Capítulo 4

—Ya hemos llegado.

Bruscamente se para frente a una casa y tengo frenar en seco para no chocarme con él. Compruebo el resto del camino hacia abajo y puedo ver el cartel de las ofertas y la carpa del supermercado a dos casas exactas de nuestra situación.

—Gracias.

—Te lo agradezco yo. Me has ahorrado la mitad del viaje en taxi —bromea y yo ruedo los ojos.

—¡Alexia! —La voz me resulta familiar y me doy la vuelta.

Mi tía sube por el sendero acelerando el paso hasta llegar a nosotros y fundirme con uno de sus abrazos. Por el rabillo del ojo, veo a mi acompañante mirando el encuentro. Utilizo la excusa de su exclusión para separarme como puedo mientras ella pone sus manos sobre mis hombros para analizarme.

—Alexia, hija. Has cambiado una barbaridad —dice con una sonrisa—. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez.

—Sabiendo que llevo diez años sin verlos…

—Pues eso, mucho tiempo —repite contenta.

—Vamos a entrar, por favor. Tengo sueño —digo acompañándolo de un bostezo. Giro mi cabeza para despedirme del guía sin nombre—. Eh… Gracias de nuevo.

—No hay de qué —me guiña el ojo.

Está a punto de irse cuando mi tía, que también había puesto su atención en él, suelta un chillido cuando parece reconocerlo.

—Noah, cariño. —El recién nombrado la saluda con un ademán—. No sabía que venías hoy.

—Por un momento yo también lo pensé.

—Y menos aún que conocieras a mi sobrina.

—Compartimos el taxi hasta aquí —intervengo en la conversación.

—¿Vienes a ver a tus padres? Estarán encantados de verte.

—Iba a hacerlo, aunque primero debía dejar a una niña perdida en su casa.

Lo miro estupefacta; sigo aquí escuchando su conversación incrédula. Así que esa es su actitud…

—Las llaves, por favor —le pido a mi tía un poco frustrada por su comentario.

—Está bien. Nos vemos pronto —dice mi tía, dirigiéndose a Noah—. Avisa a tu madre para cenar juntos alguna vez.

—Por supuesto —asegura. Le sonríe y se gira hacia mí –. Nos vemos, niña perdida.

—Adiós, Noah.

Hago una señal para que mi tía me pase las llaves. Noah se da media vuelta para emprender el camino y le echo un último vistazo antes de acercarme a la puerta y abrirla. Entro antes que ella para descargar el equipaje sobre el sillón más cercano. Mi tío aparece en el salón vestido con una bata larga y azul mientras sostiene el periódico local. Al verme, extiende los brazos y yo me acerco para darle un fuerte abrazo. Parece que ambos abrazos fueron distintos, pero necesitaba liberarme del peso cuando abracé a mi tía fuera.

—¿Cómo has estado, pequeña? —Me da una pequeña vuelta y yo respondo con un casi inaudible «bien, gracias».

—Antonio, no te vas a creer a quién acabo de ver —habla mi tía cerrando la puerta tras ella.

—¿A quién?

—A un tal Noah. ¿Lo conoces? —digo con mera curiosidad.

—Niña, Noah es hijo de los Ruiz. Sus padres son los dueños del restaurante italiano Dolce Ruiz —explica dejando el abrigo en el perchero.

—Ruiz… Me suena mucho el apellido, aunque no encuentro la relación…

—¿El restaurante es conocido?

Mi tío me responde asintiendo con la cabeza.

—Ese joven tiene tu edad, ¿no?

—Sí. Lo ha conocido hoy.

—¿De verdad? Hasta ahora ni sabía su nombre.

—Bueno, ¿quieres cenar?

—No, gracias. Tengo mucho sueño y quiero ver la habitación. Buenas noches.

—Deberías mudarte completamente a tu habitación antes de salir —me recuerda mi tía mientras subo las escaleras.

Muestro mi conformidad con la mano. El pasillo se ramifica en cuatro habitaciones con puertas blancas, además de un baño al final. Todas las puertas están entreabiertas menos una; es decir, la que se convertirá en la mía. La abro haciendo el menor ruido posible y enciendo la luz comprobando mi suposición. Tiene un diseño minimalista que me agrada: las paredes blancas adornadas con algunas estanterías de madera a juego con el escritorio; la cama hecha, se supone que lleva tiempo sin ser usada y hay un ropero justo al lado de la ventana con el balcón más amplio que he visto.

Me vuelvo a recoger el equipaje al piso inferior, pero lo encuentro sobre el escalón más alto de la escalera. Vocifero un gracias antes de entrar de nuevo. Empiezo a ordenar lo más superficial e imprescindible del contenido de las maletas. Pasa un gran rato hasta que escucho fuertes gotas de agua caer contra las piedras de fuera. Me doy prisa en abrigarme y busco una silla para sentarme cerca del cristal. Poco después, mi tío aparece por la puerta abierta con una taza de chocolate caliente.

—De pequeña te gustaba mucho beber chocolate caliente cuando llovía así, aunque no sé ahora —comenta sentándose en el borde de la cama y añade—: Además, tu tía no te iba a dejar sin cenar algo. —Le sonrío antes de tomármelo velozmente y se lo entrego—. Buenas noches, Alexia.

Suspiro frente a la ventana que se empaña con cada exhalación difuminando la luz de las farolas que se encienden poco a poco. Las diminutas gotas de agua continúan sus veloces carreras adheridas al cristal y desaparecen una tras otra al llegar a la meta. Cuando vuelvo a mirar la cama, él ya no está.

La débil tormenta incrementa su fuerza y el frío se hace presente por toda la habitación. Me abrazo con la intención de estabilizar la temperatura del cuerpo, pero tarda bastante en lograrlo. Echo una última mirada al exterior antes de buscar refugio bajo las mantas de mi cama.