—¿Qué tal están? —preguntaba papá desde la pantalla del portátil.
—Muy bien, papi. Te echamos de menos.
—Lo sé. ¿Qué vamos a hacer? ¡A ver si algún día nos libramos de los zetis, nada me ha dado tanto trabajo como estos bichitos!
—¡No digas eso! —le increpé duramente.
No me agradaba su tono al referirse a nuestros amigos. No se lo merecían.
—Noelia, ¿has visto a… alguno?
—A unos cuantos.
—¡No me lo habías contado, bandida!
—¿Por qué tendría que hacerlo? —pregunté enfadada.
—Por si me interesa traerlos al programa.
—No podrás, no conseguirás esa exclusiva, seguro. Ya sabes que no se le aparecen a los adultos.
—Sí, pero si los convencieras…
—Ni se te ocurra la idea —respondí rotundamente.
—¡Noelia, que soy periodista!
—¿Y qué?
—¡Y tú mi hija!
—No tiene nada que ver. No soy la única hija que tiene un periodista famoso. ¿Qué me dices de los niños cuyos padres son científicos, presidentes de gobierno, astrónomos, altas autoridades…? Esos niños han contactado con los zetis. ¿Crees que sus padres o madres tienen derecho solo por eso?
—Puede ser…
—No, señor. Son nuestros amigos y no vamos a desvelar sus intenciones ni a presionarles… —me salieron impulsivamente y sin pensar aquellas palabras.
—¿Por qué hablas de sus intenciones? —mi padre hizo hincapié en la última palabra.
—Uhmmm, nada, eso… que… Que lo que trato de explicarte es que respetamos su presencia aquí, solo eso —dije saliendo del paso no fuera a ser que metiera la pata.
—¿Solo eso? —insistía a lo Sherlock Holmes.
—Sí, papá —contesté como la buena actriz que dicen que soy.
Primero sucedió con los libros en los colegios. Los profesores y alumnos estaban acostumbrados a que en ciertos libros faltara la numeración de la página o apareciera alguna hoja en blanco o repetida. Se devolvía a la editorial y se reemplazaba. Eso pasaba a menudo.
Lo que no era frecuente, por no decir que nunca había ocurrido, es lo que venía pasando últimamente. Podría ocurrir en algún caso, pero de ahí a que fuera un fenómeno generalizado… mosqueaba un rato largo. No eran páginas en blanco, ni erratas. En el recorrido de continuas líneas de palabras y frases, ¡la zeta no aparecía!
Allí donde era necesaria para la correcta lectura y escritura, la letra zeta desaparecía. Los libros no tenían zetas. Parecía una broma de mal gusto aun sin ser el Día de los Inocentes, pues esa fuga de zetas no era consecuencia de su intercambio con otras letras ni de haber sido devoradas por la imprenta. Las palabras aparecían incompletas, con espacios en blanco al principio, en medio o al final.
Al poco tiempo, las editoriales y librerías se vieron saturadas de protestas y quejas de miles de personas que exigían libros en condiciones, con todas sus letras. Todos intentaban defenderse de las acusaciones diciendo que no era su culpa. Los libros se imprimían con seriedad. Se revisaban la impresión, la tinta, los folios a usar, el buen funcionamiento de la maquinaria; en resumen, todo.
Poco a poco el asunto se iba complicando. No solo iban desapareciendo las zetas en los libros escolares, sino también en periódicos, revistas, folletos… Al leer en casa, en el trabajo, en la parada de la guagua, en el metro, en el parque… Las zetas se habían esfumadoesfumado Esfumarse: Irse o desaparecer de un lugar de modo rápido, con disimulo o sin ser notado. como por arte de magia.
¡LAS ZETAS HABÍAN DESAPARECIDO!
Ya era común que la gente se acercara a los comercios en busca de un nuevo ordenador, tablet o móvil porque la zeta no aparecía en ningún teclado. Funcionaban de maravilla, pero… ¿y la tecla de la zeta? «Si era esta, se lo aseguro», repetían atónitos los vendedores sin dar crédito a lo que veían sus ojos. Comprar en los centros comerciales se había convertido en toda una aventura.
