_2_

El tiempo pasó. No sé cuánto exactamente. Supongo que unos meses. Empezaba a hacer frío de nuevo. Todo había seguido su camino. Verónica y yo nos habíamos ido a vivir juntos a su piso y estábamos más enamorados que nunca. La relación con mis hijas había mejorado tanto que ahora no solo las veía casi todas las semanas, sino que Teresa ya no me ponía cara de asco. Patricia se había recuperado prácticamente del todo y con la excusa de los perros y el inglés habíamos forjadoforjado Armazón de madera o metal que sirve para hacer una pared, un tabique o un suelo, una vez rellenados sus huecos. una amistad tan intensa que ni Evans la podría romper. En el trabajo, Maripili hacía de las suyas de vez en cuando, pero empezaría a pasar mucho rato con Ramón; ojo con este chaval porque, aunque no tenga mucho protagonismo en la historia, me enseñó todo lo que ahora sé de la profesión y fue el primero al que le conté que era el guardián del Portal, porque Maripili se dio cuenta de que me quedaba algunas noches en la catedral y se lo dijo a la jefa y, claro, necesitaba que me cubriera. Con respecto al otro curro me sentía mucho más seguro de mí mismo y tenía la sensación de que lo había estado haciendo toda la vida. Me sentaba a unos metros de la cola para entrar al Portal, con las manos apoyadas en un cayado de madera y con el perro custodiando la escena a mi lado. ¿Qué podía salir mal? Lo único que echaba en falta era a mis otros canes pastores, para poder manejar a la muchedumbre con más facilidad.

Un día volviendo de hacer la compra me encontré a un vecino de Verónica mientras intentaba abrir la puerta.

—¿Hola? —me dijo acercándose a mí—. No sabía que había gente viviendo aquí.

—Jacinto —le respondí presentándome.

—Paco —me dijo apretándome la mano—. Espérate y te presento a mi marido —continuó abriendo la puerta de su casa.

—No te preocupes, ya me iba.

—Si es un segundo —me interrumpió—. Mira Dani, tenemos un nuevo vecino. Se llama Jacinto.

—Pero bueno Jacinto. ¿Cómo estás?

—Bien, bien. Bueno me voy. —Intenté marcharme.

—¿Y qué eres familia? —me dijo Dani.

—Calla entrometido —le respondió su marido.

—Ay perdona chico.

—No te preocupes —me reí—. Podría decirse que sí.

—Lo siento mucho —me dijeron compenetrándose.

—Fue todo tan horrible. Nosotros éramos muy amigos de Verónica —continuó Paco.

—Fuimos muchas veces a verla al hospital… —hizo una pausa—. Todavía no me puedo creer que ya no esté con nosotros.

—¿Cómo? —dije sacudiendo la cabeza.

—Sí, cuando la desconectaron.

Siguieron hablando, pero no escuché nada más. El corazón se me paró y por un segundo pensé que no sería capaz de mantenerme en pie.

—¿Jacinto? ¿Estás bien?

—Tengo que irme —les dije susurrando y dándome la vuelta en shock.

Tan pronto como abrí la puerta vino Verónica Corriendo, me dio un beso, me cogió de la mano y me llevó hasta el salón. En la televisión había un programa de entrevistas en el que estaban entrevistando a Ángel, el abogado pesado que tenía por vecino.

—Están hablando sobre el hombre que desapareció en tu pueblo —me dijo.

Miré a la pantalla.

—Efectivamente, como muy bien ha dicho usted, no vamos a parar. Fíjese usted, señorita, que de pocas cosas estoy yo seguro, pero me atrevería, incluso, a jurar por el avión de combate Eurofighter Typhoon que llevo en mi solapa, y que luchan por todos nosotros en las fronteras rusas… —hizo una pausa para mirar a la entrevistadora levantando una ceja— que encontraremos a Mario o al responsable de su desaparición pronto.

Apagué la tele de un manotazo en ese momento.

—Este tío es un soberbio y un entrometido —le dije cabreado—. ¿Pero qué coño hace? ¿Buscar protagonismo? —Sabía desde hacía algún tiempo, porque Patricia me lo había contado una mañana con los perros, que Ángel se había erigidoerigido Construir o levantar una edificación importante o un monumento. como la cara visible de la búsqueda de Mario.

