Cada día a la hora del recreo se sentaba entre las raíces de un tronco de árbol cortado que había en el patio. Allí Pepe veía pasar la vida en silencio, que no es lo mismo que callado. Su corazón no paraba de tropezarse, gimotear, entristecerse. Todo se volvió nublado y gris. Una lástima de color…
Su padre no quería intervenir demasiado defendiéndolo por si las burlas iban a peor.
¿Necesitas que tu papaíto te ayude, o qué?, resonaba en su mente. No quiere decir esto que no le importara. Una parte de sí mismo se rompía al ver el nubarrón sobrevolando a su hijo. Pero seamos honestos: su padre no sabía qué hacer… ni su madre tampoco. Ella puso quejas al colegio, habló con otras madres, removió cielo, tierra, patio y lo que hizo falta… nadie había visto ni oído a nadie que hiciera nada preocupante.
Pepe seguía siendo un niño gris con un parche de colorines. Evidentemente, ganas de arrancárselo de la cara no le faltaban, que pudiera es otra historia: el tratamiento mandaba.
Finalmente, sus padres tomaron la decisión: cambiar a Pepe de colegio. Supongo que sería lo más conveniente para él y todos estarían más aliviados, empezando por nuestro niño protagonista, cambiar de ambiente ante la penosa gestión del colegio en el que está ahora. Me parece bien, qué quieres que te diga. ¡Tanto malcriado junto! ¡Aj!