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Había pasado algo menos de una semana desde que había descubierto el Portal. Era domingo, así que salí de casa dispuesto a abrirlo, tal y como me había indicado Evans. Este estaba en la catedral de la ciudad. Para entrar había que ponerse en cola y pasar por una garita en la que había que abonar siete euros. Era un edificio típico del gótico flamígerogótico flamígero Estilo artístico que se desarrolló en el último período del gótico y que se caracteriza por una decoración exuberante y por los adornos en forma de llama. al que se le habían hecho algunas incorporaciones posteriores barrocasbarrocas Del movimiento cultural y artístico barroco o relacionado con él.. Tenía unas vidrierasvidrieras Estructura de cristales, generalmente de colores, que con fines decorativos va colocada en una ventana o una puerta cerrándola o formando parte de ella. preciosas que habían elaborado en el norte de Europa y que ahora estaba restaurando un pequeño equipo de la universidad. No tardaría en aprender todo esto, pero en aquel momento para mí no era más que una estructura de piedra alta y oscura.

Entré en un confesionario y esperé a que fuera la hora del cierre. Luego escuché al segurita haciendo la ronda de comprobación y, tras unos treinta minutos, salí para realizar mi trabajo. Sabía perfectamente donde estaba, lo sentía tan fuerte que prácticamente podía verlo.

Se escondía en una capilla de la cabecera, que tenía la misma altura que la nave principal. Era bastante sobriasobria Que es sencillo y sin adornos superfluos. Que no se encuentra bajo los efectos del alcohol.. Había un altar en el lateral izquierdo, unos bancos mirando a esta y unas velas alargadas. Me puse frente a la pared contigua a la entrada, saqué la llave que me había dado Evans y la coloqué a la altura de mi pecho a unos centímetros de la piedra. Esta se introdujo como si estuviera siendo atraída por un imán. Una vez dentro, giré a la derecha.

Un haz de luz azul recorrió verticalmente el muro y se fue ensanchando poco a poco, acompañado por un ruido similar al que hace el viento colándose por una rendija, hasta que alcanzó un metro o dos. Me quedé allí quieto mirando el Portal boquiabierto.

—Disculpe caballero, ¿podemos pasar?

La voz de un señor mayor retumbó detrás de mí. Me giré para verlo mejor. Estaba calvo en la parte superior de la cabeza, pero tenía el pelo blanco en los laterales. Le faltaba una pierna y se apoyaba en un bastón de madera.

Me quedé mirándolo mientras cruzaba el Portal, pero no me dio tiempo a disfrutar mucho el momento. Una horda de personas se había amontonado detrás de mí. Una a una, fueron imitando al hombre del bastón paso por paso y fueron cruzando el haz de luz. La mayoría pasaba junto a mí sin prestarme mayor atención, pero algunas se presignabanpresignaban Presignar: Hacer la señal de la cruz., se arrodillaban frente a mí resando o me besaban la mano. Sobre nosotros una pareja de estorninosestorninos Pájaro cantor de unos 22 cm de longitud, cabeza pequeña, alas y cola largas y plumaje negro con reflejos metálicos verdes y morados y pintas blancas; se domestica fácilmente y aprende a reproducir sonidos. controlaba la estancia.

—Joe, si pareces el papa. Solo te falta el anillo —me dijo una voz que empezaba a conocer bastante bien.

—¡Evans! —grité—. ¿Esto es normal?

—Sí. La religión ha tenido un impacto fuerte en esta sociedad. Así que no te extrañes cuando los viejos te confundan con San Pedro o con vete tú a saber qué mierda inventada —rio—. «El portador de las llaves del cielo» —dijo con voz profunda—. Anda, vamos a un sitio más tranquilo.

Todo se tornó negro, después gris, luego negro de nuevo y, finalmente, luz tenue. Habíamos salido de la catedral y nos encontrábamos en un tejado de un edificio.

—Muy bien novato, casi ni pareces mareado —aplaudió—. Te he traído al tejado del archivo episcopalepiscopal Del obispo o relacionado con él. para que pudieras admirar tu obra, ven, mira —me dijo asomándose al borde—. ¿Ves esa cola que sale de la catedral y que se pierde entre las casas?

