Cap.11

Fue entonces cuando me di cuenta de que el hogar ante el cual nos encontrábamos era una casa terreraTerrera Terrera: Referente a una casa de una sola planta sorprendentemente humilde. Encima de la puerta había unos números grabados en el yeso que señalaban el año de su construcción: 1929. Tragué saliva al darme cuenta de que lo que estaba haciendo era muy serio. Me estaba metiendo en un hogar lleno de recuerdos, de momentos, de toda una historia de la que yo solo conocía una pequeña parte. Y, aun así, había tenido la osadíaOsadía Osadía: Audacia, atrevimiento. de pedirle a una desconocida que me dejara hablar con su padre con la intención de interrogarle sobre lo que seguramente había sido el episodio más traumático de su vida. No fue hasta que me encontré allí que esta idea terminó de cuajar en mi mente y me quedé paralizado por unos momentos, sintiéndome especialmente tímido. Quise esperar a que Begoña entrara para ir detrás de ella como un patito que necesita a su madre.
Tras pasar por un pequeño recibidorRecibidor Recibidor: Espacio o vestíbulo de entrada en una casa., llegamos al comedor, donde el olor a madera antigua y plantas aromáticasAromáticas Aromáticas: Plantas que desprenden un olor agradable. invadió mis fosas nasales. Era olor a hogar, a familia, completamente diferente al olor de abandono y olvido que Francisco exudaba el día que lo conocí.
—Papá, me acabo de encontrar con un exalumno tuyo.
No fue hasta que Begoña habló que yo me atreví a levantar la cabeza. Y cuando lo hice, vi que allí estaba mi entrañable maestro, José, con sus gafas cuadradas y su bigote blanco, sentado a la mesa. Cuando tuve el placer de tenerlo como profesor, ya tenía sesenta y cuatro años, lo cual significaba que ahora debía estar cerca de los ochenta. En el momento en que levantó la vista para dirigirla a mí, sus ojos parecieron ensancharse y una sonrisa amigable se dibujó en sus labios.
—¡Hombre, Marco! ¿Qué pasó, mi niño?
No pude evitar sonreír. Tras acercarme para estrechar su mano e intentar imitar la amabilidad con la que me había recibido, me invitó a sentarme a su lado y Begoña se sentó enfrente. En ese momento pude comprobar que la cercanía que siempre le había caracterizado seguía ahí. Habían pasado doce años desde que abandoné las aulas de la Universidad de Las Palmas, pero en sus ojos todavía era ese estudiante aplicado e introvertidoIntrovertido Introvertido: Persona que tiende a encerrarse en sí misma. que siempre le pedía consejo para sus trabajos de investigación. Resultaba casi irónico que nuestro reencuentro después de tantos años se hubiera debido a eso mismo.
José comenzó a hacerme preguntas sobre qué había sido de mi vida después de la carrera, a qué me dedicaba, cómo me iban las cosas, qué hacía en Arucas. Yo le contestaba lo mejor que podía, aunque sin entrar en detalles demasiado personales por miedo a que pensara que buscaba su consuelo. En medio de las pequeñas pausas que se formaban entre las preguntas, aprovechaba para recorrer la habitación con la mirada, puesto que al entrar no me había fijado del todo. Los muebles eran antiguos, similares a los que me había encontrado en el almacén de mi casa, aunque estos estaban mucho mejor cuidados. La decoración sobre las paredes de gotelé blanco se basaba en plantas colgantes, un par de tejas canarias y una gran cantidad de fotografías e insignias que, evidentemente, debían de ser recuerdos de familia.
Tras casi una hora de rememorar viejas anécdotas, intercambiar experiencias de la docencia y hablar sobre todo tipo de temas, parecía que la conversación estaba a punto de llegar a su fin. Entonces supe que ese era el momento, la oportunidad para preguntarle a José lo que quería saber. No sabía cómo iba a reaccionar ni si se iba a ofender ni qué recuerdos tenía de Francisco. Lo que menos quería era hacer daño a ese maestro al que le tenía tanto cariño. Pero debía intentarlo.
—José —lo llamé por su nombre con repentina timidez, lo cual él pareció notar porque me miró con curiosidad y hasta con una pizca de preocupación. Respiré hondo para coger valor y procuré que las palabras no se tropezaran al salir de mi boca —. ¿De casualidad usted tenía un hermano llamado Francisco?
