La siesta de los vientos alisios

La siesta de los vientos alisios

En el Océano Atlántico había ocho pequeñas islas. Estas eran muy especiales porque una brisa las envolvía constantemente y ayudaba a que las temperaturas fueran primaverales durante todo el año. Esta era la razón por la que muchos turistas las elegían para pasar sus vacaciones. Las especies animales que allí vivían estaban encantadas. En invierno no tenían que buscar refugio, ni las aves migrar; y en verano, aunque hacía algo de calor, era muy agradable pasear por las tardes.

Pero un día todo cambió. Llegó el verano y el sol incidía con fuerza sobre las islas. Los lagartos ya no tomaban el sol, estaban escondidos entre los huecos de las rocas. Las aves se posaban en las fuentes con la esperanza de refrescar sus plumas. Los turistas regresaron a sus países. Las palmeras soportaban como una carga pesada sus hojas recalentadas. Y los peces asomaban su cabeza sobre las aguas, que ardían con las altas temperaturas.

Todos estaban desesperados, no estaban acostumbrados a pasar tanto calor.

Una familia de pequeños capirotes dejó de revolotear inquieta entre la arboleda, sus plumas eran ahora una pesada carga. Buscaban refugio entre las hojas de los árboles, pero el calor apretaba con fuerza en todos lados. Los frutos de los que se alimentaban se habían marchitado y los pequeños insectos no salían de sus guaridas ahuyentados por las altas temperaturas. Hacía días que no se oía la pequeña serie de silbidos que cada mañana alegraba su casa.

—Mamá, ¿qué está pasando? Moriremos si no acaba pronto el calor. Parece que el sol está muy enfadado —dijo el pequeño de la familia de capirotes.

—No sé, hijo, esto nunca había sucedido —respondió la madre.

—Me acercaré al sol y le preguntaré qué le pasa.

—Ten cuidado, te puedes quemar… No te acerques demasiado —le advirtió preocupada su madre.

Esa misma tarde, cuando el sol estaba más suave, el pequeño capirote se acercó a él y le preguntó:

—Oye, ¿por qué estás tan enfadado?, debes tener cuidado o nos matarás a todos de calor.

—Yo caliento lo mismo que todos los veranos, pero mis amigos los vientos alisios no han aparecido. Todos los días se acercaban a jugar conmigo y gracias a su brisa apaciguaban el calor de mis rayos —le explicó el sol.

—Pero… ¿dónde se han metido? —preguntó el capirote.

—No tengo ni idea, los llevo esperando todo el verano —respondió el sol.

—¿Y sabes dónde los puedo encontrar? —insistió el capirote.

—No lo sé, pueden estar en cualquier lado —le sugirió el sol.

—Bueno, los buscaré de todas formas —afirmó decidido el capirote.

El pequeño capirote voló durante horas sin resultados, el fuerte calor hacía que cada vez tuviera menos fuerza. Cuando se disponía a regresar a su refugio entre los árboles, escuchó un fuerte ronquido.

Miró hacia arriba y se dio cuenta de que los vientos estaban dormidos. Allí no se movía nada y solo entre ronquido y ronquido se podía sentir una suave brisa.

El capirote pensó que lo mejor era despertarlos con el dulce piar de una canción, así se despertarían de buen humor. Entonces se aclaró la garganta y empezó a cantar, primero suavemente y luego más fuerte.

—¡Uaaaaah! —los vientos se despertaron con un bostezo—. ¿Quién eres tú? Nos has alegrado con tu canto.

—Soy un pequeño capirote que está desesperado.

—¿Y eso? ¿Qué te pasa? —le preguntaron los alisios.

—Hace mucho calor, la tierra arde, el agua está caliente y los animales están escondidos en sus refugios en busca de un poco de frescor —les explicó la pequeña ave.

—Ummmmm, ¿y qué quieres que hagamos nosotros?

—Cada día ustedes iban a jugar con el sol y soplaban para apaciguar el calor. Desde que empezó el verano no han pasado por ahí
—siguió hablando el capirote.

—Es que nos quedamos dormidos. Estábamos muy cansados, todo el año soplando y soplando sin parar… Necesitábamos un descanso —se justificaron los alisios.

—¡Es importante que vuelvan a soplar! ¡Miren cómo está la tierra! —insistió el capirote.

Los vientos miraron para abajo y comprobaron que todo estaba desierto. Las hojas se estaban marchitando, del agua salía humo y de los animales, ni rastro.

—Vaya, no sabíamos que éramos tan importantes, enseguida iremos a jugar con el sol.

Los vientos alisios se apresuraron y en pocos minutos ya estaban revoloteando alrededor de su ardiente amigo.

—¡Es verdad que hace mucho calor!

¡Soplaremos con fuerza!

—¡Hola, amigos! Los echaba de menos —los saludó el sol alegrándose de volver a verlos.

A partir de ese día los vientos alisios no dejaron de soplar y las Islas Canarias volvieron a ser un sitio ideal para vivir y pasar las vacaciones.

Y soplando, soplando este cuento se está acabando.