Sentado Pepe en aquella silla negra, «el médico de los ojos» lo miraba por unas gafas cósmicas, llenas de tubos y engranajes que le hacían parecer un camaleón, y a Pepe le hacía sentir como un saltamontes…
Ajam… interesante… susurraba para sí mismo el simpático señor. Por fin, después de un rato, dijo:
Creo que sé lo que le pasa a este muchachote.
Sí, lo que me temía…
Solo tiene un ojo trabajador, el otro es un gandulGandul Vago.
Resultó que tuvieron que mandar de vacaciones al ojo que trabajaba por dos para que el ojo gandul recuperase el trabajo atrasado: los colores, las formas, los espacios… ¡Cuánto trabajo! ¡Por gandul!, se lamentó Pepe, y no pudo evitar recordar la vez que tuvo que hacer deberes en verano por rascarse la barriga durante toooooodo el curso.
¿Me pondrán deberes a mí? ¡Si no es culpa mía! Ojalá no me manden deberes por esto… ¡Bastante tengo con los del cole!
El médico se acercó agarrando una especie de tirita redonda y grande…
Se la acercó al ojo de Pepe.
Espere, ¿eso para qué…?
Un parche. Un parche de colorines sobre el ojo bueno para que descansase. Así al ojo gandul no le quedaría más remedio que centrarse en su único trabajo: ¡VER!
Pepe se miró al espejo. Observó cómo le quedaba ese curioso artefacto en la cara… y lejos de lamentarse, ¡salió encantado! Si antes se sentía excepcional y único, ahora que tenía este rasgo distintivo tan chulo ¡se sentía un superhéroe!
Ya verás mañana en el cole, pensó entusiasmado. Les va a encantar a mis compañeros… ¡No pararemos de jugar!