Cap. 1

LA PANDILLA DEL AVE FÉNIX

Parece ser que los acontecimientos en la historia se repiten, eso decía mi abuelo Pedro. Es como si en la historia de la humanidad nada ocurriera en estos tiempos como novedad, sino que el ser humano sigue teniendo los mismos problemas, ansias y deseos.

Sentarte junto al yayo era como asistir a clases de historia. En épocas pasadas no todas las personas tenían la oportunidad de asistir a la escuela y eso le ocurrió a él. Si algo he aprendido de esta pandemia producida por la Covid es que soy un afortunado por criarme junto a mi abuelo, porque sin salir de casa he viajado en el tiempo a través de infinidad de historias. Tener el calor del hogar es lo más importante de la vida. También en esta pandemia he jugado menos a la consola, cosa que hasta a mí me sorprende, y sé un poco más de la vida, gracias a mis mayores.

¡Uy, qué despiste: que no me he presentado!

Mi nombre es Acaimo. Soy uno de esos que llaman hoy en día un ‘pinta’ porque lo que es estudiar, estudiar… hago lo justo y alguna que otra vez la lío en clase. Por el contrario, soy de esos que tienen bastante memoria y termino aprobando todo, mientras que los que en ocasiones me ríen las gracias no sacan ni una. En el fondo, me alegro de que les ocurra eso para que no sean tontos dejándose llevar por el primer espabilado que aparece.

Creo que hasta para ser ruin y acabado, como me decían muchos, había que tener estilo. Soy un rebelde, pero no tengo mal fondo. Al menos eso dicen los demás de mí.

Muchos han buscado en mi persona el líder para fastidiar o hacer daño a los demás, pero se han llevado un chasco porque, aunque me gusta hacer trastadas, no soy de los que se ensañan en hacer daño a las personas. Siempre fui defensor de los tímidos, de los cuales se burlaban todos, bien por sus defectos físicos e incluso por miedo a fallar, o bien por, incluso por si los chicos o las chicas eran más afeminados o machonas, como decían los tontos de mis compañeros. Me considero un defensor de las injusticias cual Robin Hood en pos de los más desfavorecidos.

Estas formas de actuar hacían que entre los profesores o en el pueblo no fuera considerado de lo peor. Me señalaban porque no salía de un problema para meterme en otro y los castigos se sucedían en la escuela.

Contaba con la admiración de todas las chicas pero, especialmente, de las personas más inseguras y tímidas porque todos ellos no veían en mí a un enemigo sino un baluarte de protección frente a aquellos que sí se metían con ellos por su forma de ser.

¿Y por qué esa defensa a los más desfavorecidos? Me encantaban los cómics y las películas de superhéroes. Era un devorador de cómics de Superman, Spiderman, Thor…; en definitiva, de todo el universo Marvel. El otro motivo que me vinculaba a esa forma de ser y de actuar es que mi abuela era muy piadosa y devota. Rezaba con bastante frecuencia y tenía estampas de santos por todos lados. Si en vez de postales religiosas fueran billetes de cincuenta euros, diría que éramos multimillonarios dada la cantidad que había por toda la casa. De entre ese sinfín de advocaciones de la Virgen, claro está, destacaba la Virgen de Candelaria, que era la que estaba en nuestro pueblo. Entre los santos, a los que más cariño les tenía era al Hermano Pedro[1] y a José Gregorio,[2] el santo venezolano que el papa Francisco había elevado a los altares no hacía mucho tiempo. No es que yo sea muy santurrón para enterarme de todos estos acontecimientos, pero es que mi abuela, si me apuran, era la número uno en la parroquia. Más de una vez terminaba yendo a misa con ella para verla feliz porque siempre, al salir, me caía alguna bolsa de golosinas. Bueno, el sacrificio de ir a misa tenía su recompensa. Tampoco puedo decir que me aburriera, porque allí estaba casi medio pueblo. Las misas eran divertidas porque el cura era enrollado y había un grupo de gente que tocaba la guitarra y cantaba.

No puedo dejar de pensar en las risas de mi abuela al entrar a la iglesia cuando cogía agua bendita en la pila y me bañaba casi de arriba abajo, al mismo tiempo que decía: «A ver si sale el diablillo que tienes dentro». Acto seguido, se persignaba y decía: «¡Ay, Señor!, dame salud y paciencia para criar a este muchacho». Este rito se repetía cada vez que la acompañaba a misa, pero nunca vi en ello maldad alguna porque lo hacía con tanta gracia, unido a una carcajada y un beso por donde me pillara.

