Irina se fue a la Biblioteca Pública, portátil en mano, donde había quedado con Manuela. Se sentó a esperarla cerca de una ventana por la que podía observar ese océano que surcó Don Benito para dejar atrás la isla. La niña estaba dispuesta a entender a ese hombre. La pena que sentía le dolía en el alma. ¡No podía ser que se fuera y se olvidara de su tierra! ¡No podía ser!
Encendió el ordenador y empezó a leer todo lo que se ponía delante de su vista que tuviera que ver con el escritor. Manuela llegó cargada de libros y, con ese andar desgarbado fruto de su elevada estatura, se puso al lado de Irina. Esta se sobresaltó.
—Chacha, ¡qué susto! Eres más sigilosa que la Pantera Rosa. Siéntate, anda, que me da tortícolis mirar para arriba. ¿Qué traes ahí?
—Perdón. Traigo libros de dibujos de Galdós.
—Vale, vale, no hables tanto que me dislocas. Y siéntate derecha, muchacha, que pareces una culebra.
Hemos hablado… digo, he pensado que te puedes encargar de la faceta de Don Benito como dibujante y músico, y la relación con Canarias. Sé que es la parte menos conocida, pero tal vez tú…
—Está bien, lo tengo todo controlado. He compuesto un arrorró para piano y voz con una cuarteta que pudiera ser de Don Benito, aunque últimamente su autoría ha cambiado de dueño. Parece ser que estaba en poder de Don Benito, pero que no la había escrito él. Su hija, María, siempre dijo que su padre la escribió, pero se ha estudiado que no es así. Sea o no sea suya, he querido ofrecérsela como homenaje. La segunda estrofa la compuse yo:
Arrorró, arrorró (bis).
Duérmete, niño chiquito,
mientras tu madre canta
y arrulla junto a la cuna
al hijo de sus entrañas.
Duérmete, gran Benitillo,
sueña tu tierra canaria,
que ya la luna se asoma
y el Roque Nublo te ampara.
Arrorró, mi niño,
arrorró, mi amor (bis).
Arrorró.
—¡Guaaaaauu! ¡Qué maravilla! Con esto lo petamos seguro. ¡Te pasaste, colega! ¡Eres lo más! Nunca había oído…
—También me he vuelto a encontrar con él a través de sus dibujos. Fíjate, estamos sobre el suelo en el que se alzaba el Castillo de Santa Ana, derribado en 1859. Mira, mira este dibujo, es del castillo que te digo. Y también se ve la muralla norte de la ciudad. El dibujo es de Don Benito. ¡Mira, mira…! Además, estoy releyendo los Episodios Nacionales para niños. Y de sus cartas con diferentes personajes se puede deducir…
—Compi, compi… ¡Paaaara! ¿Sabes que eres la mejor? ¿De dónde salió esa inteligencia y ese palabrerío? Si pensé que estabas en el insti para decorar una esquina. Tan sigilosa como un fantasma… ¡Gracias, universo, por hacerme testigo de tan bonito milagro! ¡Ven aquí que te bese, ven aquí!
—Hablando de fantasmas. ¿Tienes un rato y te cuento algo?
—¿Vas a contarme algo? ¿Tú? ¿Y esto a qué se debe? ¡El cambio climático pudiera ser! ¡A ver, que me muero de curiosidad!
Y como si nada de lo que había dicho Irina en plan burla le hiciera daño, la pequeña comenzó a leerle algunas partes de Necrología de un prototipo, cuento de Don Benito publicado en El Ómnibus el día 1 de diciembre de 1866 y que firmó con el pseudónimo H. de V.:
Allá a espaldas del coro se eleva el más enorme instrumento músico que han inventado los hombres. Un complicado sistema intestinal lo compone: cada intestino es una nota, cada serie de tubos un tono. Sus voces son las del violín, la del oboe, la del arpa, la del gallo, la del ruiseñor, la del pavo. Suena, muge, canta, trinaTrina Trina: Enfado., ronca, ensordece y calla.
Todos los sonidos que en la naturaleza existen están allí archivados y clasificados.
