Capítulo 2

El ruido del despertador no es la razón por la que me levanto. Aprovecho, de mala gana, para desayunar. Tengo las maletas preparadas desde hace dos días. No me gusta no tener las cosas organizadas. Mi compañera se está duchando y decido bajarlas antes de decirle adiós, hasta el año siguiente. En el portal, llamo a un taxi y este se acerca hasta la entrada. Las pongo en el sillón trasero y le indico que espere un momento. Entro a la recepción y veo a mi compañera ya vestida y con sus bolsas en la mano. Ella también se va por Navidad, pero la recoge su hermano dentro de media hora. Nos damos un abrazo y nos deseamos buenas vacaciones mutuamente.

Salgo de allí en busca del taxi, ahora estacionado en doble fila, que aguarda con mi equipaje mientras me despido. Levanto la mano para que me reconozca, acelero el paso y, cuando estoy a tres metros de la puerta, aparece en mi campo de visión una persona que se dirige a toda prisa en dirección al vehículo. El pánico me invade y velozmente me sitúo entre el desconocido y la puerta aún cerrada del taxi.

No me doy cuenta de la corta distancia entre ambos hasta que levanto la cabeza para encararlo. Al fijarme en la persona, un chico que aparenta rondar mi edad, veo su cara de confusión ante mi comportamiento. Mis ojos vuelven al suelo al conectar con los suyos. Incómodamente, me muevo hacia la izquierda apoyando una de las manos en la manija para evitar su entrada. Me enderezo sin levantar la cabeza.

—Lo siento. El taxi está ocupado —aclaro con la intención de alejarlo y poder irme lo más rápido posible.

—Acabas de llegar, es imposible.

—Mi equipaje está dentro. —Señalo la parte trasera del taxi. Él se acerca para verificarlo—. Fue una pausa antes de irme, es decir, en este momento —explico haciendo un ademán de abrir la puerta del copiloto.

—Espera, por favor —suplica—. Necesito un transporte justo ahora y no hay ninguno libre.

Observo a mi alrededor y compruebo que tiene razón. Es normal, a esta hora no suele haber taxis desocupados. Por eso, he pedido amablemente que permaneciera ahí para no tener el mismo problema que el joven extraño. No quiero ser insolente, pero sigue siendo un desconocido. Con lo que me cuesta decidir las cosas…

—Puedes subir —digo invitándolo.

—Gracias, de verdad.

—Con una condición —anuncio antes de dejarle pasar. Él espera a mi sentencia—: Pagarás la mitad de lo que cueste el taxímetro.

—¿Desde este momento?

—Desde que el taxi lleva esperando.

—¿Cuánto es eso?

—Por ahora nada —interrumpe el taxista. Ambos lo miramos y asentimos.

—Está bien. —Accede tras una pausa y ofrece su mano.

No soy capaz de aceptarla, pero no parece contrariado. En su lugar, me mira de una forma que no había visto antes, me rodea para sentarse de copiloto y lanza su mochila a los asientos de atrás. Abro la puerta trasera y me siento en el único asiento disponible. Acomodo el equipaje a un lado para buscar la nota donde mi madre apuntó la dirección de mi destino sin saber cuándo iría. La encuentro en el pequeño bolso de mano sobre la maleta.

—¿A dónde se dirige cada uno?

—A… —empiezo leyendo el trozo de papel escrito con rotulador fluorescente.

—A Portesur del Monte —me corta el copiloto.

—Ese es mi destino —replico extrañada y corroborando la dirección.

—Pues vamos al mismo sitio, supongo.

—Eso es bueno, menos paradas —se dice a sí mismo sonriente y sin sorprenderle la coincidencia—. ¿De verdad no se conocen?

Me parece que lo dice de forma irónica, pero ambos negamos con la cabeza. Por una parte, es mejor así, no quiero llegar más tarde de lo que ya voy. Desvío mi cabeza y, sabiendo el largo viaje que me espera, conecto los cascos con la intención de relajarme para luego revisar cualquier cosa en el móvil y escuchar música sin estorbar. Un comienzo de viaje muy interesante.


Capítulo 1

A estas alturas no puedo esperar mucho más del año. Iniciada la estación invernal, acudo sola al entierro de un familiar de mi cuñado. Ya llevaba dos años viviendo con una compañera en un piso en el centro de la ciudad, mientras que mis padres vivían a las afueras, cuando me enteré de la noticia y no me dio tiempo de pedirle a otra persona que me acompañase.

—Tu hermana necesita tu apoyo, hija.

—Si no conozco a nadie —protesté—. Le daré el pésamePésame Pésame: Se llama pésame o condolencias a la expresión con que se manifiesta el sentimiento de pena o tristeza por el fallecimiento de una persona. Las condolencias y el pésame se da a los familiares más cercanos del fallecido, muy en particular al cónyuge, hermanos, padres e hijos. por respeto, pero no me apetece verlos otra vez.

