_6_

Querido lector, hace mucho que no me dirijo a ti y no es por olvido, pues bien es sabido que si he escrito este manuscritomanuscrito Texto escrito a mano, especialmente el que tiene algún valor o antigüedad. Período histórico pasado muy alejado de la actualidad. es para que tú lo leas. Presta especial atención a esta parte, pues aquí encontrarás las respuestas a todas tus preguntas.

 —Has sido un buen peregrino, Jacinto, pero no voy a volver a cometer el mismo error. A partir de ahora, seré yo el que abra y cierre los portales, y vosotros no podréis seguir en este mundo. Hoy mismo tenéis que partir.

—A todos nos toca nuestro momento —dije con un poco de resignación y bastante indiferencia—. Pero no hay nadie más —le aseguré—. Solo estoy yo.

—¿Cómo? ¿No lo sabías? Uno nunca camina solo, y menos un travesía tan larga y pesada como esta —me contó—. Sois treinta y un guardianes repartidos por el globo… —hizo una pausa—. Algunos incluso son famosos, ¿te gusta el blues?

—Me da igual, la verdad —le dije.

—Pues es una pena, porque Eric Clapton es un compañero tuyo y después de la trágica muerte de su hijo, también se obsesionó con qué habría tras el Portal… —hizo una pausa—. ¿Quieres despedirte de alguien antes de partir?

—No tengo problemas en cruzarlo, pero no será ese.

El Caminante me miró  y sonrió.

—Sé lo que me vas a pedir, y me parece bien, pero no te será fácil.

—Déjame crear un nuevo Portal, donde puedan vivir en armonía los nuevos y los viejos miembros.

Crearlo no fue lo más complicado. Planteé un sistema circular de portales que eran exactamente iguales a la realidad de los vivos, que se abrían automáticamente al morir, sin necesidad de guardianes, ni de esperas. Al entrar en uno se te borraba la memoria y nacías en el seno de una nueva familia, que te daría el cariño y la formación necesaria para poder vivir otra nueva vida.

Liberar a la gente que se había quedado encerrada en los portales individuales, sin embargo, no era una tarea tan sencilla, pero no descansaré hasta que todos y cada uno puedan reencontrarse con sus familiares, tal y como yo en algún momento haré con Patricia y Verónica. Mis últimos meses se los he dedicado a esta noble tarea y a terminar este manuscrito. En este momento, intuyo, no lo sé y me da igual, que ya habrá mitos, historias y leyendas sobre este mundo y sobre su significado. Es por eso por lo que he querido dejar escrita la verdad, que es esta y no hay otra, por muy dura que pueda ser.

Y si, te lo vuelvo a repetir: estás muerto, pero más vivo que nunca.



_5_

Sabía que Evans me había cubierto varias veces, pero aun así la cola era kilométrica. Dejé el Portal abierto y mientras esperaba mi turno, repasaba los últimos años de mi vida y obviamente mis hijas estaban muy presentes ¿Debía ir a verlas? ¿Serían capaces de perdonarme? ¿Habrían entendido la situación? ¿Me seguirían queriendo? ¿Estarían ya trabajando? ¿Estarían casadas? ¿Tendrían hijos? ¿Serían felices? Me dispuse a averiguarlo por mí mismo, pero al llegar a la casa de mi exmujer me encontré con una vivienda reformada por unos nuevos propietarios que la habían comprado para pasar los veranos en el pueblo y que no sabían prácticamente nada sobre ellas.

—Lo siento —susurré mientras miraba, ahora sí, solo, el Portal.

Volví hacia la nave central de la catedral para mirarlo con perspectiva, saqué la llave del Portal y entré en la grieta sin pensarlo. Sabía a lo que había venido.

A lo largo de estos años me había hecho una imagen bastante clara de lo que creía que había detrás de aquella puerta invisible que abría cada domingo, cuando me encontraba en disposición para hacerlo, claro. Pensaba que allí se encontraba una especie de mundo paralelo, no mejor necesariamente, pero lo suficientemente grande como para albergarnos a todos, quizá infinito, quizá en expansión, ¿quién sabe? Me imaginaba, que la sociedad se organizaba en aldeas, donde vivían los integrantes de una misma familia, antecesores y sucesores compartiendo experiencias y copando el tiempo con fiestas y ceremonias, donde la incorporación de un nuevo miembro sería toda una celebración

Sin embargo, la realidad fue muy diferente. Tras la luz me encontré con una habitación de cemento, sin ventanas, ni puertas, ni mobiliario, de cuatro metros de largo por dos de ancho, totalmente vacía y con un silencio ensordecedor. Estuve, al menos, una hora sentado en el suelo pensando qué podía significar aquello. Luego me levanté y busqué la abertura que se había cerrado tras de mí, aproximé la llave a la pared y esta se introdujo prácticamente sola, la giré y salí de allí.

De nuevo en la catedral me encontré a una señora de mediana edad mirándome.

—No tienes buena cara —me dijo. Yo la miré en silencio—. No hay buenas noticias, ¿verdad? —negué con la cabeza—. Bueno, no podía ser tan fácil —continuó encendiéndose un cigarro. Estuvimos un rato juntos sin decir nada, mirando la luz que provenía del Portal y cuando se acabó el pitillo dijo:

—Bueno, habrá que ir marchando.

Yo la seguí con la mirada y al ver que no iba en broma me apresuré para entrar justo detrás de ella, pero no hubo ningún cambio. Aparecí en la misma habitación, de nuevo solo. Abrí y cerré el Portal media docena de veces con igual suerte hasta que me convencí de que lo que le había esperado a Patricia y a Verónica era lo mismo que nos esperaba al resto. La soledad absoluta por el resto de la eternidad sin poder escapar, sin poder rendirte.

Recordé las palabras de Evans: «Nunca gires la llave hacia la izquierda. Nada bueno se esconde allí». ¿Qué podía haber peor que aquello? Supongo que pensé que ya no tenía nada que perder y tras cerrar el Portal, volví a introducir el metal en la piedra para ahora girarlo en sentido contrario a las agujas del reloj.

La luz azulada que emanaba de la grieta se tornó roja, el aire se espesó y empezó a oler fuertemente a azufre. La realidad allí dentro era muy diferente a la otra. Frente a mí había un camino flanqueado por setos y arbustos muy densos, del que no se veía el final. Caminé durante horas siguiendo el sendero a través de la niebla y supe que no dejaría de hacerlo hasta que llegara al final o hasta que encontrara respuestas; y eso hice durante meses, igual años, hasta que me encontré con El Caminante.

—Te estaba esperando —me dijo.

Era un paisano de mediana edad, con barba de dos días y pelo cano y desaliñado, cubierto por un sombrero de fieltro marrón, clásico de peregrino. Sobre sus hombros se apoyaba una capa negra con una flor azul bordada en su pecho. Bajo esta, asomaba parte de un bordón sobre el que se apoyaba.

—No. No te conozco —negué.

—Claro que sí, Jacinto —me dijo.

Preferí ser cauto y no decir nada.

—Al fin y al cabo, todos hacemos el mismo camino, ¿verdad?

—¿Qué haces aquí? —le pregunté.

—Aun no lo sé —me respondió con firmeza mientras miraba la senda por la que había venido—, pero pronto lo sabré.

—Ya veo —respondí con incredulidad.

—Espero por un peregrino que necesite mi ayuda y siento que está al llegar… —hizo una pausa—. Estarás cansado. Hay un refugio a pocos metros. Puedes quedarte allí si quieres. Es cómodo y tendrás intimidad. No hay reservas para los próximos días.

Pasé mucho tiempo allí caminando y escuchando sus historias.

            —Me da igual —solía decirle cada vez que me hacía una pregunta para iniciar su monólogo.

Prefería estar en silencio, aunque de alguna manera agradecía la compañía después de tantos años de soledad. Una mañana cogí mis pocas cosas y emprendí mi viaje de vuelta para seguir en busca de respuestas. En medio del camino me volví a encontrar con el Caminante en la misma posición en la que estaba la primera vez.

—¿Adónde vas peregrino? —me dijo.

—Marcho. Tengo cosas que hacer y aquí no he encontrado nada útil.

—Si alguien te dice que ya lo conoce todo dile: «Todavía te queda otro camino, peregrino» —me dijo.

—En serio, déjame en paz. No me importan tus frases de mierda.

—¿Crees que a Evans le sentará bien que hayas pasado tres años aquí, conmigo? —sentenció—. Igual sí te interesa lo que tengo que decirte.           

 En media hora el Caminante unió todas las piezas del puzzle que no encajaban. Me contó que, en realidad, la Muerte era él y que Evans había sido su guardián. Sin embargo, al morir y cruzar el Portal se alió con otros, le tendieron una trampa y le quitaron el puesto. Para asegurarse el control del poder y que no le hicieran a él lo que me hicieron a mí, destruyó el acceso a esa realidad, la abandonó a su suerte y creó otros dos. Uno, que es en el que estamos, en el que encerró a todo aquel que mostrara un mínimo de disidencia o de hostilidad hacia su persona y otro, individual, para evitar el contacto y la comunicación entre ellos y que se pudieran formar motines desde dentro.

—Es decir, el primero es de castigo y el segundo es preventivo.

—Ya veo —le respondí pensativo—. ¿Y por qué no meterlos a todos en el segundo? No hay mucho margen de maniobra en esa habitación de hormigón.

—Este Portal tiene más medidas de seguridad, pero la realidad es que, como dije antes, este es de castigo. La atmósfera está compuesta de una serie de elementos que modifican el alma, quitándole gota a gota todo vestigio de humanidad y convirtiéndolos en auténticos monstruos… —hizo una pausa— que deambulan sin rumbo fijo.

—Los Acutus, ¿verdad?

—Sí, así los llaman, pero yo prefiero el término de «peregrinos sin camino»… —hizo otra pausa—. Has debido caerle en gracia a Evans, porque lo normal es que Verónica hubiera acabado aquí, al no cruzar el Portal cuando se le dijo.

—No tenemos demasiada relación, ciertamente.

—Ni la volveréis a tener. Él sabe que estás aquí hablando conmigo, así que tan pronto como pongas un pie fuera te matará.

—Y no me puedo quedar, porque terminaría convirtiéndome en un Acutus.

—Ser guardián te da cierto margen, pero sí, antes o después…

—Pues habrá que matar a Evans —le dije mirándole a los ojos y sin dejar que acabara la frase.

Desandamos juntos el camino hasta llegar a la pared por la que había entrado.

—Nos están esperando —me dijo—. Abre el Portal y no salgas hasta que no haya terminado.

Introduje la llave y, tan pronto como la giré, una onda expansiva me tumbó. Cuando recuperé la consciencia me levanté y crucé el Portal. El suelo de la Catedral estaba lleno de estorninosestorninos Pájaro cantor de unos 22 cm de longitud, cabeza pequeña, alas y cola largas y plumaje negro con reflejos metálicos verdes y morados y pintas blancas; se domestica fácilmente y aprende a reproducir sonidos. muertos y a los pies del Caminante yacía el cadáver del niño que usaba Evans.

—Se acabó tu camino, peregrino —le dijo, y antes de que yo pudiera decir nada se dirigió hacia mí—: Tú también vas a tener que colgar las botas, Jacinto.




_4_

Lo primero que hice fue quitar el tejado antiguo y guardar las vigas para leña. Luego limpié las piedras de la pared, quité aquellas que estaban sueltas y las rejunté con una mezcla de cemento blanco y arena de Valladolid para hacer un encofradoencofrado Armazón formado por un conjunto de planchas metálicas o de madera convenientemente dispuestas para recibir el hormigón que, al endurecerse, forma las paredes de los edificios construidos con este material. en la parte superior que fuera estable para colocar las nuevas vigas sobre las que apoyarían los tablones y tejas.

