La libreta de Fei permaneció blanca y virgen durante la siesta. Por mucho que lo intentara, era incapaz de escribir algo que valiese la pena leer. Le costaba encontrar el significado de las cosas, incluso de su propia existencia, así que pensó que cada una de las palabras que podría plasmar en el papel no tendrían el aspecto de algo bello, sino que parecerían cadáveres carentesCarentes Carente: sinónimo de "sin". de alma y vacíos de vida. Hasta que los niños comenzaron a despertarse, pasó el tiempo con la mirada perdida en el color pálido de las vacías páginas de la libreta. Si alguien la hubiera visto, hubiese pensado que cada poro de su cuerpo rezumaba una profunda tristeza. Pero Fei solo se sentía incompleta, carente de sentido, como si la vida hubiera deshabitado su cuerpo, al igual que un cadáver o que la libreta que sostenía entre las manos.
Al terminar las clases, era obligación de Fei asegurarse de que cada niño se marchaba con un adulto autorizado. Así, cuando sonó el timbre, acompañó a los niños a la salida, permaneciendo con ellos hasta que aparecían sus padres o tutores legales. Con el paso de los días ya había llegado a conocer —al menos de vista— a muchos de los padres y madres, lo que facilitaba su tarea. Sin embargo, aquel día no apareció el abuelo de Haruko, quien siempre esperaba con antelación en la puerta para recoger a su nieta. Una vez el resto de niños volvieron con sus familias, Haruko y Fei se quedaron solas en la puerta, esperando. Al cabo de un par de minutos, Fei miró su reloj y, después, se agachó a la altura de la niña para dirigirse a ella:
—¿Sabes dónde está tu abuelo, Haruko?
La niña negó con la cabeza, seria. De nuevo, tenía esa expresión en su rostro y parecía estar a punto de romper en lágrimas en cualquier momento, aunque no fuera a hacerlo. Fei le devolvió una sonrisa tranquilizadora y le acarició la cabeza.
—No pasa nada, ¿vale? Seguro que es por el tráfico. Yo me quedo contigo hasta que alguien llegue a buscarte.
La niña asintió con la cabeza. Parecía haberse relajado. Ambas esperaron en la puerta unos minutos, cada una perdida en sus propios pensamientos. Justo cuando Fei pretendía volver con la niña adentro para llamar a su casa, una voz la sacó de sus pensamientos.
—¡Haruko, cariño, perdona!
Su voz era inconfundible. Estaba ligeramente sudada, su respiración estaba agitada y su pecho subía y bajaba con rapidez fruto del esfuerzo físico, pero no cabía duda de que era Marie. Tras agarrar a Haruko de la mano, su mirada y la de Fei coincidieron. Había pasado un tiempo pero era, en esencia, la misma Marie. El corazón de Fei se agitó como si acabase de resucitar de repente, tanto que temió, de forma irracional, a que se le saliera del pecho o a que el resto del mundo pudiera escuchar sus latidos, ya que aquella era una sensación que conocía pero que había olvidado por completo.
—¿Fei? — Marie le dedicó una cálida sonrisa — ¡Cuánto tiempo! Pensaba que no volveríamos a vernos.
Fei también lo pensaba. Marie había dejado de trabajar allí no sabía desde hacía cuánto. Sin embargo, la esperanza de Fei era volver del sanatorioSanatorio Sanatorio: Establecimiento convenientemente acondicionado para que en él residan los enfermos sometidos a un tratamiento o régimen curativo. y encontrarla en el colegio, inalterable, como si nada hubiera pasado. Deseó entrar por la puerta el primer día y observarla al fondo del patio infantil, lejana, sonriente, jugando con los niños como siempre solía hacer. Sin embargo, Marie dejó de trabajar allí a los pocos meses de que Fei ingresase al sanatorio. Lo sabía gracias a Wong, que se lo había contado un día mientras tomaban un café como quien menciona un asunto sin importancia, como quien habla de si el clima está soleado o lluvioso. No le había dado más detalles y Fei, fingiendo indiferencia, tampoco había querido preguntárselos. A pesar de todo, desde que Fei tomaba la línea 13 cada mañana hasta que volvía a casa, imaginaba numerosos encuentros con Marie de forma fortuita. Fantaseaba sobre cómo se abrazarían, sobre todo lo que se dirían, sobre ser invitada a su casa o intercambiar los números de teléfono. A veces, veía una espalda similar en complexión a la de Marie, o una cabellera castaña, caminar frente a ella, pero controlaba el deseo de acelerar el paso para comprobar si se trataba de Marie o si era otra ilusión de su mente. Era conocedora del sentimiento de decepción que permanecía hasta horas después de reconocer, en todas aquellas mujeres, un rostro diferente al que fervientemente buscaba.
