A la mañana siguiente, incapaz de recordar nada, Fei despertó con un terrible dolor de cabeza. Miró hacia todos lados, desorientada, y comprobó que la Marie ficticia ya no estaba con ella. Como resquicios Resquicio: Abertura que hay entre el quicio y la puerta. de la noche anterior solo pudo encontrar su ropa empapada, tirada sobre el recibidor, y un incipiente olor a humedad proveniente de su almohada. Al comprobar que eran las diez de la mañana, llamó a Wong y le explicó que había tenido una urgencia familiar. Él, a sabiendas de que Fei nunca faltaba al trabajo, le dijo que no se preocupase y prometió hacerse cargo de la situación.
Una vez todo estuvo resuelto, Fei volvió a tumbarse en su cama. La almohada bajo su cabeza seguía humedecida. Cubierta solo por una fina sábana, se dejó llevar de nuevo por el sueño. Sin embargo, se despertaba a cada rato, como quien tiene una pesadilla. Su sueño apacible se sustituía, constantemente, por un despertar empapado en sudor y asfixiante. Parecía que algo muy pesado oprimía su pecho sin dejarla respirar. Cuando abría los ojos, de pronto, notaba como todo su cuerpo se tensaba y, tras unos segundos incapaz de respirar en condiciones, comenzaba a hiperventilar. Pero Fei, agotada, retomaba el sueño una vez conseguía controlar su respiración. Estuvo inmersa en aquel bucle durante horas, hasta que sonó su teléfono. Era extraño que la llamasen.
—¿Diga? —contestó Fei. El teléfono había sonado tantas veces que tuvo miedo de haber perdido la llamada.
—¿Fei? Soy Marie.
Sus palabras resonaron en la mente de Fei como voces difusas. El silencio invadió la atmósfera por unos segundos largos. Se sentía desorientada debido a la somnoliencia y al dolor de cabeza.
—¿Fei? —repitió—. ¿Eres tú, verdad?
—Sí, soy yo.
—Disculpa que te llame. Quería hablar contigo, así que hoy pasé a recoger a Haruko yo misma. Me extrañó no verte por allí. Sin embargo, me encontré a Wong y me informó de que no habías podido ir. Como sabía que habíamos trabajado juntas, me dio tu número. ¿Te importa?
—No, no me importa. No hay ningún problema. ¿Necesitas algo?
—Quería proponerte algo, pero creo que es mejor que nos veamos en persona. ¿Te viene bien esta tarde, a eso de las cinco?
—Claro.
Marie le indicó rápidamente a Fei como llegar a su nueva casa. Estaba mucho más cerca que la anterior. Tan solo debía tomar la línea 8 y apearse en un par de paradas.
Tras asearse, vestirse y tomar un almuerzo ligero, Fei salió de casa con el tiempo justo. La luz deslumbrante del sol empeoró su migraña, persistente Persistente: Duradero, permanente. desde que había despertado. Durante todo el camino, continuó preguntándose cual sería aquella propuesta de la que Marie quería hablarle con un carácter tan urgente. Sin embargo, no logró hallar una respuesta convincente. Al fin y al cabo, llevaban años sin verse y, a juzgar por su reencuentro, Marie parecía haber olvidado todo aquello que compartieron juntas en un pasado. Quizá, para Marie, todo aquello no habían sido más que conversaciones casuales, y era Fei quien siempre tendía a darle demasiada importancia a las cosas.
Una vez estuvo frente a la casa de Marie, se aseguró de que aquella fuese la dirección correcta. La vivienda daba la sensación de ser amplia e incluso tenía un pequeño jardín exterior. Aquella era una zona residencial que, aunque no pudiese considerarse lujosa, sí que era inasequible para una gran parte de la población. Tras llamar a la puerta, Fei esperó pacientemente. Tras unos segundos, Marie le abrió la puerta. Llevaba un vestido de tonos azulados y corto por las rodillas.
—¡Fei! ¿Cómo estás? —La saludó amablemente con una sonrisa. —Acabo de preparar algo de té. ¿Quieres una taza?
—Claro. Muchas gracias.