Un día, después de varios meses, apareció por allí Anselmo, con el que forjaría una profunda amistad durante algunos años antes de esfumarse para siempre. Anselmo era un minero retirado de la cuenca minera que tras salir de la mina se compró una casa en la zona y unas pocas vacas para «entretenerse».

—Antiguamente sí —me decía—, pero ¿ahora? Ahora ya no merez la pena. O ties un millón de praos y seiscientas vaques pa que te den una buena subvención en la PAC o na. Estos funcionarios van a echanos a pedir, ya verás tú, Jacinto, ya arruinaron a los que teníen vaques de leche y detrás iremos nosotros. Pero ¿tú te pues creer que el cordero siga valiendo lo mismo que fae ochenta años? —me preguntó cabreado, con un marcado acento asturiano.

—¿Qué me vas a decir a mí Anselmo? El problema es que queremos seguir yendo a Mercadona y llevarnos medio kilo de ternera por cinco euros, y no puede ser, no puede ser —le di la razón.

—Por cierto, mañana tráigote eso.

«Eso» era nada más y nada menos que un tractor para subir las vigas y terminar el techo.

—Gracias. Yo creo que en dos semanas o así ya te lo podré devolver.

—Bueno home, lo que necesites. Si tengo que llevarles algo de hierba o agua, lo cojo y luego déjotelo aquí.

Un año y pico después vino a verme y me dijo:

—Jacinto, ¿vas tar por aquí hoy?

—No tengo muchos más planes —le respondí.

—Vale —me dijo—. Pues ahora vengo. ¿Crees que si me llevo a uno de tus perros harame caso?

—No te lo aseguro, pero prueba con Rocco. ¿Que vas a subir más vacas?

—Bueno, ya veré como hago.

Al rato apareció con una docena de ovejas xaldas.

—¿Que vas a hacerte ovejero? —me reí.

—Son pa ti —me respondió.

—¿Cómo que para mí?

—Me las dio un amigo que me debía un par de xatos y acordeme de ti. Me llevo les vaques a otro prao y apañado —me dijo.

—Pero tendré que darlas de alta —le dije.

—Na. ¿Quién va a subir aquí?

El huerto no tardó en llegar. Allí tenía prácticamente todo lo que necesitaba. Recolectaba bayas y cogía setas del monte en otoño, cortaba madera —tanto para leña como para mobiliario del bosque con el que lindaba— en invierno, en primavera trabajaba en la huerta y en verano recolectaba la fruta y verdura que tenía plantada. De vez en cuando cazaba alguna perdiz o alguna liebre y cogía alguna trucha en el río o algún besugo en la costa. Si alguna oveja me paría, invitaba a Anselmo a cenar cordero y hacía algo de queso y yogurt.

Un día me equivoqué de seta y corté una Paxillus Involutus, creyendo que era un níscalo. Estuve tres días en el hospital pensando que me moría y cuando me dieron el alta me dijeron que mi cuerpo ya no aguantaría el mismo ritmo de antes. Lo peor fue que, al llegar a casa, las ovejas y Leo habían desaparecido. En aquel momento yo debía tener casi medio centenar, que había ido criando poco a poco. El pastor eléctrico estaba tirado en el suelo. Al principio pensé que se habrían asustado y que lo habrían empujado ellas, pero luego me di cuenta de que se había caído hacia dentro, no hacia fuera. Cogí a los perros y las busqué durante días, pensando que alguien las habría soltado para molestar, pero no tardé mucho en darme cuenta de que me habían robado, y como no las había dado de alta, no podía denunciarlo a la Guardia Civil. A partir de entonces todo fue perdiendo poco a poco su color, y me cuesta saber qué es real y qué no, pero la actitud de Anselmo y que dejara de venir a verme me hizo tener en algunos momentos la certeza de que había sido él. Pero quién sabe, igual simplemente se hartó de mi carácter agriado.

Con el paso del tiempo dejé de bajar al pueblo y me encerré en mí mismo y en los libros, con los que había comenzado una interesante relación de amistad. Compré media docena de ovejas merinas y una burra y empecé a sacarlas a pastar por el monte, lo que me dio un mayor conocimiento de la zona. Allí encontré algunas cabañas y cuevas, donde empecé a escribir este manuscritomanuscrito Texto escrito a mano, especialmente el que tiene algún valor o antigüedad. Período histórico pasado muy alejado de la actualidad. mientras vigilaba el ganado, como recomendación de Verónica.

—Deberías escribir tu biografía, Jacinto —me dijo una vez con esa ilusión y ese brillo que tanto la caracterizaba.

—No sé, yo no, no creo que a nadie le interesara —le respondí intentando ocultar el verdadero motivo, que no era otro que el miedo que me daba a que descubriera que yo era mucho más simple de lo que ella creía y que perdiera el interés por mí.

El último día que saqué las ovejas no era consciente de lo que se venía. Al día siguiente las abrí como todas las mañanas y llamé a Rocco para que las fuera a buscar.

—¡Rocco! —Repetí varias veces sin éxito.

Normalmente estaba muy pendiente de mí y cuando sabía que íbamos a trabajar era el primero que estaba preparado para ponerse manos a la obra. Lo encontré a los pies de mi cama, donde dormía.

—Arriba, vago —le dije mientras lo empujaba suavemente con el pie, pero no se movió.

Me agaché lentamente y le puse la mano en el costado. Estaba frío. Debía llevar muerto toda la noche. Me arrodillé ante él y miré a Turko, que se tumbó a mi lado poniendo la cabeza sobre mi muslo. Enterré a Rocco en una zona que lindaba con los pastos y con el bosque e intenté sacar a las ovejas, pero sin él era imposible. Con el palo en la mano estuve media hora corriendo detrás de ellas, pero estaban asalvajadas, así que las volví a encerrar y me fui a dar un paseo con Turko.

Un día, mientras desayunaba, se presentó la Guardia Civil y me notificó que un familiar de Patricia había denunciado en la comandancia que había un okupa en el antiguo pajar y que tenía un plazo de seis meses para coger mis cosas e irme. Yo intenté explicarles que ella me la había dado antes de morir, que llevaba ocho años viviendo allí y que la había arreglado con mis propias manos, que era mi casa, pero mis esfuerzos fueron en vano.

Desde entonces la idea de tener que irme de allí me fue consumiendo poco a poco. Dejé de asearme, de arreglarme la barba, de cortarme el pelo. Empecé a comer poco y mal, y de vez en cuando se me olvidaba volver a la catedral para abrir el Portal.

Empecé a matar a las ovejas. Me gustaría decir que lo hacía para comer o para hacerme un abrigo y una cama, porque me iban a venir muy bien en los meses venideros, pero había un componente de disfrute en todo aquello. Me gustaba ver cómo se atragantaban con su propia sangre y cómo poco a poco dejaban de moverse. Ponía mi mano en su corazón para notar cómo se les escapaba la vida. Una a una pasó por el filo de mi navaja.

Dos semanas antes de que tuviera que dejar la casa, le prendí fuego y tiré los muros con ayuda de una maza y de la burra; y sembré la huerta y el prado trasero con sal. Nadie había prestado atención a aquel lugar en muchísimos años y ahora que lo había arreglado le salían herederos. No iba a dejar que nadie se quedara con el trabajo de mi esfuerzo gratuitamente, ni que violara con esa facilidad la última voluntad de Patricia.

Cargué la burra con algunos enseres y varias botellas de orujo que había destilado con Anselmo y junto con Turko marché de aquel lugar para siempre. En los cuatro años siguientes adelgacé veinte o treinta kilos. Comía bayas, hojas, raíces, insectos y carroñeaba algún animal muerto que me encontraba a la orilla de la carretera o en el monte; pero no recuerdo pasar demasiada hambre por culpa del estramonioestramonio Planta herbácea de tallos ramosos, hojas grandes y anchas, flores blancas en forma de embudo y fruto espinoso en forma de nuez. que tardó poco en unirse a nuestro viaje. Empecé haciéndome infusiones con las semillas y terminé fumándome las hojas.

Poco a poco la ropa se me fue desgastando y rompiendo. Y pasé de vestir con harapos a no llevar nada encima. La droga me había quitado la capacidad de sentir hambre, frío, vergüenza o cualquier emoción. Me había vuelto un drogadicto y las veces en las que no encontraba la planta, Turko se tumbaba conmigo para reducir mis temblores.

Durante este tiempo no abrí el Portal ni una sola vez. Al principio supongo que de alguna manera esperaba que Evans acabara con mi sufrimiento, pero nunca lo hizo. Simplemente venía y me miraba durante horas, como si disfrutara verme así. Un día mientras me retorcía por el mono se acercó a mi oído y susurró:

—Oye novato, quiero que sepas que Patricia no debería haber fallecido. Tú la mataste al traicionarme escondiendo a Verónica. Sé que ya no volverás a serme de utilidad, pero cuando mueras, y me encargaré de que sea lo más tarde posible, cuenta esto por ahí, igual así puedas salvar a alguna otra inocente.

Pensé muchas veces en el suicidio. En cómo lo haría y en qué habría detrás del Portal, en si valdría la pena, en qué pensaríann Verónica y Patricia cuando me vieran con este aspecto, en lo muchísimo que las había decepcionado… Todos aquellos pensamientos se materializaron el día que me quedé solo. La burra la perdí, no sé muy bien dónde, ni cuándo. No sé si me fui de algún sitio y la dejé atada a un árbol o si, en cambio, al llegar a uno nuevo se me olvidó atarla y se marchó. Y Turko, mi fiel compañero, llegó un momento en el que la vejez dejó de darle la tregua que le había prometido y, como todos, pasó a ser sustento de los buitres y cuervos.

Había pensado en comer grandes cantidades de estramonio y mezclarlas con la última botella de orujo que conservaba, pero no fui capaz. Me daba miedo el Portal, esa es la verdad. Así que, en un arrebato de ira, bajé de la peña en la que me encontraba, busqué el coche de Verónica y lo arranqué. Justo antes de quemar la casa había cambiado la batería y lo había puesto a punto para guardarlo en un lugar seguro.

—Muy bien —pensé—. Esto es como montar en bici, ¿no?

Conduje sin demasiadas complicaciones hasta llegar a la ciudad que tan buenos momentos me había dado. Sin embargo, mientras estaba en la carretera no podía parar de pensar en el Volkswagen de Mario.

—Iré a hacerle una visita —pensé—. Sí, una última visita. Igual, incluso me dé una vuelta —continué negando con la cabeza—. No creo que arranque.

Conduje hasta las afueras de la ciudad donde se encontraba el invernadero abandonado. Me bajé del coche y tuve un mini infarto. Habían arreglado aquel sitio. Supuse que la puerta estaría cerrada, que habrían puesto una plantación de tomates ecológicos y que el coche ya no estaría allí. Empujé la puerta hacia adentro y esta se abrió. Allí estaba. La lona con la que lo había tapado tenía uno o dos centímetros de tierra y polvo, pero no estaba rota. Bajo esta, el GTI parecía rugir en sueños. Era precioso.

Había dejado las llaves en el tubo de escape, lo que me permitió recuperarlas y abrir el coche. Por dentro también había cogido algo de polvo, pero seguía oliendo tal y como lo recordaba. Intenté arrancarlo varias veces, pero no hubo manera. Trasteé aquí y allí, pero nada. En ese momento escuché una voz familiar fuera del invernadero.

