Cap.10

Mientras caminaba, me di cuenta de que mis pasos estaban replicando la ruta que me había acostumbrado a recorrer cada mañana y que me llevaba a las puertas del Parque Municipal. «¿Y para qué, si al final estoy en las mismas?», me dije. Aun así, pensando que tal vez estar rodeado de naturaleza podría ayudarme, decidí entrar en el Parque de Gourié por primera vez desde el día de mi mudanza.
Cuando caminaba por los senderos de piedra, ante mí se fueron abriendo bifurcacionesBifurcaciones Bifurcaciones: Divisiones de un camino o ruta en dos direcciones. térreas llenas de vegetación y decoradas con diversas obras de arte talladas en madera. El agua fresca que surcaba la acequiaAcequia Acequia: Canal por donde se conduce el agua para riego o para otros fines. creaba un sonido que parecía extenderse por todo el espacio, desde las fuentes y los árboles hasta el parque infantil. Recordé de pronto aquellas visitas que hacía cuando era pequeño, casi siempre acompañado de mi madre. A mamá siempre le gustaron las plantas, así que el Parque Municipal era su sitio favorito de la ciudad norteña. En mi mente se había quedado grabada la imagen de un yo mucho más inocente que jugaba en el tobogán y en los remos, muchas veces consigo mismo, mientras ella se sentaba en el muro y me observaba con una sonrisa que ya hacía años que no veía y que no creía que fuera a ver nunca más. Mientras me sentaba en uno de los bancos de la galeríaGalería Galería: Espacio cubierto abierto por uno o varios lados, generalmente con bancos. y sacaba mi cajetillaCajetilla Cajetilla: Paquete pequeño que contiene cigarrillos. del bolsillo, comencé a reflexionar.
Siempre fui consciente de que irme de Las Palmas sería el fin de mi vida tal y como la conocía y eso siempre me había tranquilizado. Pero ahora, el fluir constante de los recuerdos solo me demostraba que no podía huir de ella por muy lejos que me fuera. A esta frustraciónFrustración Frustración: Sentimiento de decepción o insatisfacción por no cumplir las expectativas que me causaba el no poder pasar página se le sumaban mis pésimas habilidades como detective. En una semana empezaba a trabajar y no iba a poder dedicarle mucho más tiempo al asesinato de Francisco, cosa que me dolía en el alma, sobre todo cuando habíamos creado un vínculo no verbal, pero me estaba quedando sin opciones.
En medio de mis pensamientos, sentí de repente una presión aplastante en mi pie derecho. El dolor me hizo levantar la cabeza para buscar el culpable y fue así como me di cuenta de que delante de mí había una chica un poco más joven que yo, pelirroja (aunque claramente de bote), con un café en la mano y acababa de pisarme por accidente.
—Ay, perdona —soltó algo nerviosa y levantando su propio pie.
«Esto es el colmo», pensé. Las zapatillas eran nuevas, pero no tenía fuerzas ni para molestarme. Solo negué con la cabeza, como para decirle que no se preocupara. La chica soltó un suspiro y se sentó en el otro extremo del banco. Yo continué aspirando el humo de mi cigarrillo y viendo de reojo cómo la chica se frotaba las manos, como si estuvieran frías.
—Hace pelete, ¿eh? Y eso que no es otoño aún.
Su repentina interacción me cogió desprevenido, así que solo asentí.
—Aquí más que en Las Palmas —continuó hablándole al aire—. Yo salgo temprano cada mañana para llegar al instituto donde trabajo y no lo aguanto. Menos mal que aún queda para volver a la rutina.
Inconscientemente levanté la cabeza para mirarla. Esto sí que llamó mi atención. Esa chica tenía algo en común conmigo: trabajaba en un instituto y tal vez hasta era docente. Además, aunque su facilidad para hablar con un desconocido me intimidaba un poco, también era reconfortante hasta cierto punto. Siempre preferí hablar con personas capaces de guiarme en una conversación. Una parte de mí pensó que tal vez me vendría bien conversar con alguien, así que carraspeé un poco para que mi voz sonara nítida y me dirigí a ella por primera vez.