—Sí —respondí atónito.

—Vienen a cruzar el Portal. Tu Portal —se rio—. Bueno, hasta que mueras, luego será de otro y después de otro y, en fin… ahora vuelvo. —Evans volvió unos minutos después con una botella de Frangelico en la mano izquierda y con un paquete de pipas en la derecha—. ¿Qué quieres? Es lo mejor que tenían en ese italiano de ahí. —Lo señaló con la cabeza. Era el restaurante en el que había tenido mi primera cita con Verónica—. ¿Por dónde iba? —Se sentó en el suelo y abrió el licor—. Ah, sí. Que este será tu trabajo, y no te agobies. Hace mucho que el Portal está cerrado, normalmente no hay tanta gente. ¿Quieres? —me ofreció pipas.

—Vale —le dije acercando una mano.

—Pero pon las dos, hombre, que si no, se te van a caer. —Obedecí y me senté junto a él. Estuvimos un rato en silencio comiendo y bebiendo.

Me miró pensativo. Luego se echó más pipas en la mano y las tiró al aire. Media docena de estorninos se abalanzaron sobre ellas impidiendo que tocaran el suelo.

—Acuérdate Jacinto, son tus compañeros. Te protegerán y te ayudarán con tu trabajo mejor que nadie, ni que nada. Cuídalos y apóyate en ellos; te darán un respiro —me dijo guiñándome el ojo—. ¿Cómo si no íbamos a poder estar aquí?

Se levantó. Se sacudió la camiseta y cuando parecía que se iba a ir dijo:

—Coño, casi me olvido. —Desapareció y reapareció unos cinco segundos después con Turko, un mastín leonés de pura raza, que se tambaleaba mareado por el tejado de aquel edificio religioso—. Ahora sí que pareces un verdadero guardián, Jacinto.

Me acerqué y lo miré con detenimiento. Era más grande que los que había tenido con el ganado y los músculos se asomaban bajo el pelajepelaje Pelo o la lana de un animal. pardo que lo cubría. Nunca había visto un perro tan espectacular y te puedo asegurar que de otra cosa no, pero que de mastines sabía un rato.

El 15 de diciembre Patricia y yo quedamos para sacar a los perros por la mañana. Jesús y ella tenían dos: un montaña de los pirineos y una mezcla de labrador.  Poco a poco había ido cogiendo color y cuerpo, aunque todavía le quedaría algún tiempo hasta dejar atrás su imagen de señora moribunda. Lo que sí que había avanzado notablemente era nuestra relación, sobretodo desde que Turko llegó a mi vida. Ambos sabíamos que, aunque todavía era pronto, era el inicio de una gran amistad.

Al volver me senté en el sofá con una sonrisa tonta; las cosas parecían que se estaban encaminando. Fue aquí, cuando Leoncio vino a verme por penúltima vez antes de cruzar el Portal.

—Jacinto de mi alma y de mi corazón —me dijo aplaudiendo—. Parece que al final no eras tan gilipollas.

—Pero Leoncio, ¿no podrías tocar el timbre?

—Sí hombre, para un beneficio que tiene estar muerto —me reprochó—. Oye, tu casa es un poco mugrientamugrienta Que está cubierto de mugre, de suciedad.. Podrías pintarla o poner cortinas, al menos —me dijo mirando alrededor.

—Estoy de alquiler —respondí concisoconciso Que expresa las ideas con pocas y adecuadas palabras..

—Mejor vamos a otro sitio. Hay un club de fumadores en el barrio moderno, donde a una camarera se le murió la madre hace poco. Allí podremos hablar con más calma.

Salimos de casa y fuimos al sitio. Era todo lo que se podía esperar de un lugar así. Madera y barricasbarricas Tonel pequeño, en especial el que se usa para contener vinos o licores. en las paredes como decoración, sofás de cuero, lámparas horterashorteras Que aunque pretende ser elegante o moderno resulta vulgar, ordinario y de mal gusto., una mesa de billar.