Fei le devolvió la sonrisa a Marie sin saber qué decir. Se alegraba de verla, por supuesto, pero también sintió de repente un profundo miedo. Aunque desde que había regresado del sanatorio no había hecho más que imaginar encuentros ficticios, ahora que esa realidad se materializaba, se encontraba indefensa. Sabía que el gran poder de Marie —que incluso ella misma desconocía— era que, si quisiera, podría pedirle lo que fuera y Fei sería incapaz de decir que no.
Hasta entonces, Marie había mantenido la vista fija en los ojos de Fei, quien era incapaz de quitarle la mirada. Observaba los ojos de Marie con atención, analizando aquella mirada almendrada que tan bien conocía. La sobrecogía un sentimiento que se balanceaba, como un pez que nada en aguas turbulentasTurbulentas Turbulento: Confuso, alborotado y desordenado: y es incapaz de matener el rumbo, entre la ternura y el respeto. Una mirada que oscilaba entre querer quedarse o huir para siempre. Ambas conectaron —como lo habían hecho siempre— a través de la mirada, y ninguna quiso romper el silencio aunque pareciera que fueran a permanecer así durante toda la eternidad, mirándose la una a la otra sin mediar palabra.
—Tengo hambre — interrumpió Haruko tirando del brazo de su madre.
Ambas soltaron una pequeña risa. Fei no sabía decir cuánto tiempo habían estado con la mirada fija en la otra.
—Siento haber llegado tarde —se disculpó Marie —. He venido lo más rápido posible desde que salí del trabajo.
—No pasa nada. Me alegra volver a verte. —Ambas frases se le escaparon sin pensar entre los labios.
—A mi también me alegra que hayamos coincidido —. Marie comprobó su reloj sin dejar de sonreír—. Deberíamos irnos, así no te quitamos más tiempo. Lo siento de nuevo.
Ambas se despidieron. Fei dijo adiós a la niña con la mano y permaneció apoyada en la puerta, observando como Marie se marchaba de la mano con su hija. Se alejaron en silencio, sin dirigirse la palabra la una a la otra. Marie estaba resplandeciente y no dejaba de sonreír. En eso no había cambiado. No obstante, Fei nunca hubiera podido imaginar que Marie quisiera ser madre. Pensó que en varios años uno puede cambiar su percepción de las cosas y se marchó a casa, caminando en dirección contraria a la que había tomado Marie.
De repente se sintió muy feliz. Mientras caminaba por las calles atestadasAtestadas Atestadas: Es sinónimo de llenas. de gente, le dieron ganas de dar vueltas sobre sí misma. Quería ser la peonzaPeonza Peonza: Juguete de madera de forma cónica al cual se enrolla una cuerda para lanzarlo y hacerlo bailar. En Canarias la conocemos por trompo. de la que hablaba Kafka, congelarse en el tiempo y en el movimiento, ser eterna. Sin embargo, sabía que ese tipo de felicidad era como el hielo que se te derrite entre los dedos. Una vez lo tienes entre las manos, su pervivenciaPervivencia Pervivencia: Permanencia, duración de una cosa. es imposible: si jamás se derritiera, el hielo comenzaría a quemarnos las manos y aquel sentimiento inicialmente agradable se convertiría en un creciente sufrimiento.