Marie le hizo un gesto indicándole que entrara. Fei cerró la puerta a su paso y siguió a Marie hasta la sala de estar. La casa, por lo que había podido comprobar, estaba minuciosamente limpia y ordenada. Casi parecía el trabajo de un profesional. Ambas se colocaron ante la mesa, la una frente a la otra. Marie sirvió dos tazas de té con cautela. Parecía preocupada por no derramar ni una sola gota, como si en lugar de té aquella bebida fuese la ambrosía Ambrosía: Manjar de los dioses. de los dioses. Fei se fijó en sus movimientos sutiles y recordó a la Marie ficticia de la noche anterior, que leía un libro mientras bebía cerveza. Inevitablemente, pensó en lo mucho que había cambiado Marie durante aquellos años. En que ahora, quizá, Marie ya no saldría por las noches a beber y a encontrarse a sí misma. En que puede que se hubiese olvidado de buscar aquella «sensación extraordinaria». Estaba demasiado ocupada cuidando de una casa tan grande y de una hija tan pequeña. Ambas bebieron un primer sorbo de té en silencio. Después, dejaron las bebidas humeantes posadas sobre la mesa.
—¿Cómo te encuentras? Debe haber sido un gran cambio volver aquí después de tanto tiempo.
—Me encuentro bien —mintió Fei. —Aunque es cierto que parecen mundos diferentes. ¿No está Haruko en casa?
—Todavía no. Los martes y los jueves pasa la tarde en sus actividades extraescolares, así que estamos solas.
—¿Y tu marido?
Fei esperó, por un momento, escuchar algo así como que el marido era una mera ilusión. Que no existía. O que Marie había decidido ser madre soltera. Cualquier cosa le hubiese valido.
—Está en un viaje de negocios. Ya sabes, últimamente las empresas funcionan así.
Fei asintió con la cabeza. Por un segundo, tuvo la insondable Insondable: Que no se puede averiguar. necesidad de hacerle miles de preguntas: ¿Sigues sintiendo que eres más joven de lo que realmente eres; o has comenzado a sentirte mayor de repente? ¿Acaso ya no tienes la necesidad de encontrarte a ti misma; o es que por fin has descubierto quién eres? ¿Será que ya no necesitas estar sola? ¿Alguna vez has tenido la necesidad de dejar todo esto y salir corriendo, como si tu vida no fuese tuya? ¿Te acuerdas de todas aquellas bebidas que compartimos? ¿Qué más puedo hacer por ti, Marie?
—Es curioso. Ahora que estamos reunidas así, charlando tranquilamente, parece como si no hubieran pasado los años. Si cierro los ojos y me concentro un poco, me da la sensación de que estamos en el bar de siempre. ¿Lo recuerdas?
—Claro que lo recuerdo. El servicio incluso conocía tu nombre. Eras una de las escasas clientas habituales.
—A veces deseo tener un momento como aquellos. —Marie mantuvo el silencio.
—Pero pareces feliz —observó Fei.
—Lo soy. Simplemente es que, con el transcurso de los días, a veces no tengo tiempo siquiera para preguntármelo. Me levanto temprano, acudo al trabajo y, por las tardes, cuido de Haruko. A decir verdad, pienso más en ella que en mí. Es curioso cómo, antes de tenerla, no dejaba de hacerme preguntas sobre miles de cosas. Ahora me duermo según toco la cama, como una anciana.
—Es lógico. Al fin y al cabo, la estabilidad conlleva cierto sacrificio. ¡Qué daría yo por poder dormir del tirón cada noche! —bromeó Fei.
Ambas rieron. Marie sacó un paquete de Lucky Strike del cajón de la mesa y colocó un cigarrillo entre sus labios.
—No sabía que fumabas.
Marie tomó una calada larga y, tras expulsar el humo por la boca, utilizó su taza de té vacía como cenicero.
—No lo sabe mucha gente. Si mi marido se enterase, me mataría —dijo entre risas. —Como es ex-fumador, odia todo lo relacionado con el tabaco. Así de tristes son los actos de rebeldía que se pueden llevar a cabo siendo una mujer casada y estable.
Ambas rieron. Marie, con un gesto, invitó a Fei a servirse más té. Una vez llenó su taza, centró la vista en Marie de nuevo. Fumaba el cigarrillo despacio, como quien no teme al paso del tiempo. Fei pensó que las manos de Marie eran como un mapa con las puntas dobladas pero en perfecto estado, y que ella era la navegante que intentaba descifrar cada una de sus leyendas, siguiendo con la mirada las líneas que se inmiscuían Inmiscuirse: Entremeterse. en su piel. Observó sus dedos largos y pálidos con cautela, como si Marie fuera a escandalizarse, y después se fijó en el cigarrillo encendido entre ellos. El gesto de llevarlo a su boca despertaba en Fei una revelación de placeres alternos; el fuego del deseo se avivaba con la certitud de que jamás estaría entre sus labios.