—(…) inmediatamente, por favor. Gracias. Buen servicio —finalizó mientras lo miraba—. Quédese donde está —me dijo—. He llamado a la Guardia Civil y viene de camino.

—Siempre fuiste un gilipollas, Ángel —le dije.

—¿Jacinto? —me reconoció—.Pero ¿qué le ha pasado? Esta usted hecho un despojo y… —hizo una pausa—, por Dios, tápese, que está usted en la época de Adán y Evan. —Me quedé quieto mirándolo sin decir nada y atisbé una sonrisa ganadora en su rostro—. Siempre supe que había sido usted el asesino de don Mario.

—¿Sí?

—E-vi-den-te-men-te, señor Jacinto. Solo un necio como usted compraría con tarjeta la lona con la que escondió el coche de don Mario. Una vez tuve los movimientos bancarios en mi poder pedí las grabaciones de algunas cámaras de la zona y con un poco de tiempo y gran sentido común y picaresca, representados evidentemente en mi persona —se señaló a sí mismo—, encontré el automóvil que usted sustrajo a don Mario, Dios lo conserve en su gloria. Y fue aquí donde construí la trampa en la que usted solito se ha metido, como una pequeña musaraña abalanzándose sobre un pedazo de queso en la ratonera.

Seguí escuchando cómo había arreglado el invernadero para poder poner el sensor que finalmente le avisó de que yo estaba por la zona. Cuando me aburrí de verlo pavonearse como si fuera un adolescente con el guapo subido, metí el brazo por la ventanilla del piloto del Renault, cogí la navaja del salpicadero, caminé hacia él y se la clavé en el cuello tal y como había hecho decenas, si no cientos, de veces con mis corderos y ovejas. Una vez en el suelo limpié la sangre de la navaja en mi pecho y pasé sobre él para subirme al coche. Sin embargo, al abrir la puerta volví sobre mis pasos, le quité la chaqueta, la camisa y el pantalón de pinza y los usé para cubrir mi cuerpo. Una vez vestido, cogí el vehículo y me dispuse a abrir el Portal, pero esta vez el que entraría iba a ser yo.



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_3_

No fue una sorpresa cuando vinieron a por Verónica. Hacía días que había empezado a encontrarse mal y que las voces retumbaban en su cabeza sin cesar.

—Déjame despedirme de ella —le pedí a Evans delante del Portal.

—Claro —me dijo amablemente—, ¿también quieres que te haga la cena? Dime qué necesitas y yo te lo concedo: ¿un masaje, tal vez?

Intenté dar un paso hacia ella, pero él me lo impidió y Turko al ver la situación agachó la cabeza, erizó el lomo, tensó sus músculos y levantó los belfosbelfos Labio del caballo y de otros animales que lo tienen parecido..

—Agarra a ese chucho antes de que me haga una dentadura nueva con él.

La muerte de Patri sí nos pilló desprevenidos. Las últimas revisiones habían ido bien y todo apuntaba a que esta etapa quedaría en el pasado, pero una noche el dolor y la fiebre aparecieron y Jesús la llevó al hospital sabiendo que la lucha no había terminado todavía. Lo que no esperaba es que la sedarían a las pocas horas y que fallecería días después.

—Se acabó —me dijo mientras nos abrazábamos—. Ojalá pudiera hablar con ella una última vez.

La esperé todas las noches delante del Portal sin mucha fortuna, hasta que un día los perros salieron corriendo moviendo el rabo.

            —¡Patricia! —la llamé emocionado.

—El gran Jacinto —me respondió—. Eres famoso por aquí.

—¿Cómo estás?

—Bien. Aliviada por saber que hay vida más allá de la muerte… —hizo una pausa—. Me siento más fuerte que nunca.

—¿Seguro?

—No puedo hacer nada más, ¿no?

Le di un abrazo y le susurré:

—Hablé con Jesús el día que moriste. —Me apartó con los brazos y me miró con la mirada vidriada—. Volvería a repetirlo todo tal y como fue. Regresaría al bar de Alcalá de Henares donde te conoció. Repetiría sin dudar cada día de los que pasó contigo. Repasaría cada coma de las conversaciones que tuvisteis; de las buenas, de las malas y de las tristes. Desandaría lo andado para volver a hacerlo a tu lado. Va a echarte mucho de menos.

—Gracias —me dijo tras recomponerse—. Yo también tengo que decirte algo —continuó, invitándome a sentarme en uno de los bancos de madera de la catedral.

—Espera un segundo —le dije—. Rocco, sube; Leo, baja. —Los perros flanquearon la cola de los fallecidos que estaban a punto de cruzar el Portal volviendo a encauzar a los más dispersos, tal y como solían hacer con las ovejas cuando iban por la carretera para evitar que se comieran los cultivos que había a ambos lados—. Perdona, es que a veces se quedan hablando en grupos y dejan de avanzar.

—Ángel sabe lo que pasó con Mario y es cuestión de tiempo que encuentre las pruebas que necesita para llevarte ante la justicia—me dijo—. Empieza una nueva vida, una tranquila y sin llamar la atención lejos de aquí. —Sacó del bolsillo una llave oxidada en un llavero con una dirección escrita—. Toma, es un pajar que se encuentra en una zona muy recóndita de Asturias. Era de mi abuelo y ahora es tuyo. Está tal y como estaba hace sesenta u ochenta años. Para vivir decentemente vas a tener que hacer algunas reformas, pero tiene un potencial enorme, estoy segura de que podrás aprovecharlo mucho más de lo que yo lo habría hecho. Antes de marchar vuelve a la casa de Verónica. Ella te dejó en una cajita de latón tras el sofá todos los ahorros que le quedaban, para que pudieras rehacer tu vida cuando fueran a por ella.

Seguimos hablando durante horas hasta que nos quedamos solos.

—Tengo que marchar —me dijo.

La acompañé hasta el Portal y la seguí con la mirada hasta que se fundió con la luz que salía de este. Me quede allí, de pie, roto de dolor mirando el Portal. Acerqué la mano ¿Y si entraba? La punta de mi dedo corazón se difuminó y tras este, el dedo índice. Tuve el impulso de dar un paso y meterme de golpe, pero no fui capaz. Le di un puñetazo a la pared y solté un grito sordo que retumbó por todo el edificio.

Tras el sofá, tal y como me había dicho Patricia, se escondían dos latas metálicas grandes de Cola Cao. En ellas había cuarenta y ocho mil euros. Revisé uno a uno cada billete y el fondo de los recipientes, pero al no encontrar nada, busqué en todos y cada uno de los rincones de la casa que se me ocurrió: detrás del armario, debajo de la cama, en un doble fondo en los cajones de la mesilla de noche del dormitorio… Pero no había nada, ni una simple nota despidiéndose de mi o diciéndome «te quiero».

Tras la resignación, metí mis cosas, las de los perros y algunas de Verónica en tres maletas. Antes de salir de la casa, miré hacia atrás y miré la estancia sabiendo que sería la última vez que pisaría aquel suelo y siendo consciente de que jamás volvería a ser feliz.

Turko ocupó los tres asientos traseros del Renault y Rocco se sentó en el del copiloto, por lo que a Leo no le quedó más remedio que tumbarse sobre la alfombrilla que estaba detrás de mí. Conduje hasta la casa de mi exmujer y una vez allí dudé mucho sobre qué hacer. No quería irme, ni mucho menos alejarme de mis hijas, pero sabía que debía hacerlo durante un tiempo, si no quería pasar el resto de mi vida en la cárcel y, sobre todo y más importante, si quería evitar a toda costa que averiguaran que soy un asesino. No podría vivir con la repulsa en sus miradas.

Tras pensar mucho y derramar algunas lágrimas decidí que, aunque no quería enfrentarme a esa situación, tenía que despedirme de ellas porque no quería que pensaran que las había abandonado o que no eran importantes para mí. Así que fui al maletero, abrí una de las latas metálicas de Coca Cola, cogí diez mil euros, los envolví con una servilleta en la que había escrito una breve despedida, lo sujeté todo con dos elásticos y lo metí en el buzón. Luego mandé un WhatsApp a Clara diciendo que les había dejado algo allí y tan pronto como lo envié rompí el móvil y lo tiré por la ventanilla.

Conduje en silencio hasta Los Barrios de Luna. Rocco se incorporó cuando reduje la velocidad para mirar por la ventanilla. Aparqué en una zona alejada del pueblo, recliné el asiento todo lo que Turko me dejó y maldormí hasta que amaneció. Ante nosotros se abría paso, imponente, el Pantano de Luna, que nos acompañaría en nuestro paseo mañanero.

Un letrero luminoso, al final del Negrón, que ponía LLUVIA, nos dio la bienvenida al Principado de Asturias. A partir de aquí, mi viaje se complicó ligeramente al ir a ciegas por haber roto el móvil la noche anterior. Tardé aproximadamente dos horas hasta que llegué al pueblo de Espinaredo. Allí me explicaron que el pajar del que hablaba llevaba muchos años abandonando, que estaba en unas condiciones deplorables y que los últimos inquilinos que recordaban eran adolescentes que subían a beber alguna noche de verano, que Anselmo tenía vacas en un prado trasero y que guardaba algunas herramientas dentro.

El acceso era una pesadilla para cualquiera que quisiera tener una vida normal, pero para mí que estaba huyendo de la sociedad era de alguna manera un sueño hecho realidad. No se podía acceder con el coche, así que lo dejé en el pueblo y subí con los perros, pero sin las maletas. Caminamos por la carretera hasta que esta se fundió en un estrecho y pedregoso camino que poco a poco iba ascendiendo. A trescientos metros había una gran roca inclinada sobre el camino. Ahí había que salirse del sendero y prácticamente trepar por la colina atravesando el bosque de eucaliptos hasta llegar a un cortafuegos. Nosotros teníamos que cruzarlo transversalmente y seguir atravesando los árboles mediante un pequeño sendero escondido tras los helechos y seguirlo hasta llegar a un pequeño claro donde, ahora sí, nos esperaba nuestra morada por los próximos años.

El estado de la cabaña, efectivamente, era bastante lamentable. Tenía el techo medio derrumbado. Algunas tablas clavadas en las ventanas y en la puerta, que no hacían ninguna función, ya que se podía pasar perfectamente a través de ellas. Por dentro no mejoraba, el suelo era de tierra y estaba inclinado siguiendo la orientación de la ladera. Había herramientas antiguas, basura, muebles viejos y un paquetón de paja de seis cuerdas que supuse que serían del tal Anselmo, del que me habían hablado. Los restos de un fuego centraban la estancia. Tras esta había un prado grande vallado en el que moraban unas cuarenta asturianas de los valles. Frente a la casa se extendía un pequeño terreno que usaría como porche y desde donde me enamoraría profundamente de las vistas de la sierra del Sueve.

Por la tarde bajé al pueblo, cogí el coche y fui a Parque Principado, donde compré comida, materiales y herramientas para empezar a reparar el pajar, y una tienda de campaña, donde poder dormir mientras cambiaba el tejado. Aquello me pareció el paraíso, y tener el reto, de restaurar aquel lugar me dio de alguna manera ganas de seguir viviendo. Sin embargo, todavía no era consciente de lo muy diferente que terminaría siendo aquella experiencia con respecto a lo que imaginaba y lo muchísimo que me cambiaría el carácter.




