Finde con los scouts

Capítulo cuatro

Finde con los scouts

Omar se había despertado mucho antes de que Elsa tocara a la puerta para que se levantaran. Se sentó en la cama y encendió la lamparilla. Sobre la silla descansaban dos mochilas iguales. La ropa de explorador colgada de una percha parecía gritarle: ¡Pruébame ya! Se enfundó las zapatillas y se aproximó a la cama de Lucas para recordarle que su madre ya había llamado.

Poco después, los niños estaban vestidos y desayunados. Elsa los llevó hasta el lugar donde esperaba la guagua. A Omar el corazón le golpeaba de contento. ¡Qué bonito uniforme llevaba! Ojalá se lo dejaran llevar a su pueblo para enseñárselo a sus amigos.

Elsa le había dicho que ahora sería un lobato más de la manada de lobos, como Lucas y Marta. Le explicó que existía un cuento llamado El Libro de la Selva, en el que un niño, Mowgli, era criado por los lobos con la ayuda de otros animales, como el oso Baloo y la pantera Bagheera. Añadió que en esa historia se relataban los juegos y las enseñanzas de los pequeños scouts, llamados lobatos. Omar pensó que sería una bonita historia para contar en su pueblo.

***

El transporte se puso en marcha y Marta, sentada junto a Omar, agitó la mano para decir adiós a su madre. Lucas hablaba con otro chico en un asiento más atrás.

–Ya verás qué bien lo vamos a pasar en la acampada –Marta le gritó a Omar como si fuese sordo–. Mira, aquella es Akela, es la jefa de tropa, y es más buena… Hay que hacerle caso a lo que diga, si no, se enfada mucho. Yo la quiero un montón.

–¿Qué cosas hacen en el campamento? –preguntó Omar.

–¡Bueno…! Muchas, muchas cosas… Juegos, salimos de caminata, por la noche hacemos una hoguera grande y nos sentamos alrededor, cantamos, contamos chistes… Muchas cosas divertidas.

–Es como una aventura, ¿no?

–Sí, eso. Es como una aventura. Exploras tú solo, si quieres. Primero tienes que pedir permiso y no te puedes alejar. A veces te acompaña un ranger.

–¿Tú lo has hecho alguna vez? –preguntó Omar al tiempo que se fijaba en una niña que desde hacía rato no dejaba de mirarlos.

–¡Claro! Fue una noche y el barranco estaba encantado.

–¿Encantado?

–Sí, vinimos de acampada aquí y nos escapamos. No se lo digas a nadie, ni siquiera a Lucas. Es nuestro secreto. Mi hermano y unos cuantos más fuimos a explorar por los alrededores. ¡No te lo vas a imaginar! Un árbol empezó a hacer ruidos extraños. Lucas dijo que era el sonido del viento agitando las ramas. Pasé un montón de miedo. El árbol parecía un gigante con los pelos todos alborotados. Nos acercamos. ¡Casi me muero! El árbol se sacudió y empezó a caminar hacia nosotros. Salimos corriendo como si nos persiguiera un fantasma.

–No te creo. Los árboles no caminan…

–Pero hacen ruido, ¿no? Cuando hace mucho viento y las ramas se chocan, ¿o no es verdad? Pues esa noche hacía tanto, que el árbol caminó.

–Me parece que tienes muchos pájaros en la cabeza –dijo Omar incrédulo, y decidió no darle importancia a lo que decía. ¿Cómo iban a caminar los árboles? Seguro que había oído algún cuento parecido en la manada y se lo inventó. La niña que los observaba le sonreía, y le pareció más interesante preguntarle a Marta quién era.

–Esa es Ely, la novia de Lucas… Bueno, eso dice él. Le gusta mucho y siempre le escribe cosas bonitas.

–¿Cómo lo sabes…?

–¿Cómo va a ser, tonto? Revuelvo en sus cajones. Tiene un corazón pintado con una flecha. Pone Lucas y al lado Ely. ¡Qué risa cuando lo vi! –se agarró la barriga y soltó una carcajada.