Leoncio llegó, buscó a la joven de la que me había hablado y se sentó delante de mí con un puro y un whiskey on the rocks.

—Si no estás vivo, ¿cómo es que puedes hablar con la gente? —le pregunté tomando la iniciativa.

—No puedo… —hizo una pausa para beber—, no con todo el mundo, solo con aquellos que han tenido una experiencia cercana a la muerte.

Se me quedó mirando durante unos segundos mientras le daba una calada al puro, luego soltó el humo mirándome y dijo:

—Bueno, aquí me tienes. ¿Qué dudas tenías?

No tuve ni que pensar.

—¿De dónde salieron los documentos que tenías en tu casa?

—Tan pronto como empecé a trabajar con los estorninos supe que me había metido en un percalpercal Tela fina de algodón, hecha con un ligamento muy sencillo, que suele ser blanca o estampada; se utiliza en la confección de prendas de vestir corrientes. del que no podría huir. La forma en la que volaban, las zonas en las que se colocaban marcando una especie de camino, la actitud y la agresividad que presentaban cerca de la Casa de las Muertes.

—¿Te atacaron? —le corté.

—No, pero casi. Tuve mucho cuidado en esa zona… —hizo una pausa—. Me jodía admitirlo, pero sabía que aquello se le escapaba a la ciencia; así que empecé a buscar. Primero lo hice solo. Me fui a la hemeroteca y busqué los periódicos que hablaban sobre la Casa de las Muertes. Hasta un gilipollas al ver eso sabría que estaba relacionado. Luego le pedí a un colega de la universidad que es archiveroarchivero Persona que tiene a su cargo un archivo y se dedica a mantenerlo y conservarlo. que me buscara legajoslegajos Conjunto de papeles archivados, generalmente atados, que tratan de un mismo asunto. en su archivo sobre el tema. Fue él también el que tradujo el poema del latín al español, porque yo ni sé latín ni, como comprenderás, entiendo la letra visigóticavisigótica Relativo a los visigodos. cursivacursiva Tipo de letra que tiene el trazo inclinado hacia la derecha, imitando la letra que se escribe a mano..

—Y todo encajó.

—Sí. Esa noche hice la misma ruta y al llegar al punto treinta y tres entré en la casa. La Muerte me contó la misma milongamilonga Mentira o engaño. que a ti y me hizo la prueba allí mismo. El cabronazo me sacó a una mala bestia que me destripó en cuestión de segundos. ¿Qué podía hacer yo? —se encogió de hombros—. ¡Nada! Por ahí me he enterado de que al parecer se llaman Acutus, que los tiene encerrados en otro Portal o algo así.

—Acutus —repetí sabiendo que aquello lo había escuchado en alguna parte.

—Venga, ¿qué más?

—¿Cómo descubriste cómo mover los estorninos?

—La carraca, la linterna y los altavoces son el método tradicional. Eric Clapton cantando Tears In Heaven no, claro —se rio—. Tras mucho intentarlo sin éxito, un día sonó en la radio y se volvieron locos —me dijo quedándose pensativo—. Todavía no sé qué significa exactamente, pero estoy cerca de averiguarlo. Por cierto —cambió de tema—, ¿cómo pretendes entrar a la catedral en febrero?

Yo no lo sabía, lógicamente, pero la catedral dejaría de estar abierta al público los domingos, desde febrero hasta mayo porque era temporada baja.

—Mira, yo no te puedo garantizar nada, ¿vale? Pero si vas por la mañana a la puerta pequeña que hay en la cara norte de la catedral, preguntas por Antonio y le dices que yo te mando, quizá, consigas que te ofrezca trabajo como guía turístico.

—Vaya —le dije.

No me lo esperaba. El trabajo me vendría de lujo, tanto para abrir el Portal, como para pagar las facturas.

—Eso sí, no creas que te va a contratar simplemente por conocerme. Prepárate la entrevista y que no note que no tienes ni puta idea; y si… —hizo una pausa— si te dejas un poco de barba y te compras unas gafas de pasta quizá disimules la pinta de gilipollas que llevas.

Mi teléfono empezó a vibrar.