_2_

El tiempo pasó. No sé cuánto exactamente. Supongo que unos meses. Empezaba a hacer frío de nuevo. Todo había seguido su camino. Verónica y yo nos habíamos ido a vivir juntos a su piso y estábamos más enamorados que nunca. La relación con mis hijas había mejorado tanto que ahora no solo las veía casi todas las semanas, sino que Teresa ya no me ponía cara de asco. Patricia se había recuperado prácticamente del todo y con la excusa de los perros y el inglés habíamos forjadoforjado Armazón de madera o metal que sirve para hacer una pared, un tabique o un suelo, una vez rellenados sus huecos. una amistad tan intensa que ni Evans la podría romper. En el trabajo, Maripili hacía de las suyas de vez en cuando, pero empezaría a pasar mucho rato con Ramón; ojo con este chaval porque, aunque no tenga mucho protagonismo en la historia, me enseñó todo lo que ahora sé de la profesión y fue el primero al que le conté que era el guardián del Portal, porque Maripili se dio cuenta de que me quedaba algunas noches en la catedral y se lo dijo a la jefa y, claro, necesitaba que me cubriera. Con respecto al otro curro me sentía mucho más seguro de mí mismo y tenía la sensación de que lo había estado haciendo toda la vida. Me sentaba a unos metros de la cola para entrar al Portal, con las manos apoyadas en un cayado de madera y con el perro custodiando la escena a mi lado. ¿Qué podía salir mal? Lo único que echaba en falta era a mis otros canes pastores, para poder manejar a la muchedumbre con más facilidad.

Un día volviendo de hacer la compra me encontré a un vecino de Verónica mientras intentaba abrir la puerta.

—¿Hola? —me dijo acercándose a mí—. No sabía que había gente viviendo aquí.

—Jacinto —le respondí presentándome.

—Paco —me dijo apretándome la mano—. Espérate y te presento a mi marido —continuó abriendo la puerta de su casa.

—No te preocupes, ya me iba.

—Si es un segundo —me interrumpió—. Mira Dani, tenemos un nuevo vecino. Se llama Jacinto.

—Pero bueno Jacinto. ¿Cómo estás?

—Bien, bien. Bueno me voy. —Intenté marcharme.

—¿Y qué eres familia? —me dijo Dani.

—Calla entrometido —le respondió su marido.

—Ay perdona chico.

—No te preocupes —me reí—. Podría decirse que sí.

—Lo siento mucho —me dijeron compenetrándose.

—Fue todo tan horrible. Nosotros éramos muy amigos de Verónica —continuó Paco.

—Fuimos muchas veces a verla al hospital… —hizo una pausa—. Todavía no me puedo creer que ya no esté con nosotros.

—¿Cómo? —dije sacudiendo la cabeza.

—Sí, cuando la desconectaron.

Siguieron hablando, pero no escuché nada más. El corazón se me paró y por un segundo pensé que no sería capaz de mantenerme en pie.

—¿Jacinto? ¿Estás bien?

—Tengo que irme —les dije susurrando y dándome la vuelta en shock.

Tan pronto como abrí la puerta vino Verónica Corriendo, me dio un beso, me cogió de la mano y me llevó hasta el salón. En la televisión había un programa de entrevistas en el que estaban entrevistando a Ángel, el abogado pesado que tenía por vecino.

—Están hablando sobre el hombre que desapareció en tu pueblo —me dijo.

Miré a la pantalla.

—Efectivamente, como muy bien ha dicho usted, no vamos a parar. Fíjese usted, señorita, que de pocas cosas estoy yo seguro, pero me atrevería, incluso, a jurar por el avión de combate Eurofighter Typhoon que llevo en mi solapa, y que luchan por todos nosotros en las fronteras rusas… —hizo una pausa para mirar a la entrevistadora levantando una ceja— que encontraremos a Mario o al responsable de su desaparición pronto.

Apagué la tele de un manotazo en ese momento.

—Este tío es un soberbio y un entrometido —le dije cabreado—. ¿Pero qué coño hace? ¿Buscar protagonismo? —Sabía desde hacía algún tiempo, porque Patricia me lo había contado una mañana con los perros, que Ángel se había erigidoerigido Construir o levantar una edificación importante o un monumento. como la cara visible de la búsqueda de Mario.

—¿Jacinto? —preguntó extrañada.

—Siéntate Verónica, hay algo de lo que tenemos que hablar.  —La miré fijamente. Pude ver como sus pupilas se abrían y como poco a poco le iba cambiando la expresión, e iba quedándose pálida. No necesitaba preguntarlo. Sabía que era verdad. —Pero ¿cómo no me lo habías dicho?

Se echó a llorar.

—He pensado muchas veces en ello, pero ¿cómo iba a hacerlo? No quería que salieras corriendo.

—No voy a huir —le dije mientras observaba el alivio en su rostro—. ¿Desde cuándo lo sabes? —le pregunté cogiéndole la mano.

—Poco antes de que nos conociéramos —suspiró—. Intento recordar cómo empezó todo, pero por más que me esfuerzo no, no puedo. —Se puso las manos en la frente—. Me quedé sola, mi familia había muerto y el resto del mundo no me veía —dijo mientras le temblaba el labio inferior—; solo unos pocos lo hacían —me sonrió.

—Los que han tenido a la muerte presente —le dije en voz baja.

—Como Patricia y Jesús —continuó—. Eso es lo que te pasó, ¿verdad? No quise preguntar, pero es lo que dicen por aquí.

Me levanté. La miré. Me quité las gafas y me froté los ojos echando la cabeza hacia atrás. Luego me acerqué a la ventana y rodé la cortina para ver la calle.

—No, no es mi caso —le respondí acariciándome la barba—. Yo también te he escondido algo. —Me acerqué a ella y me puse de cuclillas—. ¿Ya te han hablado del Portal que tienes que cruzar?

—Algo, pero no le había hecho mucho caso porque ya estábamos juntos. Pensé que podría esperar —se encogió de hombros.

—Pues yo soy el encargado de abrirlo todos los domingos por la noche. Por eso siempre me tenía que marchar ese día. —Verónica me miró con una mezcla de incredulidad y desconfianza—. Yo no lo elegí, pero esto es lo que hay y vamos a tener que ver qué hacemos con esos putos pajarracos. —La cogí de la mano y la acerqué a la ventana—. ¿Los ves?

—Sí, ¿qué pasa con ellos?

—No puedes quedarte en esta situación para siempre y ellos —los señalé—, son los encargados de hacer que la gente cruce el Portal, quieran o no —enfaticé.

—¿No hay ninguna manera de evitarlos?

—Quizá —hice una mueca—. Al fin y al cabo, soy el guardián, ¿no?

Que equivocado estaba. No tardaría en ver la brutalidad con la que castigaban a los prófugos, lo cual, por cierto, casi hace que este libro y, con él, este mundo nunca se hubiera creado.

 

La honestidad entre Verónica y yo sirvió para estrechar aun más la relación. Hablamos mucho sobre el tema y nos reíamos cuando conseguíamos encajar otra pieza dentro de este puzle.

—Estar muerta también tiene sus ventajas —me dijo entre risas en medio de una conversación.

—Ah, ¿sí?

—Por supuesto, mira, puedes meterte en un vestuario de jugadores de rugby y disfrutar de las vistas sin que nadie te diga nada —se rio—, o puedes escuchar conversaciones ajenas sin perderte detalle, ya sabes, una vida de lujos y privilegios —volvió a reírse.

—Oye, no es mala idea.

—¿El qué? —me dijo sorprendida.

—¿Quieres conocer a mis hijas?

—¿Cómo?

—He quedado con ellas hoy para comer, porque quiero recoger a mis dos perros pastores para que me ayuden en el trabajo, como te había dicho. Se lo comenté el otro día a Teresa y no se opuso mucho.

Esperamos a las niñas en el restaurante Las Piedras. Este estaba en un pueblo cercano en una zona rural con una gran riqueza faunística. Otro pastor de la zona me llevó allí una noche de abril para aliviar las penas cuando las cosas empezaban a ir realmente mal con Teresa. Lo peculiarpeculiar Que es propio y singular de una persona, animal o cosa. de este sitio, y el motivo por el que lo elegí para la ocasión, es que tienen una cuadra detrás donde puedes dejar a tus animales mientras comes. Al llegar pregunté por Miguel, el dueño.

—¡Hombre Jacinto! ¡Cuánto tiempo! —dijo levantando los brazos en señal de celebración.

—¡Miguel! —le dije mientras nos abrazábamos.

—¿Pero y ese cambio de imagen? —Me empujó con ambos brazos para verme mejor—. Si pareces otro.

—Es una larga historia. Luego, si tienes un rato, te la cuento.

—¡Claro! ¿Y ahora qué se te ofrece?

—Vamos… Digo, voy —miré a Verónica con complicidad— a comer aquí con mis hijas, a ver si me podías abrir la cuadra para meter al perro.

—¡Ostras! ¿Y este mastín? ¿Ya lo tenías antes? —me dijo mientras se acuclillaba para observarlo mejor.

—No, no. Es nuevo, es muy fino —le dije haciendo referencia a que trabajaba bien.

—No, no, si es muy buen ejemplar. Cuando la mi mastina esté dispuesta te llamo para que la cubracubra Cubrir: En este caso copular [un animal macho] con una hembra, especialmente cuadrúpedos. —me respondió con tintes asturianos que hacían referencia a su juventud norteña. Acento, por cierto, con el que no tardaría en estar muy en contacto.

Verónica y yo nos sentamos en una mesa con tres manteles cerca de la ventana. Compartimos cerveza y jugamos a las suposiciones por un rato.

—Pues yo creo que esos dos son hermanos.

—No —respondía—. Son compañeros de trabajo, fíjate en que llevan botas similares.

Entonces ella se levantaba y se paseaba varias veces por delante de la mesa en cuestión, acercándose cada vez más; luego venía riéndose.

—¡Que son amantes!

Y entonces elegíamos otro objetivo y repetíamos el proceso.

Clara y Nuria se bajaron del coche que conducía su madre, y con ellas mis perros pastores.

—¡Rocco! ¡Leo!

Ambos empezaron a tirar de las correas hasta que los soltaron. Rocco era una mezcla de Carea Leonés con Border Collie de unos seis años con los colmillos cortados, que me cedió un pastor cuando ya tenía un año. Era súper leal, líder y trabajaba muy bien. Leo, en cambio, era un Border Collie Blue Merle que le compré a un cántabro con seis meses. Era guapo como él solo y muy fino trabajando, pero algo vago, desconfiado y mucho menos leal. Metimos a ambos junto con Turko y volvimos a la mesa.

Verónica tenía los ojos abiertos como platos. No se perdía ningún detalle y tenía que reprimirse todo el rato para no participar.

—Tus niñas son encantadoras. Tienes mucha suerte —me dijo cuando volvíamos en el coche.

Tan pronto como llegamos, los perros se adueñaron de la casa.

—Nos las apañaremos —dijo entre suspiros mientras recogía los cojines que habían tirado al suelo. Luego se les quedó mirando. El mastín ocupaba todo el sofá y hacía de colchón a Rocco y a Leo, que saltaban y se revolcaban sobre él—. ¿Crees que tendremos que comprar otro sofá?

Patricia y Jesús vinieron a casa para tomar unas cervezas antes de ir a la fiesta. Mis antiguos vecinos habían hecho otra quedadaquedada Encuentro acordado de dos o más personas en un lugar y una hora determinados. para recibir a los nuevos inquilinos que volverían a ocupar mi antiguo piso, tras estar desocupado por un largo tiempo.

—Yo no voy. No me encuentro bien —dijo Verónica cuando nos acercamos a la puerta.

—¿Seguro? Vamos a estar solo un rato.

—Sí, sí. Voy a meterme en la cama. Pasadlo bien —nos dijo mientras me picaba el ojo con cierta torpeza. Me habría gustado que viniera, pero era una situación compleja, en la que unos la verían y otros no. No parecía viable.

