Simón, el lagarto gigante
El sol del mediodía calienta con toda su furia los riscos del hermoso valle: una escarpada fuga a poca distancia del mar, un lugar de difícil acceso, una peligrosa pendiente para el que no sea capaz de reptar; y allí, sobre una roca, a más de quinientos metros de altura, medio dormido, está Simón.
Simón es un joven lagarto que presume de ser un gigante. Procede de una familia de enormes reptiles que llegaron a medir un metro, aunque Simón no crecerá tanto. Es marrón, con manchas amarillas en los costados, y los iris de sus ojos son también amarillos como el oro. Suele ser obediente, pero a veces se olvida de ser prudente y busca riesgos innecesarios propios de su juventud; aunque ya es casi un adulto porque dentro de poco cumplirá tres años.
Vive en una pequeña isla, la más occidental de Las Afortunadas. Antes, cuando había muchos lagartos gigantes, tenían toda la isla para ellos, vivían tranquilos y felices, con abundante comida y extenso espacio para moverse. Pero ahora deben tener cuidado, hay demasiados enemigos alrededor. A Simón le contaron que a un bisabuelo suyo lo capturaron unos hombres y se lo llevaron fuera de la isla, metido en un frasco de cristal, flotando en un líquido, para ponerlo en un museo. Simón no quería que le ocurriera algo tan horrible, así que, cuando notaba que un ser humano se acercaba, corría para esconderse en una grieta o algún hueco en la tierra.
Hasta las once de la mañana no llega el sol a la Fuga donde él vive y solo entonces sale cuidadosamente de su escondite para calentarse al sol. Inspecciona el terreno y suele quedarse en los alrededores, sabe que es muy peligroso alejarse de su escondrijo: podría encontrarse con El Garras, un enorme gato que se alimenta de lagartos. Es el más feroz de los gatos salvajes de la isla, pocos han escapado de entre sus zarpas, por eso todos los reptiles temen enfrentarse a él.