—Perdona —le dije.

Lo saqué del bolsillo dispuesto a silenciarlo, pero al mirar la pantalla vi que el número de teléfono correspondía al de Verónica.

—¡Y se acabó! —me dijo Verónica cerrando el libro El mundo azul. Ama tu caos, de Albert Espinosa.

—¿Así termina?

—Sí.

—Qué bonito, ¿no? —le respondí.

—¿Eso es que te gustó? —me preguntó tras besarme.

Quedaba un día para Navidad y desde que me llamó nos habíamos visto prácticamente todos los días. Fue una época de mi vida muy bonita. Es una pena que todo tuviera que torcerse tan rápido.

—¿Cuál quieres que empecemos ahora?

—El que tú quieras —le respondí.

—Hay varios que tengo en mente, pero esta vez nos turnamos para leer, ¿vale?

Asentí, aunque no me hacía maldita gracia. Con los años descubriría que mi problema no es que no me gustara la lectura, la lectura sí que me gustaba, lo que no me gustaba era el acto de leer.

Nos quedamos allí en silencio, abrazados bajo un cedrocedro Árbol de tronco grueso y recto, copa en forma de cono, ramas horizontales, hojas perennes casi punzantes y fruto en forma de piña., sobre el césped de aquel céntrico parque. Sería yo el que retomara la conversación.

—Oye —le dije cabizbajo—, tengo una entrevista de trabajo.

—¡Qué bien Jacinto! ¡Cuánto me alegro! ¿Ves que todo sale bien al final?

—No creo que me lo den —le respondí.

—¿Pero, por qué dices eso? Claro que sí.

—Verás, es para ser guía turístico en la catedral. Al parecer me van a hacer una prueba y es que… —suspiré— no tengo ni idea.

—No, no, no, no. Tú no te preocupes que tú y yo nos vamos a poner a piñón desde hoy mismo. En una semana serás un experto en el gótico español ¿Qué te apuestas?

—No sé, Verónica.

—¿Insinúas que no soy buena profesora? —me dijo—. ¿Dudas de mí? —insistió—. Venga, pasamos por la biblioteca, cogemos un par de libros y empezamos a prepararlo.

Al día siguiente fui a comer con mis hijas. Desde que ocurrió el incidente con Mario me había propuesto estar más en contacto con ellas. La relación, sobre todo con la mayor, había mejorado y quería que siguiera ese camino. Cogí el GTI y conduje hasta el pueblo anterior. Una vez allí escondí el coche en una choperachopera Terreno poblado de chopos. Arbusto extendido, de tronco corto, corteza de color gris oscuro y estriada transversalmente, ramas muy abundantes, nudosas y quebradizas, hojas caducas y alternas, agrupadas en los extremos de las ramas. y caminé hacia la casa de mi exmujer. No tardé en verlo. Estaba por todas partes. En los contenedores de basura, en las farolas. Carteles con la cara de Mario notificaban su desaparición y pedían cualquier información que pudiera servir de ayuda para encontrarlo. Me entró el miedo, y con razón. Por mucho que me gustara aquel coche tendría que deshacerme de él pronto, si no quería estar en el punto de mira.

—¡Papá! —gritó Clara al verme—. Ven corre —dijo mientras me cogía de la mano para meterme en la casa—. Este es tu regalo.

—Lo han hecho ellas, yo no he tenido nada que ver —dijo Teresa mientras mantenía una taza de té con ambas manos. Seguía intentando ser fría conmigo, aunque se alegraba de los avances paterno-filiales.

—¿Qué tal le queda? —preguntó Nuria desde la segunda planta.

—Todavía no se lo ha probado —le respondió su madre—. Ven, baja.

Obedeció y se sentó en el sofá con un ojo mirando el móvil y con el otro mirándome a mí.

—Ábrelo —insistió Nuria.

Rompí el envoltorio del regalo, que era blanco y rojo y que tenía adornos típicos de la época. Dentro había un abrigo de lana verde, tejido a mano, con un muñeco de nieve con cuernos de reno a la altura del pecho.

—¿Te gusta?

