Tardaron tres días en asomarse nuevamente a la ventana digital, como diría Pepe. Tocaba reunirse y ya no se podía posponer más. Las chicas no habían hablado desde que tuvieron el roce a cuenta del comentario de Manuela. Pepe pidió la palabra para tararear una melodía que le rondaba la cabeza y Marco trataba de hacer alguna gracieta para ver si las chicas enseñaban algo más que su pelo.
—Pepe, están enfurruñadas. En plan: ¿nos echamos unas horillas en la Play o nos organizamos una fiestuki los dos? —Marco hablaba sin parar a ver si las muchachas daban señales de vida—. ¡Cambio y corto! Pepe, me pierdo por el bosque a ver si me encuentro al lobo. Lo prefiero a estas caperucitas rabiosas.
—No, quédate, Marco. Empecemos, que queda poco tiempo —dijo Manuela colocándose las gafas y arreglándose el pelo, coqueta—. Irina, si en algo te ofendí, te pido perdón. No quería menospreciar tu trabajo, sino aportar lo que aprendimos juntas cuando trabajamos a Don Benito. Hay cosas interesantes y se podría enriquecer lo que tú tan bien hiciste.
—¿Cuándo trabajaron con Don Benito? Ese chaval ya no está en el insti, ¿verdad? ¿Y por qué lo tratan de ‘don’? —preguntó Marco—. ¡Este grupo es más raro que una rana con pelo!
El resto no supo si lo dijo para romper el hielo o con toda su alma, pero consiguió el objetivo.
—¡Tú sí que eres raro! ¿No te acuerdas de Benito Pérez Galdós? —le preguntó Pepe.
—¡Pues ni con los apellidos, Pepe! ¡No me acuerdo, viejo!
—¡Marco! —dijo Manu con un tono cantarín que escondía un deje de resignación—. El texto que pusiste al final de la tarea… ¿Te acuerdas? Era del libro titulado Un faccioso más y algunos frailes menos, ¿no? Pues eso lo escribió Don Benito.
—¡Colega! Si es tan famoso, ¿cómo es que no coincidí con él? ¡Ji, ji, ji!
Los muchachos estaban a punto de rendirse cuando vieron resurgir, de su cuadrito de pantalla, aquellos dos hermosos ojos grandes de Irina, llenos de lágrimas por la risa. Se disculpó con Manuela por haberle respondido de forma tan impulsiva y quedaron aparte para trabajar juntas…
—Y con Don Benito, Manu. ¡Ja, ja, ja! —soltó Irina mientras miraba para Marco.
Las aguas volvieron a su curso. Aclarado el malentendido, volvió la calma. Pepe había empezado con su runrún particular. Ya había presentado su trabajo cual guion de cine y estaba a punto de darle a la claqueta Una claqueta es un dispositivo utilizado en la producción de vídeo y cine. Asiste en la sincronización de imagen y sonido, y para identificar claramente qué escena o toma se esté grabando..
—Tengo que currármelo bien. Tengo que volver a hacer algo grande. Ya no quiero volver a hacer las tareas para salir del paso. ¡Y a Dios pongo por testigo que jamás…! ¡Ja, ja, ja! Me parezco a Vivien Leigh en el papel de Scarlett O’Hara en el final de Lo que el viento se llevó. Y aunque no es mi género, mi madre estaría orgullosa de mis palabras. O eso creo yo, ji, ji, ji.
Por otro lado, Manu se había metido de lleno en la cabeza de Don Benito para descubrir cómo vivió este las epidemias de cólera de su siglo, y Marco seguía dándole vueltas a la cabeza buscando qué más hacer. Había terminado su parte.
—Ahora solo me queda pulir mi texto para dejarlo to’ guapo y ver qué más puedo hacer. ¡Alucino con lo que se me viene al coco! Yo, el rey del copia/pega por el aire y a jugar con la Play, y ahora «pasando a mis palabras», como dicen los locos estos! ¿Me habrá dado algún mal?
