Cap.3

Mi mente comenzó a llenarse de cuestiones sobre la mudanza, los vecinos, el nuevo curso escolar, las amistades que haría durante mi estancia, etc. Pero, aun en medio de este torrente de pensamientos, evitaba acordarme de mis padres y del que hasta hacía poco había sido mi prometido. Porque sí; me las había apañado para espantar a una pareja más. Pero en el caso de Daniel había sido más violento, más complicado. Más que nada porque, que a esas alturas de mi vida, cada vez más cerca de los cuarenta, la persona con la que pensaba casarme me hubiera dado la espalda ya me había hecho pensar que el problema era más mío de lo que jamás había querido reconocer.
Y así, entre esos pensamientos, fue muy fácil que se me pasaran las horas volando; todo por tratar de evitar la intrusiva ocurrencia de que, si ninguno de ellos lo había aguantado, un cambio de escenario no iba a acabar con la esencia del problema.
De repente, en medio de todas estas reflexiones ajenas a la situación de la mudanza, me vi obligado a parar. Y es que, en medio de las profundas respiraciones con las que intentaba calmarme, había notado algo extraño mezclado con el olor a cerrado de la casa.
Cuando me concentré, me di cuenta de que, en efecto, había un hedor amargo y caluroso que invadía mis fosas nasales. Me levanté de inmediato, extrañado y asqueado a partes iguales, como si me hubieran dado un bofetón.
En primera instancia pensé que podía ser madera vieja, algún producto químico usado en la limpieza o, incluso, humedades sin tratar. Pero cuanto más tiempo permanecía sentado en la cama, más fuerte y desagradable se volvía. Y entonces me di cuenta de que no era un olor cualquiera; era olor a podrido, a putrefacción, a animal muerto. Inmediatamente, gruñí con frustraciónFrustración Frustración: Sentimiento de decepción o insatisfacción por no cumplir las expectativas. Justo cuando pensaba que iba a poder descargar el bagaje con calma, me encontraba con que debía ponerme a buscar un estúpido ratón muerto que estaba haciendo apestar mi casa nueva.
Sacando fuerzas de Dios sabe dónde, me levanté para dirigirme al piso de abajo con la intención de volver a mi vehículo y acabar con la faena lo más pronto posible para poder ponerme a rebuscar. Pero, justo cuando llegué al descansillo, me vi obligado a detenerme. De la nada me vino un extraño mareo y encogí los hombros inconscientemente. No solo el olor se había vuelto insoportable en un lugar donde al entrar no había percibido nada, sino que había comenzado a tener una mala sensación.
Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza y mi cansancio, antes soportable, se acrecentó de la nada. La sensación era inexplicable, solo comparable con mis visitas al cementerio o al hospital, como aquella vez cuando mi padre se rompió un brazo en el trabajo. «Aquí hay algo raro, muy raro», pensé. Me apoyé por un momento en la barandilla, intentando ignorar la fuerte pestilencia que se hacía cada vez más y más fuerte, como si de una presencia consciente se tratara, y desde la visión privilegiada que me daba la altura de la escalera comencé a escanear la panorámica del salón-comedor y de la entrada, como si un sexto sentido me dijera que el problema estaba justo allí.
En efecto, el proceso de escaneo apenas duró unos segundos, puesto que enseguida descubrí el origen de esas sensaciones desagradables. Mis ojos se posaron en el objeto de mi inquietud casi instantáneamente debido sobre todo a su considerable tamaño y su oscura presencia, que precisamente estaba bloqueando la luz que se colaba por el cristal opaco de la puerta de la entrada.
Allí, parada y completamente quieta, había una silueta enorme y humanoide, negra como la noche, de unos ciento ochenta centímetros de altura. Su amorfa complexión parecía querer imitar la de un hombre, con la excepción de que apenas podía discernir la forma de unos brazos, unas piernas y una cabeza. Evidentemente estaba desnudo. Por último, en el lugar donde debería haber encontrado facciones o un rostro reconocible, solo pude ver dos cuencas vacías que no parecían estar ocupadas por ojos. Aun así, de alguna manera sabía que estaba mirándome.
—¿Quién eres? —titubeé nervioso.
Pero la figura no respondió, solo continuó observándome y respirando pesadamente. Su forma de tomar aire sonaba forzada y entrecortada, como si sus pulmones no le respondieran o estuvieran encharcados. Aun así, y a pesar de mi nerviosismo ante el inesperado encuentro, fui capaz de razonar que esa cosa ante la que me encontraba no era humana, o por lo menos ya no lo era, y por eso no podía estar respirando de verdad y, aun teniendo malas intenciones, no podría hacerme daño.
A pesar de esto, seguía perturbándome porque nada de él se parecía a cualquier visión o espectroEspectro Espectro: Aparición de una persona fallecida. de los que solía encontrarme en mi día a día, ni siquiera a ninguno de los habitantes de la ciudad con los que acababa de coincidir. Entonces me fijé en que justo debajo de sus pies se extendía un gran charco de agua sucia y turbulenta, lo que seguramente era la fuente del olor putrefacto. Suspiré pensando que la situación era mala, pero por lo menos no era nada fuera de mi normalidad.
—Escucha —me dirigí a él nuevamente—, ya no puedes estar aquí, esta es mi casa. Márchate, hazme el favor.
En vez de contestarme, el espectro comenzó a arrastrar su forma hacia mí, moviendo sus brazos de forma desordenada, como queriendo gesticular una idea que yo no pillaba. Tampoco era fácil distinguir su estado de ánimo porque no había nada que pudiera indicármelo. Lo único que percibía con seguridad era un leve gruñido o carraspeo que acompañaba su respiración y que me ayudaba a determinar que, en efecto, me encontraba ante un hombre. Al ver que sus intentos de comunicarse no funcionaban, paró en seco y cambió de rumbo para arrastrarse por la zona del salón, dejando el suelo encharcado. Estaba claro que no tenía intenciones de atacarme.

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