—Mucho —dije sin pensarlo dos veces.

—Que se lo pruebe, que se lo pruebe —me corearon las niñas.

—Yo también os he traído algo.

Nos sacamos una foto junto al árbol de navidad y nos fuimos a almorzar. Fue genial y habría sido perfecto de no ser por los carteles de «Perdido».

Verónica se vino a mi piso para cenar y así pasar nuestra primera Noche Buena juntos. Ella había encargado la comida en un restaurante que estaba cerca de su casa y yo había ido al chino para comprar un portal de Belén de cartón y algunas luces navideñas. Cuando estaba llegando a casa pasé por delante del escaparate de una joyería en el que vi unos pendientes que sabía que le encantarían.

—¿Preparado para una maratón de películas ñoñas? —me dijo cuando abrí la puerta. Llevaba una bolsa en cada mano y una pequeña mochila a la espalda—. He traído las mejores. —Rebuscó en una de ellas y fue sacando CDs—. El Grinch, “Love Actually”, “Solo en casa”, “¡Qué bello es vivir!” y algunas otras nuevas.

—¡Vaya! Genial —le di un beso y entramos.

Preparamos la mesa del salón, pusimos la comida y encendimos la tele.

—Apaga la luz, que he traído velas —me dijo.

Obedecí y tras ellos abandoné la estancia unos segundos.

—Sé que dijimos que nada de regalos, pero los vi y me acordé de ti —le dije sentándome a su lado.

—¡Ay! —gritó—. ¡Yo también te he traído uno!

El resto de la noche fue una maravilla. Comimos viendo ¡Qué bello es vivir! y nos acostamos con Elf. Cuando puse el CD de Love Actually ella ya había cerrado los ojos. Al sentarme se despertó.

—Perdona —me disculpé.

—Te quiero —me dijo apoyándose en mi hombro.

Cuando la película acabó la llevé a la cama y salí de la casa para abrir el Portal.

El timbre de la puerta nos despertó. ¿Quién podría buscarme un 25 de diciembre por la mañana? Verónica y yo nos acercamos a la mirilla.

—¿Patricia, Jesús?

—¡Feliz Navidad! —dijeron.

—¡Feliz Navidad! —respondí entre risas.

—¿Verónica? He oído mucho sobre ti. Soy Patricia —se presentó.

—Pero bueno, ¿todo bien? ¿Necesitáis algo? —les pregunté.

—Ya nos vamos —me respondió Jesús.

—Hoy toca comer con la familia y hemos venido a traerte esto —sacó un sobre celeste del bolso y me lo dio—. Papá Noel nos dejó esto en casa para vosotros.

Era una invitación para dos en una casa rural en la montaña.

—Es un sitio espectacular. El matrimonio que lo regentaregenta Persona que se encarga de regentar cierto establecimiento o negocio sin ser el dueño. restauró una panerapanera Granero donde se almacenan los cereales o la harina. antigua que estaba en ruinas y se hicieron una casa para ellos y otras tres pequeñas para poder alquilarlas. Nosotros hemos cogido el día treinta y uno de diciembre la que está al lado de la que os hemos reservado, por si os apetece pasar fin de año con nosotros.

—Sí —dije mirando a Verónica en busca de su aprobación.

—Sí, que genial. Jo, muchísimas gracias es un regalazo —dijo Verónica.

En los últimos días de aquel año estudié con Verónica en su casa, saqué a Turko con Patricia y solucioné el problema del coche, que me estaba robando aún más el sueño de lo que ya lo hacía mi nueva profesión. Para ello salí con él antes de que amaneciera hacia un invernadero que estaba en las afueras de León, al lado de un Leroy Merlín. Llevaba años abandonado y era el sitio perfecto para que nadie lo encontrara. Limpié las huellas con un trapo y lejía, y lo tapé con una lona negra que había comprado en esta gran superficie con tarjeta. Para volver caminé unas dos horas hacia la ciudad y cogí un bus hasta casa.

—¿Ya lo tienes todo preparado? —me preguntó Verónica.

—Casi. Me falta meter el pijama y ponerme los zapatos —le respondí.