—Si te digo la verdad, jamás hubiera imaginado que quisieras ser madre.
—Es algo que sorprende a mucha gente. Yo tampoco lo tenía del todo claro, pero simplemente ocurrió. Además, a mi marido le ilusionaba la idea.
—¿Cuándo te casaste con el?
—Antes de que naciera Haruko. Llevábamos viéndonos unos meses y me lo pidió. No lo planeamos en profundidad, pero al final todo salió bien y la ceremonia fue bonita.
—Os felicito, de corazón. Además, tenéis una niña preciosa y muy educada.
—Gracias. —Marie le dedicó una cálida sonrisa. —Además, él es un hombre bueno, y tanto a Haruko como a mí nos trata muy bien.
Marie hablaba como si necesitase convencerse a sí misma. Una vez terminó su cigarrillo, lo tiró en los restos de té que permanecían en su taza. Gracias a que las ventanas estaban abiertas, el humo del ambiente se había dispersado casi por completo.
—¿Sigues pintando? Prometiste enseñarme alguno de tus cuadros un día, pero jamás lo hiciste.
Marie negó con la cabeza instantáneamente.
—Es una pena. Me hubiese gustado ver alguna de tus obras.
—Tiré todas cuando me mudé —mintió. —No sufras. Ni siquiera eran buenos. ¿Sabes cómo ocupo mi tiempo libre ahora? Salgo a bailar con otras madres del colegio.
—¿De verdad? —Fei se mofó, divertida. —Tendría que verlo para creerlo.
—Está bien.
Marie se levantó sonriente de la mesa y dispuso un vinilo Vinilo: Disco de música. sobre el tocadiscos que se encontraba en la parte trasera de la habitación, sobre una pequeña mesita. Habilidosa, colocó la aguja sobre el surco perfecto y comenzó a sonar Baudelaire, de Serge Gainsbourg.
—Ven, te enseñaré algunos pasos.
Marie alargó la mano sonriente hacia Fei y, al ver cómo negaba con la cabeza, agarró su mano ella misma y la obligó a levantarse. Fei reía, nerviosa. Pocas veces habían estado tan cerca la una de la otra. Tomando a Fei de ambas manos, Marie comenzó a balancearse al ritmo de la música, despacio. Fei, atenta a seguir el ritmo correctamente, bajó la cabeza para mirarse los pies.
—Sube la cabeza. Mírame a mí.
Fei, obediente, fijó su mirada en la de Marie. Como si fuese una norma no dejar de mirarse a los ojos, siguieron moviéndose hasta que sus movimientos se coordinaron.
—Es mejor si me agarras de la cintura —indicó Marie.
Sin dejar de mecerse, Fei soltó las manos de Marie y posó ambas manos en su cintura. Aunque su corazón latía fuerte, su atención se centró en la belleza y en la gracia de Marie. Sus movimientos estaban llenos de naturalidad. Posó sus manos en los hombros de Fei como si se le acabase de ocurrir. En voz baja, de modo casi inaudible, cantaba la canción suavemente. Jamás la había escuchado hablar en francés hasta entonces. Fei se veía incapaz de apartar la vista de sus ojos. De nuevo, parecía que iban a permanecer así para siempre, como les ocurría cada vez que se miraban profundamente. Sin embargo, Marie se separó de Fei según terminó la canción.
—Es un tema bonito, ¿verdad? La letra parece poesía.
—Me gusta especialmente aquello de “tus ojos que nada revelan, ni dulce ni amargo”.
Marie tuvo el impulso de preguntarle a Fei si había aprendido francés, pero lo contuvo. Simplemente la miró y le dedicó una sonrisa sincera. Fei creyó advertir en los ojos de Marie un brillo inusual, una profundidad distinta a la de todas sus anteriores miradas, y pensó que quizá esa sería la solución al misterio de Marie, la llave que ella misma llevaba tanto tiempo buscando. Sin embargo, esa luz se desvaneció no bien Marie apartó la mirada de Fei.