La Semana Santa se acercaba a Irina a velocidad de colisión y el encierro le estaba afectando mucho. Todavía no tenía una idea clara de cómo continuar la tarea, pero tampoco se podía concentrar para aclararse un poco.
—¡Ay, Gara, ya no aguanto más! Yo tendría que estar preparando la mochila para subir a Artenara. ¡Y no puedo ni salir al parque un rato! ¡Yo rompo la cuarentena! ¡Te prometo que la rompo!
—¡Y yo te rompo la crisma! Irina, ¿con quién estás hablando? Mira a ver, que lo único que me faltaba es que te multaran por saltarte la cuarentena. ¡Venga, venga, a cenar! —dijo Margaret.
—¡Ja, ja, ja, jaaaaa! —se carcajeó Gara—. Tu madre no se deja caer nada al suelo. ¡Madre mía! Digo, madre tuya… ¡Fuerte oído y fuerte diligencia mental! Podrías aprender un poco de ella y dar con la clave de tu parte de la tarea, que te veo muy venida a menos.
—¡Yaaaaa! ¡Cállate!
—¿Cómo? —le gritó Margaret mientras iba dando zapatazos por el pasillo, directa a su habitación.
—¡A ti no es! Digo… ¡ya voy! Es que no sé qué me pasa, má. Perdón, no era contigo.
—Ahora me dejas más contenta. ¿Estás hablando sola? ¿O tienes una amiguita invisible? —preguntó Margaret con retintín—. ¡Vaya con la señorita contestona! ¡Anda, anda! ¡A la cocina ya! —seguía hablando Margaret mientras volvía sobre sus pasos—. Y que sepas que el señor Sánchez va a pedir quince días más de confinamiento Aislamiento temporal y generalmente impuesto de una población, una persona o un grupo por razones de salud o de seguridad..
—Irina, tu madre tiene poderes. ¡Ella sabe lo nuestro! ¡Ay, Alcorac, yo me pierdo para mi cumbre, que tu cuarentena no es la mía!
—¡Cállate! —esta vez lo dijo con voz queda—. ¡Ella no ve nada ni tiene poderes! Y eso de «ella sabe lo nuestro» no significará nada más, ¿verdad? ¡Ja, ja, ja!
—¡Piérdete a cenar que yo me voy! Sé que no puedes salir, o no quieres, porque veo que ya se te ha olvidado la magia de nuestros viajes…
—¡Claro! ¡Grande, Gara! ¿Podemos, como hacíamos el verano pasado? ¿Las dos juntas? ¿Seguro? ¡Es que yo creo que…!
—¡Que no, que buscaré a alguien que me preste su confianza! ¡Tú ya estás perdiendo la ilusión y la imaginación! ¡Ya no me vales!
—¡Gaaaaraaaa! ¡Ceno y nos vamos!
Las muchachas tenían una relación a través de la línea del tiempo. Adelante y atrás, la recorrían. Era una historia de la que ambas eran protagonistas. Siempre había algo que aprender. Siempre había algo para olvidar. Siempre había algo que se repetía en el tiempo.
Irina comenzó años atrás a recibir a su amiga mágica. Esta le enseñaba su historia. Y había llegado el momento de emprender otra aventura que a Irina le iba a venir muy bien, pues serviría para aliviar el duro confinamiento mental que ya tenía encima.
—¡Guau, Gara! No hay ni un alma en la calle… ¡Mira, mira, Triana vacía! ¡Eh! ¿Y las playas? ¡Solo con las pisadas de las gaviotas! ¡Vamos, vamos a un centro comercial a ver si…!
—¡Eso sí que no, urbanita! ¿Llevas encerrada más de tres semanas y a donde primero quieres ir es a un centro comercial? Vaya con la madura e inteligente Irina… ¡No me lo creo!
—No, a mí no me gusta ir a pasear, comprar, ir al cine, merendar, quedar con los amigos, echarme unas risas… ¡en un centro comercial! —dijo Irina de corrido y sin respirar—. ¡No, no…! La próxima quedo con mis colegas en un museo… ¡Ja, ja, ja! —soltó, en modo irónico, la muchacha.
