Una vez llegaba al trabajo —siempre precavidaPrecavida Precavida; Persona que piensa y prepara con antelación las cosas que hará o las que necesitará., con unos veinte minutos de antelación por lo que pudiera pasar—, Fei bebía un café en la sala de profesores y leía un libro, haciendo tiempo. Estos días, sin embargo, más que leerlo lo hojeaba. Era incapaz de concentrarse plenamente en la lectura. Las palabras se le escapaban delante de los ojos, creando formas inconexasInconexas Inconexas: Que no tienen conexión. en su cabeza. De veinte o treinta páginas, quizá llegaba a captar dos o tres frases con claridad. La cabeza le daba vueltas de forma desordenada, como hacía tiempo que no le ocurría. Aquellos últimos tres años había estado aprendiendo a mantener la concentración, a valorar las pequeñas tareas diarias y a no proyectarse en futuros irreales, lo que le había costado mucho esfuerzo. Sin embargo, desde que había vuelto a la ciudad, aquel tiempo pasado había dejado de tener sentido. Lo recordaba como un largo paréntesis, como una borrosa quimeraQuimera Quimera: Sueño o ilusión que es producto de la imaginación y que se anhela o se persigue pese a ser muy improbable que se realice. ideal, como algo imposible de aplicar a su ajetreadaAjetreada Ajetreada: Que tiene mucha actividad o movimiento a causa de un trabajo u ocupación. vida.
El sonido de la puerta la sacó de sus pensamientos. Levantó la cabeza y, por un segundo, esperó ver el rostro de Marie. Deseó fervientemente que sus ojos chocasen con aquellos ojos color avellana y con su mirada, propia de quien desconocía los secretos más importantes del Universo. Marie no los necesitaba, le daba igual saberlos. Era en su interior donde escondía los misterios más importantes, guardados bajo llave. Casi pudo escucharla dando los buenos días con su voz dulce, tan sencilla de confundir entre un milagro y una maldición. La recordaba claramente. Nunca mentía y sonreía a cada rato, con la boca muy abierta y la expresión brillante. Todas y cada una de las veces que Marie hablaba, como quien se pierde en una senda sin salida, Fei deseaba retroceder en el tiempo para descifrar así todos sus matices. Para escuchar en bucle, una y otra vez, como maldecía, se disculpaba, reía, callaba con cautela, carraspeaba y comenzaba otra frase. Pero quien entraba por la puerta no era Marie, sino Wong, otro de sus compañeros de trabajo. Se saludaron con una expresión amable, casi sin mediar palabra, y Fei fijó sus ojos en el libro fingiendo que retomaba la lectura. Wong era, quizá, uno de los profesores más antiguos. No tenía muchos más años que Fei —era un chico joven, de menos de treinta años— y, sin embargo, recuerda verle por allí desde que empezó a trabajar. Era simpático y bonachón, y daba la impresión de estar muy entregado a su trabajo.
Unos minutos antes de que sonase la campana que marcaba el inicio de las clases, Fei bajó las escaleras hacia la puerta principal. Se encargaba del curso inferior, en el que se encontraban los niños más pequeños. Desde el marco de la puerta pudo observar que, como era usual, muchos niños llegaban antes de la hora de entrada y esperaban pacientemente. Algunos estaban acompañados de sus madres, otros de sus padres y otros —en este caso una minoría— de ambos. Desde que la vieron, los niños se apresuraron a saludarla efusivamente con la mano. Algunos incluso se acercaban a ella animados, despidiéndose de sus padres apresuradamente. Los más miedosos, por su parte, se aferraban fuertemente a las manos de sus padres, temiendo tener que desprenderse de ellas en algún momento. Fei siempre los recibía a todos con una sonrisa, intentando transmitirles seguridad. Una vez sonó el timbre, los niños se despidieron de sus padres y fueron entrando, uno por uno, a sus clases.
Fei comenzó la clase leyendo un cuento infantil. Era un método efectivo para que los niños centrasen su atención en ella y guardasen silencio. Una vez terminó de leer, comenzó a explicar lecciones sencillas sobre las letras y las figuras geométricas. Había tenido mucha suerte, ya que en su clase de aquel año todos los niños eran tranquilos y tendían a atenderla con facilidad. Rara vez tenía que enfadarse o castigar a alguno; con una simple llamada de atención bastaba para que cualquier niño corrigiese su comportamiento.
Una de las pequeñas, llamada Haruko, había llamado la atención de Fei de forma inevitable. Era una niña tímida y más bien callada. No quería llamar la atención —como intentaban hacer muchos niños— gritando o no parando de hablar. Más bien parecía parte del decorado, un elemento más de la escena. Era una niña tierna a la que rara vez se la escuchaba decir una palabra. Incluso cuando se le preguntaba algo directamente, Haruko parecía pensar sus pocas palabras con cautela, comportamiento extraño para una niña de su edad. A pesar de todo, lo que más llamaba la atención de Fei era como Haruko se compungíaCompungía Compungir: Causar a alguien pena profunda, [especialmente algo que se ha hecho mal o el padecimiento propio o de otras personas, como sus ojos parecían estar a punto de estallar en lágrimas en múltiples ocasiones —como cuando el final del cuento no era feliz, o cuando algún niño travieso le arrebataba su juguete—, pero nunca lloraba.
