La reacción fue desmesurada. No perdonaban que el club hiciera peligrar las lenguas por unas insignificantes blue balls. Tantos meses divagando sobre el origen de la desaparición de las zetas para llegar a esto…
—¡Llegar a esto! —exclamaba Alba furiosa—. Además de confesar nuestra culpa, tratan el tema con absoluto desprecio.
—Cálmate, Alba. Ya sabes cómo pueden llegar a ser.
—Sí, insaciables es la palabra. No se contentan con las declaraciones y pretenderán más.
—No deberíamos haber hablado, chicos. ¿Vén lo que pasa por defender a los zetis? —intervino Sergio.
—¿Por qué arrepentirse? Tarde o temprano llegarían a descubrirlo. Por lo menos ahora saben que nuestros amigos están protegidos.
—¿Por cúanto tiempo?
—Ya veremos. Primero tendremos que saber a qué acuerdos llegamos en la reunión que tenemos con los gobiernos en Bruselas. Cualquier decisión debe ser validada por el CIAZ.
—Los zetis están tan tristes… —dije en medio de la conversación.
—No me extraña, Noelia. ¿Cómo te sentirías tú si te niegan una ayuda que precisas con total urgencia vital?
—Hace días que están escondidos. Ya no los vemos…
—¡Como si desearan aparecer! Estarán tramando algo seguro —se apresuró Néstor a responder.
—¡No seas ridículo! Son incapaces de tal locura.
—¡Qué injusto! Me pregunto por qué tanto revuelo con la visita de seres de otros mundos. Llevan miles de años mirando al cielo para averiguar si hay vida extraterrestre, construyendo gigantescos telescopios, recogiendo imágenes y muestras del espacio exterior, lanzando satélites y naves espaciales, creando una base espacial internacional… ¿y para qué? Si cuando llega el momento, ¡plaffff!, se desquitan.
—Tendremos que resignarnos sea lo que sea.
—¿Resignarnos? Nunca. Los adultos no siempre llevan la razón.
—Los zetis se asegurarán de esconderse muy bien. Tienen miedo y es que no podrían marcharse al Planeta Z aunque quieran. Están demasiado débiles desde que no pueden alimentarse de más zetas.
—Terrible, es como si fuéramos al espacio y nos faltara el oxígeno.
—Mis padres sostienen la idea de que los zetis son un peligro y lo más adecuado sería deshacerse de ellos. ¡Qué poco corazón!
—Las menos cuarto, tenemos que entrar a clase —apuntó Pablo.
—¡Joooo, qué rápido se pasa el recreo!
***
Papá llamó el martes pasado a casa para avanzarnos algo de las reuniones en la ciudad de la Plaza de Cibeles y la Puerta de Alcalá. Aún estaban negociando. Habían decidido que fuera nuestra capital la sede oficial de las negociaciones entre el Club Internacional de Amigos de los Zetis y los representantes de las delegaciones de diferentes países, pues en el nuestro fue donde se dio la exclusiva del primer encuentro con las blue balls.
Nosotros también contábamos con una delegación, por supuesto. Varios niños miembros del CIAZ llegaron a la capital desde los lugares más variopintos del mundo en aviones fletados especialmente para ellos. Costearon el viaje y su estancia en la ciudad durante el tiempo que duraran las reuniones.
Por las redes contábamos con una increíble plataforma de apoyo, en la que empezaron a participar y ayudar (con satisfacción por nuestra parte) muchos adultos convencidos de que la ayuda a los zetis era necesaria. Si no, ¿de qué valía ser humano? Ahora era el turno de convencer a los gobiernos para llegar a un acuerdo.
***
El lunes se presentaba gris y plomizo en la capital. Hiciera un sol radiante o mal tiempo, los niños y los adultos habían negociado en un entorno amable y abierto: el Parque del Retiro. Nada de personas enchaquetadas y corbatas, nada de lugares cerrados y misteriosos, nada de decisiones a escondidas. Al aire libre, sentados en la hierba, con la naturaleza como magnífico decorado en una escenografía real y auténtica. Por allí podía pasar e incluso quedarse a escuchar todo el que quisiera.
¡Hasta J.M. Santos tuvo que salir de los estudios para retransmitir en directo el evento! Y, como él, cientos de reporteros de distintas cadenas de televisión de todo el mundo se agrupaban buscando un hueco donde podían para sacar fotos y entrevistar a la gente. Era todo un acontecimiento que no solo llenaba todo el parque, que miren que es grande, sino varias avenidas y cruces alrededor.
Instalaron varias pantallas gigantescas en toda la ciudad e incluso habilitaron salas de cine y de teatros. Pero ahí no queda todo. Las sedes institucionales, el Palacio Real y hasta el Congreso y el Senado se sumaron. Nadie quería perderse lo que estaba sucediendo en esos días.
Y llegó el ansiado momento. Se convirtió en el minuto de oro en la televisión. El cielo iba aclarándose y los rayos de sol, sonrientes, iluminaban los colores que hasta esa mañana eran de un tono grisáceo.
Delante de los micrófonos, el presidente del Gobierno y una niña representante del comité español estaban preparados para leer el acuerdo ratificado por ambas partes: niños y adultos. Tranquilos y desde un tono sosegado, se dirigían al vasto auditorio que se congregaba expectante.
Queridos ciudadanos del mundo:
Aquí nos presentamos para comunicar oficialmente que, después de intensas y productivas reuniones, hemos llegado a los siguientes acuerdos que entrarán en vigor a partir de mañana en el siguiente tratado. Un tratado bilateral que habrán de respetar todos sin excepción.
