Capítulo 15

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De pronto, todo comenzó a ocurrir con rapidez, como el descenso de una roca por una ladera. Efectivamente, la mía partió al interior, al mando de La Gándara y del comandante del Fuerte. El Dris iba con ellos. Al parecer, iban a realizar una leva forzosa de reclutas entre los indígenas. La lucha en la Península se recrudecía y faltaban soldados. Pero los jefes locales se resistían a enviar a más jóvenes a la guerra y el alto mando había decidido enviar a la mía para «convencerlos».
El Fuerte quedó bajo el mando de Malo y de otros alféreces: Ferrer, González, el alférez de aviación Linajes y Clares, un bravucón al que todos detestábamos.
Y nosotros quedamos bajo la guardia directa de los soldados canarios.
Unas noches más tarde, el sargento Rodríguez y Virgilio vinieron al Casino. Traían cara de preocupación.
–Venimos del puesto de transmisiones. Mañana llega el correíllo –dijo Rodríguez.
–Y trae órdenes de repatriarlos a todos ustedes –añadió el soldado.
El silencio duró casi un minuto. Si nos repatriaban, solo podía ser para someternos a consejo de guerra. Y, si lo hacían, lo menos que nos pasaría sería que nos condenaran a veinte o treinta años.
–Si nos fugamos hacia el desierto no tenemos ninguna oportunidad –opinó Nicolás–. Los de la mía se nos echarán encima enseguida y…
Rodríguez le cortó:
–Yo soy un militar. No voy a salir corriendo como una rata.
Todos nos quedamos en suspenso. Solo Virgilio y Lucio Illada habían parecido entender lo que había dicho. Reparando en ello, pasó a explicarse.
–Esto no es asunto de treinta presos que quieren salvar el pellejo. Esto es una guerra, señores. Y los de nuestro bando las están pasando canutas. Así que, desde mi punto de vista, no basta con que nos fuguemos. Debemos tomar el Fuerte. Hacernos con todo el armamento. Detener a los oficiales fascistasFascistas En singular (fascista), se utiliza para referirse a cualquier dirigente o gobierno totalitario, autoritario o nacionalista.. Mandarán barcos y aviones a buscarnos. Y, mientras nos anden buscando, dejarán de matar a camaradas en el frente.
–Está bien –intervino Pedro–. Tomamos el Fuerte. Robamos las armas. Hacemos prisioneros. ¿Y después?
–Abordamos el Viera y Clavijo. -Layo hizo un rápido cálculo –. En dos o tres días podríamos estar en Dákar. Es territorio francés.
Todos asentimos. Francia aún era un buen sitio al que huir. Todavía confiábamos en su democracia.
–Tendremos que dividirnos en grupos –prosiguió el sargento.
Le escuchábamos con atención. La mayoría de nosotros no éramos gentes de armas. Su formación militar era una ventaja para todos.
–Hay varios objetivos y cada grupo se dedicará a uno. El primero, después de conseguir armas, es controlar a la oficialidad y a la tropa que no se una a nosotros. A poder ser, sin derramamiento de sangre.
–Eso será complicado –le interrumpió Virgilio.
–Pero habrá que intentarlo por todos los medios. Nosotros no somos como ellos. Que no se te olvide –hizo una pausa para recibir el asentimiento del soldado–. El segundo objetivo es el equipo de transmisiones. Hay que inutilizarlo. Cuanto más tarde se enteren, mayor margen tendremos para huir. Por último, tomar el barco. Para eso habrá que hacer dos equipos. Uno secuestrará al prácticoPráctico Persona que por el conocimiento del lugar en que navega dirige el rumbo de las embarcaciones. y lo obligará a ir con la falúaFalúa Pequeña nave de carga. hasta donde esté fondeado. Layo, usted va en ese equipo. El otro equipo se apostará en el muelle con una ametralladora. Esas «Hotchkiss» son pesadas y difíciles de manejar. Los artilleros serán dos de mis soldados.
Cada uno se quedó pensando en lo que podía hacer. Nos sentíamos tan eufóricos como asustados. Pero era una oportunidad, quizá la última, de salvar el pellejo.
Continuamos con los planes hasta bastante después del toque de queda. Cuando se marcharon, intentamos echar una cabezada, pero nos costó conciliar el sueño. La ilusión y la inquietud echaban pulsos en el interior de nuestras cabezas.