Cap.17

Al entrar en casa, sentí que lo estaba haciendo por primera vez. Miré a mi alrededor, buscando a mi amigo, pero no lo vi. Una parte de mí se preguntaba si se habría ido. Pero cuando subí a mi habitación comprobé que estaba allí, acurrucado contra una esquina, como si hubiera estado esperándome.
—Jesús —lo llamé.
De inmediato, levantó a cabeza para fijar sus cuencas vacías en mi dirección. «Ese sí es tu nombre», pensé esbozando una pequeña sonrisa. Respiré hondo antes de acercarme y arrodillarme a pocos metros de él y, mientras lo miraba, no podía dejar de pensar en lo mucho que había sufrido por su cuenta durante todo el tiempo que había esperado. ¿Realmente se había sentido tan abandonado que el único lugar al que sentía que pertenecía era la casa de su compañero? ¿El lugar que en cada esquina le recordaba lo que había perdido? No me entraba en la cabeza cómo alguien, vivo o no, podía existir así.
—Jesús, lo siento mucho, siento no haber llegado antes. Pero tengo algo para ti. Algo que debes de haber echado mucho de menos.
Del bolsillo de mi pantalón saqué el viejo anillo, que ya parecía más bien un tornillo mugriento. Jesús se quedó mirándolo durante un tiempo como si le costara reconocerlo. Pero a los pocos segundos escuché cómo cogía aire con fuerza. De inmediato se tiró al suelo y se acercó hacia mí emitiendo quejidos. Ni siquiera se molestó en intentar fingir una manera bípeda de caminar, sino que se arrastró con sus cuatro extremidades deformes con desesperación. Su respiración se volvió agitada mientras se acercaba, como el náufrago que encuentra agua en una isla desierta o el prisionero al que le tiran un mendrugoMendrugo Mendrugo: Pedazo o trozo de pan, usado aquí en sentido figurado para indicar algo escaso o insuficiente. de pan.
Cuando ya estaba solo a un paso de mí, estiró su brazo derecho y quiso coger el anillo con su torcida e informe mano. Pero cada vez que lo intentaba atravesaba el objeto como si fuera un rayo de luz. Lo intentó una, dos, tres y hasta cuatro veces, hasta que hizo un intento de separar sus dedos para que yo mismo se lo pusiera, pero solo fue capaz de mantener su forma durante un par de segundos antes de que volvieran a quedarse sin longitud ni forma. Oí cómo los quejidos pronto se convirtieron en sollozos a medida que su frustraciónFrustración Frustración: Sentimiento de decepción o insatisfacción por no cumplir las expectativas y su impaciencia aumentaban. Lo miraba y mi corazón se rompía mientras comprendía que en ese punto ya la venganza poco le importaba. Lo que quería era mucho más simple, lo único que siempre había deseado. Entonces, se me ocurrió una idea.
—¿Crees que podrías hacer un esfuerzo y acompañarme?
Jesús me miró de nuevo y, aunque no podía leer su expresión, sabía que lo hacía con esperanza, como si por fin alguien estuviera respondiendo a sus plegariasPlegarias Plegarias: Oraciones o súplicas dirigidas a una divinidad.. En cuanto me incorporé del suelo, saqué mi móvil y decidí llamar a Begoña para averiguar cómo llegar al destino que tenía en mente. Y en cuanto pudo proporcionarme la dirección, decidí que me dirigiría allí junto a Jesús. Había pensado que tal vez no sería capaz de salir de la casa, que estaba atrapado allí; pero me equivoqué. No sabía si era porque había recuperado su anillo o si acaso estaba usando todas sus fuerzas, pero fue capaz de seguirme diligentemente.

Llegamos a las afueras ya entrada la tarde, esta vez a una localización alejada del pozo. Era difícil distinguir los hierbajos y matorrales de lo que alguna vez habían sido propiedades privadas separadas por unos pocos metros de explanadaExplanada Explanada: Espacio abierto y despejado, generalmente pavimentado., pero para eso estaba Jesús, que al acercarnos murmuraba cosas ininteligibles. Aparqué en la entrada de una en particular, delante de los restos de un muro ya casi derruido, y entré por el hueco donde, a juzgar por los hierros deformados y aplastados, antaño había habido una puerta principal. Mientras me abría paso a través del camino recubierto de ramas y follaje, a mis costados se extendían varios niveles de elevaciones llenos de rastrojos que en su época habían dado a luz exuberantes plataneras. El camino se volvía ascendente llegado cierto punto, hasta que terminaba en una llanura con una gran nave abandonada que reconocí de las fotografías antiguas que me había encontrado. Un gran y envejecido letrero de chapa había sido olvidado cerca de ella. En él se vislumbraban las palabras «Terrenos Hernández García», que apenas se podían leer ya y que no guardaban ningún valor ni sentido de pertenencia.
Al detenerme por un momento, observé el escenario en todo su conjunto y analicé cada detalle, tratando de imaginar cómo habría sido en otra época. Al mismo tiempo, recordé las fotografías de aquel infame periódico con el que había empezado mi viaje y me di cuenta de que ese debía ser el lugar donde, sesenta y seis años atrás, habían encontrado el cuerpo de Francisco.
Miré hacia atrás y vi que Jesús estaba justo detrás de mí, arrodillado sobre la tierra. Su forma temblaba y tiritaba mientras emitía pequeños sonidos ahogados por un llanto silencioso. Volví a mirar al frente para observar la explanada, otra vez pensando que tal vez eso era lo que tanto necesitaba.
Cuando era adolescente, leí muchos libros sobre parapsicología y disciplinas por el estilo, y en dichas obras se mencionaba el concepto de los asuntos pendientes y los arrepentimientos de esas personas que ya no estaban, algo que nunca había terminado de entender. «¿Qué importancia tiene lo que has dejado atrás si ya no te sirve de nada cuando mueres?», solía pensar. Pero en ese momento, junto a mí tenía un ejemplo concreto y verdadero, la prueba de que no todo se debería dejar inconclusoInconcluso Inconcluso: Que no ha sido terminado o completado..
De repente escuché claramente cómo Jesús soltaba una respiración especialmente larga y sonora y de la nada pensé que ese debía de haber sido el instante en el que su voz más me había recordado a la de un ser vivo. Pero cuando me di la vuelta, no lo vi. Decidí comprobar si el anillo seguía en mi bolsillo y, en efecto, permanecía ahí, pero Jesús ya no estaba por ninguna parte. Di un par de vueltas alrededor de los matorrales y los arbustos, revisé los muros y hasta me adentré en la nave, aun arriesgándome a que la estructura entera cayera sobre mí, pero no encontré nada. Tampoco sentía su presencia. Se había ido por completo.
Durante las siguientes semanas busqué su energía en cada rincón de la casa: algún olor, alguna humedad inexplicable, sonidos extraños, señales en mi propio cuerpo… pero la casa nunca había estado tan quieta. Mi cabeza pensaba en que eso debía ser bueno, que al final sí que lo había conseguido, que le había ayudado a pasar a otro plano, que había liberado su alma. Debería haberme sentido orgulloso, satisfecho, como una buenísima persona, pero mi corazón seguía inquieto.

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