Tocamos a la puerta de Ángel unos cuarenta minutos antes de la hora acordada, pero no respondió nadie; así que subimos a la casa de Patricia a tomar la segunda ronda. Al terminar bajamos buscando mejor fortuna. El abogado llegaba en ese momento de la calle con varios bultos en las manos.

—¿Sabe usted que llega tarde? —le dije irónicamente para molestarle.

—Pero bueno, usted es un insolente —me dijo justo después de abrir la puerta

—No te agobies compañero. —Le di dos golpes en el hombro y entré por la puerta.

No soportaba a ese hombre, ni a su hortera casa. Dejamos lo que habíamos comprado en la cocina y ayudamos a a preparar el salón a Ángel, que seguía molesto conmigo. Mari Carmen fue la primera en llegar.

—¿Y tu niño? —le pregunté.

—Prefirió quedarse en casa —me respondió con una mueca—. ¿Qué le voy a hacer?

Los siguientes en venir fueron los vascos y finalmente tres dieciochoañeras que estaban en primero de enfermería.

Al principio los jóvenes estaban por un lado y nosotros por otro. Pero tras dejar un tiempo prudencial nos acercamos. Xabi estaba a tope, haciendo su espectáculo particular para atraer a las jovenzuelas.

—Tranquilo Xabi, que se te ve el plumero —le dijo Jesús, mientras las chicas se reían tímidamente.

—Hombre —le respondió—, si tuviera ovejas como Jacinto —me miró—, ya tendría mucho ganado.

En ese momento Ángel, que pasaba por detrás del grupo, le dio una colleja y continuó su camino con su particular forma de andar como un estirado repipi.

—Me lo merecía —le justificó el propio Xabi.

La velada transcurrió agradablemente hasta que, con la guardia baja, Ángel se dirigió a mí.

—El otro día estuve en su pueblo —me dijo.

—Ah, ¿sí? ¿No es demasiado vulgar para ti? —le respondí con cierto retintín.

—Por supuesto que no —me respondió ofendido—. Es ampliamente conocida por todos la importancia del mundo rural en nuestra sociedad —me dijo sacando papada—. Pero, aunque la relevancia económica del sector primario, su tecnificacióntecnificación Dotación de recursos técnicos a una actividad determinada para mejorarla o modernizarla. y sus actuales problemáticas bien podrían llevarnos a una o dos tardes de amable coloquiocoloquio Conversación entre dos o más personas.

—Una o dos tardes de amable coloquio —repitió con voz aguda Xabi haciendo mofa de Ángel.

—Mire don Xabier, Dios sabe que tengo una paciencia casi infinita. Pero —alzó la voz—, si vuelve usted a hacer una gracia tan infantil tendré que llamar a Haizea. No me haga darle ese disgusto a su madre. —Sentenció. Luego le dio un sorbo a la copa y continuó—. ¿Qué me puede decir usted de don Mario?

—¿Que Mario? —le respondí.

—Hombre, don Mario Turrado. El desaparecido ¿Quién si no?

—No sé quién es —mentí, y mentí muy mal.

—Pero ¿cómo no iba a saber usted quién es?

—No, no. —Volví a mentir claramente nervioso.

—Es curioso que me diga usted eso. Ayer vino a verme a la sede de la Asociación Española de Desaparecidos don Gastón Álvarez Flores, sabe quién es, ¿verdad? —preguntó colocándose el nudo de la corbata y arqueando la ceja.

«Mierda», pensé. Era uno de los argentinos del pueblo.

—Y salió su nombre —sentenció.

Se hizo el silencio. Luego Xabi intentó recuperar la normalidad con chistes malos y bromas que estaban fuera de lugar, pero la velada ya se había roto y estaba abocadaabocada Que está expuesto a un resultado determinado, generalmente negativo. al fracaso. Una hora después ya estaba cada uno en su casa y yo me metí tan pronto como pude en la cama. Allí, con los ojos cerrados, no era capaz de quitarme de la cabeza la imagen de Ángel, de pie, con los brazos cruzados, escudriñándome con la mirada. Mierda. Lo sabía. Sabía que era el causante de la desaparición de Mario y no tardaría en empezar a mover ficha.




_1_

Había pasado algo menos de una semana desde que había descubierto el Portal. Era domingo, así que salí de casa dispuesto a abrirlo, tal y como me había indicado Evans. Este estaba en la catedral de la ciudad. Para entrar había que ponerse en cola y pasar por una garita en la que había que abonar siete euros. Era un edificio típico del gótico flamígerogótico flamígero Estilo artístico que se desarrolló en el último período del gótico y que se caracteriza por una decoración exuberante y por los adornos en forma de llama. al que se le habían hecho algunas incorporaciones posteriores barrocasbarrocas Del movimiento cultural y artístico barroco o relacionado con él.. Tenía unas vidrierasvidrieras Estructura de cristales, generalmente de colores, que con fines decorativos va colocada en una ventana o una puerta cerrándola o formando parte de ella. preciosas que habían elaborado en el norte de Europa y que ahora estaba restaurando un pequeño equipo de la universidad. No tardaría en aprender todo esto, pero en aquel momento para mí no era más que una estructura de piedra alta y oscura.

Entré en un confesionario y esperé a que fuera la hora del cierre. Luego escuché al segurita haciendo la ronda de comprobación y, tras unos treinta minutos, salí para realizar mi trabajo. Sabía perfectamente donde estaba, lo sentía tan fuerte que prácticamente podía verlo.

Se escondía en una capilla de la cabecera, que tenía la misma altura que la nave principal. Era bastante sobriasobria Que es sencillo y sin adornos superfluos. Que no se encuentra bajo los efectos del alcohol.. Había un altar en el lateral izquierdo, unos bancos mirando a esta y unas velas alargadas. Me puse frente a la pared contigua a la entrada, saqué la llave que me había dado Evans y la coloqué a la altura de mi pecho a unos centímetros de la piedra. Esta se introdujo como si estuviera siendo atraída por un imán. Una vez dentro, giré a la derecha.

Un haz de luz azul recorrió verticalmente el muro y se fue ensanchando poco a poco, acompañado por un ruido similar al que hace el viento colándose por una rendija, hasta que alcanzó un metro o dos. Me quedé allí quieto mirando el Portal boquiabierto.

—Disculpe caballero, ¿podemos pasar?

La voz de un señor mayor retumbó detrás de mí. Me giré para verlo mejor. Estaba calvo en la parte superior de la cabeza, pero tenía el pelo blanco en los laterales. Le faltaba una pierna y se apoyaba en un bastón de madera.

Me quedé mirándolo mientras cruzaba el Portal, pero no me dio tiempo a disfrutar mucho el momento. Una horda de personas se había amontonado detrás de mí. Una a una, fueron imitando al hombre del bastón paso por paso y fueron cruzando el haz de luz. La mayoría pasaba junto a mí sin prestarme mayor atención, pero algunas se presignabanpresignaban Presignar: Hacer la señal de la cruz., se arrodillaban frente a mí resando o me besaban la mano. Sobre nosotros una pareja de estorninosestorninos Pájaro cantor de unos 22 cm de longitud, cabeza pequeña, alas y cola largas y plumaje negro con reflejos metálicos verdes y morados y pintas blancas; se domestica fácilmente y aprende a reproducir sonidos. controlaba la estancia.

—Joe, si pareces el papa. Solo te falta el anillo —me dijo una voz que empezaba a conocer bastante bien.

—¡Evans! —grité—. ¿Esto es normal?

—Sí. La religión ha tenido un impacto fuerte en esta sociedad. Así que no te extrañes cuando los viejos te confundan con San Pedro o con vete tú a saber qué mierda inventada —rio—. «El portador de las llaves del cielo» —dijo con voz profunda—. Anda, vamos a un sitio más tranquilo.

Todo se tornó negro, después gris, luego negro de nuevo y, finalmente, luz tenue. Habíamos salido de la catedral y nos encontrábamos en un tejado de un edificio.

—Muy bien novato, casi ni pareces mareado —aplaudió—. Te he traído al tejado del archivo episcopalepiscopal Del obispo o relacionado con él. para que pudieras admirar tu obra, ven, mira —me dijo asomándose al borde—. ¿Ves esa cola que sale de la catedral y que se pierde entre las casas?

—Sí —respondí atónito.

—Vienen a cruzar el Portal. Tu Portal —se rio—. Bueno, hasta que mueras, luego será de otro y después de otro y, en fin… ahora vuelvo. —Evans volvió unos minutos después con una botella de Frangelico en la mano izquierda y con un paquete de pipas en la derecha—. ¿Qué quieres? Es lo mejor que tenían en ese italiano de ahí. —Lo señaló con la cabeza. Era el restaurante en el que había tenido mi primera cita con Verónica—. ¿Por dónde iba? —Se sentó en el suelo y abrió el licor—. Ah, sí. Que este será tu trabajo, y no te agobies. Hace mucho que el Portal está cerrado, normalmente no hay tanta gente. ¿Quieres? —me ofreció pipas.

—Vale —le dije acercando una mano.

—Pero pon las dos, hombre, que si no, se te van a caer. —Obedecí y me senté junto a él. Estuvimos un rato en silencio comiendo y bebiendo.

Me miró pensativo. Luego se echó más pipas en la mano y las tiró al aire. Media docena de estorninos se abalanzaron sobre ellas impidiendo que tocaran el suelo.

—Acuérdate Jacinto, son tus compañeros. Te protegerán y te ayudarán con tu trabajo mejor que nadie, ni que nada. Cuídalos y apóyate en ellos; te darán un respiro —me dijo guiñándome el ojo—. ¿Cómo si no íbamos a poder estar aquí?

Se levantó. Se sacudió la camiseta y cuando parecía que se iba a ir dijo:

—Coño, casi me olvido. —Desapareció y reapareció unos cinco segundos después con Turko, un mastín leonés de pura raza, que se tambaleaba mareado por el tejado de aquel edificio religioso—. Ahora sí que pareces un verdadero guardián, Jacinto.

Me acerqué y lo miré con detenimiento. Era más grande que los que había tenido con el ganado y los músculos se asomaban bajo el pelajepelaje Pelo o la lana de un animal. pardo que lo cubría. Nunca había visto un perro tan espectacular y te puedo asegurar que de otra cosa no, pero que de mastines sabía un rato.

El 15 de diciembre Patricia y yo quedamos para sacar a los perros por la mañana. Jesús y ella tenían dos: un montaña de los pirineos y una mezcla de labrador.  Poco a poco había ido cogiendo color y cuerpo, aunque todavía le quedaría algún tiempo hasta dejar atrás su imagen de señora moribunda. Lo que sí que había avanzado notablemente era nuestra relación, sobretodo desde que Turko llegó a mi vida. Ambos sabíamos que, aunque todavía era pronto, era el inicio de una gran amistad.

Al volver me senté en el sofá con una sonrisa tonta; las cosas parecían que se estaban encaminando. Fue aquí, cuando Leoncio vino a verme por penúltima vez antes de cruzar el Portal.

—Jacinto de mi alma y de mi corazón —me dijo aplaudiendo—. Parece que al final no eras tan gilipollas.

—Pero Leoncio, ¿no podrías tocar el timbre?

—Sí hombre, para un beneficio que tiene estar muerto —me reprochó—. Oye, tu casa es un poco mugrientamugrienta Que está cubierto de mugre, de suciedad.. Podrías pintarla o poner cortinas, al menos —me dijo mirando alrededor.

—Estoy de alquiler —respondí concisoconciso Que expresa las ideas con pocas y adecuadas palabras..

