Capítulo dos
El viaje en avión
En otro lugar del planeta, el sol se levantó muy temprano y azotó sin piedad el árido territorio. Las numerosas tiendas de lona que había alrededor de la daira se despertaron también. En el interior, las sombras de sus habitantes se dejaban entrever. Transitaban de un lado a otro, pero sin prisas.
Dentro de su jaima, Omar comprobaba si faltaba alguna cosa que poner en su equipaje. Su madre y sus hermanas le esperaban para desayunar. Los pinchos de carne de camello y el oloroso té estaban listos. En ese momento Nashim pedía permiso para entrar en la tienda. Llevaba la maleta de su padre en la mano y parecía nervioso. La madre de Omar le invitó a comer con ellos, pero a Nashim no le entraba nada. Tenía el estómago agarrotado porque iba a viajar por primera vez en un avión.
Omar y Nashim se unieron al grupo de niños saharauis que aquel mismo día comenzaba su aventura. Todos iban a vivir con diferentes familias de acogida, aunque pasarían un día a la semana juntos para sentirse como en casa. Cuando llegaron al aeropuerto, algunos estaban blancos como el papel. No sabían qué les esperaba al otro lado del mar, y más de uno deseó encontrarse de nuevo en su jaima.
Omar ocupó un asiento al lado de la ventanilla, junto a Hana. Se abrochó el cinturón de seguridad como le ordenaron y miró alrededor en busca de sus amigos.
En pocos instantes el pájaro gigante desplegó sus alas y los subió cerca del cielo para llevarlos lejos de sus hogares.
Omar se acomodó en su asiento. Miró a Hana, que todavía tenía los ojos cerrados.
–Vamos, Hana –le dijo sin soltarle la mano, que se había agarrado a la suya desde que despegó el avión–, no tengas miedo, mira las nubes qué bonitas…
Hana lo miró con sus ojos negros, inmensos. Le soltó la mano y sonrió.
–Cuánto me gustas, Hana –dijo Omar para sí, devolviéndole la sonrisa. Luego, se metió en sus pensamientos–. ¿Cómo serán? Uno tiene diez años, como yo. Tiene una hermana más chica. ¿Les gustará que sea su amigo? ¡Guau! ¡Cómo se mueve este cacharro! Da un poco de miedo, es que nunca he montado en un avión. Me gusta. Uno no se marea, ni nada. No sé si les molestará que vaya a su casa. Mamá se puso pesada para que viniera… Fatiha dice que son gente buena y que voy a aprender mucho. Tendrán juguetes, espero…. ¡Ojalá tuvieran una bici! Vaya, ¡estamos dentro de las nubes! Son como algodones. Algunas pintadas de rosa. Es por el sol, seguro. Aquella de allí está como rota y mira, el mar se ve abajo. Nunca lo había visto de verdad, ¡qué grande! ¿Y si el avión se cae? Nos vamos a ahogar todos. Fatiha dice que estos aviones son muy buenos, y no se caen. Mamá va a llorar mucho si me ahogo. Está contenta de que venga. Dice que es bueno para mí y que aprenderé muy bien el español. ¡Qué tontería! Si soy el mejor de la clase, hablo español casi igual que el hassaniya. ¡Qué bien! Seguro que me prestan la bici. Cuando me monté en la de mi tío Mustafá me estampé. ¡Qué risa! Me raspé todas las rodillas y me partí un diente. Dolía un montón cuando mamá me curaba con trapos mojados en agua hirviendo y me sacaba la pus. Pero me dio igual. ¿Cuándo llegaremos? Estoy cansado. Nashim estará cagándose de miedo, ni me mira, y Hana parece dormida. ¡Guau! ¡Las montañas se están acercando al avión! Espero que no choquen con nosotros. Prefiero chocar contra las montañas a caernos en tanta agua. Fatiha tiene razón. Sólo pienso en bobadas. El avión no se va a caer, es muy seguro. ¿Y quiénes estarán esperándonos? ¡Uy! Me duele la barriga. Este pájaro está bajando. Da saltos de cigarra. No me voy a abrochar el cinturón, ¿para qué? Je, je, si no me lo desabroché. Me sudan las manos. Nashim está blanco como la sal. Y Hana me mira con cara de miedo. Me ha cogido la mano otra vez. ¡Qué bueno! No quiero mirar. ¡Uff! Hemos tocado tierra. ¡Cómo corre! ¡Frena ya, tío, que nos vas a matar!