A los pocos minutos, el sonido de la puerta distrajo a ambas de la conversación que acababan de retomar. Marie comprobó la hora con un gesto rápido.
—¿Haruko? ¿Cariño, eres tú?
—¡Soy yo! —Vociferó una voz masculina. A los pocos segundos, la figura de un hombre se asomó al marco de la puerta.
—¡Toshi! ¿No llegabas el lunes?
—En principio sí, pero la firma del contrato salió bien, así que conseguimos marcharnos unos días antes.
El hombre, sonriente, acarició con cariño la cabeza de Marie.
—Esta es Fei —le indicó Marie. —Es la profesora de Haruko.
—Encantado de conocerla. —El hombre se dirigió hacia Fei, inclinándose. Ella, cortésmente, le devolvió el saludo. —¿Ha habido algún problema?
—Nada de que preocuparse —intervino Marie.
—Debería irme. —Fei giró la cabeza hacia la ventana que tenía a su derecha y observó el exterior de la vivienda. La presencia de aquel hombre le causaba un sentimiento de pérdida y de engaño. —Ya está anocheciendo.
—Por mí no se preocupe. Puede quedarse el tiempo que necesite —manifestó el hombre.
—No es necesario, de verdad.
—Te acompaño a la puerta, entonces.
Marie se levantó y ambas se dirigieron hacia la salida. Una vez Fei estuvo fuera de la casa, se despidieron cordialmente. Justo antes de que comenzara a marcharse, Marie la detuvo.
—Fei, espera un segundo. Casi se me olvida. Te había llamado porque quería hablar contigo sobre Haruko.
—Es cierto. Tenías algo que proponerme. ¿De qué se trata?
—El pediatra de Haruko me ha dicho en varias ocasiones que se comporta de forma extraña para una niña de su edad. Aunque tenga ganas de llorar, nunca lo hace, y es muy callada. No muestra demasiada emoción por nada en concreto, y tampoco deja ver cuando algo la pone triste. Me recomendó que hablase con ella seriamente del tema, pero ni siquiera eso surte efecto. He pensado que, quizá, si le enseño otras formas de expresarse, Haruko pueda canalizar sus emociones de una forma sana para ella. Al fin y al cabo, no es más que una niña. Algunas tardes la enseño a expresarse mediante la pintura, aunque no termina de gustarle. He pensado que, si te parece bien, podrías pasarte por aquí un par de días a la semana para enseñarle algunas técnicas de escritura. Esa es la forma que utilizas tú para expresarte, ¿no es así? Al ser su profesora, te verá como alguien cercano y de confianza. Por supuesto, te pagaré debidamente e intentaré adaptarme al horario que te venga mejor.
Fei, tras callar unos segundos, miró a Marie a los ojos. Tenía las mismas facciones marcadas y la misma expresión misteriosa que el día que la conoció. Su mirada, a pesar de todo, seguía rebosante de luz. Casi parecía que nunca se apagaría.
—Lo siento, pero no creo que pueda hacer eso.
Marie ladeó la cabeza. Su rostro expresaba extrañeza. El vestido azul con el que la había recibido tiempo antes ondeaba suavemente con la brisa del atardecer, como una bandera atada a un gran mástil. Recordó sus gestos atropellados, su manera de sentarse con las piernas cruzadas y cómo pronunciaba, a susurros, el francés. Y entonces supo que esa sería la última vez que la vería.
—¿Te resulta un inconveniente venir hasta aquí? Si lo prefieres, podemos ser nosotras las que nos desplacemos.
—No es eso. Simplemente no creo que pueda seguir como si no pasase nada, Marie. Lo siento.
Tras mirarla una última vez, Fei se dio la vuelta y se marchó. Marie permaneció en la puerta hasta que perdió de vista la inconfundible espalda de Fei, que se alejaba a paso tranquilo como si esperara a que alguien la detuviese. Marie hubiera querido alzar la voz, decir algo convincente que evitase su marcha, retenerla. Pero era incapaz de articular palabra. Las disculpas de Fei resonaban en su cabeza como una dulce condena.
—¡Qué curioso! —le dijo su marido cuando entró a casa. Estaba en pie en la cocina, bebiendo un vaso de agua. —La profesora de Haruko se parece mucho al retrato de la mujer que tienes en el sótano. Aquel que pintaste en tu antigua casa, ¿te acuerdas?
—Sí. ¿Es curioso, verdad? Son realmente parecidas.