Capítulo 6

6

Éramos treinta y siete hombres desarmados, apretujados contra la popa de un remolcador desde cuya proaProa Proa: es la parte delantera del barco, según el sentido de avance. nos apuntaban varias docenas de fusiles. A nuestra espalda, una pequeña motora con una ametralladora Hotchkiss del calibre 7, montada y preparada para acribillarnos. Se me pasó por la cabeza que, efectivamente, iban a hacerlo, allí mismo, en la corta travesía de transbordo entre el archipiélago fantasma y el vapor correo Viera y Clavijo. Hubiera sido fácil: un par de ráfagas y una breve noticia al día siguiente anunciando que se habían visto obligados a aplicarnos la Ley de Fugas.
Solo los motores, el chapoteo del agua o algún golpe de tos se dejaban oír en medio del silencio tenso que el alférez había ordenado antes del traslado. Vimos cómo las luces del Viera iban agrandándose, formando la silueta de aquel buque tan familiar para todos. Sin embargo, ahora no era el correíllo que nos comunicaba con nuestras familias, que acercaba las islas unas a otras, que llevaba las cartas y paquetes de los seres queridos. Ahora era el buque del destierro, una nueva prisión flotante en cuyo puente nos esperaban dos filas de hombres armados que nos apuntaban directamente al pecho.
Nos pusieron en la tercera clase, a todos menos a Nicolás, a los Illada y al Poeta, a quienes alojaron en un camarote de fogoneros que disponía de dos literas. Después, organizaron la guardia y nos dejaron solos. En ese momento sentí que ingresábamos en la brumaBruma Se llama así particularmente a la niebla que se forma sobre el mar. del olvido; que, nos ocurriera lo que nos ocurriera, nuestra suerte no le importaría ya a nadie, porque habíamos dejado de existir.
No pasaron ni cinco minutos antes de que Pedro viniera a buscarme. Me tomó por el brazo y me dijo:
–Ven, Tigre. Tienes que ver esto.
En el camarote, en la pared que había tras las literas, alguien había trazado con grasa las letras que formaban el mensaje: ¡Ánimo, compañeros! ¡Viva el Frente Popular!
–Si intentáramos algo, tendríamos a la tripulación de nuestra parte –dijo Manuel Illada.
–Eso no es más que una conjeturaConjetura Juicio u opinión formado a partir de indicios o datos incompletos o supuestos., Manolo –le respondió el Poeta.
Nicolás protestó:
–¿Cómo que una conjetura? Eso lo ha tenido que escribir uno de los fogoneros.
–Tú mismo lo acabas de decir –le hice notar yo–. Uno de los fogoneros.
–A lo mejor son más.
–A lo mejor no –intervino Lucio–. Los soldados están armados hasta los dientes. No nos podemos lanzar a la aventura así como así.
–¿Quieres decir que vamos a dejar que acaben con nosotros sin hacer nada? –le espetó su hermano.
–No he dicho eso. Pero hay que hacer las cosas con cabeza, prepararlo todo, esperar el momento. Y, para empezar, este no es el momento.

Se hizo un denso silencio. Me quedé mirando la pintada, ¡Ánimo, compañeros! ¡Viva el Frente Popular!, trazada por un dedo de fogoneroFogonero Persona que tiene por oficio alimentar el fogón, especialmente el de las máquinas de vapor., el dedo de un proletarioProletario Persona que no dispone de medios propios de producción y vende su fuerza de trabajo a cambio de un sueldo o salario. que aún creía en la justicia. Lucio tenía razón. Hubiera sido una locura y aquel grafiti no era más que eso: un mensaje de apoyo de alguien bienintencionado. Pero ahora sabíamos que no estábamos solos, que el mundo no nos había olvidado, que continuábamos existiendo.


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