—Quedar en un museo no, pero en la playa, en un parque, en la avenida, al sol, no estaría de más. ¡Vaya nivelazo el tuyo y el de tus amigos! Y en un museo, ¿por qué no?
—Eso lo dices porque eres de las de antes. ¡Si en tu tiempo hubiera habido un centro comercial seguro que hubieras ido la primerita!
—Y a un local de hamburguesas y perritos, para no tener que sembrar y rogar que lloviera. ¡Venga, fuera lo absurdo, que a mí las personas absurdas se me resbalan de la mano en pleno vuelo espacio-temporal! Y lo de que soy de las de antes se te habrá escapado, que no nos llevamos mucho tú y yo…
—¡Mira, mira, Gara! En ese llano de casas se ve a un montón de gente reunida. Mira a aquella mujer llorando. Y a esa otra con dos chiquillos colgados a sus faldas y como implorando al cielo. ¡Ahí debe de estar pasando algo! ¡Y no bueno me da! ¡No te acerques más, por favor, que tengo miedo! —exclamó Irina sobresaltada.
Estaban sobrevolando la playa de La Aldea, por los Caserones. Un gran número de casas de piedra seca estaban ancladas en las márgenes de aquel hermoso barranco. En la puerta de algunas de ellas se había congregado bastante gente. Sus quehaceres habían quedado a un lado. Yauci estaba enfermo. Su madre y su hermana Yaiza también parecían tener el mal. Tres casas más allá, la hermosa Tayri no podía levantar la cabeza de su esterilla. Y así hasta treinta casos más, y solo aquel día.
Algunos hombres caminaban ladera arriba, hasta unas cuevas cercanas, llevando consigo a los difuntos para dejarlos en su último refugio antes de la otra vida. A otros los estaban enterrando en túmulos Un túmulos es el nombre que recibe el montón de tierra y piedras levantado sobre una tumba o varias, y que se remonta a la época de las edades de Piedra, del Bronce y del Hierro. cerca de la playa.
—Irina, estás siendo espectadora de una de las primeras epidemias que asoló Gran Canaria. Parece ser que los historiadores de tu tiempo han llegado a la siguiente conclusión: la llegada de unos monjes mallorquines pudo haber sido la causa de tal contagio. No se sabe si fue gripe o peste. No hay mucho escrito y en mi tiempo no se sabía nada de tal enfermedad con aquellos síntomas.
—¿Y por qué se sabe que fueron los monjes? ¿Que trajeron los virus metidos en una caja de fósforos y los echaron al llegar? Lo digo porque como ellos no se enfermaron…
¡Qué casualidad! ¡No me lo creo! —contestó Irina muy ufana, como quien no se deja engañar—. ¡Tal vez sí se enfermara alguno! ¡O, como eran cristianos, los salvaron desde el más allá! O… mejor me callo, ¿no? Lo digo por la manera en que me estás mirando, ya que… ¡Punto en boca! ¡Te toca, crack! ¡Me callo, jefa!
—Te ha quedado bien lo de la caja de fósforos. Has estado sembrada. Charles Darwin se hubiera asombrado ante tal hipótesis, compa. Bueno, lo de compa… en este preciso instante… como que no. ¡Qué nivel! Y sí, ¡mejor te callas, que no hay que hablar todo el rato! ¡También se aprende escuchando!
—¡Vale, vale! Pero cuidadín, no vaya a ser que se te resbale mi mano, colega. Que ya antes te vi tentada a…
Desde antes de la conquista, las islas sintieron el azote de enfermedades para las que los indígenas no estaban inmunizados. Lo mismo pasó cuando la conquista de América. Aquellos indígenas también caían muertos por virus o bacterias que a los españoles no les ocasionaban daño alguno.
—Irina, nosotros estábamos aislados en las islas, como su nombre indica. Esas enfermedades llegaban por medio de corsarios, con la gente que venía a intercambiar productos, con los esclavistas que llevaban a cabo unas terribles razias Una razia o razzia es un término usado para referirse a un ataque sorpresa contra un asentamiento enemigo., y también con gente como los monjes mallorquines, que llegaron en el siglo XIV a evangelizar.