—¿Jacinto? —preguntó extrañada.

—Siéntate Verónica, hay algo de lo que tenemos que hablar.  —La miré fijamente. Pude ver como sus pupilas se abrían y como poco a poco le iba cambiando la expresión, e iba quedándose pálida. No necesitaba preguntarlo. Sabía que era verdad. —Pero ¿cómo no me lo habías dicho?

Se echó a llorar.

—He pensado muchas veces en ello, pero ¿cómo iba a hacerlo? No quería que salieras corriendo.

—No voy a huir —le dije mientras observaba el alivio en su rostro—. ¿Desde cuándo lo sabes? —le pregunté cogiéndole la mano.

—Poco antes de que nos conociéramos —suspiró—. Intento recordar cómo empezó todo, pero por más que me esfuerzo no, no puedo. —Se puso las manos en la frente—. Me quedé sola, mi familia había muerto y el resto del mundo no me veía —dijo mientras le temblaba el labio inferior—; solo unos pocos lo hacían —me sonrió.

—Los que han tenido a la muerte presente —le dije en voz baja.

—Como Patricia y Jesús —continuó—. Eso es lo que te pasó, ¿verdad? No quise preguntar, pero es lo que dicen por aquí.

Me levanté. La miré. Me quité las gafas y me froté los ojos echando la cabeza hacia atrás. Luego me acerqué a la ventana y rodé la cortina para ver la calle.

—No, no es mi caso —le respondí acariciándome la barba—. Yo también te he escondido algo. —Me acerqué a ella y me puse de cuclillas—. ¿Ya te han hablado del Portal que tienes que cruzar?

—Algo, pero no le había hecho mucho caso porque ya estábamos juntos. Pensé que podría esperar —se encogió de hombros.

—Pues yo soy el encargado de abrirlo todos los domingos por la noche. Por eso siempre me tenía que marchar ese día. —Verónica me miró con una mezcla de incredulidad y desconfianza—. Yo no lo elegí, pero esto es lo que hay y vamos a tener que ver qué hacemos con esos putos pajarracos. —La cogí de la mano y la acerqué a la ventana—. ¿Los ves?

—Sí, ¿qué pasa con ellos?

—No puedes quedarte en esta situación para siempre y ellos —los señalé—, son los encargados de hacer que la gente cruce el Portal, quieran o no —enfaticé.

—¿No hay ninguna manera de evitarlos?

—Quizá —hice una mueca—. Al fin y al cabo, soy el guardián, ¿no?

Que equivocado estaba. No tardaría en ver la brutalidad con la que castigaban a los prófugos, lo cual, por cierto, casi hace que este libro y, con él, este mundo nunca se hubiera creado.

 

La honestidad entre Verónica y yo sirvió para estrechar aun más la relación. Hablamos mucho sobre el tema y nos reíamos cuando conseguíamos encajar otra pieza dentro de este puzle.

—Estar muerta también tiene sus ventajas —me dijo entre risas en medio de una conversación.

—Ah, ¿sí?

—Por supuesto, mira, puedes meterte en un vestuario de jugadores de rugby y disfrutar de las vistas sin que nadie te diga nada —se rio—, o puedes escuchar conversaciones ajenas sin perderte detalle, ya sabes, una vida de lujos y privilegios —volvió a reírse.

—Oye, no es mala idea.

—¿El qué? —me dijo sorprendida.

—¿Quieres conocer a mis hijas?

—¿Cómo?

—He quedado con ellas hoy para comer, porque quiero recoger a mis dos perros pastores para que me ayuden en el trabajo, como te había dicho. Se lo comenté el otro día a Teresa y no se opuso mucho.

Esperamos a las niñas en el restaurante Las Piedras. Este estaba en un pueblo cercano en una zona rural con una gran riqueza faunística. Otro pastor de la zona me llevó allí una noche de abril para aliviar las penas cuando las cosas empezaban a ir realmente mal con Teresa. Lo peculiarpeculiar Que es propio y singular de una persona, animal o cosa. de este sitio, y el motivo por el que lo elegí para la ocasión, es que tienen una cuadra detrás donde puedes dejar a tus animales mientras comes. Al llegar pregunté por Miguel, el dueño.