Ella llevaba ropa y botas de Trekking y le brillaba la mirada.

—Voy a ir bajando las cosas —me dijo.

Fuimos en su coche, claro. Era un Renault Clío amarillo que tendría unos seis o siete años de antigüedad, pero lo conduje yo. Ella me había contado que desde el accidente en el que había perdido a su marido y a su hijo no había vuelto a conducir; que había podido superar el miedo a montarse en uno, pero no a llevarlo.

El camino fue ameno. Ella fue enseñándome la música que le gustaba y yo seguía a Patricia, que conducía un Ford Focus gris delante de mí.

—Necesito comprarme un coche —le dije.

—Que mala pata. ¿Seguro que no se puede arreglar? —me preguntó bajando la radio.

—No —mentí—. El mecánico me dijo que se había jodido la culataculata Parte posterior de la caja o armazón de un fusil u otra arma de fuego similar, que sirve para sujetarla con la mano o apoyarla contra el hombro cuando se dispara con ella. y que arreglarlo costaba más que el coche porque había que llevarlo a un fresadorfresador Operario que se encarga de manejar las diferentes clases de máquinas para fresar. —le dije sin tener ni pajolera ideapajolera idea Sinónimo de no tener ni idea de algo. de lo que estaba diciendo.

—Pues usa este —me dijo haciendo un gesto de «me da igual»—. Total, yo no lo voy a volver a coger.

El paisaje poco a poco fue cambiando de la llanura leonesa a las montañas y el verdor típico del norte. Un letrero nos dio la bienvenida a Cantabria y Verónica hizo la ola cuando cambiamos de comunidad autónoma. Dos perros pastores nos dieron la bienvenida en la casa rural y tras aparcar salieron los dueños. Tom y Jane habían ahorrado durante muchos años mientras trabajaban como ilustradorailustradora Persona que se dedica profesionalmente a hacer ilustraciones. y como profesor de primaria en Londres, para poder montar un pequeño negocio rural. Tras veranear mucho en esta zona pensaron que quizá podrían encontrar algo interesante aquí y así fue. El sitio era increíble, estaba rodeado de montañas donde los más aventureros podían hacer hiking o escalada y a tan solo cinco kilómetros en línea recta del mar para los que preferían sol y arena. Además, tenían un terreno enorme en el que habían plantado videsvides Arbusto trepador de tronco leñoso y retorcido, corteza pardusca, ramas abundantes, hojas palmeadas. y manzanos, por el que pasaba un pequeño afluente.

En el porche empezamos Rojo y negro, una novela de Stendhal. Comencé leyendo yo y Verónica no tardó en coger el relevo. Luego dimos un paseo por las tierras, donde Tom y Jane habían hecho un pequeño sendero precioso. Allí nos sentamos en un columpio doble acompañados de Lea, la perra más joven, y de Mifu, uno de sus gatos que decidió acompañarnos aquella tarde. Le dedicamos tiempo a nosotros, a querernos y a dejar que todo fluyerafluyera Brotar con facilidad y abundancia [las ideas] de la mente o [las palabras] de la boca..

Cuando volvimos, Jesús estaba en un banco tocando la guitarra y tarareando la melodía encima. No me acuerdo de cuál era, pero paró al vernos.

—¿Qué tal pareja? ¿Os gusta el sitio?

—Es increíble —dijo Verónica.

—Sí —la apoyé—. ¿Y Patricia?

—Aquí —respondió ella saliendo de la casa con un trozo de tarta de queso—. ¿Habéis abierto la nevera? Nosotros teníamos esto.

Los ingleses la habían preparado para nosotros a modo de bienvenida. Junto al postre una nota rezaba:

Esperamos que os guste.

La mermelada es casera y

no tiene azúcar.

El sol se fue casi sin darnos cuenta y con el frío nos trasladamos dentro de la estancia donde se estaban hospedando ellos. Encendimos la chimenea, colocamos el tablero del Monopoly en una mesa delante de esta y seguimos jugando.

—¿Sabías que Jacinto tiene una entrevista de trabajo en enero?

—¿En serio? —preguntó Patricia.