—¿Eres profesora?
—Sí, de Matemáticas —me respondió con un tono cálido y una gran sonrisa.
—Yo de Lengua, me mudé aquí hace apenas dos semanas.
—¡Qué bueno! A mí es que me viene de familia. Mi padre daba clases en la Universidad de Las Palmas, en el Campus del Obelisco.
La situación mejoraba por momentos. Enseguida me di cuenta de que esto era lo que necesitaba para despejarme: hablar con alguien agradable. Era una extraña y a mí los extraños no me gustaban, pero no dejaba de sentirse acogedor.
—¿Sí? Igual lo conozco, quién sabe. Yo estudié Lenguas Modernas allí.
—No estoy segura de qué asignatura daba —aseguró negando un poco con la cabeza—. Se llama José.
—¿José qué?
—José Hernández García.
Las palabras se quedaron atascadas en mi boca por dos motivos diferentes: primero, por el hecho de que recordaba perfectamente a José, mi profesor de NarrativaNarrativa Narrativa: Género literario que se caracteriza por relatar historias. Inglesa; y segundo, por sus dos apellidos, que eran los mismos que Francisco, según había señalado el periódico. Por un momento, no supe qué hacer; si quedarme congelado en el sitio o ponerme a dar saltos de felicidad, incrédulo ante tal golpe de suerte.
—Perdona, ¿cómo te llamas? —tartamudeé al mismo tiempo que apagaba mi cigarrillo en un repentino ataque de sociabilidad.
—Begoña. Encantada.
—Begoña, ¿crees que podría visitar a tu padre ahora mismo?
Esto pareció sorprenderla, pero no se negó.
—¿Ahora mismo? Sí… Me imagino que estará en casa.
Me levanté de golpe demostrándole así que estaba ansioso por ver a mi antiguo maestro. Begoña levantó una ceja haciendo una mueca de extrañeza, pero al final solo encogió los hombros y me hizo una señal con el brazo para que fuera con ella. Y así, ambos abandonamos el parque. La chica tenía pinta de ser la típica persona que no le daba muchas vueltas a la cabeza ni planeaba las cosas. Curioso, si tenemos en cuenta que era matemática.
Mientras caminábamos hacia el hogar de su infancia, comenzó a hablarme de su oficio, del instituto en el que trabajaba, de sus compañeros y de mil cosas más intentando claramente ser amable conmigo. En cuanto a mí, aunque intentaba prestar atención a sus palabras, mi mente seguía saltando de tema en tema. «Entonces esta es la sobrina de Francisco», repetía para mí mismo en mi cabeza, como si en ella hubiera alguien con quien compartir mi asombro.
De vez en cuando, me daba por observar el perfil de Begoña para fijarme en su mentón, su nariz y demás rasgos faciales, tratando de imaginar cuáles de ellos se parecerían a los de mi compañero de casa. Luego mi mente saltó de nuevo a José, mi maestro, puesto que siempre fue de mis profesores favoritos. De la nada, comencé a recordar anécdotas de las que nos solía contar en clase para amenizar las lecciones, entre ellas la mención de sus orígenes aruquenses y los cultivos que había poseído su padre. Sin embargo, nunca nos comentó nada acerca de un hermano fallecido llamado Francisco. Y cuando me di cuenta de esto, tuve el pensamiento momentáneo e irracional de que tal vez era solo una confusión, una mera coincidencia, que en realidad estaba viendo cosas donde no las había.
—Te veo pensativo —interrumpió Begoña.
Yo simplemente le aseguré que no ocurría nada mientras continuábamos andando. Cada vez nos alejábamos más del centro, subiendo por una cuesta que conducía a una calle de casas completamente diferentes entre sí. Finalmente, se detuvo delante de una de ellas y levantó la vista para observar la fachada.
—Bueno, aquí estamos. Mi padre está dentro.

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