–Se va a enfadar contigo si se entera.

–¡Bah! Y qué si se enfada. Una vez le sacó un ojo a mi muñeca y le pintó la cara con rotulador verde. Y eso no se lo perdono.

***

Las tiendas estaban montadas y los monitores reunieron a la manada. Los lobatos y lobatas escuchaban calladitos. Se nombró a los ayudantes de cocina. A Marta le tocó ayudar a pelar papas. Se organizaron los juegos de la mañana. Por la noche, Akela contaría cómo Mowgli, el cachorro humano, fue adoptado por una manada de lobos de la selva.

Por la mañana estaba programado aprender a hacer cometas. Eso sí sabía hacerlo muy bien Omar, pero no quiso parecer un listillo y escuchó las explicaciones. Los lobatos se pusieron manos a la obra. En poco tiempo iban apareciendo preciosas cometas. Pronto empezarían a volar y el cielo se llenaría de colores. Ely se acercó a mirar la de Omar y dijo:

–¡Es la cometa más guapa que he visto en la vida!

–Es una estrella y va a volar muy alto –Omar se puso colorado mirando a los ojos color caramelo de la niña–. Me llamo Omar –dijo muy bajo–, tú eres Ely, ¿verdad?

–Sí. Estoy segura de que tu cometa va a ganar. Mira, la mía es horrible.

–A mí me gusta. Tiene algunos defectos. Si quieres, te ayudo a arreglarlos.

–Yo la ayudaré –Lucas se acercó, le arrebató la cometa y se alejó con ella en las manos-. No hace falta que vengas aquí a enseñarnos cómo hacer una cometa, idiota. Ven, Ely.

–¡Omar! –oyó a Marta. Volvió la vista y la vio correr con otra niña–. Ya terminamos en la cocina. Déjame ver tu cometa.

La enseñó orgulloso, mientras comprobaba los puntos de fijación y colocaba el rabo.

¡Mola! –dijo Beatriz, acariciando el papel de color azul–. Vamos, que van a echarlas a volar.

Por encima de las copas de los pinos comenzaron a asomarse las cometas, presumiendo de belleza multicolor. Subían cada vez más alto. Lucas soltaba el hilo del carrete  haciendo que la suya sobresaliera por encima de las demás.

Pronto la estrella de Omar fue cogiendo altura y las rebasó a todas. Voló tan arriba que parecía una estrella de verdad colgada del cielo. Lucas hacía lo que podía y más para ganarle, pero Omar manejaba mejor la cometa porque sabía jugar con el viento. Los lobatos acordaron que la estrella era la mejor.

A Omar le brillaban los ojos cuando el monitor Baloo le entregó el premio: una bolsa de chuches y un diploma de ganador.

Le dieron palmaditas en la espalda y Marta y Beatriz le plantaron un beso. Luego fue Ely quien lo besó en la mejilla. A Omar se le puso la cara roja como un tomate y no supo qué decir, recogió la cometa y se alejó con ella avergonzado. Lucas, sin disimular el malhumor, arrojó la suya al suelo y desapareció.

Por la noche, los lobatos formaron un círculo alrededor de la hoguera. Escuchaban ensimismados la historia de Mowgli y cómo la serpiente Kaa, enroscada en un árbol, trataba de hipnotizar al niño.

Más tarde, dentro del saco, Omar no podía dormir. Demasiadas emociones en un solo día. Lucas tampoco dormía, pensaba en Ely. Ojalá le hubiese dado aquel beso a él. Ely pensaba en Lucas. Mientras tanto, la pequeña Marta dormía tranquila y feliz, soñando con castillos encantados.

Junto a la hoguera casi apagada, Baloo tocaba la armónica. Las suaves notas se perdían por los árboles. La luz de la luna iluminaba el campamento que, poco después, quedó en silencio.

