—¿Quién arma tanto escándalo? ¿Quién se ha atrevido a molestarme mientras descansaba?
Cuando comenzó la lluvia de fuego con tanta fuerza que caían llamaradas sobre las otras islas, desde la más occidental a la más oriental, todas empezaron a gritar y a intentar protegerse, pero no era posible. No podían huir, no podían esconderse, no podían hacer nada. Enormes bolas de fuego les caían encima, piedras humeantes que sepultabanSepultaban Sepultaban: Enterraban barrancos, valles y desiertos. La lava que brotaba del irritado volcán descendía por sus laderas, llegaba al mar y, como olas de fuego, se extendía sobre él haciendo más y más grande la isla. Tan grande, tan grande que sus extremos se acercaron a las otras islas hasta rozarlas. Estas, horrorizadas, veían cómo iban desapareciendo, sepultadas bajo el fuego del implacable gigante.
La lava que escupió el volcán fue tanta que acabó cubriendo todas las islas, convertidas ahora en una sola.
Unidas ya para siempre, tanto en la profundidad como en la superficie del océano, no se distinguía dónde terminaba una y dónde empezaba la otra. Ya no podían presumir de formas y tamaños. Había una única forma, un único tamaño.
En la soledad marina, una enorme isla recién nacida comprendió lo que el Sol había advertido: «… diversas, pero siempre una».
Las que siempre debieron estar juntas ya no podían separarse.
FICHA DE LECTURA