Olegario me enganchó con un brazo y sin saber muy bien cómo me hallé con él dentro de un armario enmohecido. Estábamos mudos, solo se oía en el sótano la respiración jadeante de las alimañas de don Feliciano que buscaban nuestro rastro. Escuchamos rodar de sillas viejas, un golpe que supuse una caída y una retahíla de juramentos blasfemos, hasta que alguien gritó que allí no había nadie. No abandonamos, sin embargo, aquella guarida del armario hasta un buen rato después. Podía ser que nos hubieran tendido una trampa y estuvieran allí dispuestos a cazarnos. Un inesperado incidente nos obligó a atrevernos a abandonar nuestro refugio y a enfrentarnos a quien fuera menester. Primero fue una impresión vaga de estar olfateando algo indefinible, pero luego ya no hubo duda de que olía a quemado muy cerca de nosotros. Cuando abrimos el armario no había ningún guardaespaldas apuntándonos, pero una columna de humo recorría pavorosa el sótano. Entre morir de un balazo o quemado vivo, yo hubiera preferido lo primero.
Don Feliciano no había notado más que la presencia de una sombra a su lado al apagarse las luces tras el Nessum dorma de Caruso. Es más que probable que si yo no me hubiera empeñado en rizar el rizo llevándome la cartera, todo hubiera quedado en una mera impresión de la que se hubiera olvidado desde que el tenorTenor Tenor: Cantante que tiene esta voz. italiano hubiera reanudado el concierto. Leticia del Cielo habría leído la carta y habría buscado la fórmula para responderme como yo deseaba, viéndonos en un lugar aislado, donde podría declararle mi amor a rienda suelta. Pero no fue así y ya no podía cambiar las cosas, no había vuelta de hoja. Don Feliciano salió disparado del palcoPalco Palco: Espacio en forma de balcón con varios asientos que hay en los teatros. y ordenó que sacaran de allí a Caruso. Además, dispuso que todos los que se encontraban en el teatro fueran llevados al patio de butacas, que registraran palmo a palmo hasta dar con la cartera y con el desgraciado que la había robado; pero no lo mataran, quería hacerlo él. Luego entró de nuevo al palco en busca de su hija. Leticia del Cielo estaba de pie, con el brazo extendido hacia su padre mostrándole mi carta, la prueba de mi culpabilidad. Mi amada me condenaba al patíbulo.
Pg. 69
Marcar el Enlace permanente.