***

Al toque de diana, los chicos se asearon y desayunaron. Les esperaba un día movidito. Akela les había dicho la noche anterior que llevaran bañadores y toallas. Esa mañana tenían prevista una marcha por el barranco. Seguirían el curso del riachuelo, al que habían bautizado con el nombre de Waigunga, hasta llegar a los Caideros del Agua. Allí se formaban unas estupendas charcas. Todo caminante que pasara por aquel lugar aceptaría la invitación de remojarse como Dios lo echó al mundo.

El grupo, con gorros y fulares, se adentró en el frondoso bosque del barranco. Muchas veces tenían que apartar las cañas para poder pasar. En tramos estrechos, los zarzales amenazaban con rasguñarlos. El canto de los pájaros y el zumbido de los insectos hacían eco. En una rama, dos curiosos mirlos se mecían y observaban cómo pasaba la expedición. Escuchaban el crujir de la hierba seca bajo las pisadas de los caminantes. Omar caminaba delante de Lucas. Detrás venían Marta y Beatriz.

–¡Omar! –gritó Marta para que la oyera bien–, ¿sabes por qué el libro de Matemáticas está tan triste?

–¿Un qué…? –preguntó antes de caer al suelo sin saber por qué motivo.

–¿Qué te pasó? –Lucas se acercó a ayudarlo con expresión de sorpresa.

Omar se levantó sin decir nada. Tenía la cara llena de polvo. Clavó su mirada en la de Lucas esperando una disculpa que no llegó. Akela se acercó y preguntó qué había ocurrido. Lucas empezó a sudar y Omar simplemente contestó que se había caído. Luego le limpió las heridas de las rodillas con desinfectante, le puso unas tiritas y le dijo que caminara junto a ella (en rojo porque afecta a la traducción).

–¿Por qué lo has hecho, Lucas? –Beatriz le regañó–. ¿No te da vergüenza?

–Yo no he hecho nada –dijo subiendo los hombros y abriendo los brazos–. Ya oíste lo que dijo: se cayó.

–Eres un mentiroso –protestó Marta, rabiosa–, te vi cómo le echaste el traspié, por eso se cayó. Se lo voy a decir a mamá.

–Ni se te ocurra, lengüina. Si se lo dices, yo también sé lo que le voy a contar, así que ojito… Se lo merecía por imbécil –Lucas siguió caminando tan campante, aunque en el fondo esperaba que no se hubiese hecho mucho daño. Marta se quedó atrás y le gritó:

–¡El imbécil eres tú! –Corrió hacia Omar.

–¿Te duele? –le preguntó y lo cogió de la mano.

–No, no mucho. Estoy acostumbrado. Mira cómo tengo las rodillas y los codos. Siempre me caigo –se rió.

–No te caíste. Dosculos y yo lo vimos. Mi hermano te echó un traspié.

–¿Quién es Dosculos?

–Mi amiga Beatriz… Bueno, a veces la llamo así porque está gorda y tiene un culo que parece dos –bajó la voz y se puso la mano en la boca–, pero tú no se lo digas porque se enfada. No me dijiste por qué el libro de Matemáticas está siempre triste.

–No lo sé…

–¡Porque tiene muchos problemas! –Marta se tronchó de risa porque Omar no se enteraba de nada.

Estaban llegando. Escuchaban el sonido de la cascada saltando sobre las rocas. A medida que el grupo avanzaba, el agua los pulverizaba.

En menos que canta un gallo, los lobatos se quedaron en bañador y se lanzaron al agua, que parecía un enorme cristal rompiéndose en pedacitos. Los rayos del sol se filtraban y llegaban hasta el mismo fondo lleno de piedras de colores. Omar, sentado en el tronco de un árbol, observaba cómo sus compañeros se metían dentro de aquellos jacuzzis naturales, se hundían y subían a la superficie. «Ojalá me mantuviera a flote», deseó.

Después del almuerzo, los campistas empezaron a recoger las tiendas y a organizar el viaje de regreso. El tiempo había volado como las cometas, y ya era hora de volver a casa.