—Mejor vamos a otro sitio. Hay un club de fumadores en el barrio moderno, donde a una camarera se le murió la madre hace poco. Allí podremos hablar con más calma.

Salimos de casa y fuimos al sitio. Era todo lo que se podía esperar de un lugar así. Madera y barricasbarricas Tonel pequeño, en especial el que se usa para contener vinos o licores. en las paredes como decoración, sofás de cuero, lámparas horterashorteras Que aunque pretende ser elegante o moderno resulta vulgar, ordinario y de mal gusto., una mesa de billar.

Leoncio llegó, buscó a la joven de la que me había hablado y se sentó delante de mí con un puro y un whiskey on the rocks.

—Si no estás vivo, ¿cómo es que puedes hablar con la gente? —le pregunté tomando la iniciativa.

—No puedo… —hizo una pausa para beber—, no con todo el mundo, solo con aquellos que han tenido una experiencia cercana a la muerte.

Se me quedó mirando durante unos segundos mientras le daba una calada al puro, luego soltó el humo mirándome y dijo:

—Bueno, aquí me tienes. ¿Qué dudas tenías?

No tuve ni que pensar.

—¿De dónde salieron los documentos que tenías en tu casa?

—Tan pronto como empecé a trabajar con los estorninos supe que me había metido en un percalpercal Tela fina de algodón, hecha con un ligamento muy sencillo, que suele ser blanca o estampada; se utiliza en la confección de prendas de vestir corrientes. del que no podría huir. La forma en la que volaban, las zonas en las que se colocaban marcando una especie de camino, la actitud y la agresividad que presentaban cerca de la Casa de las Muertes.

—¿Te atacaron? —le corté.

—No, pero casi. Tuve mucho cuidado en esa zona… —hizo una pausa—. Me jodía admitirlo, pero sabía que aquello se le escapaba a la ciencia; así que empecé a buscar. Primero lo hice solo. Me fui a la hemeroteca y busqué los periódicos que hablaban sobre la Casa de las Muertes. Hasta un gilipollas al ver eso sabría que estaba relacionado. Luego le pedí a un colega de la universidad que es archiveroarchivero Persona que tiene a su cargo un archivo y se dedica a mantenerlo y conservarlo. que me buscara legajoslegajos Conjunto de papeles archivados, generalmente atados, que tratan de un mismo asunto. en su archivo sobre el tema. Fue él también el que tradujo el poema del latín al español, porque yo ni sé latín ni, como comprenderás, entiendo la letra visigóticavisigótica Relativo a los visigodos. cursivacursiva Tipo de letra que tiene el trazo inclinado hacia la derecha, imitando la letra que se escribe a mano..

—Y todo encajó.

—Sí. Esa noche hice la misma ruta y al llegar al punto treinta y tres entré en la casa. La Muerte me contó la misma milongamilonga Mentira o engaño. que a ti y me hizo la prueba allí mismo. El cabronazo me sacó a una mala bestia que me destripó en cuestión de segundos. ¿Qué podía hacer yo? —se encogió de hombros—. ¡Nada! Por ahí me he enterado de que al parecer se llaman Acutus, que los tiene encerrados en otro Portal o algo así.

—Acutus —repetí sabiendo que aquello lo había escuchado en alguna parte.

—Venga, ¿qué más?

—¿Cómo descubriste cómo mover los estorninos?

—La carraca, la linterna y los altavoces son el método tradicional. Eric Clapton cantando Tears In Heaven no, claro —se rio—. Tras mucho intentarlo sin éxito, un día sonó en la radio y se volvieron locos —me dijo quedándose pensativo—. Todavía no sé qué significa exactamente, pero estoy cerca de averiguarlo. Por cierto —cambió de tema—, ¿cómo pretendes entrar a la catedral en febrero?

Yo no lo sabía, lógicamente, pero la catedral dejaría de estar abierta al público los domingos, desde febrero hasta mayo porque era temporada baja.

—Mira, yo no te puedo garantizar nada, ¿vale? Pero si vas por la mañana a la puerta pequeña que hay en la cara norte de la catedral, preguntas por Antonio y le dices que yo te mando, quizá, consigas que te ofrezca trabajo como guía turístico.

—Vaya —le dije.

No me lo esperaba. El trabajo me vendría de lujo, tanto para abrir el Portal, como para pagar las facturas.

—Eso sí, no creas que te va a contratar simplemente por conocerme. Prepárate la entrevista y que no note que no tienes ni puta idea; y si… —hizo una pausa— si te dejas un poco de barba y te compras unas gafas de pasta quizá disimules la pinta de gilipollas que llevas.

Mi teléfono empezó a vibrar.

—Perdona —le dije.

Lo saqué del bolsillo dispuesto a silenciarlo, pero al mirar la pantalla vi que el número de teléfono correspondía al de Verónica.

—¡Y se acabó! —me dijo Verónica cerrando el libro El mundo azul. Ama tu caos, de Albert Espinosa.

—¿Así termina?

—Sí.

—Qué bonito, ¿no? —le respondí.

—¿Eso es que te gustó? —me preguntó tras besarme.

Quedaba un día para Navidad y desde que me llamó nos habíamos visto prácticamente todos los días. Fue una época de mi vida muy bonita. Es una pena que todo tuviera que torcerse tan rápido.

—¿Cuál quieres que empecemos ahora?

—El que tú quieras —le respondí.

—Hay varios que tengo en mente, pero esta vez nos turnamos para leer, ¿vale?

Asentí, aunque no me hacía maldita gracia. Con los años descubriría que mi problema no es que no me gustara la lectura, la lectura sí que me gustaba, lo que no me gustaba era el acto de leer.

Nos quedamos allí en silencio, abrazados bajo un cedrocedro Árbol de tronco grueso y recto, copa en forma de cono, ramas horizontales, hojas perennes casi punzantes y fruto en forma de piña., sobre el césped de aquel céntrico parque. Sería yo el que retomara la conversación.

—Oye —le dije cabizbajo—, tengo una entrevista de trabajo.

—¡Qué bien Jacinto! ¡Cuánto me alegro! ¿Ves que todo sale bien al final?

—No creo que me lo den —le respondí.

—¿Pero, por qué dices eso? Claro que sí.

—Verás, es para ser guía turístico en la catedral. Al parecer me van a hacer una prueba y es que… —suspiré— no tengo ni idea.

—No, no, no, no. Tú no te preocupes que tú y yo nos vamos a poner a piñón desde hoy mismo. En una semana serás un experto en el gótico español ¿Qué te apuestas?

—No sé, Verónica.

—¿Insinúas que no soy buena profesora? —me dijo—. ¿Dudas de mí? —insistió—. Venga, pasamos por la biblioteca, cogemos un par de libros y empezamos a prepararlo.

Al día siguiente fui a comer con mis hijas. Desde que ocurrió el incidente con Mario me había propuesto estar más en contacto con ellas. La relación, sobre todo con la mayor, había mejorado y quería que siguiera ese camino. Cogí el GTI y conduje hasta el pueblo anterior. Una vez allí escondí el coche en una choperachopera Terreno poblado de chopos. Arbusto extendido, de tronco corto, corteza de color gris oscuro y estriada transversalmente, ramas muy abundantes, nudosas y quebradizas, hojas caducas y alternas, agrupadas en los extremos de las ramas. y caminé hacia la casa de mi exmujer. No tardé en verlo. Estaba por todas partes. En los contenedores de basura, en las farolas. Carteles con la cara de Mario notificaban su desaparición y pedían cualquier información que pudiera servir de ayuda para encontrarlo. Me entró el miedo, y con razón. Por mucho que me gustara aquel coche tendría que deshacerme de él pronto, si no quería estar en el punto de mira.

—¡Papá! —gritó Clara al verme—. Ven corre —dijo mientras me cogía de la mano para meterme en la casa—. Este es tu regalo.

—Lo han hecho ellas, yo no he tenido nada que ver —dijo Teresa mientras mantenía una taza de té con ambas manos. Seguía intentando ser fría conmigo, aunque se alegraba de los avances paterno-filiales.

—¿Qué tal le queda? —preguntó Nuria desde la segunda planta.

—Todavía no se lo ha probado —le respondió su madre—. Ven, baja.

Obedeció y se sentó en el sofá con un ojo mirando el móvil y con el otro mirándome a mí.

—Ábrelo —insistió Nuria.

Rompí el envoltorio del regalo, que era blanco y rojo y que tenía adornos típicos de la época. Dentro había un abrigo de lana verde, tejido a mano, con un muñeco de nieve con cuernos de reno a la altura del pecho.

—¿Te gusta?

—Mucho —dije sin pensarlo dos veces.

—Que se lo pruebe, que se lo pruebe —me corearon las niñas.

—Yo también os he traído algo.

Nos sacamos una foto junto al árbol de navidad y nos fuimos a almorzar. Fue genial y habría sido perfecto de no ser por los carteles de «Perdido».

Verónica se vino a mi piso para cenar y así pasar nuestra primera Noche Buena juntos. Ella había encargado la comida en un restaurante que estaba cerca de su casa y yo había ido al chino para comprar un portal de Belén de cartón y algunas luces navideñas. Cuando estaba llegando a casa pasé por delante del escaparate de una joyería en el que vi unos pendientes que sabía que le encantarían.

—¿Preparado para una maratón de películas ñoñas? —me dijo cuando abrí la puerta. Llevaba una bolsa en cada mano y una pequeña mochila a la espalda—. He traído las mejores. —Rebuscó en una de ellas y fue sacando CDs—. El Grinch, “Love Actually”, “Solo en casa”, “¡Qué bello es vivir!” y algunas otras nuevas.

—¡Vaya! Genial —le di un beso y entramos.

Preparamos la mesa del salón, pusimos la comida y encendimos la tele.

—Apaga la luz, que he traído velas —me dijo.

Obedecí y tras ellos abandoné la estancia unos segundos.

—Sé que dijimos que nada de regalos, pero los vi y me acordé de ti —le dije sentándome a su lado.

—¡Ay! —gritó—. ¡Yo también te he traído uno!

El resto de la noche fue una maravilla. Comimos viendo ¡Qué bello es vivir! y nos acostamos con Elf. Cuando puse el CD de Love Actually ella ya había cerrado los ojos. Al sentarme se despertó.

—Perdona —me disculpé.

—Te quiero —me dijo apoyándose en mi hombro.

Cuando la película acabó la llevé a la cama y salí de la casa para abrir el Portal.

El timbre de la puerta nos despertó. ¿Quién podría buscarme un 25 de diciembre por la mañana? Verónica y yo nos acercamos a la mirilla.

—¿Patricia, Jesús?

—¡Feliz Navidad! —dijeron.

—¡Feliz Navidad! —respondí entre risas.

—¿Verónica? He oído mucho sobre ti. Soy Patricia —se presentó.

—Pero bueno, ¿todo bien? ¿Necesitáis algo? —les pregunté.

—Ya nos vamos —me respondió Jesús.

—Hoy toca comer con la familia y hemos venido a traerte esto —sacó un sobre celeste del bolso y me lo dio—. Papá Noel nos dejó esto en casa para vosotros.

Era una invitación para dos en una casa rural en la montaña.

—Es un sitio espectacular. El matrimonio que lo regentaregenta Persona que se encarga de regentar cierto establecimiento o negocio sin ser el dueño. restauró una panerapanera Granero donde se almacenan los cereales o la harina. antigua que estaba en ruinas y se hicieron una casa para ellos y otras tres pequeñas para poder alquilarlas. Nosotros hemos cogido el día treinta y uno de diciembre la que está al lado de la que os hemos reservado, por si os apetece pasar fin de año con nosotros.

