Los demás fueron abandonando la locomotora y el vagón de un salto poco a poco y solo quedábamos Doramas y yo. Este también parecía estar preso de un shock, así que, señalándole el final de las vías a escaso cinco metros, le grité:
—¡O saltamos o moriremos!
Acto seguido me miró y sin contar tres, saltamos. Creo que fuimos los que peor salimos de aquel trance, porque la maquinaria había cogido ya bastante velocidad si bien la pendiente era casi nula. En ese momento la locomotora descarriló y se precipitó con gran estrépito por aquel precipicio de piedras.
Nos rasguñamos en las rodillas y en los codos, pero nada de importancia. Allí mismo Doramas abrió su mochila y empezó a curarnos a todos las magulladuras del salto y por último él. Es curioso como este muchacho para unas cosas va tan parado y para otras es todo un valiente; por el contrario, a mí todo lo que era sangre, operaciones y demás cosas de medicina me daban un repelús continuo y tenía que dejar de mirar o comenzaba a marearme. Recuerdo que la primera vez que me hicieron un análisis no miraba a la enfermera ni al lugar donde me iban a extraer la sangre del brazo. Instintivamente eché un vistazo y empecé a marearme, por lo que me tuvieron que sujetar entre dos enfermeros y por poco pierdo el conocimiento. Soy un desastre, la verdad.
Moneiba llegó con aire misterioso. «Chicos, ¿sabéis que tengo la primera secuencia de nuestra película?» En aquel momento todos giramos la cabeza hacia ella menos yo que miré a mi herida en la pierna ahora que Doramas me había soltado después de estar hurgándome con unas pinzas y gasas, según él, para quitarme restos de piedrillas y tierra que me habían entrado. Cuando le dio a inicio del vídeo de su móvil, yo ya estaba incorporado y todos mirábamos aquella escena digna de una película de Indiana Jones. De repente, Ico sugirió que por si nos pasaba algo deberíamos dejar pistas de donde estábamos. En ese momento comprendí dos cosas: la primera es que nos podía pasar cualquier cosa o accidente como el que habíamos tenido en aquellas vías, y la segunda que algunos de ellos habían ocultado a su familia dónde estábamos. Por eso no me quedó otro remedio que preguntar:
—¿Cuáles de vuestras familias saben que estamos aquí?
Algunos evitaban dar la respuesta y empecé a preguntar, uno a uno, a todos. Las chicas no dudaron en responder. Gara y Moneiba dijeron que lo habían comentado a sus respectivos padres. Bueno, Moneiba tenía dos madres porque su madre se había separado de su padre y estaba conviviendo con otra mujer. Ico dijo que sus padres estaban todo el día trabajando y que les había escrito una nota diciéndoles donde estaba y con quién. Por el contrario, Doramas habían ocultado a sus padres que estábamos aquí. En el caso de Tanausú no se lo había dicho a sus padres adoptivos, pero sí a sus abuelos. Ellos vivían en un pueblo que estaba por encima del lugar donde nos encontrábamos. De hecho, nos había invitado a todos un fin de semana a La Zarza, donde vivían sus abuelos y tenían una casa con piscina.
Tanausú fue uno de esos niños llegados en patera, y tristemente su madre falleció en el trayecto. No fue reclamado por nadie de su familia y pasó a depender del Gobierno de Canarias que en un primer momento lo entregó a una familia de acogida temporal para finalmente dar en adopción. La verdad es que Tanausú, era un ser noble y no por la historia que llevaba tras de sí; sino por su bondad en todo lo que hacía.
Gara, alias la sabionda, sugirió que nos diéramos un baño en aquellas tanquillas de distribución del agua que no tenían gran altura. Todos sabíamos nadar, aunque allí difícilmente se podía dar unas brazadas. Ella comentó que aquel fresquito nos haría bien porque dentro de las galerías, pese a que creyéramos que iba a haber frío, ocurriría todo lo contrario a medida que fuéramos avanzando porque la humedad y el calor aumentaría.
—Lista… ¿y cómo nos bañamos si no hemos traído bañador? —afirmó rotunda Ico.
—Pues… o te bañas con tus braguitas o en pelotas —le espetó Gara con el mismo retintín con el que había hablado Ico.
—¡Al agua patos! —dije yo que ya estaba en calzoncillos.
Para mi sorpresa todos fueron quitándose la ropa hasta quedarse en ropa interior y de repente Gara y Moneiba se quitaron todo.
—Gara, estos paletos no se dan cuenta de que todos somos iguales y de que tenemos que quitarnos los complejos de arriba. Pero hay que respetar los ritmos de cada uno, que de eso se trata en la vida.