El hombre de la capa se acerca, llega y exclama: fiat armonia…
El hombre de los rezos era una especie de excrecencia: parecía que se había criado como un liquen en las piedras del edificio. De seguro un naturalista le hubiera echado el lente creyéndole una magnifica estalactita…
¡Qué feo era! Su piel semejaba al forro de un Decretalium thesaurus mil veces leído: los huesos de la cara pugnaban por salir a luz pública, la barba, que daba muestras de afeitarse en los días de solemnidad, estaba compuesta de una treintena de pelos, situados a tiro de ballesta, y tan rígidos y blancos como menudos filamentos de vidrio…
¡Aquel hombre era el elemento musical de este templo…!
Su cuerpo… pero aquello no era cuerpo…
[…] Pero ya no existe, señores. Está allá, más arriba de toda esta maquinaria. Agitó las grandes alas de su capa y cruzó el espacio como un animal apocalíptico. Hoy la catedral está sorda: le falta su tímpano sonoro…
—¡Compañeraaaa…! ¿Y esto qué es? Madre mía, no entiendo. ¿Algo como el Jorobado de Notre Damme?
—Pues algo así. He extraído algunos trozos del cuento para que veas la relación de Don Benito con la música. Este ser horrible, tal y como lo describe Don Benito así lo parece, era el palanqueroPalanquero Palanquero: Persona que apalanca. del órgano de la catedral. Y cuenta que, cuando él murió, la cate- dral se quedó sorda. Pero lo mejor es el final, que no te lo cuento para que tú lo leas. Y así te acercas más a Don Benito.
—¡Ah, no, mi niña! ¡Tú no me dejas con la intriga! ¡Venga, venga! DesembuchaDesembucha Desembuchar: Decir todo cuanto sabe y tenía callado. que hoy te vas a quedar vacía de palabras para un par de siglos por el esfuerzo que has hecho. ¡Ja, ja, ja!
—Pues cuentan… Mejor te lo leo:
Por las noches (esto no puede acabarse sin un epílogoEpílogo Epílogo: Parte final de un discurso. plástico terrorífico) a la hora en que (cómo decirlo…) a la hora en que los búhos… (así va bien) surgen con siniestro vuelo… (perfectamente) de entre las tumbas; a la hora en que reina el silencio en la catedral y las sombras envuelven el ancho recinto, se ve (el sacristán me lo ha dicho) vagar un fantasma por las capillas: se arrodilla, murmura una plegaria, una salmodia, un réquiem (¡qué miedo!). Después de recorrer toda la catedral sube al coro; se le ve empuñar la palanca del órgano; la mueve con afán, con ímpetu, con entusiasmo. De la voluminosa caja que el espectro anima, salen millares de sonidos; pero, señores, no se asombren ustedes, son sonidos que no suenan, son espectros de sonido, música celestial, señores míos. Con ella he hecho este artículo que es… es espectro de un artículo.
—¡Qué pasada! ¡Me encantan las historias de miedo! ¡Y qué chachi cómo va escribiendo entre paréntesis lo que se le va pasando por la cabeza! ¡Es mi ídolo Don Benito! ¡La bombísima! ¿Te imaginas de noche en la catedral contando este cuento a los coleguitas? Se me pone la piel de gallina. A mí no me asusta porque yo no creo en los fantasmas ni en nada de esas cosas, pero a Inma, la del C, le darían los choques…
—¿Que no crees en los fantasmas, Irina? Yo creo que sí crees porque…
—¡Eh, no te equivoques! Yo no creo en fantasmas. Que yo hable sola o que alguna vez haya tenido amigas imaginarias no significa que existan. ¿Tú te crees que yo estoy loca o algo así?
—No, muchacha. No lo creo. Lo que te quería decir es que todos creemos en los fantasmas. Es divertido creer. Pero de ahí a que existan…
—Bueno, venga, a ponerte manos a la obra con la parte de la tarea que te ha tocado —dijo Irina tratando de mantener la compostura—. Nos vemos en clase.
Manuela recogió sus cosas y se fue a casa a ponerse manos a la obra, como le dijo Irina. No, no estaba enfadada. Estaba feliz de poder colaborar en una tarea con alguien y ofrecer todo lo que llevaba dentro.