Los que querían regalar una tarjeta desistían de su empeño. Los que buscaban la sección de zapatos leían ‘_apatos’, ‘_uecos’ en vez de zuecos. Tenías que comprar un ‘_umo’ de pera. Los agricultores no trabajaban con azadas, sino con ‘a_adas’. Los submarinistas se resignaban a salir con sus trajes de ‘bu_o’ y no de buzo. La gente en la carnicería preguntaba qué era la ‘pan_a’ de cerdo. Muchos leían: «La potente ‘_arpa’ del león da miedo», y querían averiguar desde cuándo un felino se dedicaba a la música. Y así sucesivamente.
Nuestras preciadas y valoradas lenguas se iban quedando sin zetas, como la despensa sin comida, poco a poco, sin uno darse cuenta. Del mismo modo las lenguas quedaban cojas, guillotinadas, mutiladas al faltarles una letra de uso primordial en la comunicación. Afectaba con mayor intensidad a la lengua española, aunque también era un hecho que afectaba en mayor o menor medida al resto.
Los filólogos se llevaban las manos a la cabeza. Las academias de la lengua no vacilaban al afirmar en ruedas de prensa y conferencias que estábamos siendo testigos presenciales de un problema lingüístico a nivel internacional. Se reafirmaban en sus comentarios tristes para transmitirle al mundo que cualquier perturbación en nuestras lenguas se convertiría en una enfermedad crónica.
La lengua es un tesoro de valor humano incalculable y universal. Debe permanecer sana y salva, resguardada de especuladores e insensatos. Su buen estado favorece la comunicación y la comprensión entre los pueblos. Su deterioro, aun el mínimo, sería una catástrofe. La comunicación está en peligro.
Si desaparecen zetas, es probable que se esfumen el resto de las letras. Quizá la siguiente sea la eme o la equis, la erre, la te, o la ese… No debemos permitir que esta situación avance, así que nos vemos obligados a buscar una solución, a descubrir el origen de este trágico suceso.
Podemos pasar de muchas cosas en nuestra vida diaria, pero ¿podemos prescindir de una lengua viva? La necesitamos como el agua o el aire, sin quiebras ni ausencias.
Por primera vez los adultos mostraban una honda preocupación ante este problema lingüístico. Desde ese momento, las condiciones de seguridad se potenciaron para que ninguna zeta desapareciera y los países estrecharon lazos en pro de una investigación segura y eficaz. La alarma lingüística no se hizo esperar.
Otra clase de alarma rondaba entre los niños. Recordé entonces aquella ocasión en la que casi me voy de la lengua con mi padre. Los socios del CIAZ debían ponerse en marcha y valorar el asunto, ya que dependía de ellos totalmente. Sabíamos el porqué y el cómo de lo sucedido, pero nuestro compromiso como Club Internacional de Amigos de los Zetis era irrefutable.
Durante aquellos acelerados meses los niños nos mensajeábamos con frecuencia y debatíamos a través de la web y del CIAZ. Finalmente, decidimos por mayoría subir un comunicado para que tanto los niños que no habían tenido encuentros con los zetis como los miembros del club y los usuarios registrados en la web estuvieran al tanto de las decisiones que se iban tomando. Siempre democráticamente, claro está.
Estimados niños y niñas amigos de los zetis:
Ante los problemas suscitados y ocasionados por nuestro compromiso con ellos, creemos que debemos reconsiderar nuestra postura.
No pretendemos abandonarlos a su suerte, sino buscar entre todos una salida justa tanto para los zetis como para nosotros.
Nos preguntamos si debemos o no guardar la verdad por más tiempo y/o continuar con nuestro plan anterior, acordado por un 95 % de los socios del CIAZ.
Esperamos su urgente participación y respuesta a través de la web y del club en el plazo de una semana.
Atentamente,
la junta directiva
A los dos días el comunicado era en un secreto a voces. El CIAZ se había convertido en algo más que un simple club. Formábamos una plataforma tan importante y relevante a lo largo del mundo que incluso diferentes organismos, así como instituciones y gobiernos, siempre estaban al acecho. No era de extrañar que hackearan nuestras cuentas y que el contenido de aquel comunicado fuera a poner en jaque a todo el planeta.