—Sí —dije mirando a Verónica en busca de su aprobación.

—Sí, que genial. Jo, muchísimas gracias es un regalazo —dijo Verónica.

En los últimos días de aquel año estudié con Verónica en su casa, saqué a Turko con Patricia y solucioné el problema del coche, que me estaba robando aún más el sueño de lo que ya lo hacía mi nueva profesión. Para ello salí con él antes de que amaneciera hacia un invernadero que estaba en las afueras de León, al lado de un Leroy Merlín. Llevaba años abandonado y era el sitio perfecto para que nadie lo encontrara. Limpié las huellas con un trapo y lejía, y lo tapé con una lona negra que había comprado en esta gran superficie con tarjeta. Para volver caminé unas dos horas hacia la ciudad y cogí un bus hasta casa.

—¿Ya lo tienes todo preparado? —me preguntó Verónica.

—Casi. Me falta meter el pijama y ponerme los zapatos —le respondí.

Ella llevaba ropa y botas de Trekking y le brillaba la mirada.

—Voy a ir bajando las cosas —me dijo.

Fuimos en su coche, claro. Era un Renault Clío amarillo que tendría unos seis o siete años de antigüedad, pero lo conduje yo. Ella me había contado que desde el accidente en el que había perdido a su marido y a su hijo no había vuelto a conducir; que había podido superar el miedo a montarse en uno, pero no a llevarlo.

El camino fue ameno. Ella fue enseñándome la música que le gustaba y yo seguía a Patricia, que conducía un Ford Focus gris delante de mí.

—Necesito comprarme un coche —le dije.

—Que mala pata. ¿Seguro que no se puede arreglar? —me preguntó bajando la radio.

—No —mentí—. El mecánico me dijo que se había jodido la culataculata Parte posterior de la caja o armazón de un fusil u otra arma de fuego similar, que sirve para sujetarla con la mano o apoyarla contra el hombro cuando se dispara con ella. y que arreglarlo costaba más que el coche porque había que llevarlo a un fresadorfresador Operario que se encarga de manejar las diferentes clases de máquinas para fresar. —le dije sin tener ni pajolera ideapajolera idea Sinónimo de no tener ni idea de algo. de lo que estaba diciendo.

—Pues usa este —me dijo haciendo un gesto de «me da igual»—. Total, yo no lo voy a volver a coger.

El paisaje poco a poco fue cambiando de la llanura leonesa a las montañas y el verdor típico del norte. Un letrero nos dio la bienvenida a Cantabria y Verónica hizo la ola cuando cambiamos de comunidad autónoma. Dos perros pastores nos dieron la bienvenida en la casa rural y tras aparcar salieron los dueños. Tom y Jane habían ahorrado durante muchos años mientras trabajaban como ilustradorailustradora Persona que se dedica profesionalmente a hacer ilustraciones. y como profesor de primaria en Londres, para poder montar un pequeño negocio rural. Tras veranear mucho en esta zona pensaron que quizá podrían encontrar algo interesante aquí y así fue. El sitio era increíble, estaba rodeado de montañas donde los más aventureros podían hacer hiking o escalada y a tan solo cinco kilómetros en línea recta del mar para los que preferían sol y arena. Además, tenían un terreno enorme en el que habían plantado videsvides Arbusto trepador de tronco leñoso y retorcido, corteza pardusca, ramas abundantes, hojas palmeadas. y manzanos, por el que pasaba un pequeño afluente.

En el porche empezamos Rojo y negro, una novela de Stendhal. Comencé leyendo yo y Verónica no tardó en coger el relevo. Luego dimos un paseo por las tierras, donde Tom y Jane habían hecho un pequeño sendero precioso. Allí nos sentamos en un columpio doble acompañados de Lea, la perra más joven, y de Mifu, uno de sus gatos que decidió acompañarnos aquella tarde. Le dedicamos tiempo a nosotros, a querernos y a dejar que todo fluyerafluyera Brotar con facilidad y abundancia [las ideas] de la mente o [las palabras] de la boca..

Cuando volvimos, Jesús estaba en un banco tocando la guitarra y tarareando la melodía encima. No me acuerdo de cuál era, pero paró al vernos.

—¿Qué tal pareja? ¿Os gusta el sitio?

—Es increíble —dijo Verónica.

—Sí —la apoyé—. ¿Y Patricia?

—Aquí —respondió ella saliendo de la casa con un trozo de tarta de queso—. ¿Habéis abierto la nevera? Nosotros teníamos esto.

Los ingleses la habían preparado para nosotros a modo de bienvenida. Junto al postre una nota rezaba:

Esperamos que os guste.

La mermelada es casera y

no tiene azúcar.

El sol se fue casi sin darnos cuenta y con el frío nos trasladamos dentro de la estancia donde se estaban hospedando ellos. Encendimos la chimenea, colocamos el tablero del Monopoly en una mesa delante de esta y seguimos jugando.

—¿Sabías que Jacinto tiene una entrevista de trabajo en enero?

—¿En serio? —preguntó Patricia.

—¡Felicidades hombre! —me dijo Jesús dándome un golpe en el hombro con la mano abierta.

—Gracias, gracias —dije.

—Pero bueno Jacinto, ¿cómo es que no me lo habías contado?

—Porque es un zoquetezoquete Que tiene dificultad para comprender las cosas, aunque sean sencillas. y piensa que no se lo van a dar —dijo Verónica respondiendo por mí.

—Pero bueno, ¿cómo que no? —preguntó Patricia—, por supuesto que sí.

—Bueno, ya veremos cómo va —respondí.

—Bobadas. El trabajo es para ser guía turístico de la catedral —aclaró a la pareja—, y ya hemos trabajado los conceptos básicos del gótico y prácticamente se sabe el discurso que hemos elaborado.

—Lo vas a bordar —se quedó pensando—. Si quieres puedo ayudarte a traducirlo al inglés, no soy una experta pero no se me da mal.

—¡Genial! —gritó Verónica girándose entusiasmada buscando una reacción similar en mi cara.

—Sí, claro. Supongo que malo no será —me reí.

—Vale, y cuando te hayan cogido, si quieres podemos empezar a estudiarlo desde el principio para que tengas algo de base.

—Esto se merece un brindis, ¿no? —dijo Jesús.

—¡Coño! ¿Pero qué hora es?

—Las 23:50. Corre Jesús, pon la tele que nos lo perdemos. Jacinto trae las uvas y el cava.

Fue la mejor despedida de año que había tenido en mi vida. Salimos al porche para brindar por el nuevo año. Estaba nevando.

—Te quiero —me dijo Verónica.

—Y yo —le respondí cogiéndola por la cintura.

Nos sentamos allí los cuatro juntos con cara de tontos. Había sido una noche genial.

—Gracias por venir —me dijo Patricia—. Me hace muy feliz que estés aquí.

Esa noche me tocaba abrir el Portal así que cuando se fueron a dormir les dije que mi hija pequeña me había llamado para llevarla a una fiesta. Todos me disculparon, y a nadie pareció extrañarle.

El día antes de la entrevista pasé por una óptica para comprarme unas gafas de vista de pasta, tal y como me había recomendado Leoncio, y con ellas fui a la catedral dispuesto a conseguir el trabajo. Esta tuvo dos partes. Una primera en la que mentí mucho con cosas como que «como era pastor tenía mucho tiempo para leer sobre Historia, que siempre había sido mi pasión», y una segunda en la que tenía que hacer una pequeña ruta por la catedral y hablarles de ella, como si fueran turistas; lo cual había hecho unas doscientas veces delante de Verónica.

No sé muy bien por qué, ni qué vieron, pero sí, Patricia y Verónica acertaron al decir que iba a conseguir el curro. A partir de ahora tendría acceso libre a la catedral y dinero para seguir pagando las facturas. Gracias a esto, tres días después pude abrir el Portal sin grandes esfuerzos; no como las veces anteriores, que había tenido que escalar el andamio —que había puesto el equipo de restauración—, para entrar por una de las ventanas a la que habían quitado las vidrieras.

 

Tenía dos compañeros de trabajo. Maripili, una andaluza de piel clara que apestaba a tabaco y café, y que se encargaba de la venta de entradas, a pesar de la mala leche que tenía; y Ramón un muy buen chaval de veintinueve años, con perillaperilla Porción de pelo que se deja crecer en la punta de la barbilla. y pelazo, que había estudiado turismo y que no solo sabía muchísimo de su profesión, sino que además le encantaba.

Este último se encargaría, junto conmigo, de las visitas guiadas, que se harían en dos horarios. Por la mañana de 10:00 a 12:00 y por la noche de 20:30 a 22:30. Si hubiera tenido que pedírselo a Maripili nunca lo habría hecho, pero a los pocos días de estar allí ya había hecho muy buenas migas con Ramón y no tardé en decirle que a mí me interesaba más el segundo por lo obvio: discreción y facilidad para abrir el Portal; aunque estos no fueron, por supuesto, los argumentos que le di a él.

La noche siguiente después de los Reyes Magos parecía bastante tranquila y el Portal seguiría el mismo patrón. Vino poca gente y, de hecho, lo cerré quince minutos después de abrirlo porque no había nadie, o eso pensaba.

El llanto de un niño me frenó antes de salir de la catedral. Eran como pequeños quejidos que el perro no tardó en encontrar tras un banco cercano.

—¿Cómo te llamas? —le pregunté.

Tenía una mancha en la camiseta de los mocos y las lágrimas, y la cara muy roja.

—No tengas miedo, no te hará nada —le dije mirando a Turko—. ¿Qué edad tienes? —volví a preguntar.

—Ocho —me respondió.

—¿Y qué haces aquí solo?

—Unos hombres me han dicho que tenía que cruzar la puerta azul que has abierto —me respondió mirándome con miedo.

Poco a poco me había ido acostumbrando a la muerte y su mundo. Ya no los reconocía con tanta facilidad.

—¿Y por qué no lo has hecho? —le pregunté acercándome y poniéndome en cuclillas.

—Tengo miedo —me respondió volviendo a llorar—. Quiero estar con mamá.

—Mamá ya no te puede ver en este mundo, cariño —le respondí cogiéndole de la mano—. Pero sí que puede hacerlo detrás de la puerta azul.

—¿De verdad?

—Sí. Si vienes conmigo te lo puedo enseñar.

El niño se levantó y caminó junto a mí hasta la capilla. Allí volví a abrir el Portal.

—Todo va a ir bien —le dije mientras lo cruzaba.

En Marzo Patricia parecía una persona nueva. Le había crecido el pelo, había recuperado el color de sus mejillas y había ganado peso.

—¡Las pruebas han salido bien! —gritó eufórica—. Jesús y yo vamos a intentar tener un niño —me dijo buscando mi reacción.

Eran una pareja maravillosa, con la que últimamente hacíamos muchísimas cosas juntos, y Patricia era un sol de persona, que se había desvivido por mí en los últimos meses.

—No sabes lo muchísimo que me alegro.

—Gracias Jacinto. Lo sé —me dio un abrazo—. ¿Y al final tú vas a hacer eso?

—Quizá esta noche —le dije.

—¡Qué bien! —gritó—. Pues mira, os había traído esto. —Sacó un libro del bolso y me lo dio—. Hoy pasé a desayunar con mis compañeros del trabajo y de paso me di una vuelta por la biblioteca. Lo vi y pensé que podría gustaros.

—Muchas gracias —le respondí mientras lo ojeaba.

—Será una buena forma de empezar esta nueva etapa —apostilló mientras abría el libro de inglés—. ¿Entonces has entendido bien el presente continuo o le damos un último repaso?