—¿Y esta fue la primera epidemia? ¿Cuáles fueron las siguientes? ¿Todas fueron tan letales?
Irina mostró cierto interés al tiempo que se dio cuenta de que en la puerta de la casa de Yauci, que resultó ser uno de los jefes de La Aldea, la mayoría había agachado la cabeza mientras un grito desgarrador salía desde las entrañas mismas de la tierra. Yauci no lo había conseguido…
—Calma, muchacha, que el wifi no llega a la playa de La Aldea. ¡Tantas preguntas para resolver! ¡Mi buscador es lentito! Y tranquila, que Yauci ya descansó. Muchos más murieron antes. Su hermana se salvó, pero la madre partió tras él a los pocos días. Y ahora a lo nuestro, que estos llantos ya cayeron en tierra hace años. Ya hablaste en la primera parte de la tarea de la modorra Somnolencia o sopor intenso que a veces puede estar producido por alguna enfermedad.. ¿Te acuerdas? Finales del siglo XV, conquista de Tenerife, 5.000 muertos, Victoria de Acentejo…
—¡Yas, Gara, me recordaste a Manu hablando telegrama! ¡Ja, ja, ja! Pues claro que me acuerdo. Pero vamos a ver alguna más, porfi. Que parece que no, pero viendo las epidemias tipo real se te quedan más. ¡Y aunque la pena sea antigua, es pena, Gara! Si te metes en el problema real, más aprendes. Así que enséñame más cosas de nuestros antepasados.
—¡Oh, claro! Y si te enfermas podrás contrastar los síntomas… Venga, vamos, que te gusta más una novelería.
Las muchachas salieron por primera vez de Gran Canaria en uno de aquellos viajes en el tiempo. Fueron hasta Tenerife. La isla se había llevado la peor parte, en lo que respecta a epidemias y hasta la fecha, con la modorra, que acabó con la mitad de los guanches. Bueno, hasta la fecha, porque con la COVID-19 también han tenido que apechugar Cargar con una responsabilidad o con las consecuencias desagradables de una acción. con la parte más complicada, por desgracia.
Las muchachas estaban sobrevolando aquella hermosa isla con su imponente volcán apuntando al infinito.
—¡Yuos, afloja Aflojar: Sinónimo de quitar tensión a algo., Gara! Lo de enfermarse… como que no. Pero ¿por qué hemos venido a Tenerife? ¡Vale, esto es Anaga! —exclamó Irina—. Lo sé porque mi familia viene mucho a Santa Cruz, sobre todo en Carnaval, y porque aquí se come…
—¡Ay, Alcorac! —exclamó Gara mirando al cielo—. Se me está durmiendo la mano que sujeta a un ser que no puede ser. ¡Que sí, que no la dejo caer! No sé yo si tiene interés el que sobreviva o no… ¡Es como un loro y yo no puedo más! Está bien, Alcorac. Por ti y solo por ti entonces.
—¿Y qué te tomaste? En plan: ¿con quién estás hablando, loco?
—Mira, Iri, estate calladita un rato, o por lo menos no hables sandeces Sandez: Dicho o hecho necio, torpe o poco adecuado.. Y hazlo bajito, como para ti sola. Estamos sobrevolando Echeyde. Y parece ser que su morador está relajado, que si no… —Gara intentaba que la muchacha se callara un rato para así poder concentrarse y que sus ojos se llenaran de aquellas maravillosas vistas.
