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UN RESCATE INESPERADO
Timba, Alan y Kamal treparon por el peñasco hasta llegar a lo más alto. Desde allí distinguieron con claridad a tres matuma tumbados en el suelo frente a una hoguera. Habían puesto a asar un conejo, pero al parecer se habían olvidado de él porque estaba carbonizado. Las botellas de alcohol y los fusiles corrían con la misma suerte, abandonados por aquí y por allá sobre el suelo empedrado. La borrachera de los tres matuma era tan grande que los ronquidos y las frases sin sentido se oían a kilómetros de distancia.
Alan había sacado los petardos y los fósforos del carcajCarcaj Caja tubular utilizada para guardar las flechas, que se llevaba colgada del hombro.. Timba había tensado el arco con una flecha dispuesta para lanzarla. Kamal había cogido piedras del suelo. Sin embargo, al ver a los matuma desde lo alto en tal estado de embriaguez, se miraron entre sí. De pronto, desconfiaron de la capacidad de unos petardos para atemorizarlos, que era el objetivo. Aquellos hombres no tenían empujeEmpuje Energía, decisión y entusiasmo puesta en la realización de una cosa. ni para salir corriendo y, menos aún, para asustarse por unos explosivos.
Eneko —silencioso como una serpiente— sujetó el cuchillo con los dientes y arrastró su delgado cuerpo por el polvoriento terreno del desfiladero. Se deslizó suave y lentamente, calculando cada movimiento. Pasó junto a los matuma, observó cómo roncaban ante la hoguera y se dirigió hacia el interior de la cueva. Al rebasar la entrada, tardó segundos en adaptarse a la penumbra. Miró a un lado y a otro, atento a si había algún matuma custodiando a los niños. Cuando comprobó que no había nadie, se puso en pie y registró cada rincón de la cueva hasta dar por fin con los pequeños. Los niños estaban atados de pies y manos, ocultos en un recovecoRecoveco Sitio escondido. sombríoSombrío Se aplica al lugar que es oscuro o tiene una sombra excesiva. de la gruta.
Al ver a Eneko dentro de la cueva, uno de los niños intentó llamar su atención y el más joven empezó a llorar desoladoDesolado Lugar que está vacío y sin vida.. Eneko les hizo un gesto con el índice en los labios para que callaran. Los niños comprendieron y guardaron silencio. Les desató las cuerdas de pies y manos, y les susurró que lo siguieran sin hacer ruido. Los niños lo imitaron. Eran pequeños y ligeros. Pasaron al lado de la hoguera —los críos parecían aterrorizados al ver a los matuma tan cerca, pero continuaron— y poco a poco, paso a paso, rebasaron el desfiladero. Se levantaron y salieron corriendo para ocultarse tras los arbustos más cercanos al calor del camello. Eneko aprovechó la ocasión y, viendo que dormían, se había apoderado de un fusil de los matuma. Se lo daría al niño navegante, quizás él estuviera más familiarizado con aquel objeto amenazador propio de un dios maligno.
Mientras tanto, Tabata había dado un rodeo por el desfiladero hasta llegar a donde estaban atados los tres caballos de los matuma. Los había desatado y se los había llevado —a pesar del forcejeoForcejeo Hacer fuerza para vencer una resistencia. nervioso de los animales— fuera del alcance de los ladrones, hasta donde habían planeado encontrarse. Los ató a los arbustos y esperó temeroso a que los caballos se les espantaran con la detonación de los petardos. Al ver a Eneko llegar con los dos niños y un fusil bajo el brazo, sonrió satisfecho. Por fin habían rescatado a los niños, aunque le extrañaba no haber oído ningún estallido.
Timba, Alan y Kamal descendieron de aquel peñasco escarpado. Ante la imponente borrachera de los matuma, habían decidido dejarlos inconscientes hasta el día siguiente, ahorrarse los petardos y las flechas, y ganarles ventaja al dejarlos sin caballos. En esas condiciones, la huida sería menos complicada. Ahora que disponían de monturas, llegarían al Kraal antes de lo previsto y, si los matuma se despertaban con dolor de cabeza y sin caballos que los llevaran, seguramente abandonarían la idea de seguirlos.
Los tres se abrazaron a los niños. Sintieron pena por ellos, estaban muy desnutridosDesnutridos La desnutrición es una carencia de calorías o de uno o más nutrientes esenciales.. Eneko le dio el fusil a Alan. Él ni sabía ni quería utilizar una cosa tan insegura que solo traía dolor y miedo a su gente, así que se montó en el camello con los dos niños, que iban cubiertos con mantas. Timba y Kamal hicieron lo mismo en uno de los caballos; Eneko, en el segundo; Tabata, en el tercero. Entonces corrigieron el sentido de la marcha y pusieron rumbo al Kraal.
Por supuesto, no se detuvieron en el pueblo fantasma ni para informar a don Justiniano de que habían liberado a los niños, lo que le daría una gran alegría. Entrar en un poblado que simpatizaba con los matuma era tentar a la tiránica suerte.
Había comenzado a caer la noche. Las estrellas se deslizaban por el cielo como bicicletas fugacesFugaces Que desaparece con rapidez, de corta duración., iluminándola toda, pero Alan seguía preocupado. Oía a su madre llamándolo como una loca por toda la casa. Temía que, en un arranque de histerismoHisterismo Excitación exagerada., llamara a la policía para advertirle de su desaparición. Pero se contuvo y esperó a llegar al río: su próxima parada. Cuando todos durmieran, se presentaría en su casa sin llamar la atención de Timba y de sus compañeros del Kraal.