Cuando el reloj marcó las once, Fei detuvo su explicación y anunció que era la hora de la siesta. Los niños, alegres, sacaron de sus pequeñas mochilas sus futonesFutones Futón: Colchoneta de algodón que sirve como asiento o como cama , típica del Japón. plegables y los colocaron en el suelo, cada uno en su sitio habitual. Normalmente siempre había algún percance en la siesta —algún niño que no quería dormir u otro que se echaba a llorar porque tenía miedo—, pero aquel día todo transcurrió de forma tranquila. Fei vigiló a los alumnos sentada desde su escritorio y, una vez estuvo todo en calma, sin que se escuchase un solo murmullo, sacó una pequeña libreta de la mochila y la hojeó. Estaba totalmente en blanco, sin una palabra escrita. Fei lo sabía, pero pasaba hoja tras hoja casi esperanzada, como si las palabras fueran a escribirse solas. No había escrito nada desde hacía casi dos años, durante sus primeros días en el sanatorioSanatorio Sanatorio: Establecimiento convenientemente acondicionado para que en él residan los enfermos sometidos a un tratamiento o régimen curativo.. Cuando ingresó, libreta en mano, se encerraba todas las horas libres en su habitación y escribía incansablemente. Su libreta estaba a rebosar de poesía, prosa poéticaProsa poética Prosa poética: La prosa poética o poesía en prosa es un género moderno poco conocido y explorado, pero elegido por grandes escritores, que se diferencia de la poesía en verso por su formato, ya que combina sugestivamente el lenguaje poético con las formas de escritura que utilizamos cotidianamente, liberadas de la rima y la métrica, e incluso de vivencias que quería preservar por escrito a modo de relato. Acostumbraba a escribir desde que era joven, pero hacía unos años que lo había tomado como costumbre y cada día escribía aunque fuese un poco. Era un modo de desahogo y, además, parecía dársele bien, ya que había ganado algún que otro pequeño concurso hacía años. Con todo, pocos días después de estar allí encerrada dejó de escribir de repente, de modo casi automático. La vida en el sanatorio era ocupada y tenía una rutinaRutina Rutina: Costumbre, hábito adquirido de hacer las cosas sin pensarlas muy estricta —asistía a terapia individual y grupal, se ejercitaba, leía, se dedicaba a variados pasatiempos y hasta aprendía francés—, y aunque nunca se olvidó de la escritura, dejó de ser capaz de escribir. Cuando asistía a la habitación en sus ratos libres, abría la libreta y empuñaba el bolígrafo, las palabras le parecían de repente vacuasVacuas Vacuo: Que es superficial y carece de contenido o interés.. Ninguna frase le resultaba lo suficientemente sugerente. Pensar en un verso era para ella una tarea tan tediosaTediosa Tediosa: Sinónimo de aburrida. que, cuando lo escribía y lo veía sobre el papel, instantáneamente lo aborrecía. Leyendo la gran cantidad de poemas que albergaba en su libreta, cayó en la cuenta de que, aunque estos hubieran sido escritos con indudable pasión y sentimiento, esas palabras ya no tenían ningún sentido para ella. Conceptos tan humanos como la intensidad o lo irrefrenable le eran, de repente, completamente desconocidos. Ni una estrofa conseguía conmoverla, aunque esos sentimientos que plasmabaPlasmaba Plasmar: Expresar o manifestar algo en sus poemas habían sido tan reales como lo era ella. Era como si su corazón se hubiese endurecido de repente, hasta convertirse en un órgano de piedra impenetrable. Ni siquiera los poemas sobre Marie eran capaces de encoger su corazón con ternura. Fei recordaba su belleza, su amabilidad y la admiración. Recordaba cómo Marie se humedecía los labios, su manera de hablar apasionada, sus ojos almendrados, su fluidez en el idioma —hablaba como si con cada palabra hiciera el idioma suyo—. Pero, al igual que ahora, ya no sentía ese anhelo desesperante que le hacía perder hasta el apetito. Tan solo pensaba en ella siempre, a cada momento, en segundo plano, como tenía siempre presentes a todas las mujeres a las que había amado —aunque a Marie todavía la recordaba con la tempestad que provoca el más reciente amor—. A pesar de que no fuese el foco principal de su pensamiento, Marie siempre estaba en su cabeza, y Fei se sentía como quien se ve refrescado por una suave brisa que no cesa nunca y que, aunque al principio es agradable, termina rasgando la piel de forma lenta y tediosa.