—¡Pero si eso es el Teide! Y ahí no vive nadie, que es un Parque Nacional en donde…
—Sí y siempre fue así. ¿No? ¡Parque Nacional…! Vaya con Irina, la historiadora. Escucha: los guanches llamaban al Teide tuyo Echeyde, que significa ‘lugar donde vive Guayota Según cuenta la leyenda, nuestros aborígenes pensaban que ‘Guayota’, que era el ‘Maligno’, o el ‘Diablo’, vivía en las entrañas del gran volcán, el Teide, al que ellos llamaban Echeyde, y que para demostrar su presencia y su poder expulsaba por su boca lava, roca y cenizas. el Maligno’. Este secuestró a Magec y lo llevó al interior de su morada, por lo que toda la isla se sumió en la más profunda oscuridad. Los guanches, desolados, pidieron ayuda al dios Achamán, quien derrotó al maligno, liberó al Sol y taponó la boca de Echeyde para que no pudiera escapar otra vez el mal. Eso que se ve desde Gran Canaria, la punta blanca del Teide, como ustedes lo llaman, o ‘pan de azúcar’, como lo llaman algunos en esta isla, es ese tapón del que habla la leyenda.
—¡Vamos, un volcán! —resumió, tajante, Irina.
—¡Pues sí! ¿Ves cómo a partir de la leyenda has dado con el fenómeno? ¡Chica lista!
—Y lo de ‘desolados’ es porque les quitaron el Sol. ¡Ja, ja, ja! Sin sol, desolados. En plan juego de palabras. Y la punta no es más que el último cono del estratovolcán Un estratovolcán es un tipo de volcán cónico y de gran altura.. Y …
—¡Ya! ¡Que no hace falta pasarse! La virtud está en el término medio. ¡Humboldt, baja del pedestal de la ciencia, a la vez que del Teide, que sube Irina! ¡Deja lo que estás haciendo con los pisos de vegetación, que ya ella se encarga de acabar tu trabajo! ¡Ji, ji, ji!
—¿Quéééé? ¿De qué pisos hablas? Si aquí no se puede vivir. Y… Humboldt, ¿quién es? ¿Hum-boldt-can? ¡Ya te columpiaste…! O peor, ¡te chiflaste! Pero ¡no me sueltes! ¡Y menos encima de la casa del diablo! ¡Ah, no, que ya yo sé que es una leyenda! ¡Qué lío!
—¿Ves, Irina, como no se puede ser tan fantasmilla y pretender hacer ver que todo lo sabes? Y con respecto a Humboldt: ¡busca información, que ya te dije que mi buscador mental es lento! Un brote de peste se desató en Gran Canaria poco después de finalizada la conquista por parte de los españoles, allá por el año 1506. La enfermedad, de origen bacteriano, pronto se extendió por Fuerteventura y Lanzarote para llegar a Tenerife. Fue aquí, en Anaga, donde más mortal fue la epidemia. Duró dos años en la isla y mató a muchos guanches que aún residían en esta zona.
—Pobres, entre la modorra, la peste y la conquista, los guanches debieron de sufrir muchas bajas…
—Pues sí, Irina. Y a esto hay que sumarle un nuevo brote en 1582 que se llevó por delante entre seis y siete mil personas. ¡Fíjate que en la isla no había más de veinte mil habitantes en esa época!
—Y todo llegaba por mar. Algunos traían consigo la enfermedad, ¿verdad?
—Pues claro, todavía no había aeropuertos. ¡Ja, ja, ja! Venga, bajemos a descansar aquí, en Las Cañadas. Este es un lugar con mucha historia. Yacimientos arqueológicos descubiertos en tu tiempo lo demuestran. Caminos que perviven desde el pasado y que eran muy importantes para comunicar el norte y el sur de la isla pasan por aquí. Conocer el territorio, sus cañadas, como ya te he dicho, y los lugares donde había agua era muy importante para los pastores. ¡Mira, mira, por allí viene un rebaño! ¿Lo ves? Y, mira, dos pastores dirigen a los animales. ¡Qué alegría! —exclamó Gara muy ilusionada.
—¡Ah, sí, ya los veo! Pero ¿y esa alegría? No estamos en Gran Canaria, te recuerdo, y ese no es tu novio Ergual. ¡Ja, ja, ja! ¡Y no me digas que me calle, que me pueden oír, que ese chiste es viejo también! ¡No nos pueden oír, que no estamos sino observando desde fuera del tiempo!