—Alexia, no es una petición.

—¿Y por qué no van ustedes?

—No hay billetes hasta después de la fecha y tú vives cerca —repuso mi madre al teléfono—. Por favor…

—Bueno, vale.

Allí todos lamentan la pérdida. Sin embargo, me encuentro ajena al pésame de los asistentes y mi rostro puede reflejar la necesidad de huir del lugar por incomodidad. La única razón de mi presencia es mi hermana, pero no quita el hecho de que una disputaDisputa Una disputa es, en general, un conflicto, un debate o una controversia. con mi cuñado nos haya distanciado bastante. La mayoría son desconocidos y mis queridos progenitoresProgenitor Los progenitores de un individuo son aquellos que le traen al mundo y con quienes se halla emparentado genéticamente, de acuerdo a las leyes de la herencia. han escogido estas fechas para unas vacaciones navideñas en un crucero por el Mediterráneo.

En el momento que siento la oportunidad, recojo mi paraguas cerrado del suelo y echo a caminar a través de la fina capa de nieve que pinta de blanco la superficie. No me despido. Contemplo la maravillosa vista de la ciudad iluminada al mismo tiempo que escucho los villancicos en la rotonda. Nunca he pasado la Navidad sola, siempre visitaba a mis padres, y el planazo va a ser un maratón de películas y manta o gastar el dinero en un viaje imprevisto, dependerá de mis ánimos del último segundo.

De repente, un tropiezo y me encuentro agarrada de la cintura por el mango de mi paraguas evitando lo que hubiese sido una penosa caída mientras un chico sostiene el otro extremo con una mano y dos vasos de café dentro de una caja en la otra. La madera se clava en mi piel y hago una mueca de dolor. En realidad, más vergonzosa no podía parecer la escena. Este me dedica una sonrisa divertida:

—¿Distraída? La próxima vez, deberías mirar por donde vas. Imagina que llegas a tirar el café ardiendo sobre alguno de los dos —dice sin dejar de sujetar el paraguas. A pesar del tono, no parece que me reprochara nada. Tampoco distingo bien su físico porque mis gafas están en casa.

—Lo si… siento —me disculpo incómoda por la postura—. No era lo que pretendía…

—Si lo hubiéramos hecho a propósito, no habría quedado igual. En todo caso, Noah Ruiz, a su servicio. —Y me ofrece su mano tras ayudarme a quitar el mango del paraguas de mi cintura y devolvérmelo.

—Alexia Jenkins, encantada.

Acepto su mano firmemente. Dura más tiempo de lo que debería ser un simple apretón de mano. Él hace una reverencia extraña como despedida, la cual me parece divertida, y se marcha tarareando una pegadiza canción.

Me cuesta unos minutos reaccionar antes de seguir mi camino y llegar a mi edificio. El portero me recibe desde el mostrador con un gesto habitual en él y con su semblante detrás de una revista y yo espero a que las puertas del ascensor se cierren. Ya dentro del piso, dejo el paraguas rojo en su sitio, tomo una ducha, y mi teléfono suena con la misma melodía pegadiza de antes al salir del baño. Me apresuro a contestar:

—¿Aló?

—¿Lexi? ¿Dónde estás? —su voz deja claro que llevaba llorando un buen rato.

—En mi casa, Elisa. —Ruedo los ojos inconsistentemente. Ya le había dejado claro que no iba a estar durante todo el funeral.

—Pero… me lo prometiste —farfulla y vuelve a quebrarse, aunque se recupera para hablar—. No quería pasar por esto sola.

—Al igual que cuando… —no termino temiendo su reacción—. No puedes esperar que me quede tanto tiempo en un lugar incómodo donde no conozco a nadie excepto a ti, porque eres de la familia.

—¿Y qué hace la familia?… ¡Apoyarse!

—No empieces, pesada. Tu novio y yo no tenemos nada que ver. Le di el pésame y ya. Solo lo hice por respeto hacia él, su abuelo y hacia ti —eso último lo susurré para tener la conciencia tranquila esta noche.

—No puedes pasar de página, ¿verdad? —la voz se le quiebra de vez en cuando. Sabía que a ella sí le importaba; es entendible y me arrepiento al instante—. Qué poco sensible eres…

—Elisa…

Nada. Ha colgado antes de poder disculparme. Echo la cabeza hacia atrás y cierro los ojos unos segundos para ir a acostarme sin cenar, la discusión me ha quitado el hambre, algo nada común. Justo antes de dormir, me viene a la cabeza el momento en el que quedé colgada de mi paraguas y la sonrisa me deja aún más agotada. Creo que unas vacaciones en cualquier otro lugar me vendrían bien.