Los zetis invadían el planeta y los adultos aún no se lo terminaban de creer. Seguramente sentían una envidia tan grande que llegaba más allá de Neptuno porque solo se le aparecían a los niños de nuestra edad y a chavales de doce o trece años.
«¡Qué casualidad!, ¡qué curioso!, ¿y por qué a los niños y no a ningún adulto?», eran sus reflexiones. Nos querían sacar información de manera disimulada, qué malos detectives, je, je. «No lo sabemos, la verdad…», era siempre nuestra respuesta mientras fisgoneaban, en ocasiones a nuestro lado, delante de la pantalla del ordenador para leer los comentarios o ver fotos de los zetis en nuestra web.
Al poco tiempo, algún padre o madre sacaría fotos de la web porque, sin darnos cuenta, empezaron a aparecer imágenes de los zetis en las redes sociales. A veces se burlaban de nosotros y gastaban bromas entre las familias de cinco continentes. Creían que todo era una invención nuestra, una labor de montaje y Photoshop impresionantes.
A nosotros nos enfadaba y nos ponía de mal humor su actitud y sus risas al respecto. Los zetis no se lo merecían y nosotros, los niños, tampoco.
Las fotografías llegaron a todas las cadenas de televisión y empezaron a circular por todo tipo de programas: los informativos, para difundir noticias sobre ellos; los de entretenimiento, para hacer concursos, corrillos y montar el espectáculo; los culturales y de debates, a los que acudían padres, profesores, médicos y científicos, para cuestionar sin sentido nuestros encuentros y debatir a partir de hipótesis varias.
Al tiempo que este bucle se desataba, nuestros encuentros se iban multiplicando, multiplicando, multiplicando, multiplicando sin parar, invadidos por un tsunami intergaláctico procedente del Planeta Z.
Los zetis eran azules con una tonalidad turquesa deslumbrante, transparentes y tan brillantes que encandilabanencandilaban Encandilar: Deslumbrar o causar gran admiración. a simple vista hasta que te acostumbrabas. Saltarines, inofensivos. Muy simpáticos y peculiares. Seres resbaladizos y extremadamente suaves. Su tacto era semejante a la piel lisa y húmeda de los delfines, al fino cosquilleo refrescante del agua.
Se escurrían entre las manos si pretendías atraparlos. Se escabullían fácilmente, igual que si intentaras coger peces de colores en la orilla de una playa. Eran tan pequeños y juguetones que sus dimensiones no sobrepasaban las de una manzana, menudos como frutas. Se aprovechaban de ser tan pequeñines, los muy sinvergüenzas, para esconderse en el lugar más insospechado. Y lo más curioso de todo: tenían forma de letra Z. Se doblaban y estiraban con una enorme facilidad.
Para: encuentroszetis@blogspot.com
Asunto: ¡Saludos, amigos!
¡Hola, amigos del blog! Me llamo Javier. Soy de Barcelona y tengo doce años. Mi encuentro con los zetis ha sido muy divertido. Ayer por la tarde fui a coger la bicicleta para salir a dar una vuelta y… ¡ahí estaban, saltando sin parar! Me quedé estupefacto porque, cuando me iba acercando, un haz azul iluminaba en forma de zigzag todo el garaje de casa. Estaban saltando por encima del coche.
Al encender la luz, salieron disparados a un rincón. Cuando me vieron, se acercaron. Primero, tímidamente. Después cogieron confianza y me convertí en el centro del círculo que formaron a mi alrededor.
No tuve miedo en ningún momento. Me parecieron muy graciosos. Eran como nueve o diez. Estuvieron un rato largo y luego se marcharon. Vi cómo entraban en casa de Óscar, un compañero de clase que vive enfrente. Espero volver a verlos pronto.
Saludos a todos.
Para: encuentroszetis@blogspot.com
Asunto: Hello, everybody
I’m Erik. I’m from New York. I’m very emotionated with zetis. I founded one of them at the subway three days ago. Zeti come into my schoolbag at home. It’s hidden under my bed. It’s incredible!! We are now good friends.
Para: encuentroszetis@blogspot.com
Asunto: Mi encuentro
Buenos días a todos. ¡Ya veo que somos muchos en la página! Soy Fabio, os escribo desde Buenos Aires y parece ser que soy la visita número 100.000. Quiero contar que me he encontrado con más de cien zetis este fin de semana.
Me fui con mis primos a una casa que tienen cerca de la ciudad. Está en el campo, en una pradera muy bonita. Pues eso, que el sábado estábamos jugando tan tranquilos al lado de un riachuelo y aparecieron, de repente, de entre los arbustos y matojos. ¡Vaya sorpresa! ¡Un montón de ellos!
Queríamos cogerlos, pero no podíamos, se nos escurrían. Mi prima llevaba la cámara y aprovechamos para sacarles fotos. Y nos hicieron caso, no sé cómo lo conseguimos. Se quedaron quietos y nos hicimos una foto con todos juntos.
Así se iban sumando los mensajes a nuestro blog, a una velocidad inusitada. Mensajes de miles de niños. Primero desde los países de habla hispana, después empezaron a recibir correos desde los pueblos y ciudades más insospechados.
Los zetis aparecían en cualquier lado. No importaba el momento, ni las peculiaridades del entorno. Ni el frío o el calor, la humedad o sequedad del paisaje. La presencia de agua o la escasez de ella. Ni el sol, la lluvia, la nieve o cualquier fenómeno meteorológico. Tanto de día como de noche. Surgían de imprevisto.
Los encuentros ocurrían de la manera más variopinta: en las ventanas de las casas, en las bibliotecas, en los parques, en el metro, en los parques de atracciones, dentro de las mochilas, debajo de tu cama, detrás de los árboles en el bosque, en las playas, en las dunas del desierto, saltando por los puentes y acueductos romanos, de las alcantarillas de las calles, en las azoteas de los edificios, en las salas de cine, en los aeropuertos, escondidos en jaimas, en los lagos, en las selvas tropicales… Allí donde menos te imaginabas.
Gracias a las cámaras captábamos su imagen si nos dabámos prisa, pues solían desaparecer en un suspiro. La verdad es que no sabíamos dónde se escondían. ¡Un buen escondite sin duda! Pues no dejaban rastro y los adultos tampoco los veían. Solo se nos aparecían a nosotros, los niños.
Recuerdo a Zimerío Zimealegro, el zeti amigo de Ricky en Sidney. A Zitepillo Zitecogo, la zeti de Umnrah, que vivía con ella en Bombay. O a Zisaltas Zimecanso, una zeti traviesa que traía loca a Chailín, en Singapur.
¡Ahhh!, y también los Zinna, que eran más bien pocos. Parecían acompañantes, no les interesaba descubrir las novedades en este punto del universo infinito, ni relacionarse con nosotros. Siempre cansados, gandules y de mal humor. No se quejaban de nada, pero no eran tan simpáticos como la mayoría. Tampoco brillaban tanto como ellos.
—¿Y no se comunican con ellos? —preguntaban las familias.
—¡Claro que sí! —respondíamos eufóricos.
—¿ Hablan?
—Nooooo, emiten unos sonidos suaves semejantes a nuestra zeta en el abecedario.
—¿Y se entienden?
—Síííí,
hemos establecido un código simple para comunicarnos. Como ellos sí nos entienden aunque hablemos en diferentes lenguas, optamos por ‘zeta’ para sí y un ‘zeta-zeta’ para no…
—Interesante y sencillo —opinaban los adultos.
—Sencillo y simple, no como ustedes que lo complican todo —recalqué desde la sabiduría de mis once años.