Como iba diciendo, lo del hermano Pedro para la abuela era locura. Por eso, en numerosas ocasiones hemos ido a su cueva en El Médano y a su pueblo natal, que es Vilaflor. Dicen que es el pueblo más alto de España. Me llama la atención porque, siendo cabrero y sin que se le dieran mucho los estudios, llegó a ser una persona importante atendiendo a las personas más humildes en América. Era lo que decía mi abuelo: «Para llegar lejos, solo hay que tener buen corazón, la cabeza amueblada y valores». ¡Razón tenía el yayo!

Pero tanta devoción de mi abuela, unida al agua bendita, no siempre hacía salir el bichejo que llevaba dentro. En el instituto me han puesto medidas correctoras tres veces. Anteriormente, salí expulsado del cole en dos ocasiones, y en el instituto, donde llevo dos años, ya me han expulsado en una. No puedo decir la típica frase que repiten los padres o los compañeros del colegio sobre los profesores: «Me tienen manía». Mis castigos me los tengo merecidos y los del resto también, pero siempre usan esa frase para justificar lo que hacen mal. Luego, algunos padres creen tener como hijos a auténticos santos y eso está muy alejado de la realidad. Yo lo reconozco, era un chinijo[3] más ruin que una mierda de perro.

Digamos que en el mundillo de las trastadas soy el típico que las hace, pero al que pocas veces o casi nunca lo pillan con las manos en la masa. Esos atontados, como llamo yo a todos los que tratan de imitar o unirse a mis fechorías, son los que terminan siendo culpables; aunque ya los profesores me tienen pillado el truco. Sin embargo, nada pueden demostrar y la mayor parte de sus miradas son de condenas amenazantes: «¡Ya te pillaremos!».

Por otro lado, tengo el mayor grupo de abogados defensores, y es que los buenos, los empollones del cole, dan la vida por defenderme. Esto hace que escape a castigos porque los profesores terminan cediendo a los alegatos de defensa de los tímidos de la clase; en definitiva, de los que mejor comportamiento tienen. Pero de la última trastada aprendí una lección que jamás olvidaré. Pero eso te lo cuento luego.


 

[1]. Pedro de San José Betancur es el primer santo canario reconocido por la Iglesia católica. Nació en Vilaflor (Tenerife) en 1626 y murió en Guatemala en 1667. Es más conocido como el hermano Pedro. Fue un religioso terciario franciscano y misionero español, fundador de la Orden de los Betlemitas. Fue el fundador del primer hospital de convalecientes y de la primera escuela popular para niños y adultos. En el marco de la América hispana del siglo XVII es considerado uno de los personajes históricos más importantes de Canarias y Guatemala. Realizó una gran labor humana y social en el país centroamericano, atendiendo a los más desamparados y necesitados.

[2]. Beato José Gregorio. Este médico venezolano fue conocido en vida por su bondad, rectitud y fervorosa dedicación a aliviar el sufrimiento humano. Se preparó con profundidad en las áreas de Microbiología, Histología Normal, Patología, Bacteriología y Fisiología Experimental. A su regreso de Francia, fue nombrado profesor de la primera Cátedra de Bacteriología en América del Sur. Se dedicó a la docencia, el ejercicio profesional y la práctica religiosa. Por esta razón, fue profesor desde 1891 hasta 1916. Se distinguió por su fe inquebrantable, su castidad perfecta, su humildad y sencillez profunda, su excelencia profesional, su tierna devoción a la Virgen y su gran amor a Dios y al prójimo. En dos oportunidades quiso hacerse sacerdote, pero su condición física resultó su mayor impedimento. Los venezolanos lo veneran por sus virtudes como médico y por su vocación religiosa. Por esta razón, desde hace varios años se le atribuyen varios milagros y curaciones. Sus restos se encuentran en el templo de la Parroquia de la Candelaria.

[3]. El término ‘chinijo’ significa «pequeño» y es propio del léxico de Lanzarote, donde se usa para referirse con ternura a los niños pequeños. Por otro lado, el archipiélago chinijo es un conjunto de islas situado al noreste de las Islas Canarias y está compuesto por la isla de La Graciosa y los islotes de Alegranza, Montaña Clara y los Roques del Este y Oeste. Pertenecen al municipio lanzaroteño de Teguise y están incluidos en la reserva marina más grande de la Unión Europea.