Entonces Doramas se quitó el calzoncillo y con un baile ridículo de culo junto a Gara y Moneiba se tiró al agua. Tanausú e Ico me miraban a mí como esperando mi aprobación en una u otra dirección. Yo me encogí de hombros y fui camino de la tanquilla muy dignamente con mis calzoncillos puestos y ellos me imitaron. Los chillidos de todos eran audibles creo yo desde cualquier punto del barranco, puesto que el agua estaba muy fría, yo diría que hasta congelada. Todavía el sol no estaba en lo alto y, aunque aquella zona era soleada, pensábamos que nuestras articulaciones y cerebro iban a romperse por el frío. Fuimos saliendo y durante unos quince minutos más o menos nos calentamos al sol. Nos vestimos nuevamente entre risas, miradas de reojo, así me pareció a mí. Al menos yo lo hice hacia Gara y Moneiba, y ante el capullo de Doramas que al final tenía menos vergüenza que el carajo. Creo que en ese momento aprendí que los complejos por el físico hay que quitárselos de enano. Ellos tres iban avanzados en la vida, mientras que yo, y seguramente los otros dos, deberíamos avanzar en su línea. También es verdad que había escuchado decir más de una vez que el pudor siempre era necesario y eso no significaba ser un acomplejado. Bueno, que al final todo es relativo en la vida, que todos tenemos que aceptarnos como somos y actuar siempre en libertad, sin coacción de nadie.
—¡Habrá que iniciar la aventura! —dijo Ico.
Entonces, Doramas dijo:
—¿Y cómo abrimos ese candado de la galería?
La verdad es que ni por asomo se me hubiese ocurrido que tendríamos aquel problema. Muchas galerías en Tenerife fueron cerradas para mayor seguridad cuando un grupo de excursionistas, pensando que habían entrado en una cueva, por el contrario, lo hicieron sin saber en una galería y tuvieron un final trágico. Era normal que estas estuvieran señaladas con carteles de aviso de prohibido el paso y de peligro.
Entonces, Ico sacó de su mochila un pequeño estuche y en lo que canta un periquete abrió aquel candado. Aquella muchacha parecía pertenecer a una de esas redes internacionales de espías y no una simple y adolescente compañera de instituto.
A continuación, nos fuimos acercando todos a la boca de la galería y abrimos las mochilas para extraer nuestras linternas. Entonces Moneiba comentó:
—Deberíamos encender la mitad por si hiciera falta en otro momento. Es ilógico encender todas al mismo tiempo.
Tenía razón y le hicimos caso. Aquella galería tenía junto a si una atarjea por donde salía el agua que iba hacia las tanquillas y de allí se distribuía por canales por gran parte del sur de la isla.
—Chicos, tengo que confesarles algo.
Yo di tan gran salto que casi me sale el corazón por la boca.
—No vuelvas a hacer eso, Tanausú: chico, en la oscuridad te camuflas y si no avisas me puede dar un paro cardiaco.
Tanausú empezó a reírse y así lo hicimos todos. Él sabía que no lo había dicho con maldad, pero su negra piel era imposible de apreciar en aquella oscuridad.
Tras unos minutos de risas empezó a hablar.
—Hemos venido aquí por tener una aventura, pero yo antes quisiera contarles una historia del pueblo de mis abuelos. Relacionadas con este barranco en otras épocas existió una leyenda de unos chicos que entraron en una cueva y nunca se les encontró. Algunos dicen que en las noches de luna llena salen penando por el barranco y por toda la zona se les oye llorar porque alguien les persigue. Al parecer su familia tenía una casa en el pueblo próximo junto a unos eucaliptos. Vivían de lo que muchas veces los vecinos les daban puesto que eran muy pobres. El padre bebía continuamente y la madre aparte de beber llevaba muy mala vida. Tal era la situación, que los cinco hermanos un día huyendo de sus padres porque los iban o a matar o vender se adentraron en el barranco. Muchos dicen que realmente los padres no les iban a hacer daño sino todo lo contrario querían esconderlos para que las autoridades no se los llevaran en adopción. Lo cierto es que los chicos nunca aparecieron. Algunos dicen que fueron atacados por perros salvajes, otros que fueron atrapados por una familia que se los llevó a otro pueblo. Y también hay otra leyenda.
—Espera un momento, deja al menos que asimilemos esta —dijo Gara al mismo que todos asentíamos.
—¡Suéltalo ya! —repuso Ico—. Que entre el Guayota de la leyenda guanche de Gara y ahora los chicos desaparecidos, solo nos faltaba una más.
—Al menos vamos a escucharlo —dije yo.
Tanausú, hizo alarde de paciencia y con mucha tranquilidad empezó su historia:
Mis abuelos cuentan que a sus abuelos les habían dicho que en otra galería habían encontrado algo parecido a piedras preciosas. Era como algo brillante de color dorado y que parecía oro. Pero cuando dieron con sus martillos a la veta, hubo un derrumbe y uno de ellos quedó atrapado y murió. Es una historia que sucedió en los primeros intentos de hacer galerías en Tenerife. No es que fuera en esta zona precisamente, pero durante muchos años la gente pensó que igual excavando encontraban minerales preciosos y terminarían con sus vidas de pobre. Dicen también que otros trabajadores de las galerías del entorno hicieron grupos para ir en su rescate, pero jamás lo encontraron. Mi abuelo cuenta que era una maldición y afirmaba que una luz cegadora les había confundido. De repente subió la temperatura y el aire se hizo irrespirable. Que aquello pudo ser consecuencia de la acumulación de gases y posiblemente de fantasía, pero existían algunas evidencias y todavía muchos entraban a las galerías con la esperanza de hacerse ricos.