—¡Hombre Jacinto! ¡Cuánto tiempo! —dijo levantando los brazos en señal de celebración.

—¡Miguel! —le dije mientras nos abrazábamos.

—¿Pero y ese cambio de imagen? —Me empujó con ambos brazos para verme mejor—. Si pareces otro.

—Es una larga historia. Luego, si tienes un rato, te la cuento.

—¡Claro! ¿Y ahora qué se te ofrece?

—Vamos… Digo, voy —miré a Verónica con complicidad— a comer aquí con mis hijas, a ver si me podías abrir la cuadra para meter al perro.

—¡Ostras! ¿Y este mastín? ¿Ya lo tenías antes? —me dijo mientras se acuclillaba para observarlo mejor.

—No, no. Es nuevo, es muy fino —le dije haciendo referencia a que trabajaba bien.

—No, no, si es muy buen ejemplar. Cuando la mi mastina esté dispuesta te llamo para que la cubracubra Cubrir: En este caso copular [un animal macho] con una hembra, especialmente cuadrúpedos. —me respondió con tintes asturianos que hacían referencia a su juventud norteña. Acento, por cierto, con el que no tardaría en estar muy en contacto.

Verónica y yo nos sentamos en una mesa con tres manteles cerca de la ventana. Compartimos cerveza y jugamos a las suposiciones por un rato.

—Pues yo creo que esos dos son hermanos.

—No —respondía—. Son compañeros de trabajo, fíjate en que llevan botas similares.

Entonces ella se levantaba y se paseaba varias veces por delante de la mesa en cuestión, acercándose cada vez más; luego venía riéndose.

—¡Que son amantes!

Y entonces elegíamos otro objetivo y repetíamos el proceso.

Clara y Nuria se bajaron del coche que conducía su madre, y con ellas mis perros pastores.

—¡Rocco! ¡Leo!

Ambos empezaron a tirar de las correas hasta que los soltaron. Rocco era una mezcla de Carea Leonés con Border Collie de unos seis años con los colmillos cortados, que me cedió un pastor cuando ya tenía un año. Era súper leal, líder y trabajaba muy bien. Leo, en cambio, era un Border Collie Blue Merle que le compré a un cántabro con seis meses. Era guapo como él solo y muy fino trabajando, pero algo vago, desconfiado y mucho menos leal. Metimos a ambos junto con Turko y volvimos a la mesa.

Verónica tenía los ojos abiertos como platos. No se perdía ningún detalle y tenía que reprimirse todo el rato para no participar.

—Tus niñas son encantadoras. Tienes mucha suerte —me dijo cuando volvíamos en el coche.

Tan pronto como llegamos, los perros se adueñaron de la casa.

—Nos las apañaremos —dijo entre suspiros mientras recogía los cojines que habían tirado al suelo. Luego se les quedó mirando. El mastín ocupaba todo el sofá y hacía de colchón a Rocco y a Leo, que saltaban y se revolcaban sobre él—. ¿Crees que tendremos que comprar otro sofá?

Patricia y Jesús vinieron a casa para tomar unas cervezas antes de ir a la fiesta. Mis antiguos vecinos habían hecho otra quedadaquedada Encuentro acordado de dos o más personas en un lugar y una hora determinados. para recibir a los nuevos inquilinos que volverían a ocupar mi antiguo piso, tras estar desocupado por un largo tiempo.

—Yo no voy. No me encuentro bien —dijo Verónica cuando nos acercamos a la puerta.

—¿Seguro? Vamos a estar solo un rato.

—Sí, sí. Voy a meterme en la cama. Pasadlo bien —nos dijo mientras me picaba el ojo con cierta torpeza. Me habría gustado que viniera, pero era una situación compleja, en la que unos la verían y otros no. No parecía viable.

