UN INICIO DE CURSO INESPERADO

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UN INICIO DE CURSO INESPERADO

A la semana empezaron las clases. En verano habían pintado la fachada del colegio de un amarillo intenso como la luz del sol. El bullicioBullicio Alboroto o rumor que causa mucha gente junta. de la chiquillería que iba y venía por los pasillos, como hormigas nerviosas en un hormiguero, era impresionante. El nuevo profesorado se dirigía a las aulas con la carpeta bajo el brazo y dispuesto a poner orden si fuera necesario.

Alan llevaba a Laura de la mano. Iban vestidos con los uniformes nuevos que les había comprado su madre y con las mochilas del curso pasado a la espalda, lápices y cuadernos. Buscaba la clase que le correspondía a su hermana en la primera planta del cole. La dejó sentada en el aula junto a otros niños de su edad y fue a buscar la suya antes de que tocaran el timbre de entrada.

Subió a la segunda planta, donde estaban las aulas de los mayores.

Y fue entonces cuando vio a Joaquín Torres Peñate, su enemigo número uno. El bravucónBravucón Que presume de ser valiente sin serlo. que se las daba de duro el curso pasado, que fardabaFardaba Presumir, mostrarse una persona orgullosa de poseer una cosa. de tener un padre que lo protegía y que, siempre que lo veía, lo zarandeaba por los pasillos, o en la hora del recreo, o le hacía la zancadilla hasta hacerlo caer para que todos los compañeros se rieran de él.

Alan se puso tenso y aminoró el paso, esperando a que lo molestara o lo empujara como acostumbraba a hacer. Se colocó mejor la mochila a la espalda y esperó lo peor de su enemigo. Como mínimo, una sonrisa burlona o el empujón reglamentario. Sin embargo, para su sorpresa, no sucedió como temía: algo había cambiado en el bravucón de Joaquín Torres.

Venía solo por el pasillo, sin sus amigos de siempre, que eran tan borricos como él, y su aspecto había cambiado. Había adelgazado una barbaridad, tanto que ya no parecía el hombretón de antes, más bien parecía haber encogido en altura. Tampoco tenía la mirada desafiante de antañoAntaño Hace años, antiguamente. ni la altaneríaAltanería Actitud propia de una persona altiva o soberbia. que lo caracterizaba y que a él le hacía temblar y temer ir a clase cada día.

Aun así, al llegar a su altura, Alan se paró en seco, lo miró con decisión y esperó a ver qué hacía. Joaquín Torres lo observó de arriba abajo. Pareció sopesar en unos segundos el brillo en los ojos y la seguridad de su adversario, y agachó la mirada al instante como bajaría las orejas Rufo cuando se sentía acobardado. Luego siguió de largo por el pasillo, sin fanfarronerías ni arrogancias.

Alan reemprendió la marcha. Pasó por su lado y continuó hacia el aula más satisfecho que atemorizado. Suspiró. Quizás algún día sería amigo de Joaquín Torres. «Ojalá», pensó. No quería tener enemigos.

En la primera semana fueron apareciendo nuevos alumnos por la clase que provenían de otras partes del mundo —chinos, marroquís y colombianos que los primeros días les hablaron de sus países, sus familias y costumbres que él desconocía— y otros que ya habían estado el curso anterior, hasta que se dio por completa la clase.

Pero la mayor sorpresa de esa semana fue la llegada de Luna, una niña dominicana con pecas en la cara, delgada, con la cabeza llena de trenzas y multitud de pulseras de hilo en las manos que le recordó enseguida a Timba.

Durante dos o tres días soñó con Luna montada en un caballo, corriendo sobre una duna y bajo el sol resplandeciente del desierto. No esperó más de una semana para sentarse en el pupitre de al lado y preguntarle si quería aprender a tirar flechas con un arco, que él sabía y le enseñaría en el recreo o fuera de él.

Luna no tardó en aceptar y sonreírle mirándolo a los ojos.

—Sí, sí. Me encantaría —dijo entusiasmadísima.

Alan se sintió halagado. Tirar flechas con el arco era su mejor habilidad. Luna iba a ser su mejor amiga.

A partir de ese día, no se separaron ni en el aula, ni en el recreo, ni en todo el curso escolar.



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