Capítulo ocho
En la piscina
Omar estaba en la terraza tumbado en una hamaca. Llevaba las gafas de sol que Elsa le había comprado y con ellas leía Robinson Crusoe. Marta le había prestado el libro y se sentía el niño más feliz del mundo. Le gustaba mucho la lectura. En su pueblo apenas se conseguían libros y los pocos que había tenían que compartirlos. Por eso, la costumbre era que la familia se reuniera para leer cuentos. ¡Qué gozada, un libro para él solo! Devoraba las páginas y apuntaba las palabras que no conocía.
Marta había salido de compras con su madre, don Pancho daba su paseo mañanero y Lucas aún roncaba en la cama. A Omar le parecía que todo lo que le rodeaba formaba parte de un cuento en el que él era protagonista. Temía que de pronto desapareciera todo, como cuando despertaba de un bonito sueño y volvía a la realidad.
Se acordaba de su familia. ¿Cómo lo estarían pasando con las temperaturas a más de cincuenta grados? Estarían achicharrados dentro de la jaima. Con tan poco agua, que un buen baño era un lujo. No le importaría cambiarse por sus hermanas para que disfrutaran un poquito del clima de la isla, de las comidas, de las playas y de los campos. Las echaba de menos. Ojalá pudieran estar con él, les contaría la historia del libro que estaba leyendo.
Sintió abrirse la puerta corredera. Lucas, con bañador y una toalla en la mano, salió a la terraza. No saludó a Omar, aunque le preguntó qué leía.
–Robinson Crusoe –contestó Omar–. Mola mucho. ¿Te vas a bañar?
–Claro, ¿para qué te crees que llevo el bañador? Escúchame, cuando quieras un libro me lo pides, no lo cojas. Son mis cosas, ¿vale?
–Vale –contestó Omar–, pero no lo cogí. Me lo prestó Marta. No sabía que era tuyo. ¿Puedo pedirte, entonces, que me dejes la bici un día? –aprovechó la ocasión.
–Sí, puedes pedírmelo –Lucas fue hasta la piscina. Lo pensó mejor y volvió atrás–. ¿Por qué viniste? Estábamos mejor sin ti.
–Supongo que sí…, pero hay veces que ella es la que decide y yo no puedo hacer nada.
–¿Quién es ella?
–Mi madre, claro. Quiere todo lo mejor para mí, por eso me mandó aquí.
–¿Tú querías venir?
–Sí. Mis amigos me decían que esto era como el paraíso. Yo quería conocerlo –se incorporó y cerró el libro–. Me gustan las aventuras, ¿y a ti?
–A veces. Lo paso bien con los scouts. Hacemos salidas como la del otro día.
–¿Por qué pareces estar siempre molesto?
–Creo que es por mi padre –contestó Lucas suspirando-. Tiene otra mujer y otra familia. Se ha olvidado de nosotros.
–¿Por qué lo dices?
–Casi no viene a buscarnos, ni a mi hermana ni a mí –le dio una patada a un monopatín que saltó por los aires y aterrizó en el mismo sitio–. ¡No tiene tiempo para nosotros!
–A lo mejor es verdad… Hay padres muy ocupados. El mío nunca está en casa. Está en el frente. Pero yo no me enfado.
–Pues yo sí. Por eso no quiero que vengan a mi casa, y menos que se queden en mi habitación –puso cara de fastidio y corrió a la piscina. Se lanzó al agua y nadó de un lado a otro como si un tiburón lo persiguiera.
Omar se levantó y caminó despacio. Bajó la escalerilla y se quedó pegado a la pared de la piscina. El agua le llegaba a la cintura. Se agachó hasta que le llegó al cuello y agitó los brazos como si nadara. Lucas apareció y se apoyó a su lado.
–Espero que no te hayas meado –le dijo riéndose al verlo chapotear como un pato.
–Claro que no –afirmó Omar–. Nos dijeron que no nos meáramos en las piscinas. ¿Tú lo has hecho?