—Estos niños hablan de ‘problemas suscitados’, de guardar o no la verdad… ¿Se referirán con ‘problemas suscitados’ a los mismos que está ocasionando la desaparición de las zetas?
—Falta un detalle importante y podría ser la guinda del pastel.
—¿Sí? ¿Cúal? —se preguntaban desde las altas esferas.
—Por todos es sabido que el CIAZ fue creado por los niños con una intención clara: fundar un club de amigos de los zetis, de esos seres extravagantes, de las blue balls…
—Es un hecho sin confirmar.
—Sin confirmar por los adultos, pero sí por los niños.
—¿Vamos a caer en la trampa de unos niños que solo quieren divertirse?
—Pues ahí están sus testimonios y las pruebas con imágenes de que los zetis existen. Por otro lado, no se puede negar la existencia del Planeta Z.
—Un fenómeno natural en el cosmos…
—¿Un planeta tan controvertido y misterioso les parece un fenómeno natural? ¿Por qué entonces se habla en el comunicado de un compromiso con los zetis? ¿No serán ellos los responsables de la enigmática desaparición de zetas? ¿Serán los niños sus cómplices en esta trama?
—¡Tenemos que descubrir la verdad! ¡Tenemos que investigar al CIAZ y hacer que los niños nos den respuestas!
Pero nosotros nos negábamos a dar explicaciones. Era nuestro club y era PRI-VA-DO. Nos sentíamos inquietos, nerviosos y asustados, aunque nos manteníamos firmes en nuestra decisión. No deseábamos involucrarnos en el complicado mundo de los adultos. No temíamos tanto por nosotros como por nuestros amigos los zetis. Y así estábamos, entre la espada y la pared, entre nuestra lealtad a los zetis o la ayuda al planeta Tierra.
***
Después de deliberar a lo largo de esa semana de plazo, finalmente decidimos contar la verdad. Al enterarse los medios de la decisión del club y sabiendo que teníamos el apoyo del resto de niños del planeta, nos propusieron realizar una conexión en directo desde diferentes lugares de residencia.
El día de la emisión estaba en casa con mi madre. Habían venido Sergio y Alba para preparar un trabajo para la clase de Sociales. Nos pusimos a ver la tele en el salón para escuchar a algunos de los miembros del club.
Reconocemos que somos cómplices de los zetis. Los adultos no creen en ellos, pero realmente existen. No son peligrosos, son inofensivos. Sí, es verdad. Los zetis son responsables de la desaparición de las zetas en las lenguas. Todo tiene una explicación y estamos aquí para contar la verdad. Por su bien y por el nuestro.
Cuando los zetis llegaron a la Tierra, lo hicieron porque les atrajo el color de nuestro planeta, tan parecido al suyo. Son viajeros exploradores del cosmos, se han escapado de su casa. Son traviesos y juguetones, y querían conocer el sistema solar. Atravesaron la atmósfera y se escondieron donde podían para no ser vistos.
Al percatarse de nuestra existencia, decidieron aparecer. ¡Ellos también son niños, pero del Planeta Z! Por eso no se dejan ver por los adultos. Estaban a gusto y contentos con nosotros… Pero hace meses que empezaron a sentirse mal.
Al atravesar la atmósfera se debilitaron porque nuestra Tierra no reúne las condiciones idóneas para su subsistencia. Poco tiempo después de probar cientos de alimentos se dieron cuenta de que comer zetas les permitía estar fuertes y recuperarse. Es la única forma que tienen de permanecer con nosotros.
No somos insensibles al daño que están ocasionando a nivel lingüístico mundial. Intentamos ofrecerles nuestra ayuda y estamos también preocupados por la situación que se ha generado. Nos sentimos angustiados por los zetis. No queremos que mueran por no prestarles nuestra ayuda.
Nuestros planes como club son estar a su lado, ayudarlos en todo lo posible. A los amigos se les cuida, se les protege y se les da todo el afecto en las buenas y en las malas. Queremos pedirles a los adultos que sean pacientes. Podemos sacrificarnos, aunque sea por una sola vez. No solo por nosotros mismos, sino por otros seres.