—¡Felicidades hombre! —me dijo Jesús dándome un golpe en el hombro con la mano abierta.

—Gracias, gracias —dije.

—Pero bueno Jacinto, ¿cómo es que no me lo habías contado?

—Porque es un zoquetezoquete Que tiene dificultad para comprender las cosas, aunque sean sencillas. y piensa que no se lo van a dar —dijo Verónica respondiendo por mí.

—Pero bueno, ¿cómo que no? —preguntó Patricia—, por supuesto que sí.

—Bueno, ya veremos cómo va —respondí.

—Bobadas. El trabajo es para ser guía turístico de la catedral —aclaró a la pareja—, y ya hemos trabajado los conceptos básicos del gótico y prácticamente se sabe el discurso que hemos elaborado.

—Lo vas a bordar —se quedó pensando—. Si quieres puedo ayudarte a traducirlo al inglés, no soy una experta pero no se me da mal.

—¡Genial! —gritó Verónica girándose entusiasmada buscando una reacción similar en mi cara.

—Sí, claro. Supongo que malo no será —me reí.

—Vale, y cuando te hayan cogido, si quieres podemos empezar a estudiarlo desde el principio para que tengas algo de base.

—Esto se merece un brindis, ¿no? —dijo Jesús.

—¡Coño! ¿Pero qué hora es?

—Las 23:50. Corre Jesús, pon la tele que nos lo perdemos. Jacinto trae las uvas y el cava.

Fue la mejor despedida de año que había tenido en mi vida. Salimos al porche para brindar por el nuevo año. Estaba nevando.

—Te quiero —me dijo Verónica.

—Y yo —le respondí cogiéndola por la cintura.

Nos sentamos allí los cuatro juntos con cara de tontos. Había sido una noche genial.

—Gracias por venir —me dijo Patricia—. Me hace muy feliz que estés aquí.

Esa noche me tocaba abrir el Portal así que cuando se fueron a dormir les dije que mi hija pequeña me había llamado para llevarla a una fiesta. Todos me disculparon, y a nadie pareció extrañarle.

El día antes de la entrevista pasé por una óptica para comprarme unas gafas de vista de pasta, tal y como me había recomendado Leoncio, y con ellas fui a la catedral dispuesto a conseguir el trabajo. Esta tuvo dos partes. Una primera en la que mentí mucho con cosas como que «como era pastor tenía mucho tiempo para leer sobre Historia, que siempre había sido mi pasión», y una segunda en la que tenía que hacer una pequeña ruta por la catedral y hablarles de ella, como si fueran turistas; lo cual había hecho unas doscientas veces delante de Verónica.

No sé muy bien por qué, ni qué vieron, pero sí, Patricia y Verónica acertaron al decir que iba a conseguir el curro. A partir de ahora tendría acceso libre a la catedral y dinero para seguir pagando las facturas. Gracias a esto, tres días después pude abrir el Portal sin grandes esfuerzos; no como las veces anteriores, que había tenido que escalar el andamio —que había puesto el equipo de restauración—, para entrar por una de las ventanas a la que habían quitado las vidrieras.

 

Tenía dos compañeros de trabajo. Maripili, una andaluza de piel clara que apestaba a tabaco y café, y que se encargaba de la venta de entradas, a pesar de la mala leche que tenía; y Ramón un muy buen chaval de veintinueve años, con perillaperilla Porción de pelo que se deja crecer en la punta de la barbilla. y pelazo, que había estudiado turismo y que no solo sabía muchísimo de su profesión, sino que además le encantaba.

Este último se encargaría, junto conmigo, de las visitas guiadas, que se harían en dos horarios. Por la mañana de 10:00 a 12:00 y por la noche de 20:30 a 22:30. Si hubiera tenido que pedírselo a Maripili nunca lo habría hecho, pero a los pocos días de estar allí ya había hecho muy buenas migas con Ramón y no tardé en decirle que a mí me interesaba más el segundo por lo obvio: discreción y facilidad para abrir el Portal; aunque estos no fueron, por supuesto, los argumentos que le di a él.