—¡Fuerte muchacha boba! ¿Qué novio? Ni Ergual, ni nada. ¿A ti qué te pasa?
—No. Qué te pasa a ti digo yo, que estás colorada como un tomate…
La indígena se quedó callada. Es verdad que se puso nerviosilla cuando vio aparecer a los pastores en Las Cañadas. ¿Algo de novios y jóvenes? Pues tal vez, pero esa era su intimidad y, a lo mejor, será otra historia.
Antes de abandonar Achinech, las chicas sobrevolaron el Barranco del Infierno, en Masca. Esta vez Irina se estuvo calladita cuando recordó el nombre del barranco, no sea que fuera…
Cuando llegaron nuevamente a Gran Canaria, las muchachas se pararon en el Real de Las Palmas. Allí la indígena le contó que, durante todo el siglo XVI, hubo varios episodios de peste en la isla.
—Fíjate, Irina. Mira aquel grupo. Sí, cerca de los niños que juegan con el barro. Están levantando una ermita al Cristo de la Vera Cruz porque parece ser que les ayudó a que desapareciera la epidemia. O por lo menos eso es lo que ellos creyeron.
—Mi abuela me cuenta que en Artenara hacían algo con un santo cuando no llovía. Parece ser que lo amenazaban con desriscarlo Desriscar: Precipitar algo desde un risco o peña. si no traía la lluvia. Vamos, que lo tiraban al barranco. ¡Qué cosas! San Matías creo que se llamaba. ¡Fuerte historia! —contó Irina muerta de risa.
—Pues sí. En mi tiempo, para pedir la lluvia, bajaban desde la cumbre hasta la costa con ramas de pino y, al llegar al mar, sacudían sus aguas con esas ramas que portaban. Había otros métodos, pero a mí ese me encanta. Lo pasábamos bien todos juntos. Lo peor era subir después desde Agaete hasta Artenara.
—Yo he visto hacer eso alguna vez a gente de mi tiempo. Pero no me acuerdo de… —dijo Irina pensativa—. ¡Ah, sí! En la Rama de Agaete. La última vez solo se metieron en el agua para hacer el rito del que hablas unas cinco personas de Artenara. La gente ni se fija. Después de pasar toda la noche de fiestuki, están todos mascados. ¡Ni se enteran! Yo lo sé porque me lo explicó mi tía.
—Pues es una pena, porque esas tradiciones vienen de muy atrás. ¡Un día te cuento esa historia! Y es que un año la viví de cerca con unas sacerdotisas que vivían en la Cueva de los Candiles, en Artenara. Pero sigamos, que nos liamos.
—Bueno, Gara, yo creo que voy bien servida con lo que hemos visto hoy. Ya estamos cerca de lo que trabajé en la tarea. ¿Te acuerdas? La peste de 1851, el barco que vino de Cuba, la lavandera de San José… ¡Ahora me recordé yo misma a Manu hablando a lo mínimo! ¡Ja, ja, ja! Por cierto, ¿qué será de los chicos? ¡ Los echo tanto de menos!
—Si estás cansada me lo dices, pero que hables de echar de menos a nadie, que solo llevamos dos horas de tu tiempo viajando… Además, el salto es muy grande entre las fechas que me has señalado. Porque desde mil quinientos y pico hasta 1851… ¡mira que ha llovido! Creo que deberías comentar un poquito lo que pasó en 1600 antes de pasar al siglo XIX.
—¿Y qué pasó en 1600? —preguntó Irina un poco mascada, como ella misma diría.
—En 1600 faltaba un año para que un barco que venía de Sevilla introdujera la peste otra vez en Tenerife. Le prohibieron la entrada, pero desobedeció y el bicho corrió como el fuego por la isla. Y desde ahí pasó a Gran Canaria, Fuerteventura y Lanzarote.
—¿Y esa gracia de 1600 si el año era 1601?
—Pues para ver si estabas atenta, ¡ja, ja, ja! Porque, perdona, pero te veo ya pensando solo en la cena. Venga, lo dejamos por hoy.
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