Cap.9

Los tres hombres salieron de la cabaña, uno detrás de otro, con paso lento y cansado. Todos tenían un rastro de lágrimas en sus mejillas, pero debían avisar a las decenas de personas que se habían reunido a las puertas del hogar para despedir a su padre.
El último de los hijos que salió por la puerta echó un vistazo a la sala antes de cerrar la puerta. El fuego ya se estaba apagando. Los mapas seguían colgados de las paredes, últimos testigos de la muerte de su padre, sus amantes más fieles, inundando las paredes de toda la habitación. El bastón había caído al suelo, uniéndose al destino de su amo.
Las decenas de libros agolpadas en torres imposibles también asistían solemnes a la muerte. Todos escritos y revisados por el mismo hombre que ahora yacía sin vida en su lecho, con el puño apretado sobre su pecho y los ojos cerrados, en paz.
El hijo sonrió con pesar y los ojos aún llorosos, y cerró la puerta. Al salir asintió a sus hermanos y juntos levantaron el misterioso cartel que había tras el paño sobre el marco de la puerta, con letras de oro y plata que rezaban:
«Aquí descansa Ewan de Thalesse. Murió como vivió, con la mente puesta en la siguiente frontera, rodeado de mapas y libros. No le será difícil encontrar el camino de regreso al mar».
Al leer esta última línea, los tres hermanos estallaron en carcajadas aún entre lágrimas. Se abrazaron y se reunieron con la multitud que esperaba para presentar sus respetos.
Dentro de la cabaña, el silencio sepulcral de la muerte se vio interrumpido por el brazo que Ewan tenía recogido contra el pecho, que cayó suavemente a un lado mientras sus dedos se abrían, tirando al suelo una pequeña piedra desgastada por el tiempo con apenas un atisbo de verdor.
El viento sopló con dulzura, y la puerta de entrada se abrió levemente, dejando entrar una ligera brisa fresca que recorrió la estancia, apagando las últimas brasas del fuego y sumiendo la habitación en la oscuridad. El silencio se adueñó de la estancia una vez más, solemne, esperando.
Entonces, sucedió algo.
La antiquísima piedra emitió un leve brillo esmeralda, que cogió fuerza hasta iluminar tenuemente el cuerpo de Ewan. La brisa volvió a soplar y la piedra se meció con ella, levitando, curioseando por toda la sala y danzando sobre la cama.
Finalmente, con una leve floritura, atravesó la puerta, cabalgando sobre el aire, ascendiendo lentamente para surcar el cielo.
Hacia las estrellas, hacia el firmamento.

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