- Respetar la relación entre los niños y los zetis.
- No tomar represalias contra los seres azules siempre que respeten este tratado.
- Garantizar su protección, seguridad y supervivencia en nuestro planeta.
- Establecer un plazo de mes y medio para que los zetis se abastezcan de zetas. Una vez recuperados, deberán abandonar la Tierra en el plazo fijado.
Una marea de ovaciones levantó a todos en el parque, seguidos del resto, que se enteraba en cada lugar de los acuerdos establecidos. Todos se besaban, se abrazaban, saltaban de júbilo y emoción. Hacían coros y cantaban letras de canciones improvisadas para el momento. Las sonrisas se apoderaron de los niños y de los adultos. Y el cielo, por sorpresa, nos regaló un azul turquesa tan brillante que muchos llorábamos felices de la alegría. Gracias a los niños, los zetis no eran vistos como un peligro. No eran enemigos, sino amigos interplanetarios. Amigos de niños y adultos.
***
—¡Pero qué triste marcha! —apuntábamos la mayoría de nosotros.
—Así es. No hay que olvidar que están de visita.
Los cuarenta y cinco días estipulados en el tratado corrieron a una velocidad vertiginosa. En un abrir y cerrar de ojos el momento se iba acercando inexorablemente.
Durante ese periodo, los zetis aprovechaban para alimentarse de cuantas zetas pudieran. Tenían que recuperarse y ponerse fuertes, recobrar su color azulado para el largo viaje que les aguardaba.
Salieron de sus escondites. Nunca supimos cúales eran. Retomaron los encuentros con los niños, al calor de nuestra compañía, para disfrutar y pasarlo bien juntos. Echábamos de menos sus saltitos, sus travesuras, sus juegos, su afición por la música.
Pasábamos mucho rato con ellos no solo jugando, sino cuidándolos. Los zetis conocían el tratado y sabían que tendrían que irse en breve. Deseaban seguir viajando por el cosmos.
Sin embargo, esta vez habían aprendido la lección: no debían alejarse, ni escaparse de sus familias, y menos no pedir permiso para ‘dar un paseo’. Eran menores y necesitaban su cuidado y su afecto. Prometieron volver al Planeta Z antes de aventurarse a otra escapadita galáctica.
***
Mis amigos y yo preparamos una divertida fiesta por todo lo alto para la despedida en la azotea de mi casa, muy amplia, donde podíamos estar juntos.
Los preparativos ocuparon todo el fin de semana. Unos traían banderines y globos. Otros, las cintas de colores y una pancarta. ¡Muy chula quedó!
Escribimos en letras enormes de molde y pintadas con purpurina: «Buen viaje, amigos». Mi madre nos ayudó a sujetarla con las liñas de tender la ropa en plan casero.
Para decorar las esquinas, colocamos en el suelo unos farolillos la mar de bonitos con el fin de darle un ambiente chill out cuando se oscureciera.
Las niñas confeccionamos una piñata en la que metimos confeti y bolsitas con gominolas. Además, en un lado de la azotea colocamos unas mesas con un montón de cosas ricas. Como era una ocasión especial nos dejaron comer todo tipo de chuches.
Tambíen había refrescos, zumos de frutas, sándwiches variados, queques, bolitas de coco y ambrosías. Las bolitas de coco las hice yo, son mi especialidad.
En la parte que tenemos techada conectamos los altavoces de mi padre al portátil para poner música y bailar unas coreografías preparadas por amigos del barrio que vinieron a la fiesta. Pablo y Alba se nombraron los djs.
Por toda la azotea repartimos unas cuantas sillas, tres hamacas que tenemos para coger sol y varios cojines de colores.
Sin duda, fue una tarde memorable e irrepetible. Allí se encontraban una centena de ellos, persiguiendo a Ququi por toda la casa. Reímos hasta que nuestras mandíbulas no dieron más de sí.
Disfrutamos hasta bien entrada la noche mientras recordábamos nuestros divertidos encuentros. Cómo Néstor encontró al suyo debajo de su edredón. Cómo Alba se asustó al verlos en el interior de su armario.
—¡No nos vamos a olvidar de ninguno! —exclamaban Sergio y Pablo al unísono mientras intentaban abrazarlos sin éxito, pues de tan resbaladizos se escurrían con facilidad.
—Algún día viajaremos al Planeta Z, es una promesa —coreábamos todos.
Mientras nos hacíamos fotos y vídeos para el recuerdo en aquella tarde de amistad y de fiesta, mi padre llamó por teléfono para mandar un cariñoso saludo a nuestros amigos.
—Noelia, cariño, por lo menos sabes que se han recuperado y que regresarán a su casa sin dificultades, cielito —trataba de consolarme con la mejor de sus intenciones.
Esas bolas azules, esos seres transparentes y escurridizos que habían aparecido en la vida de tantos chavales, se despedían con un suave «zeta, zeta, zeta, zeta…». Desde todos los rincones del mundo decíamos adiós a los zetis. Bueno, adiós no, mejor hasta luego. Quizás nos volviéramos a ver.
Allí, en la terraza, permanecíamos fijos como clavos Alba, Pablo, Sergio, Lucía, Néstor y yo. Era una noche clara y estrellada. Miles de bolas azules brillaban en el cielo como zafiros impresionantes, dejando tras de sí lágrimas de tristeza y felicidad. Porque aquí, en las islas, el cielo es inmenso y misterioso.