UNA CIUDAD PERDIDA EN EL DESIERTO

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UNA CIUDAD PERDIDA EN EL DESIERTO

Después de regresar a la cueva y dormir a pierna suelta durante todo el día, Alan retomó el camino por el desierto la segunda noche con la confianza de que las hienas salvajes se hubieran aburrido de seguirle.

Había soñado que Timba le cantaba su canción. Ella le relataba en el sueño que en el Kraal cada niño tenía una canción propia que sus padres le habían compuesto antes de nacer, y que cada uno reconocería y cantaría a lo largo de toda su vida. Fue entonces cuando cayó en la cuenta de que Timba siempre le tarareaba una canción, la suya, cuando deseaba encontrarse con él. Si oía esa canción, aunque estuviera con sus padres, Alan se alejaba de ellos, se colocaba las gafas y aparecía ante Timba con la rapidez de un rayo. Ese día la oyó cantar en sueños. Intuyó que Timba no podía estar muy lejos.

Después de andar durante horas bajo una noche helada y por caminos polvorientos, el camello se detuvo en seco, miró al frente y berreó con insistencia. Ante la obstinaciónObstinación Actitud del que se mantiene en sus ideas, opiniones o deseos aun en contra de razones convincentes. de Alan para que continuara, emprendió de nuevo el camino. Al poco, aceleró el paso como dominado por una locura repentina y no paró hasta llegar a un río. Había olido el agua desde lejos. Hipopótamos, elefantes, gacelas, monos y una caravana de camellos sedientos bebían de la multitud de charcas formadas por el río. Con tan buena suerte que en sus orillas divisó una hoguera y ante ella, a Timba, acompañada por tres jóvenes del Kraal.

Sintió una alegría inmensa. Sonrió. Se quitó la piel de cabra de los hombros, saltó del camello y corrió hacia el grupo. Se sentó ante la hoguera discretamente. Al verlo, Timba soltó un grito y se levantó a abrazarlo. Luego le presentó a sus acompañantes: Tabata, el joven gacela, como lo llamaban en la aldea por su agilidad al correr; Eneko, astuto y silencioso como una serpiente; y Kamal, el hombre águila, por su visión prodigiosa. Los jóvenes se levantaron de inmediato a saludarlo, sorprendidos por la presencia en el río del niño navegante, del que tanto había oído hablar.

Lo invitaron a comer. Le habían quitado la piel a una serpiente que cortaron en trozos, ensartaron en un palo y asaron en la hoguera. El resto del animal lo habían puesto a secar en lo alto de una palmera porque se trataba de una carne muy valiosa para acarrearla hasta el Kraal. Le atribuían poderes curativos. Alan aceptó la invitación. Tenía curiosidad por probar la carne de una serpiente. Cogió un trozo asado, se lo llevó a la boca y lo masticó lentamente para descubrir con decepción que no era nada del otro mundo. Era una carne dura, desabrida y con un vago sabor a pollo quemado.

Al concluir la comida, bajo las estrellas, Alan les enseñó los petardos que guardaba en el carcajCarcaj Caja tubular utilizada para guardar las flechas, que se llevaba colgada del hombro.. Les habló de su utilidad, de las precauciones que debían tener con ellos —en una mano eran muy peligrosos— y trazaron un plan para usarlos si se encontraban con los matuma. Parecía un plan arriesgado, lo sabían, pero si les salía bien recuperarían a los indefensos niños a la velocidad de un lince.

Al día siguiente, se despertaron temprano, desayunaron dátiles y leche de cabra, llenaron los recipientes con agua y emprendieron la marcha hacia la costa donde estaban situadas las minas y donde probablemente encontrarían a los niños. Alan les ofreció su camello para facilitarles el camino. Él andaría a pie.

A media mañana, Tabata se adelantó al grupo para observar si la ruta que seguían era la acertada y ver si, por casualidad, los matuma se encontraban por los alrededores. Corría veloz como una gacela. Desapareció tras unas dunas y, al rato, regresó con una sonrisa en los labios: a unos pocos kilómetros de allí había visto un poblado pequeño con una veintena de casas, una iglesia, una plaza, algunos animales sueltos y niños en la calle. Aunque le resultaba extraño ver un pueblo como aquel en una hondonada del desierto, era sorprendente, les confesó desconcertado. El descubrimiento de la aldea les llenó de confianza, por lo menos podrían descansar bajo la sombra de algún árbol frondoso, que era lo único que deseaban en esos momentos.

El primero en avistar el pueblo fue Kamal, con su visión aguda de águila, e hizo un gesto con el índice, señalándolo. A esas horas de la mañana, el sol caía feroz sobre las calles sin asfaltar de la aldea, de apariencia fantasmal. Transitaron por delante de unas casas abandonadas y devoradas por la arena, con las ventanas y las puertas desvencijadasDesvencijadas Separar las partes de una cosa de modo que ésta pierda su firmeza o su cohesión.. Luego rebasaron otras viviendas más conservadas y, en apariencia, ocupadas. Más allá, se cruzaron con un hombre que daba de beber a sus camellos en un abrevadero con la camisa empapada de sudor. Algunos hombres, la mayoría ancianos, jugaban al dominó con movimientos lentos bajo la sombra del único árbol que había en la plaza. La escasa población de aquel lugar parecía languidecerLanguidecer Padecer una persona languidez o pérdida del ánimo. atontada por el calor del día y el aburrimiento. Ni siquiera los niños que se dejaban ver jugaban entre ellos, ni con los perros ni las gallinas que corrían a su alrededor.

El silencio se había hecho mayor a medida que recorrían la aldea. Los viejos dejaron de jugar al dominó, alzaron la vista y los miraron con desconfianza. Coincidiendo con los ancianos, los camellos que bebían comenzaron a berrear alterados y los niños, sucios y casi desnudos, desaparecieron al instante de las calles. Sin embargo, las ventanas se tornaron a medio abrir, en una actitud hostilHostil Que es contrario o no favorable a una persona o a una determinada acción., al circular entre las viviendas habitadas. Entonces miraron con desconsuelo la sombra del árbol de la plaza, ocupada por los ancianos. Necesitaban descansar. El calor y la sed los atormentaba. Decidieron entrar en la iglesia en busca de sombra y, si fuera posible, de un poco de agua y algo de comer. Dejaron el camello en la puerta y accedieron al interior.

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