Lavita no controla sus emociones

Lavita no controla sus emociones

Lavita era un volcán que vivía bajo el Océano Atlántico. Estaba muy triste porque se sentía muy solo y no tenía con quién jugar. Los animales marinos le tenían mucho miedo y no querían acercarse a él.

Un día llegó por casualidad una morena a la falda de Lavita buscando algo que comer. Lavita se puso muy contento pensando que iba a tener una nueva amiga. Tan contento se puso que empezó a temblar y a echar humo por su cráter.

—¡Ay, ay, ay! ¿Qué es eso que se está moviendo? Creo que he molestado al volcán —dijo la morena y se marchó nadando muy deprisa.

—¡Morena, morenita! ¡No te vayas! —gritó Lavita—. Yo solo quería ser tu amigo… —pero la morena ya estaba muy lejos.

Al cabo de un par de días se acercó por allí una pobre vieja despistada, bailando y cantando:

—Bajo el mar, bajo el mar…

Lavita se puso muy contento, tan contento que empezó a temblar y a echar humo por su cráter.

—¡Ay, ay, ay! Creo que he enojado al volcán —murmuró la vieja.

Rápidamente huyó moviendo sus aletas.

—¡Vieja, viejita!¡No te vayas! —gritó el volcán—. Yo solo quería cantar y bailar contigo.

Pero la vieja ya estaba lejos y Lavita volvió a quedarse triste y solo.

Una buena mañana llegó a la falda del volcán un pequeño pulpo buscando un lugar donde esconderse. Lavita no podía contener su entusiasmo, así que empezó a temblar y a echar humo por su cráter. El pulpo asustado se quedó mirando a Lavita y, cuando se iba a marchar, el volcán le dijo:

—No, no te vayas, yo solo quiero ser tu amigo.

—Yo no puedo ser tu amigo —le contestó el pulpo.

—Pero … ¡¿Por qué?! —preguntó extrañado Lavita.

—Porque eres muy peligroso. Cada vez que te pones contento, triste o malhumorado empiezas a temblar o a echar humo y lava. ¡Nos puedes hacer mucho daño!

—¡No, eso no es verdad! —gritó Lavita muy enfadado.

Tan enfadado estaba que empezó a temblar cada vez más y más.

—¿Ves como tenía razón? ¡No sabes controlar tus emociones! Yo me voy antes de que pase una desgracia.

Estaba tan frustrado que empezó a echar cada vez más humo, la tierra temblaba, las aguas burbujeaban y entonces pasó lo que había predicho el pulpo: de las profundidades de Lavita empezó a emerger una masa roja, ardiente y espesa que caía por sus laderas lentamente.  La lava entró en contacto con las frías aguas del Océano Atlántico y esta se fue endureciendo. Entonces pasó algo extraordinario.

Se formaron ocho islas maravillosas, todas ellas muy hermosas. Lavita no se lo podía creer. ¡Ya no estaba solo! Se tranquilizó y pensó que el pulpo tenía razón. Debía controlar sus emociones, ya que podía ser muy peligroso.

Nombres les puso a las islas: Gran Canaria, Tenerife, Fuerteventura, Lanzarote, La Graciosa, La Gomera, La Palma y El Hierro.

Desde ese día, Lavita estaba muy calmado en compañía de sus nuevas amigas. Dejó de temblar, de echar humo y lava, y los animales marinos ya no le tenían miedo.

Pero… ¡cuidado! Eso no significa que algún día Lavita se vuelva a enfadar, a estar triste o demasiado entusiasmado, y no consiga controlarse.

Y colorín colorado los temblores han acabado.



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