La noche siguiente después de los Reyes Magos parecía bastante tranquila y el Portal seguiría el mismo patrón. Vino poca gente y, de hecho, lo cerré quince minutos después de abrirlo porque no había nadie, o eso pensaba.

El llanto de un niño me frenó antes de salir de la catedral. Eran como pequeños quejidos que el perro no tardó en encontrar tras un banco cercano.

—¿Cómo te llamas? —le pregunté.

Tenía una mancha en la camiseta de los mocos y las lágrimas, y la cara muy roja.

—No tengas miedo, no te hará nada —le dije mirando a Turko—. ¿Qué edad tienes? —volví a preguntar.

—Ocho —me respondió.

—¿Y qué haces aquí solo?

—Unos hombres me han dicho que tenía que cruzar la puerta azul que has abierto —me respondió mirándome con miedo.

Poco a poco me había ido acostumbrando a la muerte y su mundo. Ya no los reconocía con tanta facilidad.

—¿Y por qué no lo has hecho? —le pregunté acercándome y poniéndome en cuclillas.

—Tengo miedo —me respondió volviendo a llorar—. Quiero estar con mamá.

—Mamá ya no te puede ver en este mundo, cariño —le respondí cogiéndole de la mano—. Pero sí que puede hacerlo detrás de la puerta azul.

—¿De verdad?

—Sí. Si vienes conmigo te lo puedo enseñar.

El niño se levantó y caminó junto a mí hasta la capilla. Allí volví a abrir el Portal.

—Todo va a ir bien —le dije mientras lo cruzaba.

En Marzo Patricia parecía una persona nueva. Le había crecido el pelo, había recuperado el color de sus mejillas y había ganado peso.

—¡Las pruebas han salido bien! —gritó eufórica—. Jesús y yo vamos a intentar tener un niño —me dijo buscando mi reacción.

Eran una pareja maravillosa, con la que últimamente hacíamos muchísimas cosas juntos, y Patricia era un sol de persona, que se había desvivido por mí en los últimos meses.

—No sabes lo muchísimo que me alegro.

—Gracias Jacinto. Lo sé —me dio un abrazo—. ¿Y al final tú vas a hacer eso?

—Quizá esta noche —le dije.

—¡Qué bien! —gritó—. Pues mira, os había traído esto. —Sacó un libro del bolso y me lo dio—. Hoy pasé a desayunar con mis compañeros del trabajo y de paso me di una vuelta por la biblioteca. Lo vi y pensé que podría gustaros.

—Muchas gracias —le respondí mientras lo ojeaba.

—Será una buena forma de empezar esta nueva etapa —apostilló mientras abría el libro de inglés—. ¿Entonces has entendido bien el presente continuo o le damos un último repaso?

Por la noche Verónica y yo habíamos quedado para ir al teatro. Había un grupo de improvisación que a ella le gustaba mucho y que iba a estar en la ciudad solamente tres días. Estuvo muy bien. La sala era pequeña y tenía servicio de bar que servía cerveza y frutos secos por dos euros y medio. Interactuaron con el público y cuando terminó la función salieron a la puerta para sacarse fotos con nosotros. Luego paramos a tomar una última caña en una terraza cercana.

—Patricia nos sacó este libro de la biblioteca esta mañana —le dije entregándoselo.

—Pero ¿cómo puede ser tan maja esta chica? —respondió ojeándolo.

Fue entonces cuando se cayó una tarjeta de estas de felicitación que se venden en las librerías para el día del padre o para cumpleaños. Decía lo siguiente:

Es un buen día para

Empezar a vivir juntos

La noche que Leoncio entró al Portal me dijo:

—Mucha suerte Jacinto, nos vemos tras la pared. ¿Crees que podré comprar habanos allí?

—Seguro —le dije tras darnos un abrazo.

—Una última cosa. Ten cuidado con Evans hay algo en él que me escama. Cuando sale su nombre se hace el silencio. La gente tiene miedo y no quiere hablar. Todo documento o información sobre él desaparece mágicamente en el siglo VIII a.C., de ahí hacia atrás es como si no hubiera existido.





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