Tocamos a la puerta de Ángel unos cuarenta minutos antes de la hora acordada, pero no respondió nadie; así que subimos a la casa de Patricia a tomar la segunda ronda. Al terminar bajamos buscando mejor fortuna. El abogado llegaba en ese momento de la calle con varios bultos en las manos.

—¿Sabe usted que llega tarde? —le dije irónicamente para molestarle.

—Pero bueno, usted es un insolente —me dijo justo después de abrir la puerta

—No te agobies compañero. —Le di dos golpes en el hombro y entré por la puerta.

No soportaba a ese hombre, ni a su hortera casa. Dejamos lo que habíamos comprado en la cocina y ayudamos a a preparar el salón a Ángel, que seguía molesto conmigo. Mari Carmen fue la primera en llegar.

—¿Y tu niño? —le pregunté.

—Prefirió quedarse en casa —me respondió con una mueca—. ¿Qué le voy a hacer?

Los siguientes en venir fueron los vascos y finalmente tres dieciochoañeras que estaban en primero de enfermería.

Al principio los jóvenes estaban por un lado y nosotros por otro. Pero tras dejar un tiempo prudencial nos acercamos. Xabi estaba a tope, haciendo su espectáculo particular para atraer a las jovenzuelas.

—Tranquilo Xabi, que se te ve el plumero —le dijo Jesús, mientras las chicas se reían tímidamente.

—Hombre —le respondió—, si tuviera ovejas como Jacinto —me miró—, ya tendría mucho ganado.

En ese momento Ángel, que pasaba por detrás del grupo, le dio una colleja y continuó su camino con su particular forma de andar como un estirado repipi.

—Me lo merecía —le justificó el propio Xabi.

La velada transcurrió agradablemente hasta que, con la guardia baja, Ángel se dirigió a mí.

—El otro día estuve en su pueblo —me dijo.

—Ah, ¿sí? ¿No es demasiado vulgar para ti? —le respondí con cierto retintín.

—Por supuesto que no —me respondió ofendido—. Es ampliamente conocida por todos la importancia del mundo rural en nuestra sociedad —me dijo sacando papada—. Pero, aunque la relevancia económica del sector primario, su tecnificacióntecnificación Dotación de recursos técnicos a una actividad determinada para mejorarla o modernizarla. y sus actuales problemáticas bien podrían llevarnos a una o dos tardes de amable coloquiocoloquio Conversación entre dos o más personas.

—Una o dos tardes de amable coloquio —repitió con voz aguda Xabi haciendo mofa de Ángel.

—Mire don Xabier, Dios sabe que tengo una paciencia casi infinita. Pero —alzó la voz—, si vuelve usted a hacer una gracia tan infantil tendré que llamar a Haizea. No me haga darle ese disgusto a su madre. —Sentenció. Luego le dio un sorbo a la copa y continuó—. ¿Qué me puede decir usted de don Mario?

—¿Que Mario? —le respondí.

—Hombre, don Mario Turrado. El desaparecido ¿Quién si no?

—No sé quién es —mentí, y mentí muy mal.

—Pero ¿cómo no iba a saber usted quién es?

—No, no. —Volví a mentir claramente nervioso.

—Es curioso que me diga usted eso. Ayer vino a verme a la sede de la Asociación Española de Desaparecidos don Gastón Álvarez Flores, sabe quién es, ¿verdad? —preguntó colocándose el nudo de la corbata y arqueando la ceja.

«Mierda», pensé. Era uno de los argentinos del pueblo.

—Y salió su nombre —sentenció.

Se hizo el silencio. Luego Xabi intentó recuperar la normalidad con chistes malos y bromas que estaban fuera de lugar, pero la velada ya se había roto y estaba abocadaabocada Que está expuesto a un resultado determinado, generalmente negativo. al fracaso. Una hora después ya estaba cada uno en su casa y yo me metí tan pronto como pude en la cama. Allí, con los ojos cerrados, no era capaz de quitarme de la cabeza la imagen de Ángel, de pie, con los brazos cruzados, escudriñándome con la mirada. Mierda. Lo sabía. Sabía que era el causante de la desaparición de Mario y no tardaría en empezar a mover ficha.




Marcar el Enlace permanente.

Comentarios cerrados.