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De noche, nos moríamos de frío. De día, nos matábamos a trabajar, bajo el ardiente sol del desierto, con su aire irrespirable, con lo que el Poeta llamaba «la libélula de la sed». El trabajo era durísimo y, por lo demás, inútil. Trazábamos carreteras sobre caminos polvorientos cuya construcción se dejaba siempre a la mitad cuando nos ordenaban marchar a otro punto a kilómetros del Fuerte, donde comenzábamos otra carretera que también quedaba indefectiblemente a medias. Pero nosotros trabajábamos sin una sola queja.
Desde el comienzo nos pusimos de acuerdo: no les daríamos ni la más mínima oportunidad de castigarnos. Trabajaríamos sin cesar, duramente, en silencio. Algunos lo pasaron mal los primeros días. No estaban acostumbrados al trabajo físico y, mucho menos, en condiciones extremas. Al Poeta le salieron en las manos bolsas de agua a causa del trabajo con la pala. Se le reventaron y llagaron. Sin embargo, ante los guardianes esbozaba su eterna sonrisa, aunque todos sabíamos que se moría de escozor. Yo improvisé unas manoplas para él con una camisa vieja y Pepe Gorrín, que era labrador, le mostró cómo debía coger las herramientas para no lastimarse.
Los días se sucedían uno tras otro, largos, tediosos, iguales a sí mismos. Nos levantábamos al amanecer, se pasaba revista tras el desayuno, nos llevaban a las afueras, trabajábamos todo el día con solo una pausa para comer, volvíamos al campo, se volvía a pasar revista, cenábamos las sobras del mediodía y entonces, solo entonces, había unas horas de ocio antes de que nos ordenaran dormir. Estas horas, casi todo el mundo las pasaba en nuestra chavola, la número 2, a la que apodábamos el Casino. Durante semanas, durante meses fue así. Únicamente algunos pequeños sucesos, nimios acontecimientos periódicos, nos sacaban en ciertos momentos de la agotadora monotonía del campo de concentraciónCampo de concentración Un campo de concentración o campo de internamiento es un centro de detención o confinamiento donde se encierra a personas por su pertenencia a un colectivo genérico en lugar de por sus actos individuales.
Había algo que nos llenaba de ilusión porque nos recordaba que aún existía el mundo más allá del Fuerte: la llegada del correíllo, que atracaba durante una noche una vez cada quince días y la visita de Antonio Pastor, que siempre venía al campo a saludar a Layo, a traernos libros, a cumplir algún encargo personal.
El Viera y Clavijo traía las cartas y los paquetes de nuestros familiares. Y noticias del frente que, aunque contaminadas de la propaganda del bando nacional, nos permitían adivinar la verdad. Y la verdad era que, aunque según la prensa de derechas, Madrid siempre estaba a punto de caer, Madrid nunca caía. Y si Madrid no caía, no caería la República.
Por eso Paco, el Almirante, continuaba pasando la velada mirando al horizonte, esperando ver las luces del Méndez Núñez, uno de los barcos de la Armada que continuaban siendo fieles al gobierno y que, según se rumoreaba, navegaba por aquellas aguas. Por eso continuábamos soñando con arrebatar sus armas a la mía. O, al menos, con huir de aquel destierro.
A Pedro le había costado dar con una forma de que le permitieran escribir, pero al fin lo había logrado. El Poeta se había percatado de que en los cacheos no nos confiscaban los útiles de fumar. Así que se había hecho con un lápiz y lo había partido en dos. Había afilado una de las mitades y con ella iba pergeñando sus poemas en las hojas de un librillo de papel de fumar. Por las noches, mientras yo vigilaba ante posibles registros, a la luz de un quinqué trabajaba en lo que luego sería un libro que contaría nuestra historia y que titularía Romancero cautivo. A veces me leía algún fragmento, algunos versos de los que no terminaba de estar seguro. Y, entonces, ya no estábamos allí, sino en un café, años más tarde, recordando aquella deportaciónDeportación Deportación es la expulsión de una persona o un grupo de personas de un lugar o un país. como si solo hubiera sido un mal sueño.