–Sí. La piscina es mía…
Era la segunda vez en aquel día que Lucas daba una patada de camello a su orgullo, así que salió del agua diciéndole: ‹‹¡idiota!››. Lucas se quedó pasmado, lo miró y se fue nadando.
Omar se sentó en la hamaca enfadado. Don Pancho pasó corriendo y desapareció. Jo, pensó, ¿y a este quién le abrió la puerta? No he oído el timbre. ¿Tendrá también una llave mágica? En fin, mejor sigo con el libro para ver qué pasó con Viernes.
Un olor a tabaco le llegaba de algún lado, pero no le dio importancia y siguió leyendo. Estará fumando el dueño de la piscina, supuso. No, ahí está, presumiendo de nadador. Observó cómo unos aros de humo salían de la esquina. Se puso en pie y fue hacia allí. Tendido detrás de un arbusto, el orondo bulldog tomaba el sol con gafas oscuras. Omar se sorprendió y se echó a reír, pero no vio ningún cigarro.
Don Pancho se puso de cuatro patas y babeó las piernas de Omar. El chico echó a correr y el perro lo persiguió sin dejar de ladrar.
Desde la piscina, Lucas los miraba y le gritaba al perro:
–Grandullón, tírate al agua. ¡Vamos!, ven a jugar conmigo.
Don Pancho corría hacia Omar, que lo llamaba; daba la vuelta y atendía a los gritos de Lucas. Parecía un borracho majadero. Al fin se decidió y, dando un salto olímpico, se lanzó al agua. Por desgracia, cayó de plano sobre Lucas y el impacto lo lanzó contra el borde de la piscina, golpeándose la cabeza.
Omar no supo qué hacer cuando vio que Lucas sangraba por la cabeza. Llamó al perro y comenzó a correr de un lado a otro sin saber qué hacer. Lucas notó la sangre resbalar por su cara. Miró a Omar con ojos asustados y suplicantes. La vista se le nublaba, iba a perder el conocimiento. Y así fue. Su cabeza se inclinó y empezó a tragar agua. Don Pancho se dio cuenta de que algo extraño sucedía. Nadó hasta él y comenzó a empujarlo con la cabezota.
Sin embargo, el esfuerzo del bulldog no era suficiente. Omar sabía que tenía que hacer algo o Lucas se ahogaría. ¿Cómo no lo había pensado antes…? ¡El flotador de Marta estaba sobre la mesa de la terraza! Se apresuró a cogerlo y se lo puso. No se lo pensó más y se tiró al agua. Así pudo llegar hasta Lucas y levantarle la cabeza. Lo agarró por las axilas y junto a Don Pancho, que empujaba por debajo, logró acercarlo a la parte menos honda de la piscina.
Cuando Omar hizo pie, pudo sujetarlo mejor. Lo acercó a la escalera y consiguió apoyarlo allí. Luego se apretó contra él para que no se deslizara, aunque sabía que no podía aguantar mucho tiempo en esa posición. Casi no le quedaban fuerzas, el cuerpo de Lucas se le resbalaba. Rogaba para que Elsa regresara ya. Necesitaba ayuda para sacarlo del agua.
Como si sus ruegos hubiesen sido escuchados, reconoció las voces de la familia que entraba en casa. Marta se acercó a la piscina y llamó a su madre a gritos:
–¡Mamá, Lucas tiene la cara llena de sangre!
–¡Dios mío! ¿Qué ha pasado? –se metió en la piscina y cogió a Lucas en brazos–. ¡Omar, ayúdame, por Dios!
Tendieron al niño en el suelo. Marta trajo un cojín que le puso bajo la cabeza y Elsa se apresuró a buscar el botiquín. Omar se quedó al lado de Lucas y no pudo evitar que las lágrimas se le escaparan. Elsa examinó la herida y comprobó que no era profunda, pero necesitaba unos puntos. La limpió cuidadosamente y le pidió a Marta que le trajera el móvil para llamar a una ambulancia. Mientras tanto, Lucas recuperaba el conocimiento, Omar se limpiaba los mocos y don Pancho, todavía sin aliento por el esfuerzo, jadeaba.