De un momento a otro, la expresión de José cambió por completo. Sus ojos se abrieron de golpe y la sonrisa desapareció de su cara. Quedé paralizado del miedo. «La he cagado», pensé. Pero entonces, sin pronunciar ni una palabra, levantó su dedo índice y me señaló una de las fotografías que colgaban de la pared a nuestro lado. Al seguir su dedo, me encontré con una fotografía en blanco y negro embutida un marco marrón. La imagen parecía haber sido tomada en una especie de propiedad rural o alguna parte del campo y en ella se veía a un joven sentado sobre un muro vestido con un peto. No parecía tener más de veinte años, aunque ya se había dejado crecer un prominente bigote. Junto a él había cuatro individuos más jóvenes: una niña y un niño sentados, un adolescente apoyado en el muro y un tercer niño que, al contrario que los demás, se encontraba sentado en el regazo del mayor, que lo sostenía entre sus brazos en un gesto protector y afectuoso.
Mis ojos se abrieron al comprender que el muchacho de la foto debía de ser Francisco posando junto a sus hermanitos en una escena familiar y tranquila. Cuando volví a mirar a José, parecía haber olvidado mi presencia por completo. Su mirada no se despegaba de la fotografía y hasta juraría que sus ojos brillaban más de lo normal. Begoña también parecía emocionada. El anciano soltó un profundo suspiro antes de volver a mirarme.
—Era mi hermano mayor —me dijo.
«Francisco, perdóname por dudar de ti», pensé como si el fantasma y yo estuviéramos conectados telepáticamenteTelepáticamente Telepáticamente: Comunicación de pensamientos a distancia sin usar los sentidos conocidos.. Al principio no entendí qué había querido decirme al señalar sus apellidos en el periódico, pero ahora comprendía que me estaba señalando el camino.
Tras dejar pasar un minuto de silencio, quise aprovechar la calma para explicarle mi situación a José. Le conté que estaba viviendo en la antigua casa de su hermano, lo de los periódicos que había encontrado, mi ferviente interés en su caso, lo de mi investigación (aunque no le dije directamente que estaba buscando al asesino) y lo de mis conversaciones con la gente de la zona.
Al darse cuenta de mis intenciones y de la sinceridad de mis palabras, José no dudó en contarme más sobre él. Empezó diciéndome cosas que yo ya sabía, como la implicación de Francisco en las labores de su padre o el año en que adquirió sus propios terrenos. Incluso me contó alguna que otra curiosidad o anécdota familiar que, aunque no era exactamente relevante, sí que era valiosa a su manera: el coraje que Francisco le tenía a los cigarrillos de su padre, las trenzas que les hacía a sus hermanas para el colegio, su costumbre de salir en invierno sin chaqueta, el día que se quedó dormido en medio de la misa, etc. No quise por nada del mundo interrumpir esas tiernas historias, aunque no tuvieran una utilidad aparente.
José continuó hablando y hablando hasta que mencionó el día de la boda de su hermano y, por supuesto, a María Candelaria. Ante mi evidente curiosidad, el anciano me dio una breve explicación:
—Francisco no quería casarse, pero en mi época un hombre no estaba completo sin una mujer y viceversa. Simplemente hizo lo que todo el mundo esperaba de él, aunque no fuera exactamente moral.
Parecía una respuesta satisfactoria, pero yo no sabía si conformarme con eso. Al fin y al cabo, el misterio de la relación de María y Francisco me había atormentado desde que supe de su existencia.
—Sin embargo —añadió de repente, como si me hubiera leído la mente—, ellos tenían una buena relación y se querían mucho. Hasta me atrevo a decir que hasta peleaban menos que los matrimonios normales. Si te lo estás preguntando, no. Yo nunca pensé que ella tuviera algo que ver con lo de mi hermano. Estaba igual de afectada que nosotros. Aunque claro…
—¡José! —Una voz femenina que venía del exterior interrumpió de repente a mi maestro, que resopló y se levantó con dificultad para acercarse a la puerta y abrirla.
—¿Te has vuelto a dejar las llaves?
Sin responder a la pregunta, entró una mujer de edad similar a la de José ,que cargaba una garrafa de Aguas de Teror. Vestía un chándal y su pelo estaba recogido en un moño.

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