerdo de aquellas seis cartas escritas en una pluma de dudosa calidad, firmadas con una simple P. Ahora comprendía de quién podrían haber sido en realidad. Sin pensarlo mucho, solo se me ocurrió preguntarles una cosa más.
—¿Y qué es de Pedro ahora?
Mi pregunta pareció sacar a José de su tranceTrance Trance: Situación crítica o decisiva., aunque a Paqui no.
—Está en el Centro Sociosanitario, en la Residencia. Al menos eso oí la última vez que supe de él. Ya debe de tener casi cien años, ¿no, Paqui?
Tras oír esto, me quedé pensando durante un momento. Una posibilidad loca, atrevida e improbable empezó a formularse en mi cabeza. Pero no dejaba de ser una posibilidad.
Finalmente, después de unas dos horas de conversación larga y tendida, decidí marcharme.
Me despedí de José y Paqui con un abrazo, puesto que no era difícil ver que haber tocado el tema de su hermano les había dejado con un estado de ánimo más apesadumbrado que cuando llegué. «Piensa que lo estás haciendo por él, para ayudarle», me decía a mí mismo, aunque eso tampoco me ayudaba a ignorar que el reencuentro con mi maestro, a quien tenía en gran estima desde hacía más de diez años, se debiera a algo tan desagradable. Begoña también parecía algo afectada, aunque la apariencia lúgubre de su rostro desapareció en cuanto me acerqué para despedirme. En ese mismo momento, aprovechó para dejarme su número de teléfono para que pudiéramos seguir en contacto. Estaba claro que no me iba de esa casa con las manos vacías y sonreí al darme cuenta de que me llevaba mucho más que meros datos.

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