Por la noche Verónica y yo habíamos quedado para ir al teatro. Había un grupo de improvisación que a ella le gustaba mucho y que iba a estar en la ciudad solamente tres días. Estuvo muy bien. La sala era pequeña y tenía servicio de bar que servía cerveza y frutos secos por dos euros y medio. Interactuaron con el público y cuando terminó la función salieron a la puerta para sacarse fotos con nosotros. Luego paramos a tomar una última caña en una terraza cercana.

—Patricia nos sacó este libro de la biblioteca esta mañana —le dije entregándoselo.

—Pero ¿cómo puede ser tan maja esta chica? —respondió ojeándolo.

Fue entonces cuando se cayó una tarjeta de estas de felicitación que se venden en las librerías para el día del padre o para cumpleaños. Decía lo siguiente:

Es un buen día para

Empezar a vivir juntos

La noche que Leoncio entró al Portal me dijo:

—Mucha suerte Jacinto, nos vemos tras la pared. ¿Crees que podré comprar habanos allí?

—Seguro —le dije tras darnos un abrazo.

—Una última cosa. Ten cuidado con Evans hay algo en él que me escama. Cuando sale su nombre se hace el silencio. La gente tiene miedo y no quiere hablar. Todo documento o información sobre él desaparece mágicamente en el siglo VIII a.C., de ahí hacia atrás es como si no hubiera existido.





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Efectivamente, no tengo demasiadas cosas claras, pero sí sé que a lo largo de las siguientes páginas se resolverán la mayoría de tus preguntas. Para algunas personas, las más importantes seguramente, al final de estas. Pero antes de llegar ahí empecemos por el principio. Me llamo Jacinto y cumplí cincuenta y tres años poco antes de fallecer, porque sí, yo, al igual que tú también estoy muerto. Cómo llegué a ser el guardián del Portal es una historia que intentaré resumirte brevemente, para que puedas centrarte en lo que realmente te interesa.

El divorcio con mi exmujer, Teresa, me obligó a vender el rebaño al que mi padre y yo le habíamos dedicado nuestra vida, abandonar el pueblo y mudarme a la ciudad para ganarme la vida en un puesto de trabajo del que nunca había oído hablar. Una bandada de algunos cientos de miles de estorninosestorninos Pájaro cantor de unos 22 cm de longitud, cabeza pequeña, alas y cola largas y plumaje negro con reflejos metálicos verdes y morados y pintas blancas; se domestica fácilmente y aprende a reproducir sonidos. se había afincado a lo largo y ancho de la urbeurbe Ciudad, especialmente la que tiene un gran número de habitantes.. Su particular canturreo dejó de ser divertido a los pocos días y ante la avalancha de quejas presentadas en el ayuntamiento, decidieron contratar al mayor experto en el área para encontrar una solución, el Doctor Leoncio Martín.

La mala fortuna hizo que falleciera uno o dos días antes de que un amigo llamara al alcalde pidiéndole el favor de que me diera trabajo, el cual no se lo pensó dos veces y, teniendo en cuenta mi experiencia con animales, me ofreció su puesto. Y digo mala fortuna porque todas y cada una de las desdichas que me ocurrieron y que leerás en las próximas páginas empezaron mudándome a la ciudad.

Paremos por un momento aquí, querido lector. Sé que quieres saber más sobre mi primer día como sucesor de Leoncio, pero tranquilo te lo contaré todo a su debido tiempo. Antes, sin embargo, quiero explicarte cómo conocí a Verónica, que se ha convertido en mi razón de ser y que ha sido el principal motivo por el que he creado este portal, que tú querido lector, ya conoces. La mañana siguiente después de trabajar me acerqué a una cafetería del centro, que se presentaba pequeña, íntima y tenía una terracita con unas pocas sillas metálicas pintadas de verde. Junto a una fuente estaba ella. Era discreta, morena, de ojos color caramelo como el lunar de su labio inferior. Entre sus manos acariciaba con cariño las hojas de El Principito. Todavía hoy no me puedo creer que accediera a darme su número de teléfono, ni a aceptar la cita cuando la llamé, ni a mudarse a mi piso, ni a compartir sus últimos años conmigo. Nunca sabré que vio en mí.

Seré breve. Mi primer día fue estremecedor y desconcertante. Las aves parecían estar estratégicamente marcando un camino que te llevaba hasta una antigua edificación conocida por la gente de la zona como «la Casa de la Muertes». El método para moverlas era alumbrarlas con una linterna y mover una carraca mientras sonaba en bucle Tears in heaven de Eric Clapton en un pequeño altavoz. No te contaré cómo, solo te diré que conseguí colarme en el piso de Leoncio y allí encontré un montón de papeles esparcidos por el suelo con tachones y letras resaltadas, que confirmaban lo que yo ya sospechaba. El Doctor no había muerto de manera natural, y sea lo que fuere que le atacó no tardaría en ir a por mí. Entre los documentos sobresalía uno, que parecía ser la descripción de un manuscritomanuscrito Texto escrito a mano, especialmente el que tiene algún valor o antigüedad. Período histórico pasado muy alejado de la actualidad.:

El guardián del Portal es tangibletangible Que se puede percibir de manera clara y precisa. y humano.

Perece, como todos, y otro ha de ocupar su lugar.

Para ello, ante la Muerte el nuevo una prueba ha de pasar

si no quiere que sin vida el polvo toque sus manos.

 Si victorioso sale, su existencia a una llave ligada estará.

Pues no será libre hasta su muerte,

cuando otro, al igual que el anterior, encuentre

el Portal que en las calaveras se abrirá.

Solo una cosa ha de cumplir

para no liberar los horrores más atroces.

Que la llave en el mismo sentido siempre roce,

si no quiere ver a sus amigos sucumbir.

Sí, efectivamente. La siguiente noche que me tocó trabajar entré en la casa, donde me encontré con Evans, un niño desdentado que hablaba como un paisano y que afirmaba ser la Muerte. Allí me explicó que había sido elegido para ocupar el puesto del guardián del Portal, pero que antes debía pasar una prueba.

En las siguientes semanas vino a verme Leoncio en persona varias veces, pero de eso ya hablaremos más adelante. En este punto de la historia, la vida y la muerte se entremezclan constantemente y empieza a hacerse complicado saber que pertenecía a mi mundo y qué no. Era un tipo peculiarpeculiar Que es propio y singular de una persona, animal o cosa.; un hombre que había dedicado su vida al estudio y a la ciencia, pero que se presentaba toscotosco Que se comporta de manera poco refinada o que hace las cosas sin refinamiento. Rasgo que caracteriza a una persona o cosa que es refinada o se ha refinado. Que es muy delicado o carece de tosquedad y vulgaridad. y malhablado. Hicimos una gran amistad antes de que marchara y será, como verás en las próximas páginas, el primero en avisarme sobre Evans.

Una mañana, al llegar a casa me encontré una nota bajo mi puerta. Mis vecinos tenían la costumbre de invitar a una fiesta de bienvenida a los nuevos inquilinos para hacer comunidad y mantener el buen ambiente. Allí conocí a tres personas fundamentales en esta historia. Las dos primeras son Jesús y Patricia, un joven matrimonio que estaba pasando por un momento delicado. A ella le habían detectado un cáncer de pulmón y andaba en plena quimioquimio Se refiere coloquialmente a la quimioterapia.. Verónica y yo llegaríamos a tener una relación muy estrecha con ambos, pero el vínculo que forjé con Patricia fue especial. Nunca podré agradecerle suficientemente lo que hizo por mí cuando empecé a verme acorralado. El tercero, en cambio, es todo un personaje. D Ángel Álvarez Prieto era un abogado que se acercaba vertiginosamente a la edad de jubilación y que era el vecino que solía ceder su casa para estos menesteresmenesteres Sinónimo de necesidades, tareas.... Era muy maniáticomaniático Que tiene alguna manía. con la puntualidad y le encantaba escuharse a sí mismo. Tenía una papada tan grande como su frente, y una frente tan grande como su egoego Valoración excesiva de uno mismo.. Su pelo, en cambio, era escaso, pero suficiente para que pudiera teñírselo de algún tono castaño y disimular un poco la decadencia física del tiempo. Recuerdo la ropa que llevaba como si lo tuviera ahora mismo delante de mí. Mocasines, pantalón de pinza, camisa blanca, corbata azul con líneas rosas, y una chaqueta de traje a juego, abrochada con tensión en la cúspidecúspide Parte más alta de una montaña o de un lugar elevado, especialmente si tiene forma puntiaguda. de su redonda barriga, en cuya solapa izquierda había un escudo bordado y tres pinespines Insignia que normalmente se lleva como adorno clavada en la solapa de una prenda., de los que solo recuerdo una réplica en miniatura de un Eurofighter. No diré mucho más de él, vale la pena verlo en acción.

La prueba acaeció una mañana en el bar de mi pueblo. Lo que ocurrió allí es algo que nunca relevaré, pero para poder entender bien esta historia es importante que sepas que allí dentro maté a Mario Turrado, el dueño. Quizá esto cambie tu visión sobre mí, pero juro que jamás habría hecho lo que hice de no ser porque la vida de mi hija mayor estaba en peligro. Evans se me presentó poco después para comunicarme que me había convertido oficialmente en el nuevo guardián del Portal. Solo debía cumplir dos normas: abrirlo cada domingo girando una llave antigua que me dio en sentido horario, jamás en el contrario, y no entrar bajo ningún concepto en él.

Al salir del bar vi el coche de Mario. Era un Golf GTI segunda generación que me encantaba. A día de hoy no sé por qué lo hice, pero volví a entrar, cogí las llaves y me lo llevé. En mi vida he hecho muchas gilipolleces, pero esta probablemente es la mayor.

Encontrar el Portal tampoco fue tarea fácil, pero te ahorraré, querido lector, ese paso y, ahora sí, iremos directos al meollomeollo Aspecto o parte central y más sustanciosa de algo. de la cuestión. Sé, porque si has llegado hasta aquí, que eres intrépidointrépido Que hace frente sin temor a las situaciones de peligro., pero te advierto de que tras las siguientes páginas se encierra una verdad con la que puede ser que no seas capaz de vivir.





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Si estás leyendo esto es que estás muerto.

Quizá lo sepas, quizá no. No lo sé. No me importa. Levanta la cabeza y mira a tu alrededor. No eres el único. Tus conocidos, amigos y familiares, al igual que tus compañeros de clase o de trabajo, que el camarero o la camarera de tu bar favorito y que el perro, gato o tortuga que tengas por mascota también lo están. Quizá lo sepan, quizá no. No lo sé. Tampoco me importa. Si estás en la cama, en un bar, en la playa o en la biblioteca lo desconozco, pero admira por un momento tu realidad presente y párate a escuchar los ruidos de la calle, dale un trago a la cerveza, toca la arena o acércate a una estantería y huele un libro al azar. Por muy real que te parezca, no lo es más que una buena historia de Stephen King. Quizá lo sepas, quizá no. No lo sé. Me sigue dando igual. No intuyo si quiera si eres la primera persona que lee este manuscritomanuscrito Texto escrito a mano, especialmente el que tiene algún valor o antigüedad. Período histórico pasado muy alejado de la actualidad. o si, en cambio, eres uno de tantos; si su lectura va a ser traumática, informativa o cultural. Lo ignoro todo, incluso si vas a terminarlo. Si esto te disgusta arranca las hojas, táchalas con un permanente o, si quieres, quémalas. No te juzgaré, pues sé bien que la verdad puede doler más que la misma muerte, ¿o no?